“Conspiración y poder”: la amputada libertad de expresión

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El periodismo de investigación como una suerte de mandato ético que trasciende a lo meramente profesional sin reparar en eventuales consecuencias, es la materia temática que aborda “Conspiración y poder”, la película del realizador norteamericano James Vanderbilt.

Este es el segundo film consecutivo que aborda este tema sin dudas desafiante, luego del resonante suceso de “En primera plana”, de Tom McCarthy, que cosechó nada menos que el Oscar a la Mejor Película en la edición de este año.

Como se recordará, este trabajo cinematográfico aborda la peripecia de un grupo de periodistas del Boston Globe que denunciaron numerosos casos de pedofilia en la Iglesia, con resultados altamente satisfactorios.

A diferencia de esta película precedente, “Conspiración y poder” recrea una pesquisa fallida, que confrontó a un equipo de comunicadores de la cadena CBS nada más ni nada menos que con el propio presidente de los Estados Unidos, George W. Bush.

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Por supuesto, la apuesta era singularmente riesgosa, por la alta investidura del acusado y su entorno, no sólo en materia de poder político sino también económico.

La historia está ambientada en 2004, durante la campaña electoral que le permitió a Bush ser reelecto para seguir ocupando la titularidad de la Casa Blanca.

Por entonces, a tres años del atentado contra las Torres Gemelas que motivó un salvaje contraataque de tropas imperialistas de consecuencias aun más dramáticas, la imagen del primer mandatario comenzaba a entrar en controversia.

Sin embargo, el cuasi unívoco discurso oficial siguió sosteniendo al mandatario, lo cual fortaleció su favoritismo para renovar la confianza del electorado en las urnas.

En ese clima de tensión se procesó esta investigación, destinada a demostrar que Bush no combatió en la guerra de Vietnam y hasta se valió de las influencias de su familia para transitar el servicio militar sin grandes exigencias ni sobresaltos.

El operativo estuvo a cargo de la periodista a Mary Mapes (monumental Cate Blanchet), autora del libro en el cual se inspiró la película, quien puso lo mejor de su talento y esfuerzo para lanzar al aire la exclusiva.

En ese contexto, encabezó un equipo especial de profesionales destinado a recabar las pruebas documentales que permitieran presentar la acusación.

Como en el caso de “En primera plana”, la película transcurre como una suerte de cruzada cuasi romántica en procura de la verdad, que incluyó numerosos contactos y la captura de testimonios que pudieran avalar la imputación.

El film demuestra la fortaleza emocional a toda prueba de los comunicadores, quienes –inicialmente respaldados por los propietarios de la cadena noticiosa- soportaron sin claudicar las presiones de los “hombres fuertes del presidente”.

Una de las virtudes de esta película es descubrir a la persona detrás del personaje público, hurgando en la intimidad hogareña de la inquieta periodista.

En efecto, mientras transcurrió la investigación, la protagonista abandonó virtualmente a su esposo y a su pequeño hijo, envuelta en el torbellino de la pasión por información.

James Vanderbilt, director y a la sazón guionista, sabe administrar los conflictos y tensiones propios de un grupo humano fuertemente comprometido con una causa superior.

Aunque se alegue que fue una investigación fallida por la presunta naturaleza apócrifa de las pruebas documentales y la premura con la cual se procesó la cobertura, no queda claro si esa es o no una conclusión que se ajusta a la realidad.

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No obstante, esta historia real permite indagar en la patológica idiosincrasia de una sociedad para la cual es importante que su presidente haya realmente combatido en la devastadora guerra de Vietnam.

Por supuesto, la película denuncia la flagrante violación de la libertad de prensa por parte del gobierno, en un país que se ufana de ser modélico en materia de calidad democrática.

El film, que transforma a los presuntos héroes en víctimas del poder, corrobora que, en la potencia del Norte, el poder político se sostiene en el poder económico y no es posible desafiar a esa omnipotente coalición.

La película, que tiene una trama deliberadamente compleja y enrevesada, se sostiene en el monumental trabajo actoral de Cate Blanchet, muy bien secundada por Elisabeth Moss, Dennis Quaid, un sorprendente Robert Redford y la breve pero contundente actuación del cuasi retirado Stacy Keach.

“Conspiración y poder” es un inequívoco testimonio de la prepotencia del poder y la libertad amputada por el aparato estatal, en una película que promueve una profunda reflexión sobre la intrínseca relatividad de la verdad.

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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