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Las elecciones no han cumplido con las
expectativas de quienes votan, la pobreza,
enemiga de la democracia

por Beatriz García Blas

Desde que surgió la democracia moderna, las elecciones no han cumplido con las expectativas de quienes votan. La democracia no garantiza el final de la pobreza ni de la desigualdad económica, política y social.

La democracia moderna nació a finales del siglo XVIII con la revolución estadounidense. Desde entonces, ha pasado de ser un "gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo", como afirmaba el presidente norteamericano Abraham Lincoln, al "menos malo de los regímenes", según Winston Churchill. La raíz del término “democracia” permanece hoy inalterable, aunque en los últimos doscientos años se ha enriquecido con adjetivos como "representativa", "popular", "participativa" o “electoral”.

La democracia electoral se ha impuesto como sistema en la historia reciente: si en 1900 predominaban estados monárquicos e imperios donde no existía el sufragio universal, a finales del siglo XX 120 de los 189 miembros de las Naciones Unidas se definieron ya como democracias electorales. Este proceso experimentó una notable aceleración en el último cuarto de siglo: los países con alguna forma de gobierno democrático, que eran el 28% en 1962, llegaron al 62% en 2000.

Desaparecidas las principales alternativas a la democracia sufragista del siglo XX (comunismo, fascismo y nazismo), el cambio de milenio llevó a que el 58% de la población mundial viviera bajo regímenes teóricamente democráticos.

Sin embargo, el modelo democrático triunfante no ha supuesto un alivio de la pobreza ni ha garantizado los recursos y derechos en todas las sociedades donde se ha implantado. El 32% de la población de los países del sur vive con menos de un dólar diario. A nivel mundial, las personas que subsisten con esta cifra aumentó de 1.200 millones en 1987 a 1.500 millones en la actualidad. Si esta tendencia persiste, se llegará a los 1.900 millones en 2015. Se hace difícil hablar de democracia cuando unos mil millones de personas carecen de agua potable, alimentos o de acceso o la educación.

La más antigua de las democracias modernas, la de EEUU, también ha experimentado un aumento de la pobreza. Un 15% de su población la padece. Esta situación ha llevado a preguntarse si existe una relación directa entre la transición a la democracia y el aumento de la pobreza. De hecho, la desigualdad en el ingreso responde casi siempre a la imposición de democracias electorales. Así, durante los últimos dos siglos, el período en el que más países asumen este sistema, la brecha entre los más ricos y los más pobres se ha hecho cada vez más grande. De una relación de 35 a 1 en 1950 se llegó a una de a 44 a 1 en 1973. En 1992, era ya de 72 a 1.

El fracaso de la democracia electoral se debe a que es un sistema sin vocación democrática "real", que no atiende a su principal objetivo: el bienestar de los pueblos. Este se consigue mediante la representación política de los ciudadanos, su participación en unas elecciones libres, la protección de los derechos y las libertades individuales y la resolución pacífica de los conflictos. Sólo respondiendo a estas necesidades se crearía una auténtica atmósfera democrática, en la que cada individuo pudiera aspirar a una parte justa del progreso económico y social. Y es que la democracia no es un fin en sí mismo, sino un medio para garantizar que la soberanía resida en el pueblo.

La imposición de la democracia ha llevado al desarrollo de la expresión "calidad democrática", que mide la distancia entre el ideal de buen gobierno y un gobierno en la realidad. Se estima que una buena democracia es aquella que procura a sus ciudadanos un orden político, económico y social y que garantiza su participación a través de los procesos electorales. También debe intentar el reparto adecuado de los recursos y la desaparición de la pobreza y de la desigualdad en todos los ámbitos.

La democracia no se consolidará a menos que resuelva los problemas generados por la pobreza. Porque mientras no lo haga, no cumplirá con su responsabilidad básica: la protección de la dignidad humana.
ccs@solidarios.org.es

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