La Universidad en crisis ante la sociedad del
En el marco de la Convergencia
Europea, no ha cesado de alentarse una revolución
El objetivo fundamental de los
estudiantes era implicar a toda la comunidad universitaria en un
debate que ya no podía dejar de plantearse: el Informe
Universidad 2000 (más conocido como Informe Bricall) ponía
definitivamente sobre la mesa todos los elementos para
reflexionar sobre el conflicto que se avecinaba: y esta vez no
era un conflicto de las
Cuando a finales de 2001 los
medios universitarios parecían encontrarse
Ciertamente, no podía deberse a
un fenómeno paranormal el hecho de que se esté produciendo la
misma reforma simultáneamente en todas las universidades de
todos los
De hecho, ya entonces, la
convicción de la Coordinadora de Asambleas de Escuelas y
Facultades era que oponerse a esa ideología compartida implicaba
necesariamente, de un modo u otro, oponerse al proceso de
globalización dirigido por las grandes corporaciones económicas
a través de la OMC, el FMI o el BM, es decir, oponerse a las
nuevas condiciones en las que las aventuras y desventuras de la
competencia económica imponen revoluciones auténticas
revoluciones mundiales que se vienen encima sin que haya ley ni
institución que pueda impedirlo que tratan de subordinarlo
El caso es que sin un friso de
este tipo, que marque muy claramente la separación entre la
Universidad y el resto de la ciudad, la Universidad desaparece,
se convierte en otra cosa. Todo esto deriva, como veníamos
diciendo, de la forma tan peculiar que tiene la Universidad de
ser una de las piezas de las que se compone la ciudad. Sin duda
que lo es, sin duda que es una pieza más entre otras, como lo
prueba el hecho mismo de que es una pieza tan vulnerable como
cualquier otra y en cierta manera, más vulnerable aún: la
materialidad discursiva sobre la que necesita asentarse la
teoría no
La Universidad es una pieza más
de la ciudadanía, pero todo sucede como si la única manera de
que una ciudad goce de esa pieza imprescindible fuera que la
ciudad acepte, como una cuestión de principio (y que así lo
recoja en el preámbulo de todas sus legislaciones al respecto ,
que lo peculiar de esa pieza es que no tiene que acomodarse a
ninguna de las otras piezas que componen la ciudad; que esa
pieza, más bien situada en las afueras o en cualquier caso
separada del tejido de acuerdos y contratos ciudadanos por un
friso intimidatorio, un advertencia o un abismo, es la pieza que
corresponde a la razón, es decir, a una instancia desde la cual
la palabra ya no es el vehículo para que las cosas se acomoden
entre sí, sino para que, en todo caso, se acomoden a lo que
deben ser.
La Historia no puede explicar al
Derecho lo que es justo. Es verdad que
Es de este modo como el espíritu
absoluto avanza a través de los pueblos,
Por el contrario, otros hombres,
como Sócrates, se limitaron a alegar algo que tenía que ser
eternamente justo o eternamente injusto independientemente de
que lo que dijera la Historia: pues no es la Historia la que
debe juzgar a la razón, sino la razón la que debe juzgar a la
Historia. Y en la radicalidad de esta convicción a la que
podríamos llamar socrática y de la que hemos hecho
El todo de la realidad nunca será
para la razón un tribunal más alto o superior
Pero, para cualquier kantiano,
platónico o materialista, el todo de la realidad será, en todo
caso, el conjunto de todo aquello que hay que conocer, y nunca
aquello que en realidad terminará por explicar a la comunidad
científica lo que ella intentaba conocer erráticamente. Muy al
contrario: si se deja al curso de la realidad dar de sí todo lo
que tiene que dar, si se le deja agitarse hasta el final, si se
le deja decir todo lo que tiene que decir, tendremos a la postre
algo así como la consolidación de un Espíritu del pueblo,
transido de la labor de un Espíritu absoluto, pero el resultado
final nunca será el conocimiento o la verdad sino lo que los
althusserianos llamaban un macizo ideológico, un tejido de
evidencias muy evidentes, de errores tenaces necesarios tan sólo
para que la realidad se curse a sí misma, mediante todos sus
crímenes y todas sus carnicerías, con la pretensión de saber lo
que hace y de que, además, lo que hace es justo y necesario.
En la Academia sólo estaba
permitido hablar mediante la regla y el compás, lo que es tanto
como decir que, en ella, nadie tuvo derecho a hablar a
excepción, en todo caso, de la propia cosa de la que se hablaba,
en la medida en que se encontraron procedimientos para otorgarle
un lugar en la palabra. En este sentido, todo el asombroso
instrumental científico contemporáneo no contradice para nada la
esencia Un acelerador de partículas es también un instrumento muy adecuado para que se muestren las partículas, es decir, un modo de cerrar la boca a los empleados del laboratorio y de poner la palabra al servicio de las cosas. El instrumental sigue siendo, en suma, una manera de cortocircuitar la conversación ciudadana, obligándola a hacer voto de silencio[6] en el recinto académico. Para hacer voto de silencio respecto a algunas cosas, bastan la regla y el compás. Respecto a otras cosas más sutiles o diminutas hace falta a lo mejor un microscopio o un cámara de niebla y seguro que también un impresionante arsenal matemático.
