En los dos últimos números de La ONDA se informó que las autoridades del diario La República se disponían a enviarme al Seguro de Paro. Esa “sospecha” fue correcta y a partir del 2 de febrero pasado pertenezco al grupo de uruguayos que pasaron a ocupar otro lugar en el espacio laboral del país.
Conocida esta jugada traté de pararme de la mejor forma, con el fin de superar en conjunto una serie de dificultades que comienzan a preocuparme. Lo cierto es que sentí mi angustia y la de mi familia, a pesar de que recordé que el Seguro de Paro es una conquista histórica de los trabajadores.
Fue así que pasó por mi cabeza una serie de conflictos sindicales que contenían el dolor de quedarse si trabajo, sin el salario total, sin posibilidades de sentir que la vida vale la pena vivirla. Fue así que no pude peinarme ante el espejo, porque detrás de mis ojos veía figuras que no comprendía, que seguramente eran imágenes propias de alguien que siente que la vida se va terminando sin darse cuenta.
En medio de estas reflexiones recordé a muchos amigos que están peor que yo. También analicé las razones de que muchos compatriotas no entendieron realmente la crítica situación que estoy viviendo.
Por todo esto y mucho más me preocupé de que en horas de la siesta aparecían en lo alto de mi cerebro imágenes de San Miguel de Allende, una de las ciudades hermosas de México, donde los trotskistas y comunistas de Estados Unidos van a vivir sus últimas horas, acompañados de sus perros y sus camionetas por cierto modernas. Van derrotados, pero como escribió un compañero de Maldonado: “Queda mucho por hacer pero vaya que no es poco el camino andado. Sin pausa pero sin prisas hay que seguir andando, tejiendo colectivamente un destino mucho más humano. Defender la alegría, esa sigue siendo nuestra tarea”.
Por Raúl Legnani
Maestro y Periodista
Urumex80@gmail.com
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