Recientemente la Universidad Complutense de Madrid le ha concedido el titulo doctor honoris causa, al cineasta griego Konstantinos Gavras, mundialmente conocido bajo el nombre de Costa-Gavras. El rector Carlos Andradas considera que la obra del director griego «es un imperativo categórico de denuncia de la maldad y el odio, es un combate contra la injusticia». De acuerdo con Andradas, «su cine nos saca de la zona de confort en la que vivimos para meternos en la historia de lo que ocurre o ha ocurrido en diversos lugares del mundo, con lo que nos enfrenta a una realidad que a menudo preferimos no conocer».
Gavras es conocido internacionalmente por sus filmes de denuncia política como La confesión, Estado de sitio, Mad city, Amén o El capital. Por ellos ha recibido premios tan prestigiosos como el Oscar (por el guión de Missing y por Z como la mejor película extranjera), la Palma de Oro del Festival de Cannes (también por Missing) y el Oso de Oro del Festival de Berlín (por La caja de música). En Francia ha sido condecorado como Oficial de la Legión de Honor y ahora preside la Cinemateca Francesa. En los últimos años además se está convirtiendo en un habitual de los claustros universitarios porque ya ha recibido cuatro honoris causa. A los de universidades de Bruselas, Tesalónica y La Habana ahora se suma el de la Universidad Complutense de Madrid.
– ¿Qué importancia ha tenido para usted la universidad en su formación como persona y como director de cine?
– Llegué a Francia con una educación muy mala, del sistema educativo griego de ese periodo que no tenía interés y que era muy nacionalista. En Francia descubrí una educación libre, totalmente diferente. En la Universidad de la Sorbona teníamos la posibilidad de discutir con los profesores, de ir a las bibliotecas y encontrar los libros que uno quería, y aquello para mí era una cosa extraordinaria. Después descubrí también el cine, porque el que se veía en Grecia estaba totalmente controlado por la censura y sólo se veían películas de cowboys y de acción, de Errol Flynn, y poco más. Descubrí que en el cine podía haber obras serias, como en el teatro antiguo. En la universidad aprendí además el papel que cumple el ciudadano en la colectividad y que las relaciones eran importantísimas, porque uno no está solo, no puede actuar sólo por su interés, sino que hay otros intereses, y en esas diferencias de intereses hay que encontrar soluciones. La francesa me pareció una educación muy moderna, que lo sigue siendo, porque la educación siempre tiene que ir avanzando, siguiendo su tiempo.
“Tengo claro que la resistencia es esencial en la sociedad, sin ella somos esclavos”
– ¿Qué quiere decir exactamente con eso de seguir su tiempo?
– Es como lo digital, por ejemplo, que avanza cada día. Mis nietos son mucho mejores que yo manejando lo digital. Tienen diez, doce años, y son ellos los que me ayudan. La educación tiene que ser igual, tiene que ser continuada, hay que recibir educación todo el tiempo. Tenía un muy buen amigo, el director Chris Marker, que en cuanto apareció la digitalización lo aprendió todo, y eso que tenía ya más de 60 años. Finalmente hizo películas exclusivamente digitales. Es un ejemplo de cómo debería estar de actualizada la educación, e incluso más la de base que la universitaria.
– Allí en París se licenció en Literatura, ¿nunca se planteó escribir una novela?
– Bueno, cuando hago una película escribo el guión, que es como una novela (risas). En cierto momento me pareció que contar historias con imágenes, en lugar de con palabras, se correspondía más con mi manera de ser, con mi sensibilidad, así que dejé la literatura para centrarme en el cine.
– Un cine en el que ha tenido mucho peso aquello que aprendió en la universidad, de que uno no está solo, de que vive en un entorno político. ¿Cuánta importancia cree usted que ha tenido esa política en sus películas?
– Toda, porque la política no es lo que piensan algunos, que es simplemente votar cada cuatro o cinco años. En realidad la política son las relaciones con los otros cada día. Yo digo siempre que la política es el poder, el poder que tenemos todos sobre los otros y el que tienen los otros sobre nosotros. Es una pirámide y cada uno estamos en una parte de ella. Hay gente cuya política nos toca directamente, es decir que su poder nos afecta de manera directa, y nuestro poder toca a otros. De una manera simplista podríamos entender la política como el manejo que cada uno hace de su poder para conseguir que los otros sean felices. Eso es la política, el comportamiento de cada uno con los otros. Luego está, claro, la gran política que es la que existe para elegir a los jefes, aunque no hay una manera muy razonable para hacerlo porque todos deben hacer promesas que saben que no van a poder cumplir. Aunque esa no es una responsabilidad sólo de ellos, sino que también recae en nosotros, porque no les votamos a ellos sino a esas promesas que no van a cumplir. Es una relación bastante curiosa y esquizofrénica (risas).
