Algo flotaba en el ambiente. A principios de 2011 aún no estaba claro qué era, pero muchos dirían, meses después de todo aquello, que sabían que algo estaba a punto de suceder. Tres años de crisis y el batacazo que el país se había pegado –tras pasar de creer que estaba compitiendo en la primera liga a encontrarse en el agujero dejado por la burbuja inmobiliaria y unas cifras de paro inéditas en Europa– habían agudizado el letargo político de la sociedad española.
ESPAÑA 2011
El año que agrietó los muros del régimen.
Las consecuencias del 15M son una incógnita que aún tardaremos mucho en resolver.
Sin embargo, algo estaba cambiando y, si se observaba atentamente, podían verse pequeños movimientos en el subsuelo que cada día crecían y crecían, sin que el establishment notase nada.
En las plazas de varias ciudades, megáfono en mano, comenzaron a reunirse pequeños grupos que, simplemente, quedaban para expresar, en su particular Estado del Malestar –así se hacían llamar– su cabreo. Porque había un cabreo, un hartazgo.
Ese sentimiento ya lo compartían todas las personas que habían unido al movimiento No Les Votes contra los partidos que apoyaron la Ley Sinde –más tarde, Ley Lassalle– que permitía, a gusto de la SGAE, el cierre de webs sin intervención judicial. También estaba presente el 7 de abril, en Madrid, un mes antes del ‘estallido’, cuando sin ser aún millones, sólo unos pocos miles, los jóvenes recorrieron las calles convocados por Juventud Sin Futuro bajo el lema “Nos habéis quitado demasiado, ahora lo queremos todo”.
Y ese mismo sentimiento fue lo que llenó las calles de medio centenar de ciudades el 15 de mayo de 2011. Bajo el eslogan “No somos mercancía en manos de políticos y banqueros”, la convocatoria no podía ser calificada de masiva, pero sí respiraba, sobre todo, dos cosas: hartazgo y dignidad.
La primera llama
Lo que nadie sabía es que la ocurrencia de algo menos de medio centenar de activistas, que decidió dormir tras la protesta en una plaza dura de piedra, sin un mísero árbol, exigiendo algo tan básico y abstracto como una democracia real, desencadenaría el tsunami que vino después.
La represión del desalojo provocó que más viniesen a defenderlos. La aparición de más policía hizo de altavoz para que otros se uniesen. Las tiendas de campaña que brotaron se multiplicaron por el Estado. La prohibición de la protesta –en la jornada de reflexión– llamó a más protesta en un ‘efecto Streisand’ descomunal.
El movimiento de las acampadas, inspirado en la primavera árabe, había comenzado y llegaría a decenas de embajadas, de Bangkok a Nueva York, de Tokio a París. Por fin se abría una grieta en el viejo muro levantado en 1978, el muro de un régimen que agonizaba, enfermo de corrupción.
El mayor ciclo de movilización social a nivel estatal desde la segunda restauración borbónica –aka Transición– había comenzado. La repolitización de una sociedad aletargada estaba en marcha, y ésta trajo consigo nuevas formas, nuevas herramientas, popularizando prácticas que hacía décadas que no copaban de tal forma las calles.
Cualquiera que pasease por Plaça de Catalunya, por Las Setas, por el Obradoiro, escuchaba una palabra repetida en cada grupo, en cada corrillo. Esa palabra era ‘asamblea’, una práctica que brotaba por doquier, con ágoras dedicadas a todos los temas, al análisis de todos los ámbitos de la sociedad, a pensar y repensar cómo mejorar un sistema caduco.
Confrontación
Junto a la deliberación y las propuestas llegó algo parejo, necesario: la confrontación. No importaba la prohibición. El Congreso no sería nunca más zona cero inviolable, el Parlament podía ser cercado. Las instituciones del régimen se defendieron, primero tímidamente, luego con más contundencia. De la campaña de difamación se pasó a la porra, y a la sangre. La manipulación informativa ya no era suficiente, había que implantar un nuevo Código Penal, una Ley Mordaza.
Pero la represión de la protesta trajo la desobediencia. Y la ciudadanía se plantó. Un millar de personas no permitió la entrada de la policía a la vivienda de Anuar y su familia. Fue el primer desahucio paralizado de la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) en Madrid con la ayuda del 15M. Miles llegarían después –sólo la PAH cuenta hoy 2.045 frenados por sus diferentes nodos– poniendo en jaque a la todopoderosa banca. Y la portavoz más conocida del colectivo hoy es la alcaldesa de Barcelona.
La desobediencia llegó a las sucursales bancarias, con cientos de acciones y ocupaciones, y a sus sedes. La de La Caixa fue rodeada, la de Bankia ocupada. La gente se negó a pagar el billete del metro, el peaje en la autopista, el euro por receta . Llegó el escrache, y las élites que se negaban a dar paso a la justicia fueron señaladas. En sus barrios, en sus casas. Se objetó al gasto militar en la declaración de Hacienda. Lo injusto y obligatorio era ahora sólo injusto, podría ser puesto en duda.
Yayoflautas, médicos, estudiantes
Y se unificaron las luchas. No todas, no en todas partes. Pero algunos lo consiguieron. Jubilados, Yayoflautas, defendieron a los estudiantes. Empleados de Coca-Cola marcharon junto a doctores y enfermeros en las sucesivas mareas blancas, junto a maestros y estudiantes en las verdes y grogues. Los telefonistas se levantaron. Los mineros marcharon por Madrid y las huelgas generales volvieron. Quizá tibias, quizá no tan masivas, pero volvieron.
El 15M arrasó con todo un sistema de valores establecido, poniendo en duda los mismísimos cimientos de la democracia española para el gran público. Los chanchullos y puertas giratorias de las élites quedaron al descubierto, la falta de transparencia se puso sobre la mesa, las limitaciones del 78 quedaron claras. La interconexión de poder político y económico estaba más a la vista que nunca.
No tomó el poder, no echó a los partidos mayoritarios, no acabó con el Ibex ni frenó el paro. Y muchos defienden que, en realidad, no consiguió prácticamente nada. Pero lo que sí está claro es que plantó la semilla para un cambio y revolucionó el pensamiento político de millones de personas, con consecuencias que aún no se vislumbran con claridad. Politizó a muchos, repolitizó a otros. Introdujo conceptos en lugares donde nunca antes se habían escuchado: feminismo, transparencia, democracia real, participación, horizontalidad… Y contribuyó a la creación y afianzamiento de colectivos y organizaciones que han sacudido la sociedad: de la PAH a Yo Sí Sanidad Universal, de Democracia Real Ya a Podemos, de Guanyem a la Marea Violeta, de la Plataforma por un Nuevo Modelo Energético a 15MpaRato, del Tribunal Ciudadano de Justicia a En Común.
Pero los ciclos históricos son largos, y esta historia no está cerrada. Aún está por ver dónde acaba aquello que comenzó en una plaza donde, sin pedir permiso, algunos pusieron una placa en el suelo. En la piedra se podría leer: “Dormíamos, despertamos”.
Por Pablo Rivas
Fuente: diagonalperiodico net
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