Pero la esencia del trabajo
académico sigue siendo la convicción materialista
De ahí que algunos interlocutores
de Sócrates,como Calicles, Polo o Trasímaco se rebelen contra
una forma de dialogar que, en lugar de buscar la charla, exige
constantemente al interlocutor una especie de voto de silencio (
vas a contestarme, Polo, o estás comenzando un discurso ) por el
que se le obliga a decir no lo que quiere decir, sino aquello
que es necesario decir según lo que anteriormente se ha dicho y
aceptado ( pero serás tan desmemoriado, Ión, que no recuerdas lo
que antes dijiste ). El diálogo de Sócrates es, en efecto, el
primer instrumento que ensayó la comunidad científica. Se parece
mucho más a un microscopio o una cámara de niebla que a lo que
nosotros llamamos un debate o una tertulia.
No es a fuerza de que la Historia
ignore como se acaba sabiendo en la Academia, del mismo modo que
no es a fuerza de hacer correr la sangre y la maldad como se
conquistan el bien y la justicia. Ni la Academia ni el Derecho
pueden confiar en las fuerzas de la Historia. Ni la Academia ni
el Derecho pueden confiar más que en sus propias fuerzas: en
ambos sitios se sabe con certeza que el trabajo que no se haga
ahí no se hará en ningún sitio, que lo que no absuelva la razón,
no podrá jamás absolverlo la Historia, que lo que
Tampoco la justicia surge de la
reunión de todas las injusticias. Si se
Habilitar un espacio en el que
las cosas pueden mostrarse y salvaguardarlo de toda pretensión
por parte de la Historia de tomar ahí la palabra. La casa Bayer
puede, si así lo desea, donar un millón de euros a la
investigación farmacéutica, pero a condición de que no exija
nada a cambio. Si la ciudad quiere gozar de los servicios de una
Academia, tiene que proteger a ésta legislativamente de
cualquier chantaje social o económico. Es la mejor forma de garantizar el que preste a la sociedad el más imprescindible de los servicios: el de preservar en ella, de espaldas a todos los intereses y todas las componendas, independientemente de lo que ocurra o deje de ocurrir, un espacio incontaminado para la libertad, para dejar las cosas en libertad y en paz, de tal modo que dos y dos puedan seguir siendo cuatro contra todo viento y marea. La sociedad no puede obtener mejor servicio de la Universidad que el de preservar en ella un lugar en el que le esté prohibida la entrada, una institución a la que ella, la sociedad, no pueda ni sobornar, ni comprar, ni chantajear. Desde el mismo momento en que se exige un servicio a la Universidad, se tiene servicio, pero no Universidad. La única forma de gozar de la Universidad es dejarla en libertad. La libertad de cátedra no es, en este sentido, algo negociable o matizable: es la esencia misma de la Academia, pues es la esencia misma de la teoría. El científico tiene que estar en condiciones de dejar en libertad a la cosa de forma absoluta; ni siquiera él mismo puede inmiscuirse entre el cuadrado de la hipotenusa y la suma del cuadrado de los catetos, así es que difícilmente se entenderá que la casa Bayer vaya a tener derecho a poner a la hipotenusa a trabajar a su servicio, buscando alguna solución más rentable al teorema de Pitágoras. El que nos valgamos de un ejemplo de la geometría no debe llevar a confusión. El hecho de que, por ejemplo en las ciencias sociales o humanas las cosas no puedan ser tan exactas como en matemáticas no indica que ahí se pueda relajar la libertad de cátedra, sino todo lo contrario: indica que hay reforzarla mucho más, pues solo faltaría que estuviéramos pagando a un historiador para que nos explicara lo que a la casa Bayer o a la General Motors le interesa que sea la revolución francesa o la crisis del 29.
Por supuesto, toda la reforma
educativa que se nos está imponiendo y cuyos En Junio de 1999, los Ministros Europeos de Educación se reunieron en Bolonia para felicitarse por estar consiguiendo ?que los sistemas de educación superior e investigación se adapten continuamente a las necesidades cambiantes, las demandas de la sociedad y los avances en el conocimiento científico?[10] y para comprometerse a seguir trabajando en esa dirección: aceptar los retos que proponga nuestra nueva y cambiante sociedad, la sociedad del conocimiento.
Evidentemente, la denominada
sociedad del conocimiento no tiene nada que
En este sentido, no sólo se trata
de constatar que, por ejemplo en el sector agrícola, el aumento
en la productividad pasa más por la investigación en ingeniería
genética que por la mecanización de la producción.
