Una conciencia del Uruguay moderno

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Es una responsabilidad verdaderamente grande, tener que hablar de uno de los grandes universitarios que tuvo este país, como lo fue el Ing. Eduardo García de Zúñiga. Cuando uno se introduce en la vida de García de Zúñiga, se introduce en esa voluntad de desarrollar todo aquello que la Universidad nos dio. Y cuando en situaciones muy difíciles que ha pasado nuestra Universidad y que – por supuesto – las ha logrado resistir y, en alguna de ellas, hasta sobrevivir, fueron precisamente figuras como las de García de Zúñiga las que alentaron, con su legado, ese esfuerzo formidable para que hoy siga siendo la Universidad de la República.

Por supuesto, tenemos que agradecer y decir el honor que se nos ha hecho al invitarnos a participar y hacer esta exposición. Quienes están al frente de la organización de este evento académico, han querido que este acto inaugural se realizara aquí, en esta Facultad de Ingeniería, en la cual – como lo señalaba el Decano y como lo sabemos – García de Zúñiga fue un partícipe activo y fundamental desde el proceso mismo de su creación. Como estudiante, como docente, como integrante de sus órganos de cogobierno y como Decano. Por supuesto, quiero además agradecer al Consejo de la Facultad de Ingeniería, que resolvió auspiciar este evento y darle, por tanto, un carácter institucional a este emprendimiento académico con la participación de nuestro Decano, Héctor Cancela.

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Excedería nuestros propósitos trazar una biografía de la multifacética personalidad del Ing. García de Zúñiga. Simplemente, decir que nació el 30 de septiembre de 1867 y falleció el 2 de abril de 1951. Se recibió de ingeniero civil con una tesis sobre un viaducto metálico. Me parece importante leer la presentación que hizo aquel joven egresado de su tesis, porque en ella está contenido todo lo que después va a ser García de Zúñiga, en función de la incorporación a un proceso histórico y social muy importante. Decía en su tesis: “Poco importa que el territorio de nuestro país sea pequeño, si fomentando en él ciencias, artes e industrias, abriendo nuevas carreras al trabajo y a la inteligencia, llevando a cabo obras públicas, conseguimos aprovechar todas las fuentes productivas de su suelo. Que al fin, la medida de la grandeza de una nación, sólo debe buscarse en el grado de actividad y cultura de su pueblo, en el más o menos perfecto desarrollo de todos sus organismos vitales y en la talla moral e intelectual de sus hombres”. Acá está Eduardo García de Zúñiga. Esta es la personalidad sobre la cual nosotros vamos a hacer algunas referencias de inserción en su época y en su proyección.

Fue profesor de Álgebra Superior y Cálculo Infinitesimal en la Facultad de Ingeniería, en aquella época, Facultad de Matemáticas. Pero, a su vez, fue catedrático de Matemáticas Superiores, en la Facultad de Ciencias Económicas. Fue presidente del Consejo de Obras Públicas, fue jefe de la Dirección del Puerto de Montevideo, fue miembro del Directorio de la Administración Nacional de Puertos, fue jefe de Dirección de los Ferrocarriles, miembro del patronato de la Sociedad de Matemáticos Españoles, integrante de la comisión encargada de estudiar las propuestas de obra de aprovechamiento hidroeléctrico del Río Negro, miembro del Instituto Histórico y Geográfico del Uruguay, fundador y primer presidente de la Asociación de Ingenieros del Uruguay. Fue Doctor “Honoris Causa” de nuestra Universidad y profesor “Ad Honorem” de nuestra Facultad. Esta es una síntesis demasiado sintética para esa proyección formidable de quien nos ocupamos en esos momentos.

