Kirchner y los
argentinos en España
El duro oficio de ser inmigrante
desde Madrid
Mauricio Crea
Me
voy a permitir escribir en primera persona, ya que después de
dos años residiendo en Madrid, nunca antes como ahora había
sentido el peso que significa ser inmigrante. En la noche del
pasado martes, como un miembro más de la colonia Argentina en
España, participé de un encuentro cargado de nostalgias,
tristezas, historia, sueños e ilusiones.
El escaparate fue
el acto de presentación de un libro sobre inmigración, que contó
con la presencia del presidente argentino Néstor Kirchner, y que
sirvió como excelente marco para recordarle a los españoles lo
solidario que fuimos en América latina cuando la guerra civil
los expulsó de su tierra de a miles y encontraron en
Iberoamérica cobijo para sus desventuras. En nuestras tierras
pudieron trabajar, soñar, formar sus familias y, como no,
imaginar y desear el regreso al terruño.
Hoy, también de a
miles, somos los latinos quienes cruzamos el océano en pos de la
misma búsqueda, pero no es solidaridad quien nos recibe sino un
fenomenal aparato burocrático que tritura sueños, construye
-obstáculos sobre obstáculos- un muro de incomprensión y
aglutina la discriminación bajo una ignominiosa denominación:
los sin papeles.
Hoy se es legal,
o ilegal, y no importa si eres latino, africano, europeo del
Este, árabe o asiático, a todos nos une un común denominador,
ser ciudadanos de la pobreza, de la persecución política, de la
injusticia, el saqueo económico y la impunidad. A los ojos del
estado poderoso, todo se resume a tener o no tener papeles.
Más de 80.000
argentinos en esa condición se encuentran en España, y más de un
millón si no hacemos distinción de origen. Son numerosos los
días en que las playas españolas se tiñen de sangre de africanos
dispuestos a jugarse la vida cruzando el mar en pateras (míseros
botes que apenas se mantienen a flote sobrecargados de
personas), sabiendo que si no naufragan en alta mar en medio de
la noche, o se estrellan contra las rocosas costas, al otro
lado del horizonte les esperan las embarcaciones costeras para
devolverlos al punto de partida.
Algunos lo
logran, otros lo pagan con la vida.
Con el fondo de
esa realidad, ciento de miradas cómplices colmaron el salón de
actos del Círculo de Bellas Artes e intercambiaban a la
distancia la emoción del reencuentro, del compartir una historia
en común. Víctimas del exilio político y del exilio económico.
Sobrevivientes de la dictadura militar. Viejos y nuevos
inmigrantes entrelazados en sentidos abrazos.
Estábamos allí
para pedirle a Kirchner que interceda ante las autoridades
españolas para que no entorpezcan nuestra residencia, y nos den
un trato igualitario al que los españoles recibieron y reciben
cuando ponen pié en la Argentina. En cada intervención, sin
embargo, la nostalgia y el dolor del desarraigo lo comenzaron a
impregnaban todo y escondían, en cada frase y en cada rostro, un
pedido aún más hondo, más sentido. Es más, un pedido
contrapuesto.
A esa otra
realidad que sobrevolaba la sala contribuyó Kirchner con dos
afirmaciones: vamos a ver si podemos dar vuelta la hoja de la
historia, pero no consagrando el impunidad, sino que vamos a
construir con la memoria y la justicia, trabajamos por una
construcción colectiva que nos cobije a todos para recrear un
país de los sueños.
En algunos
aparecieron las lágrimas, en otros la necesidad de soñar.
Recuperar los ideales y darle vuelo a otro deseo que anida en
cada mente, en cada corazón. Presentes para reclamar por el
legítimo derecho a permanecer en España, los sentimientos
comenzaron a mudar hacia otra realidad, hacia un pedido de ayuda
en otra dirección.
Llévanos de
vuelta, Flaco, le rogó un asistente.
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