La visceral persecución ideológica con un fuerte componente autoritario y liberticida en un país que siempre se ufanó de su presunta vocación democrática, es la propuesta temática que aborda “Regreso con gloria”, la película testimonial del realizador estadounidense Jay Roach.
El film recrea la tumultuosa historia real de Dalton Trumbo, novelista, director de cine y uno de los más célebres guionistas de todos los tiempos, que en este caso es encarnado por Bryan Cranston.
Más allá que su indudable talento le permitió ganar dos premios Oscar por los guiones de “La princesa que quería vivir” (1953) y “El niño y el toro” (1956) y pasar a la historia por “Espartaco” (1960) -dirigida por el monumental Stanley Kubruck- su fama creció realmente por la persecución a la cual fue sometido por parte de la Comisión de Actividades Antiamericanas.
Ello le deparó un año de cárcel, quedarse sin trabajo y hasta exiliarse en México, desde donde siguió escribiendo y creando clandestinamente.
Fue el guionista mejor pago de su tiempo, hasta que la patología del macarthismo lo acusó de izquierdista y lo sometió a un auténtico calvario por haberse negado a declarar y delatar a sus colegas ante ese tribunal de inquisidores.
Eran tiempos de intolerancia potenciados por la confrontación bipolar de la guerra fría, en cuyo marco cientos de artistas padecieron persecución y hostigamiento.
La película, que está ambientada a mediados de la década del cuarenta, indaga en ese contexto histórico particular, con Dalton Trumbo como una de las víctimas de esa caza de brujas que elaboró “listas negras” para identificar a los presuntos renegados.
Mediante un trabajo que pone un particular énfasis en las actitudes de los actores reales de la época, el film promueve un intenso debate acerca de la prepotencia del poder y su irresistible tentación de aplastar al disidente.
La película, que es una adaptación de la biografía de Trumbo publicada en 1976 por el periodista Bruce Alexander Cook, denuncia la salvaje censura a la cual fue sometido el protagonista, por parte de un comité que desarrolló sus actividades como una suerte de poder paralelo.
Por supuesto, no faltan los mecanismos de sistemática manipulación para lograr imponer un discurso único de neto cuño fascista e incluso antisemita.
Este operativo de amedrentamiento y silenciamiento de voces contestatarias coincide, naturalmente, con una de las fases más viscerales de la enconada lucha entre el bloque capitalista y el bloque socialista que se enfrentaron en la post-guerra.
El director Jay Roach y el guionista John McNamara saben administrar estas tensiones, que confrontan a dos visiones radicalmente antagónicas de la sociedad y de hace más de sesenta años.
En ese marco, es muy explícita la miopía intelectual y el enfermizo dogmatismo de quienes se arrogan el derecho del monopolio de la verdad y se autoproclaman custodios de un statu quo sesgado y mentiroso.
Por supuesto, lo que aquí está en juego es nada menos que la libertad y la inalienable prerrogativa de expresarse sin cortapisas ni eventuales condicionamientos.
Pese a que esta es la peripecia de un exiliado, que padeció la censura, el descrédito y la marginación, la historia mixtura adecuadamente la materia política con lo artístico.
Esta faceta se torna por supuesto muy testimonial cuando se recrean todas las implicancias entre el personaje y los premios Oscar, en la medida que cosechó dos estatuillas doradas recurriendo a testaferros, ya que su nombre estaba prohibido como si se tratara de un personaje indeseable y contaminante.
En ese sentido, queda claro que el propósito de los inquisidores fracasó estrepitosamente, ya que –pese a sus prácticas inmorales- no lograron silenciar la voz del desterrado.
El film aporta también una visión sombría del Hollywood de la época, recurrentemente cruzado por ambiciones, actitudes mezquinas y obsecuencias al discurso hegemónico.
Ese universo, que a los ojos del espectador tiene más de ficticio y de lúdico que de real, funciona en este caso como una muy bien disciplinada organización al servicios de los intereses subalternos del poder de turno.
“Regreso con gloria” es una película testimonial, que trasciende al mero propósito de reconstruir la escenografía de la industria cinematográfica de la época, brillantemente actuada por Bryan Cranston, al frente de un reparto de lujo.
Este film es, ante todo, un potente alegado de fuerte acento documental, que denuncia las demenciales tropelías perpetradas por siniestros personajes que construyeron un statu quo conservador y visceralmente regresivo.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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