El título de nuestra exposición es indicativo del caminar que trazaremos: “Eduardo García de Zúñiga – Una conciencia pionera en la construcción del Uruguay moderno”. Es decir, lo que aquella generación pionera estableció como paradigma de la acción social del ingeniero, en un país que pugnaba por dejar de ser factoría, contribuyendo desde su preparación profesional, a construir las bases materiales y espirituales de una nación soberana. Magna empresa que cumplieron a conciencia, dejando sus esfuerzos y enseñanzas como herencia vigente para las actuales generaciones de universitarios. El 12 de octubre de 1892, en oportunidad de celebrarse el 4° centenario de lo que se llamaba “El Descubrimiento de América”, se produjo la colación de grado de la primera generación de ingenieros nacionales. Tres jóvenes egresados de la Facultad de Matemáticas, novedosa institución de la Universidad de la República, creada por la ley orgánica de la Enseñanza Secundaria y Superior de 1885 y que incluyó – hasta 1915 – las orientaciones de Ingeniería, Arquitectura y Agrimensura. No fue una casualidad que aquellos tres primeros egresados – José Serrato, Pedro Magnou y Eduardo García de Zúñiga, se les calificara como Ingenieros Nacionales. Esa calidad tenía que ver, no sólo con la nacionalidad de esos estudiantes, sino – fundamentalmente – porque en su formación curricular, ellos concentraron la potencialidad de una concepción educativa y cultural instituida en las reformas de la enseñanza, impulsadas en sus tres niveles por José Pedro Varela y Alfredo Vázquez Acevedo e, institucionalmente, por la Sociedad de Amigos de la Educación Popular. El soporte filosófico de esa concepción fue el “positivismo” – según la versión de Spencer – y la fuerte matriz “materialista” que le imprimió la adhesión de estos intelectuales a la Teoría Evolucionista “darwiniana”, lo cual le impuso al proceso de la enseñanza, que educar no era un ornamento destinado a elites privilegiadas, sino que – a partir del conocimiento de la realidad – el objetivo era transformarla y que en esa transformación intervinieran amplios sectores de la población. La consigna levantada por José Pedro Varela, fue que la educación fuera un instrumento para conquistar la más amplia democracia. La dinámica actividad profesional y política que desplegaron a lo largo de su vida estos tres ingenieros nacionales, es una prueba de la asimilación de los contenidos progresistas, de esa verdadera revolución cultural, que se materializó en las reformas educativas.

Situándonos dentro de este contexto histórico y social, es necesario insistir que, para comprender la acción de esta generación de ingenieros, hay que tener siempre presente que fue decisiva en la forja de su conciencia social, la insistencia de José Pedro Varela en que es la política quien orienta y guía la aplicación de la ciencia en el proceso productivo. Precisamente, fue este abordaje epistemológico de la ciencia, el que se encarnó en la conciencia social de esta generación, asumiendo – desde el principio de su actividad profesional – la sentencia que José Pedro Varela sostuvo con energía. Y cito a Varela: “Desde que abandonan el terreno de lo abstracto y se aplican a la industria, a las artes, al comercio, las ciencias experimentales toman en cuenta las rutinas políticas y sociales y a ellas se subordinan”. Este fue un inapreciable equipamiento ideológico, el cual les permitió ingresar en los cuadros técnicos del Estado, no como tecnócratas ascéticos o burócratas adocenados, sino como concientes participantes de un audaz proyecto político que culminaría – gracias a su soporte – con la cimentación de las bases del Uruguay moderno.

La formación profesional de estos primeros ingenieros nacionales, transita en el complejo marco histórico-social que vivió el Uruguay en el último tercio del siglo XIX. Períodos de auges y crisis económico-financieras, profundas transformaciones tecnológicas y cambios políticos e institucionales y la conmoción que produjeron las batallas ideológicas, en relación con el destino nacional. En un ambiente cultural moldeado entre contradicciones y antagonismos sociales, las perspectivas de acción de estos jóvenes ingenieros nacionales, también formados por cientificismo positivista, coexistieron en el mismo espacio geográfico y político, a veces pacíficamente y otras como antagonistas, con los representantes – por ejemplo – de la vanguardia poética montevideana del Modernismo Latinoamericano, cuya genidad con la realidad de estos países se refleja en su estética y temática poética. Con las influencias de las nuevas corrientes filosóficas, como el “pragmatismo”, el “irracionalismo” y el “anti-espiritualismo”, en las versiones de Bergson y Nietzsche y las vertientes políticas y sociales afines al “anarquismo” y al “socialismo”. Tuvieron que confrontar en un conflictivo medio social que, como declaró José Serrato, “No los esperaba con los brazos abiertos”, y del cual el Decano, Ing. Juan Monteverde advertía sobre los peligros como el cosmopolitismo decadentista y fecundo, representado para un país que luchaba por su emancipación económica, que, según Monteverde, terminaría, y lo cito: “…debilitando la fibra de la población nacional, fomentando la empleomanía y el parasitismo y no poniendo los medios necesarios para que se dedicara al trabajo industrial y comercial, que independiza a los ciudadanos y los hace menos susceptibles a las influencias del medio enfermizo”.

