Brasil 1961; Jânio intentó repetir la conmoción popular que se produjo con el suicidio de Vargas
Entrevista a Moniz Bandeira, de Lorena Paim
El profesor Luiz Alberto Moniz Bandeira en esta entrevista con la periodista Lorena Paim de “Sul 21”, realiza un revelador análisis de las circunstancias en las que el por entonces presidente Jânio Cuadros renuncia a su cargo en 1961. El historiador brasileño indica que estas interpretaciones personales sobre ese gran hecho histórico para Brasil “están basada en los testimonios que me proporcionaron el general Odílio Denys y el almirante Silvio Heck, cuando investigué, en 1976/77, para escribir el libro “El Gobierno João Goulart”, cuya 8ª edición, revisada y muy ampliada, publicó la Editora UNESP el año pasado, 2010.
Además, los propios ministros militares dejaron bastante evidente esta cuestión, en el manifiesto contra la asunción de Goulart, al decir que, “en el marco de la grave tensión internacional, en que vive dramáticamente el mundo de nuestros días, con la comprobada intervención del comunismo internacional en la vida de las naciones democráticas y, sobre todo, en las más débiles, aumentan, con una claridad meridiana, los tremendos peligros a los que se encuentra expuesto Brasil”.
El almirante Silvio Heck, en la entrevista que me concedió, declaró que Jânio Quadros renunció “para volver a la ‘cresta de la ola’, con el pueblo, y convertirse en dictador”, pero “su error fue haber renunciado sin antes haber conversado con nosotros”, o sea, con los ministros militares, y que él quiso a “João Goulart como vice presidente porque sabía que las Fuerzas Armadas no le permitirían asumir”. - Usted retornaba de un viaje en 1961 cuando tomó conocimiento de la renuncia de Jânio. ¿Cuál fue su sensación? ¿Fue una renuncia anunciada y esperada? - Con el fin de responder a esta pregunta, tengo que rememorar algunos hechos. En enero de 1960, con 24 años, yo era redactor político del Diario de Noticias, importante periódico de Río de Janeiro, y su director, João Dantas, determinó que acompañase a Jânio Quadros en la campaña electoral, que él estaba comenzando. Nunca fui simpatizante, mucho menos partidario de Jânio Quadros. Era asesor político del diputado Sérgio Magalhães, del PTB, y presidente del Frente Parlamentario Nacionalista (FPN).
Como periodista, no podía dejar de cumplir la orden de João Dantas, que, inclusive, tenía mucha confianza en mi imparcialidad y capacidad de trabajo. Viajé con Jânio Quadros seis meses, durante todo el primer semestre de 1960. Durante el viaje, escuché en varias oportunidades a Jânio Quadros declarar que procesaría el Congreso ante el pueblo, promovería su responsabilidad, en el caso de que no le proporcionasen las leyes que pedía, culpándolo por la situación del país, por no darle los instrumentos necesarios para gobernar. Jânio Quadros manifestaba el inconformismo de tener que gobernar dentro de los marcos constitucionales. Repetía que no podría gobernar “con aquel Congreso”. A Leonel Brizola, gobernador de Río Grande del Sur, el presidente Jânio Quadros le dijo que, “con aquel Congreso”, dominado por los conservadores, no podría avanzar hacia la izquierda, tomar iniciativas para reformar las instituciones y promover la transformación de la estructura económica y social del país: limitación de las remesas de lucros hacia el exterior, ley anti-trust y reforma agraria. Precisaba, por lo tanto, poderes extraordinarios. Seducido, Brizola comentó con el ex-presidente Juscelino Kubitschek el objetivo de Jânio Quadros y su disposición de apoyarlo. Sin embargo, con Carlos Lacerda, la conversación era diferente, aunque la conclusión fuese la misma. “Con aquel Congreso”, dentro del régimen democrático, no podría gobernar, sin hacer “concesiones a las izquierdas y apelar a ellas”. Necesitaba, en consecuencia, poderes extraordinarios.
