La idea de progreso La razón se constituye, opera y evoluciona en la experiencia; en la experiencia histórica de la inteligencia. Arturo Ardao[1] La voz progreso, podemos hallarla, alrededor del año 1570, tomada de “progressus”, derivado de “progredi” –caminar adelante-, y éste, a su vez, de “gradi” –andar-. Ya en 1580, teníamos en “progresión” del latín “progressio” –progreso, gradación[1]. Ciertamente que en la idea misma de progreso, en cuanto a evolución, debemos tener presente, hoy por hoy y antes de todo análisis específico del término que hoy motiva esta reflexión que, como destacara el historiador Reinhart Koselleck, citado a su vez por el filósofo Norberto Bobbio, comparaba aquel dos tipos de sensación de acortamiento del tiempo: el primero se propaga en las épocas de grandes cambios, sean éstos reales o imaginarios, describiéndolos con la frase “Así los años parecerán meses, los meses como semanas, las semanas como días y los días como horas”; el cambio a la generación nacida en la era tecnológica, gracias a la cual el tránsito de una fase a otra del progreso técnico, lo que antes requería años ahora sucede en días. El tiempo que se vive, agrega Bobbio, no es el tiempo real: a veces puede parecer más rápido, a veces más lento. De tal suerte que la sensación de ser apremiados por el futuro contrasta con un sentido opuesto, el del alargamiento y lentitud del tiempo pasado, respecto al cual el origen del hombre se hace remontar cada vez más atrás. Nuestra memoria, remarca el italiano, se hunde en un tiempo cada vez más lejano y sigue alargándose; nuestra imaginación se enciende ante la idea de una carrera cada vez más rápida hacia el final.[2] Quisimos valernos del aporte siempre ponderado del italiano Bobbio para aproximarnos a una idea de progreso que, si bien ya en el siglo XVIII se tenía muy en claro –recordemos que el propio Disraeli abogara por tal concepto, igualmente aun reina cierta confusión en torno al mismo. Tomamos pues al progreso como lo que es e infiere, es decir, una marcha hacia delante, en el sentido de evolución, de desarrollo y, especialmente, de avance y cambio “moderado y ordenado”, donde, y al estar del estudio que sobre el mismo hiciera el galés Raymond Williams[3], en la actualidad casi todas las tendencias políticas se manifiestan como progresistas, utilizando un término más persuasivo que descriptivo. Tenemos, entonces, varias cuestiones a considerar: la medición del tiempo, y la misma sensación de su paso, de su vértigo, si se me permite tal extremo; la propia noción del pasado, en cuanto a su prolongación cada vez mayor; lo actual o lo presente, mejor dicho, en donde realizamos la mayor carga de nuestro esfuerzo y, el tan temido futuro, que desde el presente de este siglo XXI que aun no cumple su primer lustro, se manifiesta tan enigmático como cerrado al entendimiento, como a las perspectivas, de nuestras gentes y las naciones que las congregan. Estoy hablando de nuestra América Latina, claro está. Y porque entiendo pertinente el “detenernos”, si se me permite tal expresión, en un contexto progresista, evolutivo, es porque vale contraponer antes que la reflexión una serie de definiciones y contextualizaciones a propósito de tales conceptos, que en vez de contraatacar posturas retrógradas y meramente panfletarias, desde posiciones seudo culturales, es preferible dar una mirada en derredor para luego sí, avanzar en pos de un mañana mejor. Siempre, por supuesto, si tal avance no implica el desprenderse de la responsabilidad de un presente a todas luces crítico en humanismo, crítico en profundas regresiones sociales y, por sobre todo, crítico ante cortes societarios donde de un lado quedan tirios y del otro, troyanos en tanto en los respectivos fosos, están sumergidos innumerables conciudadanos y conciudadanas que al estar de la paupérrima condición en la que viven, y me estoy refiriendo, fundamentalmente a los asentamientos no sólo de la capital del Uruguay a fines del año 2004, sino en todo el territorio del mismo país, bien como en los países vecinos al mismo. La idea de progreso lleva consigo no sólo una carga ética sino un imperativo categórico cual es el buscar, con los instrumentos que la democracia representativa da, al amparo de la Constitución y de las Leyes de cada país, junto con el compromiso de los conciudadanos, factor clave, que hoy se tiene, para tal concurso –de una empresa por demás difícil y plagada de contratiempos en su misma instrumentación, en su propia dilucidación- con tales copartícipes es que un emprendimiento ético y de vida como lo es la idea de progreso –cargada de sentido social- puede devenir en un mañana ciertamente más pleno para el conjunto de nuestras sociedades. Que no salgan, y si lo hacen no duden encontrarán respuesta no combativa sino reflexiva, los agoreros de siempre, con su carga no ya escéptica sino cínica, no por la escuela de los cínicos que lejos está del suelo de aquellos, sino por la condición de parias de