Los tres primeros ingenieros nacionales, constituyeron la avanzada del programa económico y social del capitalismo de estado, cuyo trazo doctrinal fue establecido en la Ley de Aduanas de 1988, año que sugestivamente coincide con la iniciación de los cursos de Ingeniería. Todo el programa de política económica nacionalista, proteccionista, estatista e intervencionista que defenderán nuestros ingenieros nacionales, está inscripto en la brillante fundamentación de la ley que realizara la Comisión de Hacienda de la Cámara de Representantes, alguno de cuyos párrafos citamos: “Debido a nuestra posición geográfica y topográfica y a otras diversas circunstancias que nos convirtieron en un gran mercado para todos nuestros vecinos, adquirimos – desde la época colonial – cierta importancia comercial que creció por algún tiempo. Pero es menester que nos demos cuenta que estos medios de prosperidad son forzosamente transitorios y no consultan la expansión progresista a que podemos aspirar y las condiciones más primordiales a la independencia económica de una nación. Todas las preponderancias comerciales que nos presenta la historia, han sido relativamente cortas. Pero nosotros, ¿qué podemos esperar como nación comercial, cuando gran parte de los elementos del comercio no son nacionales y los capitales nacionales son siempre inciertos? Se van como vienen, a cualquier azar o frustración. No toman jamás arraigo, son viajeros caprichosos. Darán vuelta mañana la espalda a lo que hoy buscan solícitos. Nos falta la base esencial para el comercio propio, que es la Marina Mercante. Y mientras no tengamos más que materias primas como producción nacional para adquirir con ellas los productos manufacturados que se nos traigan, seremos – por el hecho – una especie de factoría extranjera. La constitución de una nacionalidad y de una independencia económica está en el poder industrial propio. Es decir, en los medios que tenga el país para desarrollar – de un modo armónico – sus fuerzas productivas y de ensancharla y multiplicar los empleos del trabajo nacional, así como las inversiones fijas del capital”. Sobre este soporte ideológico, la convalidación política de la Asociación como técnicos del Estado, fue anunciada por el presidente José Batlle y Ordóñez, al finalizar la guerra civil de 1904, cuando declaró: “Si en 1904 necesité de los generales del ejército para asegurar la paz, en 1905 debí recurrir a los ingenieros para asegurar el progreso del país”. Con tal contundente afirmación, se inauguraba un nuevo tiempo histórico para el Uruguay: el tiempo de los ingenieros.

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Sin lugar a dudas, García de Zúñiga fue uno de los relevantes protagonistas en este tiempo de los ingenieros. Al compromiso con los objetivos económicos y sociales que puso en marcha el proyecto político encabezado por José Batlle y Ordóñez, García de Zúñiga le imprimió una original propuesta cultural. Es necesario identificar algunos rasgos destacables en su activa participación como uno de los cuadros técnicos más importantes que actuaron desde los organismos estatales, como especialista en cuestiones de transporte – especialmente en los ferrocarriles -, de puertos y de represas hidroeléctricas. En estas áreas, su inicial formación profesional se perfeccionó con estudios especializados, realizados en Europa. Tanto en la cuestión de puertos como en el transporte ferroviario y la búsqueda y explotación de fuentes energéticas autóctonas, eran áreas claves para hacer visibles las reales raíces de un poder opresor extranjero, revelando así la compleja red económica-financiera creada por el Imperio Británico como mecanismo de la dependencia. Ese Imperio Informal Británico – como lo ha calificado el historiador Peter Winn – hacía invisible la dependencia económica, ocultándola bajo la ilusión que su dominio económico, financiero y tecnológico, era sinónimo de civilización y cultura.

Contra esa ilusión, que se materializaba en haber convertido al país en una factoría extranjera, lucharon nuestros ingenieros nacionales. Lo pudieron hacer con señalado éxito, pues su formación profesional en la universidad reformada, no estaba recluida en un ámbito curricular exclusivamente técnico, sino que también les aportó los elementos constituyentes de una concepción ideológica de fuerte contenido nacionalista, herramienta política necesaria para enfrentar la dura lucha por la independencia económica.