Con formación académica, pues era graduado en Derecho, en Ciencias Sociales y Jurídicas, y conocimiento de Historia, pude interpretar las manifestaciones que él realizaba y deducir que su pretensión era poner a la opinión pública en contra del Legislativo y, probablemente, dar un golpe de Estado, sospecha ésta que había comenzado a tomar cuerpo, desde mayo de 1961, en la Cámara de Diputados. Para mí, desde la campaña electoral, estaba claro que la política exterior de Jânio Quadros tenía, en gran medida, un carácter de propaganda política, para mantener a la izquierda en la expectativa y conquistar su simpatía. Y, como jefe de la sección política del Diario de Noticias, poseía innumerables informaciones acerca de los preparativos de un golpe de Estado, a las que se agregaban varias iniciativas que Jânio Quadros estaba tomando en el área militar. Sin embargo, ¿qué golpe? El estallido de la crisis, por lo tanto, no me sorprendió.
En agosto de 1961, fui a Bolivia a realizar una investigación sobre la ejecución de los acuerdos de Roboré, para la explotación de petróleo en Camiri, por parte de empresas brasileñas. De Santa Cruz de la Sierra, que me pareció una ciudad del far-west de los Estados Unidos, en la segunda mitad del siglo XIX, con cadáveres en las calles, luego de un tiroteo entre fuerzas del gobierno y del senador Sandoval Morón, fui a Camiri para colaborar con el trabajo de explotación del petróleo, y después viajé hacia Cochabamba y La Paz.
En La Paz, estaba hospedado en la residencia del embajador de Brasil, Mario Antônio de Pimentel Brandão, cuando él me mostró telegramas del Itamaraty sobre el agravamiento de la crisis política. Decidí regresar inmediatamente a Brasil. El día 25 de agosto, tomé el avión para Santa Cruz de la Sierra, donde me embarqué hacia Brasil, en un aparato de la compañía Cruzeiro do Sul. Y, al llegar a San Pablo, alrededor de las 14 hs, escuché la noticia de que Jânio Quadros había renunciado a la presidencia de la República, pues Carlos Lacerda, gobernador del Estado de Guanabara, había denunciado por la televisión que él estaba articulando un golpe contra las instituciones, con el propósito de adquirir poderes especiales, por medio del ministro de Justicia, Oscar Pedroso d’Horta. Con las informaciones que poseía, me fue fácil concluir que Lacerda había cortado el tumor. Viajé entonces hacia Río de Janeiro y João Dantas, el propietario del Diario de Noticias, me ordenó que fuese inmediatamente hacia Brasilia para seguir la evolución de la crisis.
Seguí los acontecimientos, desde dentro de la Cámara de Diputados, pues el diputado Sérgio Magalhães, mi amigo personal y en cuyo apartamento yo me alojaba siempre, había asumido la presidencia del Congreso, cuando el diputado Ranieri Mazzilli fue investido en la presidencia de la República. Tenía tantas informaciones, de bastidores y cuyas fuentes (muchas de las cuales provenían de los militares) no podía revelar. Así, dos meses después de la renuncia, en noviembre, publiqué el libro el 24 de agosto de Jânio Quadros, en el cual aclaré el enigma, al mostrar que él renunció a la presidencia de la República esperando volver al gobierno con el apoyo de las multitudes. El respetable periodista Carlos Castelo Branco, su secretario de prensa, escuchó decir a Francisco Castro Neves, ministro de Trabajo: “No haré nada para volver, pero considero mi vuelta inevitable. Dentro de tres meses, más o menos, estará en la calle, espontáneamente, el clamor por la reimplantación de nuestro gobierno”.
Marx comentó, en el prefacio al 18 Brumario de Luiz Bonaparte, que la historia se repite, una vez como tragedia, y la otra, como farsa. La renuncia de Jânio Quadros, el 25 de agosto de 1961, fue la farsa con la que él intentó repetir, excluyendo evidentemente el tiro en el corazón, la conmoción popular que provocó la tragedia del suicidio de Vargas, el día 24 de agosto de 1954. Incluso él escribió una carta, diciendo: “Fui vencido por la reacción y por esta causa dejo el gobierno. En estos siete meses cumplí mi deber. Lo he cumplido día y noche, trabajando incansablemente, sin prevenciones, ni rencores. Pero mis esfuerzos para conducir esta nación se vieron frustrados, en el sentido de que fuera por el camino de su verdadera liberación política y económica, la única que posibilitaría el progreso efectivo y la justicia social, a la que tiene derecho su generoso pueblo. Deseé un Brasil para los brasileños, afrontando, en este sueño, la corrupción, la mentira y la cobardía que subordinan los intereses generales a los apetitos y a las ambiciones de grupos o de individuos, inclusive del exterior. Me siento, sin embargo, abatido. Fuerzas terribles se levantan contra mi y crean intrigas o me difaman, inclusive con la excusa de colaboración”. Hasta el estilo de la carta-testamento de Vargas trató de imitar. Después de la renuncia, al embarcarse para Europa, declaró: “Me expulsaron. Pero volveré como Getúlio”.