Además, hay que destacar que el éxito de toda innovación depende
también de la adquisición de determinadas habilidades (tales
como la identificación de las oportunidades de mercado, la
gestión financiera, etc.) basadas en cierta gestión de la
información y del conocimiento. Por lo tanto, resulta evidente
el interés de las grandes corporaciones en poner a la
Universidad a generar esos conocimientos rentables. Por lo tanto, el sistema educativo y, en especial, las universidades deberían desempeñar un papel determinante en el reequilibrio de los procesos de formación para dotar a la población de las habilidades de producción necesarias y, también, de las habilidades de consumo [12]. Este informe, conocido como Informe Bricall, analizaba cómo conseguir que la Universidad se adaptase minuciosamente a las demandas de un mercado gobernado por la lógica del beneficio. Es importante destacar que, al hablar de demandas de la sociedad , se refería en exclusiva a las demandas del sector empresarial. En ningún momento (a lo largo de sus cientos de páginas) se preguntaba cómo conseguir ciudadanos mejor informados y más capaces de tomar decisiones fundadas. Por el contrario, parecía considerar que la sociedad sólo demandaba habilidades de producción y consumo.
Estos mismos objetivos son los
que explícitamente motivaron la Ley Orgánica de Universidades (LOU)
por la que se reforma el sistema universitario español. La
exposición de motivos , que precede a la ley, comienza aceptando
el ?reto? que impone la ?sociedad del conocimiento , para
continuar constatando que la modernización del sistema
económico impone exigencias cada vez más imperativas a los
sectores que impulsan esa continua puesta al día; y no podemos
olvidar que la Universidad ocupa un lugar de privilegio en ese
proceso . Veamos rápidamente qué mecanismos legales se articulan
para conseguir esta adaptación de la Universidad al mercado o,
mejor dicho, para dar cobertura legal a una adaptación y
sometimiento que ya operaba de hecho.
Entre sus funciones está ahora la
aprobación del presupuesto y de la programación de las
Universidades, así como el nombramiento del Gerente (que es, a
su vez, a quien le corresponde toda la gestión económica) y la
supervisión del desarrollo y ejecución del presupuesto y control
de las inversiones, gastos e ingresos. Es decir, se trata de
poner todo el poder económico de la Universidad en manos de la
sociedad que es, evidentemente, la que de verdad sabe qué se
demanda en cada momento[13]. Para hacerse cargo de lo que verdaderamente está en juego en el asunto de la calidad es importante notar en qué se distingue de la excelencia (término tradicional con el que referirse al buen hacer en el marco de la Academia). Podemos definir ésta como rigurosa adaptación a las exigencias teóricas internas que impone la disciplina científica de la que se trate en cada caso. Por lo tanto, una evaluación de la excelencia sólo podrá realizarse desde el interior de cada disciplina, pues, evidentemente, sólo conociendo en qué consisten sus exigencias teóricas propias se podrá evaluar en qué medida y con qué grado de profundidad y rigor se están sometiendo a ellas docentes e investigadores.
Ahora bien, cuando de lo que se
trata es de conseguir que la Universidad se adapte a las
cambiantes necesidades de la sociedad es decir, de exigirle que
rinda cuentas a la sociedad que la financia o, lo que es lo
mismo, de proporcionar a la sociedad mecanismos para
fiscalizar la labor de la Universidad y asegurarse de que ésta
se adapte rigurosamente a las exigencias prácticas externas que
le impongan las frenéticamente cambiantes necesidades de la
sociedad del conocimiento es evidente que habrá que buscar un
nuevo patrón de medida con el que evaluar la actividad
Lo que caracteriza al, digamos,
universo calidad es que no necesite delegar la evaluación de la
Academia en especialistas de cada disciplina a los que se
considera una banda de presuntuosos, merecedores de la mayor
desconfianza, que sólo persiguen su propio interés pero se
presentan compinchados como depositarios de un no sé qué casi
sagrado (y a los que, por supuesto, se trata en consecuencia)
sino que, por el contrario, pueda confiar toda la evaluación a
un grupo de rigurosos especialistas en calidad, expertos en
medir parámetros objetivos según criterios externos, criterios Además de lo hasta aquí planteado, esto resulta especialmente sospechoso respecto a una sociedad que se caracteriza por expresar sus demandas a través del mercado, es decir, en un mundo en el que parece que nada puede probar su dignidad si no es probando su éxito como mercancía y, en efecto, las peores sospechas parecen confirmarse a la luz de los criterios de calidad que se proponen. Por supuesto, un criterio fundamental de calidad será la confianza que deposite la sociedad en una determinada Universidad frente a otras.
En este sentido, el interés que
muestren fundaciones y empresas en determinadas investigaciones
y, sobre todo, su disposición a financiarlas, será tomado como
el indicativo más fiable del nivel de adaptación a las demandas
reales; por lo tanto, los grupos investigadores deberán mostrar
su capacidad de obtener financiación externa para acreditar la
pertinencia y calidad de lo que hacen. Evidentemente, esto sólo
se conseguirá adaptando la investigación para que pueda resultar
interesante a empresas a las que, a diferencia de la
Universidad, les es enteramente ajeno el interés teórico, es
decir, el trato absolutamente desinteresado con las cosas.