Si bien García de Zúñiga participó integrando los organismos estatales en defensa de la independencia económica y se enfrentó con los intereses de las empresas inglesas, no adhirió al radicalismo antibritánico que a esta política le imprimió el batllismo en su primera época. Mantuvo siempre una alta estima por Gran Bretaña. Fundamentalmente realzó los aportes que a la cultura mundial habían realizado sus grandes científicos y, entre todos, destacaba a quien más admiró, Isaac Newton. El propio García de Zúñiga, ha dejado autorizado registro de esas actividades en informes técnicos, conferencias con amplios auditorios, artículos en publicaciones nacionales e internacionales. Y en el caso del proceso de modernización del Puerto de Montevideo, una obra esencial sobre el tema en colaboración con el historiador José María Fernández Saldaña, “Historia del Puerto de Montevideo”, edición original de 1939, que cubre las etapas de su evolución desde la época colonial, hasta el año 1931 y que García de Zúñiga, no sólo le aporta su visión técnica – porque él estaba al frente de la Dirección de Puertos -, sino que, además, su gran visión de lo que implicaba el puerto para el desarrollo nacional. Nuestra Facultad, junto con la Administración Nacional de Puertos, ha vuelto a editar esta historia en el 2010. Nosotros recomendamos siempre la lectura de esta obra, dado que ella contiene cosas muy importantes, como lo son los grandes debates con las empresas internacionales que hicieron el Puerto. De allí surge y emerge, verdaderamente, con gran fuerza (y esas discusiones parlamentarias están transcriptas en el libro de Saldaña y García de Zúñiga), las discusiones del papel que cumplen las corporaciones internacionales sobre el desarrollo nacional. Siempre recuerdo – y lo trasmito – una frase de uno de los más grandes polemistas dentro del parlamento, a favor de un puerto construido por las fuerzas nacionales, que fue el Dr. Soca. Porque él comparaba en su análisis lo que hacía – además – García de Zúñiga, Serrato, etc., fuera, en la esfera puramente técnica de los organismos ministeriales. Él comparaba las comunidades de ingenieros nacionales con las comunidades de ingenieros internacionales. Y decía que, como principio – y yo diría, pedantemente, como principio epistemológico -, hay que tener en cuenta siempre que los ingenieros al servicio de las empresas, son siempre sospechosos. Creo que es una buena frase para evocarla, cuando se está trabajando sobre estos problemas.

La lectura de estos materiales a los cuales me referí – fundamentalmente esta historia del Puerto – da cuenta de la orientación que García de Zúñiga le imprimió a sus trabajos como ingeniero, orientación que José Serrato expuso en variadas intervenciones públicas en donde lo recordaba como a “un hombre de capacidad excepcional, una de las más altas cumbres del profesorado y de nuestra profesión”. Es precisamente a la memoria del Ing. José Serrato a la que debemos recurrir, para descubrir las vicisitudes que estos ingenieros tuvieron que superar. Desde sus altas posiciones – estoy hablando de Serrato – gubernamentales, parlamentarios, ministros, presidentes de la República y su militancia política en el Partido Colorado acompañando al batllismo, se destacó José Serrato, quien se convirtió en vocero privilegiado de la acción política, de ésta y de las sucesivas generaciones de ingenieros.

Al evocar la trayectoria de la ingeniería nacional, al cumplirse 50 años de la creación de la Facultad, sintetizaba José Serrato los fines y la función del ingeniero, tal como lo entendieron desde aquellos años primigenios. Decía Serrato: “La profesión del ingeniero no es un fin en sí mismo, sino un medio para resolver los grandes problemas económicos y sociales, utilizando para ello los conocimientos adquiridos, en los que predominan los verdaderamente profesionales. Su rol es técnico y social. No puede, pues, el ingeniero ser un mero espectador en lo que constituye el objetivo principal de su profesión. La Facultad, para ello, deberá darles – además – en ciencias políticas, sociales, económicas y financieras, la cultura necesaria para poder llenar ampliamente y con eficacia su cometido en la sociedad”. Esta formidable tarea fue la que cumplió García de Zúñiga como docente y Decano de esta Facultad de Ingeniería. No fue casualidad que el decanato de García de Zúñiga – iniciado en 1905 -, coincidiera con el período innovador del rectorado ejercido por el Dr. Eduardo Acevedo. Esta coincidencia refrenda la íntima vinculación de estas dos altas personalidades universitarias con un proyecto de transformación profunda de la Universidad, que fue abriendo brechas en el progresivo modelo profesionalista, imperante en el Instituto de Enseñanza Superior. En medio de fuertes tensiones, provocadas por la confrontación entre las visiones antagónicas sobre la función de un ingeniero en un país dependiente, García de Zúñiga – coincidentemente con las propuestas de Eduardo Acevedo, al cual acompañaban entre otros destacados intelectuales, la relevante personalidad de Carlos Vaz Ferreira y los jóvenes integrantes del grupo “Ariel” – impulsó la expansión de las ciencias básicas y la incorporación de asignaturas como literatura, historia, filosofía, arte y economía, en la currícula de una facultad básicamente técnica.