«A mí me dicen muchas veces que hago películas políticas, pero realmente pienso que todas lo son.»
– ¿Esa esquizofrenia se puede rastrear en algunos de sus filmes como Arcadia, en la que el sistema hace creer a los parados que la culpa del desempleo la tienen el resto de trabajadores y no el sistema? ¿Cree que la esquizofrenia está en todos los ámbitos?
– En realidad la esquizofrenia se crea con la educación que tenemos, porque vivimos en una sociedad donde el miedo es permanente. No nos dan la posibilidad de vivir sin miedo, de ser libres, de no temer el futuro que nos espera, de no temer por el trabajo o por lo que podemos decir… Esto no está en nuestra educación. Quizás hay países donde sí está, pero yo no los conozco. Ese miedo es explotado por muchos políticos, que afirman que ellos pueden cambiar esa situación.
– ¿Y se puede luchar realmente contra ese miedo?
– Se puede. Yo creo que la cultura puede cambiar esa situación. El cine también puede hacerlo. Por ejemplo, a mí me dicen muchas veces que hago películas políticas, pero realmente pienso que todas las películas lo son en cierto modo. Un filme en sí no es un discurso político, es espectáculo, porque la gente va a ver eso, sentimientos que le hagan reír, llorar, ponerse contento, enfadarse… Luego con esos sentimientos puedes hacer algo, o nada, eso ya depende de cada uno, porque yo soy libre de contar lo que quiera y el espectador es libre de reaccionar o no. Bergman decía algo muy interesante, que hacía películas porque quería atrapar al espectador durante dos horas y mostrarle lo él quisiera y luego, después de la proyección, que cada uno hiciese lo que considerase oportuno. Ese es el papel, no sólo del cine, sino de toda la cultura, pero hoy estamos mucho más sensibilizados ante las imágenes que cuando leemos o cuando escuchamos música o vamos al teatro. El cine penetra mucho más en el espectador que el teatro, así que los directores tenemos una responsabilidad enorme.
– ¿Dónde coloca usted a la televisión? ¿Entre el cine y el teatro, quizás?
La televisión es una cosa extraordinaria porque está en la casa de cada uno. Alguien ha dicho que es una ventana abierta al mundo, y eso es verdad, pero ¿qué se ve a través de esa ventana? Hay gente que decide qué paisaje se ve. Si la televisión fuera libre sería una cosa perfecta, pero hoy en día no creo que lo sea. Hoy tenemos las series de televisión que tienen mucha audiencia, pero que no es algo nuevo, ya en el siglo XIX existían seriales en el cine. La pregunta es si se trata de una hora de entretenimiento o si es otra cosa.
– ¿Adoctrinamiento?
– Algo parecido. Hay una palabra muy interesante en griego que quiere decir algo así como “dirigir el alma”, y podríamos considerar que el espectáculo dirige el alma. Así que según lo que diga ese espectáculo así nos dirige. El mejor ejemplo es el teatro antiguo, que veinticinco siglos después se sigue viendo en todo el mundo, y lo mismo ocurre con otros como Shakespeare o el teatro francés clásico. Son historias metafóricas que juegan un papel enorme en la sociedad desde siempre, y eso puede ser también el papel del cine.
– ¿Cree usted que su cine tiene ese contenido metafórico?
– Cuando las hago quiero que si las tengan, pero si lo tienen o no, no quiero saberlo.
– Alguna vez ha comentado que gran parte de sus filmes reflejan la resistencia contra las injusticias. ¿Es lo que más le preocupa de este mundo en el que vivimos?
– Lo cierto es que la resistencia me parece interesantísima. Amén, por ejemplo, muestra una resistencia directa, pero desesperada por parte de sus dos protagonistas, el oficial nazi y el cura. Resisten los dos sabiendo que no tienen nada que hacer. Creo que la resistencia también debería estar en la educación, porque hay que resistir siempre, con lo que no quiere decir que siempre haya que coger las armas. Tengo claro que la resistencia es esencial en la sociedad, sin ella somos esclavos.