En esta dirección juega un papel
importante la sustitución que se está produciendo de becas por
créditos (a bajo interés mientras duran los estudios pero cuyos
intereses aumentan al ingresar en el mercado laboral). Es decir,
la demanda de ingreso como criterio de calidad, se refiere a la
demanda por parte de estudiantes previsiblemente endeudados
que, por la cuenta que les trae, ya se encargarán de demandar
algo que el mercado les vaya a remunerar. El objetivo es que el ámbito universitario se centre en producir conocimientos rentables. Sencillamente se producirán conocimientos distintos si el principio que guía la investigación y la docencia es un principio académico que si se trata de un principio económico. Este cambio no supone sólo una amenaza a disciplinas como las humanidades sino a toda la investigación básica (pues, ciertamente, tan difícil de rentabilizar es la filosofía como la física teórica) y, por lo tanto, a la Universidad en su conjunto.
En esta dirección, el Estado
señala entre sus competencias la de asegurar la vinculación
entre la investigación universitaria y el sistema productivo,
como vía para articular la transferencia de los conocimientos
generados y la presencia de la Universidad en el proceso de
innovación del sistema productivo y de las empresas[15].
Cada Universidad debe buscar sus
propias fuentes de ingresos, aparte de
Además, debe tenerse en cuenta
que la financiación pública, ahora selectiva, queda en gran
medida condicionada al éxito en la búsqueda de estas otras
fuentes de financiación y a la evaluación de la calidad, con lo
que hemos visto que esto implica. De hecho, la mejor forma de
garantizar la viabilidad económica de cualquier tarea será
intentarse hacer un hueco como departamento de investigación de
alguna gran empresa. Por lo tanto, la ideología comúnmente compartida impone, cada vez más, una educación multidisciplinar y pluridimensional ,que es, junto con los mecanismos previstos de formación continua (formación a lo largo de toda la vida por medio de cursos de renovación), la garantía de la flexibilidad y adaptabilidad al mercado. Para conseguirlo resulta también fundamental la sustitución de una parte importante del profesorado funcionario por profesorado contratado (hasta un 49%[17]) y, por lo tanto, sustituible en función de las cambiantes demandas.
En esta misma dirección es
también imprescindible que se articulen mecanismos entre las
universidades, centros de enseñanzas no universitarias,
Administraciones Públicas, empresas y otras entidades, públicas
o privadas, para favorecer la movilidad temporal entre su
personal y el que presta sus servicios en estas entidades[18]. Sin duda intentan ocultar este atentado tras una presunta defensa de la libertad, optatividad y flexibilidad en la que se basa el sistema de créditos, es decir, en la cínica defensa de que cada cual pueda diseñar libremente sus estudios en función de sus propios intereses. Pero, una vez deteriorados los criterios de unidad académica que sólo pueden quedar garantizados por una rígida estructura de Escuelas, Facultades y Departamentos,nos encontramos,sin más, con otro tipo de coherencia: la que impone el mercado, ese mercado que va a castigar la falta de coherencia mercantil en la elaboración del curriculum aunque sobrase coherencia académica; y no hay ningún motivo para pensar que las exigencias mercantiles vayan a ser menos destructivas respecto a la teoría y la ciencia de lo que han sido en todos los otros ámbitos humanos. Al poner a la Universidad al servicio de la sociedad, lo que se ha hecho ha sido suprimir el khorismós que protegía un espacio para la autonomía de la razón, abriendo sus puertas al vandalismo social y mercantil. Al flexibilizar como suele decirse- las estructuras académicas, lo que en realidad se ha hecho ha sido colonizar el terreno que el trabajo teórico había logrado en una labor de siglos y de milenios- arrancar al régimen del tiempo. Pues, en efecto, el único arma que el trabajo conceptual tiene contra la Historia es la consolidación de una ciudad inteligible, que, a la postre, viene a materializarse en la división y demarcación en escuelas, facultades, departamentos, etc. La geografía de la academia es el resultado de millones y millones de discusiones científicas en las que han trabajado los más grandes genios de la humanidad y una multitud inabarcable de científicos, investigadores, profesores y alumnos.
Pretender flexibilizar esas
estructuras es mucho más grave y todavía más absurdo de lo que
sería colorear el Guernica de Picasso o modernizar las Meninas
de Velázquez con los retoques a la moda que fueran más
rentables. Al penetrar en el recinto académico, la sociedad
suprime el espacio mismo de lo teórico, que no era, en realidad,
sino un espacio robado al tiempo y a la historia. En su lugar no
queda sino un espectáculo devastador en el que ?como haciendo
realidad lo que fuera el estúpido sueño de Feyerabend- los
distintos tejidos científicos se han desgarrado en mil jirones
que ahora se venden al peso y al mejor postor, buscando
subvenciones por aquí y por allá en una especie de mercadillo en
el que hay que gritar para captar la atención de los mejores
clientes.
Una cuestión de grado y un desenlace fatal.