Los historiadores Oddone y Blanca Paris, destacan que Eduardo García de Zúñiga era – y lo cito -: “…hombre de una vasta cultura humanística, que asumía el cargo de Decano, en momentos en que Uruguay iniciaba una etapa de auspicioso desarrollo técnico y vial. Fue en ese momento que se discutió el problema básico de los cursos preparatorios para matemáticas, en el que pugnaban dos tendencias: la profesionalista, que procuraba mantener las materias sólo vinculadas a la carrera de ingenieros y arquitectura y; la que pretendía un horizonte cultural más vasto para el estudiante de la Facultad de Matemáticas. Este fue el papel que cumplió Eduardo García de Zúñiga”. No hay que olvidar que, en aquella época, la Universidad estaba integrada a Secundaria, a la enseñanza media.

Yo me voy a permitir un comentario actualizando en torno a esta cuestión, que siempre ha permanecido, como renovándose a lo largo de los años. A más de cien años de aquellas disputas y a pesar de los esfuerzos realizados por autoridades de la Facultad que continúan la misma línea de García de Zúñiga, el problema todavía no se ha dirimido. Hoy día hay universitarios que siguen defendiendo una formación estrictamente profesionalista, agravando esta visión con un marcado acento mercantilista, sosteniendo – los patrocinantes de esta postura – que las asignaturas humanísticas no son útiles ni sirven para la formación de los ingenieros. Argumentaciones como éstas, a las que se les atribuye abusivamente el carácter de pragmáticas o realistas, vulgarizando estas concepciones filosóficas, García de Zúñiga dio conceptual y convincentemente respuestas en su actuación, como Decano de la Facultad. También a él hay que remitirse, cuando se entra en disputas como la referida. Y hay que leer los programas, hay que ver las presentaciones que hizo en cuanto a toda esta temática.

Como hemos tratado reseñar anteriormente, entre el amplio despliegue de actividades relacionadas con su profesión de ingeniero – sea en su condición de asesor técnico, integrante de los institutos estatales especializados, transporte ferroviario, puerto, caminos, energía -, para García de Zúñiga la cultura era un factor decisivo y esencial para profundizar y, a su vez, acrecentar el desarrollo material del país. En el plano cultural, hemos adelantado alguna de las propuestas básicas, concentradas en la formulación de una currícula donde las ciencias sociales y humanas constituyeran, en armonía con las ciencias naturales, físicas, matemáticas y las tecnológicas, la matriz del proceso educativo del ingeniero. ¿Cuál fue el sentido que nuestro ingeniero consideró esencial en el proceso cultural, para proyectarlo como fuerza dinámica en la modernización del Uruguay? La concreción de ese programa cultural fue una apertura para dar respuesta a esta interrogante, pues, en la identificación de esa base esencial debe ubicarse, en primer plano, la condición de García de Zúñiga como universitario. Su adhesión y defensa a los principios de democratización de su estructura y organización – principalmente la autonomía y el cogobierno que inspiraron los universitarios en sucesivas etapas de la azarosa vida de nuestra Universidad -, forjaron esta personalidad que fue García de Zúñiga. Fue el que enriqueció todos los horizontes de su militancia social, en función de una concepción humanística integral, entendiendo por tal, la fermental integración de la ciencia, de la tecnología y de las humanidades, fundamento de una avanzada concepción educativa y cultural, donde la teoría y la práctica se nutren recíprocamente. Como en muy pocos intelectuales de su época, en García de Zúñiga ha sido carne la máxima latina: “Nada de lo humano me es ajeno”.

