“La piel de Venus”: la perversión como discurso expresivo

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El masoquismo y la sumisión como compulsivas experiencias de ribetes cuasi patológicos constituyen el inquietante disparador de “La piel de Venus”, el nuevo opus del octogenario y ya legendario cineasta polaco Roman Polanski, uno de los creadores más talentosos e influyentes de los últimos cincuenta años.

 Con más de medio siglo de creación cinematográfica a cuestas, Roman Polanski es un artista mayor, que inició su periplo en el cine en la década del sesenta, con “El cuchillo bajo el agua” (1962), “Repulsión” (1965) y “Cul de Sac” (1966), títulos que ya revelaban su predilección por la construcción de atmósferas opresivas y micro-mundos humanos clausurados.

Su carrera, que incluye comedias negras de trazo satírico como “La danza de los vampiros” (1967) y “Qué” (1973), conoció un gran éxito de taquilla con “El bebé de Rosemary” (1968) y “Búsqueda frenética” (1988), entre otros títulos.

LA VENUS DE LAS PIELES (1)Sin embargo, su cima artística la alcanzó con filmes de la talla de “Barrio chino” (1974), “El inquilino” (1976), “Tess” (1979) y “El pianista” (2001), sin olvidar su personalísima adaptación de “Macbeth” (1971), el célebre clásico de William Shakespeare.

En medio de un controvertido caso judicial que lo enfrenta a una severa acusación por abuso sexual a una menor, el realizador sigue derramando su sabiduría artística.

Al igual que “Un dios salvaje” (2011), este film es una nueva adaptación cinematográfica de la pieza teatral “La Venus de las pieles”, del dramaturgo austriaco Leopold von Sacher-Masoch, inspirada en experiencias autobiográficas y más lejanamente en “La comedia humana”, de Honoré de Balzac.

Esa estructura narrativa es la que pauta el desarrollo de la historia, que gira en torno a dos personajes ligados por una suerte de relación tan delirante como obsesiva.

Los protagonistas son Thomas (Mathieu Amalric), un dramaturgo y director teatral parisino que está abocado a la preparación de la puesta en escena precisamente de “La Venus de las pieles” y Vanda (Emmanuelle Seigner), una sugestiva y desprejuiciada actriz.

Absolutamente extenuado y decepcionado por la mala calidad de las  intérpretes que se presentaron al casting, el hombre acepta poner a prueba a una mujer que, a priori, no parece ser lo que busca.

LA VENUS DE LAS PIELES (2)

Empapada por la lluvia que cae copiosamente sobre la ciudad y fuera del horario estipulado para la presentación, esta mujer deberá corroborar sobre las tablas que tiene las cualidades indispensables para sumarse a la propuesta escénica.

Pese a su talante desprejuiciado y vulgar, un detalle no menor es que la mujer se llama Wanda, el mismo nombre del personaje femenino protagónico de la pieza teatral.

A ello se suma su sorprendente conocimiento del texto- que recita prácticamente de memoria- y la comprobación que posee una gran versatilidad para adaptarse a los grandes desafíos que plantea el ambicioso proyecto artístico.

Esa circunstancia transforma al relato en una suerte de ejercicio cuasi obsesivo de perfiles si se quiere hasta patológicos, con el masoquismo y la sumisión como experiencias extremas.

En ese contexto, el protagonista tiene mucho del propio Polanski, cuyo cine inconformista se destaca por la manipulación de las emociones y las pulsiones de los personajes.

Ese es precisamente el disparador de esta relación que mixtura la tensión con la seducción, en una progresión en permanente evolución hacia estadios cada vez más complejos.

En ese contexto y más allá de formatos expresivos, hay una fuerte apuesta a lo teatral y teatralizado, acorde con el discurso que el realizador imprime a su obra.

Al margen de la intrínseca riqueza del libreto, en este caso aflora nuevamente la sabiduría de Polanski como director de actores, en una propuesta que demanda todo el caudal histriónico de los protagonistas.

No en vano se trata de un dueto, en el cual Amalric corrobora toda su intensidad interpretativa, que resulta naturalmente funcional al proyecto artístico.

Empero, lo realmente sorprendente es la actuación de la siempre esplendorosa Emmanuelle Seigner, quien otorga a su personaje una inflexión realmente volcánica que impacta y a la vez subyuga.

Aunque este film esté distante de los títulos más conceptuosos de la ya extensa carrera de Polanski, “La piel de Venus” es un ejercicio cinematográfico tan elocuente como rupturista, acorde con la desbordante creatividad del gran maestro polaco.

Esta es una película osada, provocadora, sensual y por supuesto erótica, que demuele tabúes y apócrifas moralidades, mediante una estética que impacta por su visceral frontalidad y su radical mensaje rupturista.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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