Esto es así hasta el punto de que
esas cumbres, en las cuales se discute casi todo lo importante y
lo fundamental que afecta al destino de nuestras sociedades e
incluso de la propia supervivencia del planeta, no pueden ya
soportar ninguna dosis de publicidad y han tenido que comenzar a
celebrarse a puerta cerrada y en la cúspide de altas montañas,
en islas o desiertos de difícil acceso o quién sabe si en
plataformas submarinas en el fondo del océano.
Si una sociedad quiere impedir
que la OMC meta sus narices en el teorema de Pitágoras lo mejor
que puede hacer es abstenerse de hacerlo ella misma,
El uso teórico de la razón puede
hacerse una idea de la magnitud del descalabro al contemplar lo
acontecido respecto al uso práctico de la razón. Aunque también
es necesario que éste se haga una idea al compararse con aquél.
Estamos demasiado sumergidos en el nihilismo para hacernos cargo
de la zozobra de la Ilustración con la que comienza el siglo XXI.
El deterioro del espacio público quizás pueda medirse
adecuadamente a través de la reciente noticia de que algunos
canales de televisión ingleses, luchando por imponerse a la
competencia, van a ofrecer sus telediarios con Así pues, viendo lo fecunda y enriquecedora que es la competencia empresarial respecto a la política informativa de los telediarios, uno se pregunta cómo es posible que alguien no esté preocupado por el proceso de privatización de la enseñanza y por la introducción de criterios de rentabilidad y competitividad en las Universidades. Abrir las puertas de la Academia y el Derecho a una sociedad que además es la sociedad capitalista introduce, en efecto, una cuestión de grado muy importante respecto al proceso de deterioro de la Ilustración. Eso de que el acusado se convierta en el máximo tribunal que ha de juzgarle, conlleva la movilización, en las condiciones capitalistas de producción, de una potencialidad criminal jamás experimentada por la humanidad. Todo lo cual implica, en el lado del uso teórico de la razón, que esa misma potencia criminal se recubra de un macizo ideológico lo suficientemente opaco y lo suficientemente convincente como para autolegitimarse o convertirse en aceptable o asimilable.
Es necesario, pues, movilizar un
tejido de errores y mentiras igualmente Tal y como dijera Husserl: La consistencia de la ciencia es supratemporal, lo que significa que no está limitada por ninguna relación con el espíritu de una época. En general, los fines en la vida son de dos especies: unos para el tiempo, otros para la eternidad; la ciencia es un título para valores absolutos, intemporales [20]. Una época histórica no puede, ni siquiera a fuerza de expresarse hasta su último aliento, llegar a refutar ni a superar la más insignificante de las verdades científicas (la cual, en cambio, puede muy bien ser refutada por un niño o un esclavo- que haya dado con un razonamiento mejor, que haya observado con mayor fortuna o que haya dado con mejores axiomas para plantear el problema). Y, respecto a lo que atañe al uso práctico de la razón, ¿cómo va la razón a adecuarse a los retos y desafíos históricos, cuando es precisamente ella la que tiene la autoridad de señalar a la Historia sus metas y sus límites? Con toda esta retórica de los retos y los desafíos de nuestro tiempo lo que se pretende es que sean las demandas y los intereses de la realidad los que expliquen a la razón lo que ella tiene que conocer y lo que ella tiene que decidir. Es la marcha de Europa, la marcha de los aliados de Europa, armados con la OTAN, gestionados por la OMC desde abismales plataformas submarinas, la que tiene ahora en esta especie de Ilustración invertida- que educar a la razón. Este es el motivo por el que en los preámbulos de estas revoluciones legislativas nunca se encuentra la menor referencia a la palabra Verdad, ni tampoco a la palabra Justicia. De este modo, ciertas realidades específicas, a fuerza de pretenderse astucia de la razón, se han convertido en una instancia capaz de juzgar a la razón, como si ésta, con todas las vacilaciones y las ambigüedades propias de su finitud, no pudiese confiar más que en la totalidad del curso real de las cosas para descubrir sorprendida lo que realmente se esforzaba en decir y lo que realmente quería exigir. Así pues, parece como si la realidad, con todas sus idas y venidas, agitándose por aquí y por allá, hoy matando palestinos o irakís, mañana abrasando kurdos, afganos o filipinos, vendiendo armamento en Senegal y hamburguesas en Miami, marcara el verdadero camino para resolver cualquier cuestión teórica o práctica, para clarificar, en fin, las ambigüedades y vacilaciones que la propia razón, en los límites de su ciudad científica y jurídica, también tiene por su cuenta. Las idas y venidas de la historia universal se erigen así en la clave de las idas y venidas de la historia de la ciencia. Es decir, que hemos desembocado en una situación tan desquiciada y ultrahegeliana que ya no es que la realidad acabe por ser más astuta que la razón a fuerza de volverse ella misma más y más racional, sino que, por decreto gubernamental (o por decreto ni siquiera gubernamental, sino más bien por decretos dictados desde plataformas submarinas), se decide que la realidad sea la razón que al final tiene más razón. No otra cosa se está diciendo desde el momento en que se plantea, por ejemplo, que los planes de estudio, las facultades o los departamentos universitarios deben adecuarse a las demandas sociales, y pasar por tanto a respirar, como todo lo demás en este mundo, según el ritmo de alzas y bajas en el precio del petróleo.
