Desde El
País de Madrid una nota viajera
Leímos con estupor y hasta con dolor, fundamentalmente por el espíritu respetuoso que siempre ha mostrado el Uruguay, y más aun sus hombres y mujeres públicos, para con otras naciones, esa nota viajera que el señor Julio María Sanguinetti publicara, primeramente en el diario español El País, el 20 de noviembre de 2004, y recientemente levantara, como es habitual, el diario La Nación de Buenos Aires, en su edición correspondiente al día 03 de diciembre de 2004. Esta nota, intitulada “Un Brasil con partidos”, viene acompañada, al menos en la edición del diario La Nación, por el lápiz de “Alfredo”, de una caricatura de la bailarina “Carmen Miranda”,casi tan grande como la totalidad de las palabras de este columnista itinerante, cuyo conjunto ocupa más de media página-sábana del periódico argentino. Ciertamente la nota es pobre conceptualmente, estructurada merced a posibles colaboraciones varias resultando en un collage informativo en el que el columnista inserta, aquí y allá, conceptos supuestamente propios, algunos con el ánimo de agradar, otros que procuran una suerte de elevación conceptual del autor y el conjunto en un ritmo, no ya carnavalesco, sino de samba-enredo que no acierta a dar en el tono, salvo al final cuando roza el agravio. No alcanza a agraviar el autor pues no puede en momento alguno ponerse siquiera a la altura de a aquellos a quienes pretende ofender, al menos tal es la primera lectura que dan sus palabras, más allá del real sentido que haya querido expresar, aunque cuesta encontrar otro. Sin embargo, el mal gusto y la grosería ofenden, esto sí, a los ciudadanos uruguayos que ven que aquel que es presentado, y cito al diario La Nación, como: “El autor fue Presidente de la República Oriental del Uruguay”. Y aquí sí, como ciudadano del Uruguay, me considero con el derecho, y el deber, de hacer oír mi voz, ante una tropelía, quiero presumir que involuntaria y por qué no, quizá ayudada por algún colaborador ocasional de este hombre, que al acercarle frases de efectos, citas varias, le arrimó una pequeña pero brillante cáscara de banana, porque otra cosa no da para pensar, cuando se le hace decir –nos cuesta enormemente creer Sanguinetti lo hiciera por su cuenta, reconociendo aun hoy cierta claridad intelectual-, en su frase final, que: “Estos números nos dicen que todavía el país deberá luchar contra irritantes injusticias, pero ya no es aquel Brasil en el que, para la gran mayoría, el solo momento de felicidad era la orgía festiva del Carnaval.” No hablemos, aunque debiéramos, de la cita que hace el columnista del Presidente Luiz Inácio da Silva, tampoco digamos nada sobre su personal lectura de la historia del Brasil, porque es eso, personal, si bien discrepamos y cuánto con su visión. Le asiste al columnista itinerante, el dar a conocer su opinión, vale reiterarlo. Pero cuando esta nota, luego de derramar visiones más que criticables de la realidad de un país, que además es un país hermano, cae en la grosería y en la xenofobia, porque qué otra lectura cabe, salvo la paqueta mirada de un caucásico, supuestamente remilgado –aunque sobre esto tenemos más que dudas que esta definición se avenga a la persona en cuestión- hace respecto del Carnaval. Entonces, y además de ofensiva y discriminatoria, es esquematizadora y denota una ignorancia mayúscula en la comprensión mayor, por más elevada, de lo que un pueblo como el brasileño es, en cuanto a la manifestación cordial de su humanidad, a través de su larga y rica historia que como tal no sólo no carece de claroscuros sino que en la relación misma esclavo-amo, por ejemplo, dice cuál de ellos, en la realidad profunda, es quien tiene cadenas en su mente y en su corazón. Brasil es, en este sentido, un ejemplo de cómo el hombre manifiesta su condición de ser libre aun en la pobreza, aun en la condición harto difícil de realización plena en sociedades desiguales, haciendo que su propia condición mulata sea, una vez más, la condición que hace que un pueblo tenga conciencia de lo que la libertad es, lo que implica y el costo que tal asunción promueve, bien como en la concatenación de historias y modos de vidas, tan dispares en orígenes, climas y expresiones culturales y religiosas. Aun así, el brasileño ha logrado ser y comprenderse, al aceptar maduramente –recordemos, por ejemplo, a Gilberto Freyre, sin olvidar a Euclides da Cunha y tantos otros y otras- al haberla aprehendido, continentado a través de su lengua, una nación con vocación de permanencia destacada en el concierto de las naciones libres y destino promisorio en el contexto del continente americano. Nación que en la multiplicidad fonética de la expresión de esa lengua originalmente portuguesa y hoy, claramente, brasileña, logra una cohesión societaria que a veces otras naciones más, digamos, unívocas en sus orígenes sin tanta diversidad de lenguas, pueblos e historias en el crisol de su formación como país aun no han hallado tal riqueza. Olvidar, pues, la lengua brasileña, provoca manifestaciones como las que hoy traemos a colación. Seamos aun más específicos: la música, en la fonética, en la dicción, está y forma parte de la lengua brasileña. Porque la propia musicalidad de la lengua, al expresarse oralmente, lleva consigo esa otra vertiente de su manifestación que es, directamente, la música en las variadas y ricas muestras que ha dado y continúa dando en ritmos, bailes y estilos, tal expresión, ya artística, del ser brasileño. Luego, desconocer tal característica, vital, por armoniosa y factor básico de cohesión societaria, es ignorar el por qué de una gran Nación, es reducir a cuatro compases, lo que es –y aquí ya “comienzo a escuchar” a Villa Lobos- los