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García de Zúñiga

Repasemos algunos aspectos de esta propuesta. En una etapa de nuestra vida cultural, donde la historia de la ciencia estaba huérfana de representantes, únicamente expresada por las investigaciones de los historiadores de la medicina, García de Zúñiga inició el abordaje de esta disciplina de una de sus ramas – las matemáticas – y estimuló su desarrollo. El despliegue de esa visión humanística integral lo constituye esa labor, también precursora, en el campo de la Historia de las Matemáticas, con cursos dictados por iniciativa del Centro de Estudiantes de Ingeniería, con traducciones directamente del latín al castellano de los “Axiomas o Leyes del Movimiento” – capítulo fundamental de los principios matemáticos de la obra cumbre de Isaac Newton. Esta selección fue publicada en la colección “Austral” en el año 1943 y es una de las primeras versiones directamente del latín de la obra de Newton y la conferencia dictada en el salón de actos públicos de la Universidad – dos años antes – sobre el propio Newton, que también fue editada. Para conocer esa vocación de historiador de la ciencia, vale leer el hermoso prefacio que se realizara en la 2ª edición de la “Historia de la Física”, de Paul Schurmann. Hay una 1ª edición de los anales de la Universidad de 1937 y la 2ª edición fue publicada en dos tomos por la editorial “Nova” de Buenos Aires, en 1945, que también tiene prólogo de García de Zúñiga. Allí García de Zúñiga declaraba esto: “Y hay otra razón más personal, aún, que me atrae hacia el bello trabajo de Schurmann y es que yo mismo cultivo desde hace tiempo y con vivo entusiasmo la historia de la matemática, tan estrechamente enlazada a la historia de la física, que con ella se confunde en más de un capítulo”.

Relacionado con sus inquietudes intelectuales, García de Zúñiga fue conciente del papel que cumplen las bibliotecas universitarias en la construcción y consolidación de la cultura nacional. Por eso transformó la biblioteca de la Facultad de Ingeniería. Más allá de los imprescindibles textos directamente vinculados con la enseñanza, en un formidable repositorio de obras clásicas de Historia de la Ciencia, muchos de ellos en sus ediciones originales, único en el ámbito sudamericano. Y tengo que decir algo que me parece importante. Porque acá hay que reconocer – ya que hay algún bibliotecólogo por ahí – el papel que hay cumplido nuestros bibliotecarios en nuestra Facultad y, fundamentalmente, en las horas aciagas de la dictadura. El director de aquella época era Chiacchio y yo creo que contribuyo a salvar este repositorio, porque la intervención tuvo una actitud de genocidio cultural. Y se genocidio cultural se dirigió a toda obra que no pudieran comprender o entender, o que tuviera autores sospechosos por su apellido, o por sus títulos. Todo eso lo barrieron de las bibliotecas. Y, por suerte, acá no pudieron llegar, a este cuerpo que García de Zúñiga había adquirido. Y yo creo que lo hubieran vendido. El costo de estos textos es tremendo, es un costo altísimo. Donde a alguno se le hubiera ocurrido leer un catálogo sobre libros viejos y hubiera comparado lo que había en esta Facultad, nos hubiéramos quedado sin libros, porque la rapiña llegaba a ese grado. Entonces, yo simplemente recuerdo a Chiacchio, que fue el primero que hizo un primer catálogo de aquellos libros y eso fue una protección de ese “tesoro”. No quería dejar pasar de recordar esto, sin recordar a quien nos ha salvado de ese repositorio, o contribuyó a salvarlo, porque también intervinieron otros, por supuesto.

Pero García de Zúñiga – continúo – fue mucho más que un entusiasta coleccionista de libros clásicos. A su vez, él tenía una muy buena biblioteca. Massera recuerda – ya con García de Zúñiga en sus últimos años – que él y Laguarda iban a visitarlo a su casa y ahí se encontraban – primero – con la generosidad y bondad de García de Zúñiga con respecto a los jóvenes, a los alumnos, a los estudiantes y a sus propios colegas. Y, segundo, con esa magnífica colección de textos que tenía, lo cual, Massera reconoce que fue parte de su propia formación. García de Zúñiga fue organizador de la biblioteca, de la cual hizo el primer catálogo metodológicamente estructurado, al incorporar – en 1912 – como normativa, la clasificación decimal. No sé si estoy hablando bien desde el punto de vista técnico, ¿no? Pero fue eso. Tanto es así, que adquirió – para los propios bibliotecólogos – esa dimensión de bibliotecólogo. Y García de Zúñiga fue nombrado “bibliotecólogo honorario” de esta biblioteca. Es decir, más allá del título y su formación, tuvo el título y la formación en función de esa capacidad creativa, incentivado además por su tremenda forma de abastecer a este país de cultura, de integrarlo a la cultura universal.