Por una parte, se trata de negar
el derecho que tiene la razón a exigir que el curso de la
realidadse acomode a lo que debe ser, la autoridad que tiene la
razón para exigir que las cosas no sólo se acomoden entre sí,
sino que se acomoden más bien a lo que las cosas deben ser. Por
otra parte, se trata de obligar a la razón teórica a acomodar la
Universidad a otras cosas también muy grandes y vistosas, como,
por ejemplo, el Corte Inglés, en lugar de permitirla perseverar
en su negocio teórico consistente en acomodar el conocimiento al
conocimiento (el conocimiento de hoy al conocimiento de ayer) en
una búsqueda incesante de la verdad. Mientras que todo el mundo ve las cosas claras en el ámbito del Derecho, en cambio, en el terreno del Conocimiento, todo se vuelve en seguida tan confuso que la idea de un sometimiento de la razón teórica a las demandas sociales y, sobre todo, empresariales, parece incluso de lo más natural. Sin embargo, los que han ideado los principios de la revolución educativa tendrían que ser emplazados a explicar por qué la idea de privatizar la enseñanza (o de adecuarla a las demandas y los intereses privados) es menos lesiva y menos absurda respecto al uso teórico de la razón de lo que supondría la misma operación respecto al uso práctico de la razón. La idea de una privatización de la Universidad les parece a algunos de lo más razonable. ¿Y por qué no privatizar también los Tribunales de Justicia? Esta idea parece, en cambio, tan pintoresca y absurda, tan repugnante al sentido común, que nadie querría planteársela en serio. Ya es bastante haber tragado con la existencia de cuerpos policiales privados; pero la idea de una privatización del aparato judicial es vivida inmediatamente como abyecta e incluso contradictoria.
Ahora bien: los que redactaron el
Informe Bricall, los que idearon los preámbulos de la LOU, los
que se oponen a ella desde el PSOE radicalizando aún más los
principios de esa revolución educativa, los que firmaron la
Declaración de Bolonia, todos ellos tendrían que explicar muy
claro por qué no se puede privatizar la Justicia sin que deje de
ser la Justicia y, en cambio, sí se puede privatizar el
Conocimiento o la Verdad sin que dejen de ser el Conocimiento y
la Verdad. No. Aquí todo el mundo entiende de inmediato que la independencia del poder judicial, sin la cual no habría Estado de Derecho, depende directamente de su carácter estatal. Estatal quiere decir, por supuesto, estatal, y no gubernamental. Eso conlleva, de modo fundamental, que, de alguna manera, pertenece a la esencia de los jueces el ser funcionarios vitalicios que no puedan ser chantajeados en el ejercicio de sus funciones por otros poderes sociales que pudieran, por ejemplo, amenazar con restringirles el contrato por considerar, por ejemplo, que una determinada sentencia resulta poco rentable a largo plazo. Imaginemos, si no, un sistema jurídico en el que hubiera un tribunal superior al Tribunal constitucional encargado de juzgar o evaluar los actos jurídicos según criterios no jurídicos sino, por ejemplo, económicos.
De este modo, el Tribunal
constitucional, tal y como es su competencia, sería el encargado
de medir con la Constitución el desarrollo legal del cuerpo
político y social, pero, al mismo tiempo, tendría que someterse
a las exigencias más profundas del curso de las cosas y, sobre
todo, de quienes lo financian o tienen poder económico
suficiente para intervenir en él. Imaginemos, pues, que el
Tribunal Constitucional tuviera no sólo que medir la conformidad
a ley de la actividad gubernamental y legislativa, sino que, al
mismo tiempo, tuviera que consultar al curso histórico de la
realidad a ver qué tal le va y a ver qué se demanda , qué se
necesita , cuáles son los nuevos retos y los nuevos En definitiva: que el referente último de nuestro ordenamiento jurídico, en lugar de ser algo así como la Declaración de los Derechos del Hombre, a través de nuestros ordenamientos constitucionales, estuviera encarnado por unas instituciones privadas que señalaran de continuo al Tribunal constitucional los retos y los desafíos a los que tiene que adecuarse y a los que tiene que obligar a adecuarse a todas las instituciones judiciales, todo ello mediante la aplicación de unas encuestas de calidad elaboradas a base de indicadores de rentabilidad basados en último término en las reacciones de la Bolsa frente a las sentencias dictadas por los tribunales de justicia. Imaginemos que unas comisiones evaluadoras convenientemente financiadas por el capital privado midieran constantemente la adecuación de la actividad del poder judicial a unas metas decididas por la OMC y dictadas por el G 8 desde plataformas submarinas, en la cúspide de altas montañas o en países donde no hay derecho a publicidad como en Qatar. Que, en virtud de la baja calificación obtenida en las encuestas de calidad judicial, se aconsejase al Ministerio de Justicia la supresión de determinado tipo de sentencias por ejemplo las atinentes a la contaminación industrial-, e incluso la supresión de ciertos trabajos poco rentables como el de abogado de oficio- y de ciertas instituciones judiciales consideradas obsoletas (según, naturalmente, criterios de calidad y no de excelencia). Imaginemos, además, que los jueces, de forma general, pudieran ser cesados a causa de la sentencia que hubieran dictado, es decir, que pudieran ser cesados en virtud de cómo desempeñaran legalmente su función.