quienes, so pretexto de atacar, antes que darle siquiera la posibilidad de presentar planes de acción y comenzar a llevarlos a cabo, se valen de cualquier pretexto para poner piedras en un camino que de por sí está lleno de cantos rodados. A pesar de ello, el grito no es viento, sino mero aire liviano y sin destino. El progreso, ese término, esa voz que dice tanto y engloba más, está llamado a ser visitado próximamente a lo largo y a lo ancho de nuestra región y particularmente de América del Sur. Horas de compromiso se aproximan; momentos de confrontación cultural se avecinan; instancias en donde la grandeza de nuestros gobernantes estará en el cenit siempre que junto a tal magnificencia cívica esté también, apoyándola –y avalándola- el pueblo de cada una de las naciones que están llamadas a ser la vanguardia de un encuentro que si bien va en procura de su momento, viene desde lo profundo de nuestra historia, cual es la génesis libertadora de estas patrias que conforman la Patria Grande. Y cuando digo progreso, digo progresión, ascenso, mejoramiento, adelanto, adelantamiento, proceso, prosperidad, desarrollo, perfeccionamiento, acrecentamiento, avance, cultura, civilización, consecución, en suma: evolución[4]. Todos estos sinónimos hablan a las claras de lo difícil de tal o tales empresas, pero nada más cercano al hombre que el intento de alcanzar lo inalcanzable, y en misma busca, encontrar el punto intermedio, lo real y cercano, lo posible y ponderado. E, igualmente, hallado esto, proseguir, proseguir y proseguir, incansablemente, porque esto n es obcecación, esto es ser, ni más ni menos que una persona humana, un ser en relación con otro ser, un ser humano comprometido con su destino que es, indudablemente, el destino del otro hombre, de la otra mujer. Ser, a la postre, hospitalario y por ende, abierto. Dice Bobbio[5] que es difícil concebir el progreso en un sentido absoluto y no relativo. Alega, con razón, que la fe en el progreso depende del modelo de valor elegido como medida, puesto que la adopción de un modelo puede engendrar, por otra parte, una actitud conservadora o hasta reaccionaria, si no se adapta al cambio de las situaciones históricas. En cambio, complementa el italiano, se cae fácilmente en el utopismo cuando se pretende excluir la modificación perpetua del contenido de la idea de progreso y se desea identificarlo con un valor absoluto tal como el estado de perfección. En suma, y para finalizar –al menos esta primera aproximación a la idea de progreso- que nada viene dado salvo de nuestro propio e intransferible compromiso. Que nada sucederá si únicamente reclamamos y extendemos los brazos, manos abiertas, esperando el maná. Pero si en vez de esto, estamos atentos a una lectura crítica de lo que se presenta como posible y a esta visión contraponemos, desde el hacer colectivo y responsable, visiones que coadyuven a un mejoramiento tanto global como específico de los instrumentos que vayan siendo seleccionados para ir, paulatina y por escalas, mejorando las condiciones de los distintos sectores societarios como así también de los diferentes segmentos etáreos, etcétera. Si verdaderamente buscamos en dicho contexto, hacer valor no ya nuestros derechos sino y primero ofrecer nuestro concurso, porque somos corresponsales de nuestro destino, entonces sí, la idea de progreso no será una idea tan banal como ilusoria –o quizá mediática, en su implementación publicitaria- sino real y conducente, momento a momento, hombre a hombre, mujer a mujer, al mejor vivir primero de los más necesitados al igual que nuestros niños y luego, ahora sí digámoslo: progresivamente, de la sociedad en su conjunto. Mejora esta que antes que vectorial será espacialmente coincidente con las de los restantes pueblos de nuestra América, la América Profunda, la Patria Grande. Sé que aun no analicé varias de las modalidades que tanto al inicio como después, promediando estos apuntes, colocara para ampliar el estudio de la idea de progreso. Pero vaya esto como un anticipo del compromiso que todos y cada uno de nosotros, tenemos por delante.
[1] Ardao,
Arturo – Lógica de la razón y lógica de la inteligencia,
Biblioteca de Marcha/ Facultad de Humanidades y Ciencias
de la Educación, Montevideo, año 2000 , Pág. 112
2 Corominas, Joan – Breve Diccionario Etimológico de la Lengua Española, Editorial Gredos, Madrid, año 1990, Pág. 477 3 Bobbio, Norberto – El filósofo y la política (Antología – Estudio preliminar y compilación de José Fernández Santillán), Fondo de Cultura Económica, México, año 1997, Pág. 201 4 Williams, Raymond – Palabras claves, Editorial Nueva Visión, Buenos Aires, año 2000, Págs. 259 a 261 5 Sainz de Robles, Federico Carlos – Diccionario Español de Sinónimos y Antónimos, Madrid, año 1951, Pág. 887 6 Bobbio, Norberto, Matteucci, Nicola, Pasquino, Gianfranco – Diccionario de Política, Siglo veintiuno editores, México, año 1997, Pág. 1288 LA ONDA® DIGITAL |
|
Un portal para y por uruguayos |
© Copyright |