– Ha tratado temas tan variados como el nazismo, el periodismo, el capitalismo más salvaje, el paro, el conflicto entre Israel y Palestina, los desaparecidos en la dictadura de Pinochet… ¿Hay algo de lo que le gustaría hablar y que todavía no lo ha hecho?
– Resistir contra la Comisión Europea (risas). De momento es solamente una idea, porque para hacer cine hay que tener una historia con una evolución dramática, y no es fácil encontrar esa historia.
“No nos dan la posibilidad de vivir sin miedo, de ser libres, de no temer el futuro que nos espera”
– No ha sido nunca un director muy prolífico. ¿Es por esa dificultad para encontrar la historia
idónea que contar?
– Yo creo que hay que vivir y ver qué está pasando a nuestro alrededor. No tengo un programa para hacer mis películas, porque creo que nacen con mis sentimientos. Por ejemplo, con el tema de la Comisión Europea, conocí muy bien al señor Durao Barroso, que fue su presidente, y que era un personaje perfecto porque hacía todas las promesas que uno quería escuchar, y todas eran mentiras tremendas. Al momento de tomar la decisión hacía justo lo contrario de lo que había dicho.
– ¿Sería un gran personaje, un gran cínico?
– No, cínico no. Era un personaje que estaba para proteger los intereses de ciertas clases de la economía y de la política, el supercapitalismo. Lo defendía no por cinismo personal, sino por el interés de otros, aunque probablemente sería esa también su propia ideología. Era totalmente inaceptable.
– En ese capitalismo que usted denuncia, destaca Estados Unidos. Usted rodó varias películas en Hollywood. ¿Tuvo algún problema, alguna cortapisa con la industria cinematográfica de allí?
– Yo trabajé con una serie de imposiciones, porque les dije que quería trabajar con mi equipo francés, con mis responsables de iluminación, fotografía y sonido, y que quería hacer la postproducción en Europa, no en Hollywood, además exigí elegir las historias que yo quisiera, así como el reparto y participar en el guión. Cuando aceptaban mis condiciones yo hacía las películas, porque al fin y al cabo a cualquiera le gusta trabajar en Hollywood, porque aquello es la meca, el sueño. Aunque a veces, y para muchos que yo conozco, ese sueño se convirtió en una auténtica pesadilla.
– ¿Podría volver a rodar en Estados Unidos?
– No creo. En estos últimos diez años ha cambiado mucho, radicalmente. Hablé con el productor que trabajó conmigo en Missing, y me dijo que hoy sería imposible hacer ese filme. Él, que había sido un productor importante, estaba haciendo La máscara del faraón, porque hacía eso o no trabajaba. Todo ha cambiado radicalmente porque todo está en manos de la economía y ya no hay grandes productores preocupados por el cine. Hollywood depende enteramente de los economistas, que se dedican a repetir éxitos, o al menos a intentarlo. Eso sí, también hay mucho cine independiente en Estados Unidos.
– ¿Ese cine no tiene el problema de la distribución?
– Sí, claro, porque la distribución pertenece a las majors, a los grandes estudios. Ocurre en todo el mundo, y así que lo que se hace en Francia los americanos no lo van a ver.
– ¿En Francia sigue existiendo la excepcionalidad cultural para proteger su cine?
– Sí, sí, ha existido con todos los gobiernos desde que empezó con De Gaulle. Me han dicho que en España han cortado totalmente las ayudas al cine y a la cultura, que es algo que hacen todos los gobiernos tradicionales, que lo primero que cortan es la cultura, aunque no suponga mucho dinero. El sistema francés, que es muy complicado, permite hacer muchas películas y además permite rodar entre treinta y cuarenta, según el año, a directores noveles, con la idea de que el cine se renueve permanentemente, y aunque algunos nunca vuelvan a rodar nada más, otros sí lo harán.
– Para terminar, ¿si tuviera que elegir alguna de sus películas con cual se quedaría?
– Para mí las películas son como los hijos o las hijas. Algunos tienen éxito en la vida y otros no. A mí los filmes que no han tenido éxito me gustan más. Por ejemplo, alguna como Hanna K. que no tuvo ningún éxito, y no quiero saber la razón, me parece que cuenta una historia muy adecuada para el momento de su lanzamiento y proba
Entrevista de Jaime Fernández
Fotografía: J. de Miguel
Fuente: tribunacomplutense
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