García de Zúñiga fue un hombre de concreciones prácticas. Su militancia como humanista integral no quedó reducida a las trascendentes actividades intelectuales que he mencionado. Asumió con responsabilidad y rigor, ser partícipe activo en la creación de dos instituciones de enseñanza superior, ambas orientadas a promover los estudios e investigaciones, fuera de los condicionamientos estrictamente profesionalistas. Con ese objetivo actuó desde la presidencia del Instituto de Estudios Superiores, una magnífica y fecunda institución de enseñanza superior que todavía espera su historiador y que ha dejado un invaluable legado de producciones e investigaciones originales en todas las ramas de las ciencias y las humanidades, registrada en cursos y publicaciones, producciones que, todavía, están como silenciadas, en un olvido. La otra institución universitaria creada por el formidable y persistente esfuerzo de Carlos Vaz Ferreira, fue la Facultad de Humanidades y Ciencias, en la cual García de Zúñiga integró su primer Consejo Directivo. Y – sobre esto – quiero hacer una referencia de carácter personal y no me excuso por hacer referencias de carácter personales. Yo creo que no es ocasión para exponer nuestras objeciones a la concepción desde la cual se creó la Facultad de Humanidades y Ciencias. Pero sí es oportuno que se subraye que la participación de García de Zúñiga – desde sus organismos de dirección -, quizás haya sido un factor que lograra limitar alguno de los perfiles utópicos que contenía aquella – para mí – equívoca consigna de los estudios desinteresados, sobre la cual se fundamentó la necesidad de su existencia. Estamos convencidos que de esa forma se pudo evitar que por exceso, una institución universitaria dedicada a la enseñanza de investigación, en un ámbito de integración disciplinaria, dentro de un contexto internacional de creciente mercantilización del conocimiento científico, se debilitara hasta sucumbir. Y se dilapidara un aspecto sumamente positivo dentro de los fines de su creación, es decir, el desarrollo de las ciencias básicas y contribuir a la formación de comunidades científicas altamente calificadas.

Podríamos seguir avanzando sobre la obra del Ing. Eduardo García de Zúñiga, pero mi intención es que este sintético panorama de una vida tan fecunda y activa, abra el interés por seguir descubriendo perfiles inéditos de esta formidable personalidad intelectual, surgida en los albores mismos de la vida de la Facultad y que siguió transitando con dignidad, responsabilidad y compromiso social su actividad como universitario, hasta el fin de su vida. Como hemos tratado de exponer, García de Zúñiga integró una columna de universitarios que se realizó en la forja de crear un país soberano. Aunque se hayan producido radicales cambios en la realidad nacional, regional e internacional, el legado que orientó su lucha política y cultural por construir un país modelo, sigue vigente. Pero hoy – como en aquel ayer – la opción para nuestro país sigue estando, o en resignarnos y ser factoría, o persistir con inteligencia, conocimiento y vigor, en construirnos como quería García de Zúñiga, nación. Personalmente, no tengo la menor duda que la mayoría de los que estamos presentes en esta reunión, frente a los retos y riesgos que nos ofrece este tan convulsionado presente, nos sentiremos discípulos de García de Zúñiga. Y como él y todos los que integraron tantas generaciones de ilustres ingenieros, comprometidos en seguir luchando por ser Nación.

Por Prof. Alción Cheroni
Transcripción de la versión grabada por La ONDA digital de la conferencia realizada en la Facultad de Ingeniería de Udelar.

Cheroni es profesor de epistemología y ciencia, Tecnología y Sociedad de la Universidad de la República; Director del departamento de Historia y Filosofía de la Ciencia, Instituto de Filosofía Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación; Jefe del Departamento de Inserción Social del Ingeniero, Facultad de Ingeniería y autor de varias publicaciones.

* Esta es la primera conferencia del ciclo en homenaje a Eduardo García de Zúñiga que se extenderá hasta el 8 de octubre. Participarán investigadores del Uruguay y de la región.

La ONDA digital Nº 669

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