O sea, tan sencillo como que, en
virtud de intereses privados, los jueces pudieran ser
despedidos, lo que implicaría, naturalmente, haber suprimido la
condición de funcionario vitalicio a los jueces, integrándolos
en un cuerpo más flexible y dinámico de contratados y asociados
judiciales de tres, seis y ocho horas. Carl Schmitt, al menos,
tenía razón en una cosa: el poder no lo tiene quien lo ejerce,
el poder lo tiene quien te puede cesar por cómo lo ejerces. Lo
que estamos imaginando, por tanto, supone lisa y llanamente
acabar con el poder judicial y con toda posibilidad de una
división de poderes según Derecho. El resultado es equivalente,
sin más, a una justicia privada, sea lo que sea lo que esto
pueda venir a significar.
De todas maneras, ha quedado ya
suficientemente demostrado[21] que para nada se renunció a
sacarlo adelante; sencillamente, se desvió de la OCDE a la OMC y
ha empezado a ser gestionado en la forma de distintos proyectos
(el más importante es el GATS, el Acuerdo General sobre el
Comercio de Servicios) con los que se trata, en resumen, de
conseguir lo mismo que pretendía el AMI, sólo que sin tener ya,
en absoluto, que rendir cuentas o ni tan siquiera informar a
ninguna instancia pública.
Ahora bien, esto es, en efecto,
la posibilidad que pretendió hacerse realidad con el tratado del
AMI. Esto es lo que con esa peculiar forma de legitimidad que se
otorga el derecho del más fuerte, se está imponiendo ya de forma
efectiva, aunque soterrada, bajo la forma de regulaciones
internacionales que atan de pies y manos a los Parlamentos
nacionales. Esta "Constitución económica" pretendía impedir a los países firmantes y ningún país con necesidad de capital extranjero habría podido dejar de firmarlo; aplicar, durante veinte años, cualquier legislación;por muy democráticamente que se hubiera acordado en el marco de la soberanía nacional; que no fuera aceptada por el "Tribunal Internacional de Justicia" que el AMI pretendía implantar. Por supuesto que, mientras tanto, y como contrapartida, se pretendía que toda multinacional tuviera "libertad absoluta para transferir sus capitales en cualquier momento, sin control, sin restricción, con libertad de cerrar de la noche a la mañana cualquier empresa, sin rendir cuenta a ninguna legislación nacional, y si una legislación nacional se le opone, con el derecho a recurrir al Tribunal Internacional de Justicia, el cual tiene derecho de condenar al país en cuestión por haber violado el tratado". Así, por ejemplo, "las multinacionales estarían exentas de cualquier legislación relativa a un salario mínimo" o a salvo de cualesquiera restricciones legales para el vertido de residuos contaminantes.
De hecho, tal y como se señaló en
su 85ª sesión de la asamblea anual, esta revolución jurídica
habría supuesto el fin de las normas establecidas por la OIT y,
en realidad, de la propia OIT.
Así pues, ¿habrá algo más
sensato? se podría decir- que adaptar, flexibilizar y modernizar
las Constituciones nacionales para que respondan a la nueva
problemática de esta realidad, en la cual las empresas e incluso
las fortunas personales pesan ya más que los países Evidentemente, cuando la doctora Dong pidió amparo a las autoridades académicas para que se implicaran en el conflicto y antepusieran a cualquier otra consideración su compromiso con la verdad, éstas se pusieron del lado de la compañía por la sencilla razón de que, una vez establecidas las nuevas condiciones de financiación (con las cláusulas que ello implica) ya no es ninguna autoridad académica la que decide qué se publica y qué no en las revistas científicas, sino las empresas; y pretender lo contrario sólo conduciría a un costoso proceso judicial en el que, con toda probabilidad, se tendría que terminar indemnizando a la entidad patrocinadora. Al igual que ocurrió con el asunto del AMI (es decir, con el intento de buscar algún ?tribunal? con más autoridad que cualquier instancia política o judicial), la salida de este caso a la luz (a través de un artículo en el Wall Street Journal) forzó a la farmacéutica a ceder ante la presión de la opinión pública.
