La inmoral estafa practicada por los grandes bancos y las corporaciones económicas durante la fase más crítica de la devastadora crisis económica que asoló al mundo capitalista, es el disparador temático de “El maestro del dinero”, el removedor film de la actriz y realizadora Jodie Foster.
La película, que está narrada con el nervio y el suspenso de un auténtico thriller, reflexiona sobre los estragos provocados por los agentes del mercado accionario que suelen medran con las expectativas de los eventuales inversores.
No en vano el título original de la historia es “Money Monster” (“Monstruo de dinero”), que alude explícitamente al rostro más perverso de un negocio habitualmente controlado por altos ejecutivos que detentan un omnímodo poder.
Por supuesto, el relato indaga en la “economía casino”, que refiere a las prácticas especulativas de sórdidos personajes que manipulan los mercados entre bambalinas.
En ese contexto, es habitual que induzcan a capitalistas o bien a meros trabajadores de buenos ingresos a invertir en acciones en las bolsas de valores ofreciendo pingües ganancias, con el propósito de apropiarse de sus dineros.
Todo es parte de una conjura tejida al amparo de un sistema perverso, que engaña, manipula y esquilma a los incautos, provocando una auténtica ola de indignación.
Lo cierto es que estos auténticos delincuentes de guante blanco jamás pierden. Los que sí pierden son quienes invierten, porque habitualmente ignoran los entretelones de este sucio negocio.
Casi toda la narración se desarrolla dentro de un estudio televisivo, donde Lee Gates (George Clooney) representa su papel en el ominoso tinglado del engaño.
Este hombre maduro, que carga con la pesada rémora de múltiples fracasos afectivos, conduce precisamente el programa “Money Monster”, que es una suerte de circo mediático de rasgos realmente payasescos.
Se trata de una especie de gurú de los negocios, que, mediante diversos subterfugios y artificiosos efectismos, funge como “asesor” en materia de inversiones.
Por supuesto, por sus peculiares características y su novedosa presentación al aire, el espacio televisivo goza de una multitudinaria audiencia.
Buena parte del resonante suceso del show es atribuible al eficiente trabajo profesional de la productora y directora Patty (Julia Roberts), quien controla hasta los más mínimos detalles de la puesta en escena sin dejar nada librado al azar.
Los primeras secuencias de la películas emulan en parte a la magistral “Poder que mata” (1976), del inconmensurable realizador Sydney Lumet, en tanto denuncia hasta qué punto el espectáculo televisivo está al servicio del sistema capitalista.
En efecto, tanto en los países centrales como en los periféricos, la televisión es una herramienta de colonización, de inducción y de penetración masiva que manipula las emociones, los deseos, los sueños y las expectativas de las audiencias.
Incluso, en una sociedad como la estadounidense, que históricamente ha cultivado el apócrifo “sueño americano”, una de las grandes utopías introyectadas por el sistema en la conciencia popular es la de hacerse rico.
El relato experimenta un giro radical cuando irrumpe sorpresivamente en el estudio televisivo Kyle (Jack O’Connell), un alienado hombre que porta un arma de fuego y un chaleco de explosivos.
El propósito de esa inesperada visita es secuestrar al conductor y denunciar a una empresa que perpetró una auténtica estafa contra los accionistas. Por supuesto, el es una de las víctimas de la maniobra especulativa.
Jodie Foster sabe imprimir una superlativa dosis de tensión dramática a esa escenografía de conflicto, que se dirime dentro del estudio del canal, en el caótico entorno del edificio rodeado por la Policía y en desenfrenadas gestiones para localizar al responsable de un desfalco que asciende a 800 millones de dólares y hasta a un coreano cuya única culpa es haber preparado el programa informático de la fraudulenta operación financiera.
Trabajando con recurrentes planos cortos y primeros planos de los protagonistas, la realizadora transforma a esta película en una suerte de tragedia griega con epílogo previsible.
“El maestro del dinero” es, ante todo, un auténtico alegato que retrata a una sociedad alienada por la frustración, el miedo, la inseguridad, la insatisfacción, la ira, la mezquindad y el egoísmo, que ha sido víctima de sus propios mitos y prejuicios.
Aunque son muy correctas las actuaciones protagónicas de George Clooney y de Julia Roberts en sus respectivos roles, la interpretación de Jack O’Connell luce sobreactuada y poco convincente.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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