Quadros se imaginó que podía obligar al Congreso a otorgarle el poder legislativo y entrar en receso permanente, frente a la movilización popular a su favor (que no lo estuvo) y del impasse político y constitucional que se crearía con el veto previsible de los ministros militares a la investidura en el cargo del vice presidente João Goulart. Él pretendía convertirse en una alternativa para la junta militar sugerida por él mismo a los ministros militares. Sin embargo, muchos creyeron que Quadros había sido depuesto por los militares por causa de su política exterior, en defensa de la autodeterminación de Cuba. No obstante, dos meses después de la renuncia, en noviembre, revelé lo que había sucedido, al publicar el 24 de agosto de Jânio Quadros, con prefacio del diputado Sérgio Magalhães, del Grupo Compacto del PTB.
Este fue mi primer libro de ensayo político, que está cumpliendo 50 años, mi inicio como cientista político e historiador. Tuvo una enorme repercusión y fue muy vendido. Y, actualmente, no hay duda en cuanto al objetivo de la renuncia. El propio Quadros confirmó, en la obra Historia del Pueblo Brasileño, escrita en coautoría con Afonso Arinos de Melo Franco, que su propósito había sido forzar al Congreso, obligado por los acontecimientos, a delegarle las facultades legislativas, sin perjudicar, aparentemente, “los aspectos fundamentales de la mecánica democrática”.
- Usted ya declaró que Brizola pretendía, de hecho, en aquella oportunidad, asegurar la vuelta de Jânio. ¿La legalidad tendría, así, este sesgo, y no el de asegurar la asunción del vice, Jango, lo que vino después, tumultuosamente, con los acontecimientos? - Si. No existe ninguna duda sobre esto. El propio Brizola me contó que se imaginó que se había producido una confusión en Brasilia y un golpe militar había forzado a Quadros a renunciar. Después de poner a la Brigada Militar a disposición, desde el balcón del Palacio Piratini, frente al cual la multitud ya se concentraba, él, Brizola, hizo un pronunciamiento, en el cual resaltó que, a pesar de no ser partidario de Quadros, ponía a Río Grande del Sur en defensa de su mandato. En seguida, trató de llamar por teléfono a los distintos comandantes militares, inclusive al general Artur da Costa e Silva, comandante del IV Ejército en Recife, con quien tuvo un incidente. Cuando el sustituto legal - el presidente de la Cámara, el diputado Pascoal Ranieri Mazzilli - asumió el gobierno y los ministros militares - general Odílio Denys (Guerra), almirante Silvio Heck (Marina) y brigadier Gabriel Grün Moss (Aeronáutica) - emitieron una nota, en la cual declararon la “absoluta inconveniencia” del regreso del vice presidente, Sr. João Goulart, que se encontraba en China, y su investidura en la presidencia de Brasil, Brizola percibió que la renuncia de Quadros era irreversible y el movimiento que desencadenó tomó otro sentido. Antes, la legalidad era el mantenimiento de Quadros en el gobierno; después, la asunción en la presidencia de su sucesor constitucional, el vice presidente João Goulart.
- ¿Hoy, usted diría que Brizola tuvo razón? ¿O Jango? ¿Por qué? - ¿En qué Brizola tenía razón? Imagino que su pregunta se refiera a la idea de marchar sobre Brasilia, con el III Ejército y la Brigada Militar, o Jango, cuando aceptó el parlamentarismo. Cualquier respuesta en este sentido sería una mera especulación y las variables son muchas. Estoy convencido, sin embargo, que la marcha sobre Brasilia no sería una simple marcha. Carlos Lacerda nunca fue legalista y, ya en 1954, quería el derrocamiento del presidente Getúlio Vargas y el establecimiento de un “estado de excepción”. Conocía el propósito de Jânio Quadros y estaba involucrado en la articulación del golpe. La traición, que cometió, no fue un mero accidente. Reflejó las contradicciones políticas de los Estados Unidos, donde la CIA y el Pentágono no sólo presionaban a favor de la intervención directa en Cuba, sino que se oponían a las directivas del presidente John Kennedy y del Departamento de Estado, pilares de la Alianza para el Progreso, contrarias a los golpes militares y revoluciones en América Latina.