Un caso similar se produjo en la
Universidad de Toronto cuando la doctora Nancy Olivieri encontró
pruebas de que un medicamento del gigante farmacéutico Apotex
tenía unos efectos secundarios peligrosos para la vida. Pese a
la retirada de la financiación por parte de Apotex y la amenaza
con un proceso judicial, la doctora decidió de todas formas
publicar su hallazgo en The New England Journal of Medicine,
empeño que le costó la expulsión de su cargo académico por parte
de unas autoridades universitarias enteramente hipotecadas. De
nuevo en este caso sólo el hecho casual de que saliera a
En esta ocasión, una fábrica
textil de Pawtucket le encargó investigar dos casos de
enfermedades de pulmón. Kern descubrió que en esa fábrica de 150
empleados había 8 casos de una enfermedad cuya incidencia entre
la población en general es de un caso cada cuarenta mil
habitantes. Cuando intentó publicar estos resultados, de nuevo
la empresa amenazó con un pleito (amparándose en la cláusula
que impedía publicar los secretos comerciales) y, una vez más,
las autoridades académicas se pusieron del lado de la compañía
admitiendo que, en las nuevas condiciones de financiación, la
última instancia para decidir qué se publica en las revistas
científicas y qué no (es decir, qué puede certificarse como
verdad y qué no) ya no es una decisión que corresponda a una
instancia propiamente académica sino que, por el contrario, es
una decisión que corresponde a los patrocinadores. Evidentemente, pretender convertir a la empresa patrocinadora de una investigación en la máxima autoridad para decidir qué puede certificarse científicamente como verdad y qué no (es decir, pretender colocar a una empresa como la última instancia en la decisión de qué puede publicarse en una revista científica) es al menos tan absurdo como pretender instaurar un tribunal económico con más autoridad que ningún Tribunal Constitucional para decidir qué leyes son legítimas y qué leyes no. Sin embargo, en el instante en que se impone el modelo de financiación externa por el que apuestan nuestras revoluciones educativas, este absurdo se convierte sencillamente en la práctica más cotidiana. En efecto, según un estudio de 1994 sobre la colaboración entre Universidades y empresas para desarrollar investigaciones conjuntamente en EE.UU.[25] (donde los revolucionarios de la educación nos llevan todavía una notable ventaja), en el 35% de los contratos las empresas tienen derecho a impedir la publicación de los estudios y en el 53% de los casos pueden decidir aplazarla.
Evidentemente, esto se refiere a
esas Universidades que, de todas formas, mantienen algún grado
(por pequeño que sea) de autonomía. El siguiente paso en la
dirección de la reforma es, sencillamente, crear cátedras de
investigación directamente financiadas y gestionadas por las
grandes empresas: la Cátedra Yahoo! de la Universidad de
Stanford, la Cátedra Lego del MIT, la Cátedra Repsol de la
Universidad Politécnica de Madrid o el pomposo puesto de
Profesor Emérito de administración de Hoteles y Restaurantes
Taco Bell de la Universidad de Washington. Todo ello, unido a la
voluntad de dejar morir de inanición a las licenciaturas,
departamentos y grupos de investigación que no sean rentables, y
unido al propio esfuerzo suicida que éstos harán para adaptarse
a las circunstancias, tendrá, muy rápidamente, unos efectos
demoledores sobre nuestra ciudad científica. En la Universidad Complutense de Madrid ha quedado muy claro que la actitud del Rectorado frente a la revolución educativa no va a ser diferente así se trate de un equipo de derechas o de izquierdas, pues, por lo visto, hay cosas que no están al alcance de las discusiones políticas[26].
Con la iniciativa de la derecha y
la traición de la izquierda, la Universidad pública europea
está, en cualquier caso, sentenciada. Los diques legislativos
que la protegían de las demandas y exigencias del curso
mercantil de la realidad están siendo desarmados a una velocidad
efectivamente revolucionaria. Construir la geografía de las disciplinas científicas, dotarla de sus Cátedras, Secciones, Departamentos y Facultades, ha sido una labor de 27 siglos de esfuerzos heroicos y de trabajos incansables. Esa geografía representa y encarna la inmortalidad de Aristóteles, de Tomás, de Descartes, Newton, Darwin, Linneo, Lavoissier, Weber, Saussure, Einstein. Es la obra de la historia de la ciencia, ante la cual la sociedad sólo tiene que sentir respeto y a la que sólo se le puede exigir el servicio de que siga siendo respetable.
Es muy difícil hacerte oír en el
interior de la comunidad científica. Para enmendar la más mínima
cuestión a la ciencia sancionada, suelen ser necesarias décadas
de esfuerzos, millares de páginas, ejércitos de colaboradores.
Es una locura y un insensato absurdo legislar de modo que se
otorgue al mercado el derecho a tomar ahí la palabra. Ni siquiera sabemos en qué momento se legalizó y generalizó el despido libre y el contrato basura contra el que lucharon generaciones y generaciones de obreros que se dejaron la piel obligando a la Historia a dejar un rincón para el Derecho en su interior. Y es que las obras de la libertad se construyen con mucha dificultad contra la Historia, pero se derrumban con suma facilidad. Los retos y desafíos de la Historia nunca son los de la Razón. Al decidirse por los primeros, Europa está condenada a converger en el desastre. [1] Todos
recordamos a Althusser como el apóstol de esta separación entre LA ONDA® DIGITAL |
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