latidos de un pueblo con historia y porvenir. La música ES el Brasil, como la tierra es a la vida y la negrura de sus entrañas a su lujuriosa manifestación, no pocas veces orgiástica, fácilmente visible en el propio crecimiento de una vegetación esplendorosa, de una floresta abigarrada y sorprendente, de unas cuencas hidrográficas tan exóticas como no pocas veces misteriosas y, por qué no, de un destino que este sí va junto con la gente que a lo largo de cinco siglos, ha estado en esos suelos y en aquellas regiones, luchando y cantando por la vida y por el mejoramiento de la condición humana del hombre libre, habiendo pagado tributo en sangre y en sudor sin precisar, vaya si el hombre y la mujer de a pie lo precisan, monumentos emblemáticos en metal o en piedra, para que alguien ignore en esa tierra de promisión cuánto y quiénes pagaron tributo a la libertad y desarrollo que hoy muestra y ostenta tal Nación y su pueblo. No somos nosotros, ni tampoco es hoy nuestro propósito, quienes vamos a salir en defensa del Brasil y lo brasileño, pero sí somos nosotros, como uruguayos y miembros de esta comunidad sudamericana quienes levantamos nuestra voz de protesta ante la muestra empobrecedora, simplista o superficial en su mirada y xenófoba, directa o indirectamente por la pretendida tribialización de lo que es, esencialmente, una de las virtudes, en cuanto hace relación a la diversidad cultural y a su armonización social, de un pueblo, esto hay que repetirlo una y otra vez, respecto de una Nación y un pueblo hermano que, por otra parte, es tan falsa esta visión como así también liviana y carente de proyección histórica alguna. Qué pena el mofarse, o pretender hacerlo, de un pueblo y sus tradiciones, so pretexto de una visión seudo docta e iluminada del avance (¿?) de tal Nación, en los últimos tiempo. Qué lejos se está tanto de la grandeza de una nación –que no sólo se mide, se mensura, o se aquilata por sus grandes hombres y mujeres sino, y especialmente, por el ser común, o como nosotros le llamamos: el ciudadano de a pie, que apoyando sus pies desnudos en la tierra, eleva la mirada al cielo y abriendo sus brazos, profiere cánticos de alabanza a la vida por el mero hecho de saberse vivo. Qué pena tildar de orgía a una festividad en la que un pueblo, todo un pueblo, se mezcla, vive y late junto al otro, con el desenfado y la espontaneidad que tiene el pueblo brasileño y que, por ejemplo, nosotros carecemos al ser más remilgados y comportaditos (recordando al querido Roberto Arlt) si bien tenemos, a nuestro modo, otras formas de manifestar las emociones en festividades que tradicionalmente también se mezclan con lo brasileño, no olvidando que nosotros, los uruguayos, lejos de ser la Europa trasplantada tenemos sangre india, mestiza, misionera, europea también pero que en suma somos, a no dudarlo, parte indisoluble de la América profunda. Qué pena haber perdido las referencias, los puntos de contacto, para quedar expuesto a una mirada más aguda, por ende más descarnada, del interior de un ser que hoy, como nunca, muestra lo que la vida ha hecho con él, bien como su responsabilidad en ese camino elegido que lo ha llevado a la condición en la que está y que ya no es dable simular. Todo hombre y toda mujer tiene el derecho a dar su opinión, pero todo hombre y toda mujer, cuando reviste, como el que hoy anotamos, el carácter de hombre público, y así lo consigna -porque podría haber puesto su condición de ex en alguna otra área del quehacer-, bueno, ahí estamos no ya habilitados sino obligados a responder como ciudadanos cuando un ex Presidente, valiéndose de su pasada investidura, ataca, ofende y busca ridiculizar -así no haya sido su intención primera es la primera lectura que ofrecen sus palabras, porque a la postre esa es una lectura de su nota- a una Nación, que además, lo reiteramos, es una Nación hermana. Estamos a diciembre, ya falta poco para el Carnaval. Ojalá el Brasil lo festeje como siempre lo ha hecho, con alegría, con espontaneidad, y con amor. Porque hay amor en la libre circulación de las emociones al compás de una música que vibra con el espíritu de su gente. Mientras tanto, aquí también se irán calentando las lonjas que al compás de las palmas, harán saber que un pueblo vibra y vive, más allá de la pequeñez de algunos, más allá de un hambre lacerante que otros buscan menguar, más allá de si fulano o sutano es un doctor o una doctora, más allá de mil y un preconceptos, hay un pueblo que en breve, como a lo largo de la historia, hará oír al cielo su grito de esperanza a través de un cántico a la vida y al amor. Eso, para qué recordarlo, es para quien puede sentir la vida y profesar el amor. Desde aquí, desde esta Montevideo, también tendremos cánticos de esperanza y momentos, a escala de esta querida ciudad, festivos: Nuestras Llamadas, expresándose a través del paso alegre de las comparsas por estas callejuelas del barrio Palermo, rememorarán, a su vez, el canto del hombre libre. En ese cántico, en ese deambular, estaremos todos, porque es, esencialmente, un canto a lo mejor del hombre en la Tierra: a su condición humana, en la manifestación más elevada de un espíritu que, pese a haber sufrido mil y una afrentas, continúa siendo libre. Y a ese espíritu, nosotros, hombres caucásicos, como yo, por ejemplo, miraremos con respeto y emoción, honda emoción, sumando nuestra personal manifestación a esa fiesta del espíritu libre. Atrás habrán quedado los pasos pequeños de hombres menores, ahogados ante el batir palmas de un pueblo que en las diferentes veredas de esta nuestra América del Sur, vibrará, una vez más, con alegría, con fe y con esperanza. LA ONDA® DIGITAL |
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