Lacerda siempre había estado alineado con la CIA, que, según todo lo indica, había financiado la campaña contra Vargas, en la primera mitad de los años 1950, y su diario “Tribuna de la Prensa”. Y la construcción del Muro de Berlín, el 13 de agosto de 1964, tanto agudizó la Guerra Fría como, en consecuencia, aumentó la histeria con respecto a Cuba, cuya soberanía y autodeterminación Quadros defendía desde la campaña electoral. Quadros no era confiable para la CIA y el Pentágono y, en aquellas circunstancias, se plantea como el mayor peligro, en caso de obtener poderes extraordinarios para gobernar. La percepción de la amenaza latente se exacerbó, cuando el Congreso aceptó sin discusión la renuncia de Quadros y la perspectiva real era la ascensión de João Goulart al gobierno.
Esta interpretación personal está fundada en los testimonios que me proporcionaron el general Odílio Denys y el almirante Silvio Heck, cuando investigué, en 1976/77, para escribir el libro “El Gobierno João Goulart”, cuya 8ª edición, revisada y muy ampliada, publicó la Editora UNESP el año pasado, 2010. Además, los propios ministros militares dejaron bastante en evidencia esta cuestión, en el manifiesto contra la asunción de Goulart, al decir que, “en el marco de una grave tensión internacional, en la que vive dramáticamente el mundo de nuestros días, con la comprobada intervención del comunismo internacional en la vida de las naciones democráticas y, sobre todo, en las más débiles, aumentan, con claridad meridiana, los tremendos peligros a los que se encuentra expuesto Brasil”. El almirante Silvio Heck, en la entrevista que me concedió, declaró que Jânio Quadros renunció “para volver en la ‘cresta de la ola’, con el pueblo, y convertirse en dictador”. Pero “su error fue haber renunciado sin antes haber conversado con nosotros”, o sea, con los ministros militares, y que él quiso a “João Goulart como vice presidente porque sabía que las Fuerzas Armadas no le permitirían asumir”.
- ¿Cuál fue el papel de los gobernadores en apoyo a la Legalidad (además del ya conocido papel de Mauro Borges, de Goiás)? - Además de Mauro Borges y, es claro, de Brizola, no se destaca la actuación de ningún otro gobernador en apoyo a la legalidad, lo que no significa, entre tanto, que los demás estuviesen a favor del golpe de Estado. Existía en el país una amplia conciencia legalista e, inclusive, gran parte de los políticos de la UDN no aceptaba la posición de Lacerda, que, en el ámbito del Estado de Guanabara, gobernado por él, había implantado su propio estado de sitio, con censura a la prensa, ejecutada por el periodista Ascendino Leite, y prisión de líderes sindicales. Pero, a decir verdad, la actitud legalista de Brizola fue circunstancial, dado que, posteriormente, él siempre instó a Goulart a dar un golpe de Estado.
Traducido para LA ONDA digital por Cristina Iriarte
Luiz Alberto de Vianna Moniz Bandeira, graduado en Derecho, es doctor en Ciencia Política en la Universidad de San Pablo y profesor titular (jubilado) de Historia de la Política Exterior de Brasil, en la Universidad de Brasilia (UnB). Es Doctor Honoris Causa en las Facultades Integradas de Brasil – UniBrasil, de Paraná, así como en la Universidad Federal de Bahía. En 2006, la Unión Brasileña de Escritores (UBE) lo eligió, por aclamación, Intelectual del Año de 2005, confiriéndole el Trofeo Juca Pato, por su obra Formación del Imperio Americano (De la guerra contra España a la guerra en Irak).
Autor de más de 20 obras, algunas de las cuales fueron publicadas en Rusia, Alemania, Argentina, Chile, Portugal y Cuba. Luiz Alberto Moniz Bandeira fue profesor visitante en las Universidades de Heidelberg, Colonia, Estocolmo, Buenos Aires, Nacional de Córdoba (Argentina) y Técnica de Lisboa. Es Gran Oficial de la Orden de Río Branco (Brasil); comendador de la Orden del Mérito Cultural (Brasil); comendador de la Orden de Mayo (Argentina) y condecorado con la Cruz de la República Federal de Alemania, 1ª Clase.
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