» “Julieta”; la culpa como génesis de la infelicidad

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La culpa, la mentira, la desconfianza y la pérdida son los cuatro ejes temáticos sobre los cuales gira “Julieta”, el nuevo melodrama del talentoso e iconoclasta realizador manchego Pedro Almodóvar, quien retoma su indagatoria acerca de los problemas vinculares de la mujer.

Mixturando el drama con la comedia y hasta en algunos casos con el género policial, el controvertido autor suele imprimir a sus películas toques de fuerte y vitriólica ironía, que cuestionan, con rigor, el statu quo político, social y también religioso.

Su impronta cinematográfica -siempre provocadora y recurrentemente impregnada de superlativa y despiadada acidez crítica- retrata descanadamente los inconformismos varios de una sociedad contemporánea jaqueada por las rupturas, la disfuncionalidad de las relaciones personales y las frustraciones individuales y colectivas.

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Toda su obra, que abarca casi cuatro décadas de actividad artística, pone particular énfasis en los dramas humanos, con un reflexivo acento en lo existencial no exento de humor sardónico y desenfadado.

Su tan abundante como fecunda filmografía incluye títulos referentes como “¿Qué hecho yo para merecer esto?”, “Matador”, “Mujeres al borde de un ataque de nervios”, “La ley del deseo”, “¡Átame!”, “La flor de mi secreto”, “Carne trémula”, “Todo sobre mi madre”, “La mala educación”, “Hable con ella”, “Los abrazos rotos” y “La piel que habito”, entre otros.

Más allá de naturales altibajos, la producción de este auténtico arquitecto del desencanto constituye una suerte de cine si se quiere testimonial, por más que siempre se nutre de la ficción con trasfondo de realidad.

“Julieta” corrobora la predilección de Almodóvar por hurgar en el universo íntimo del sexo femenino, con toda la complejidad que ello supone.

Adaptando los relatos “Destino”, “Pronto” y “Silencio”, de la Premio Nobel de Literatura canadiense Alice Munro, “Julieta” es una historia que narra conflictos de mujeres.

La protagonista del relato es precisamente Julieta (Emma Suárez interpreta a la adulta y Adriana Ugarte a la joven), una profesora de letras viuda y cincuentona castigada por la pérdida y el más agrio y agobiante de los desencantos.
Pese a que mantiene una madura relación de pareja con Lorenzo (Darío Grandinetti), su soledad no deja de ser una suerte de condena, porque, de un modo u otro, ha perdido a todas las personas que realmente ama. Esa peculiar situación le impide ser feliz, porque toda su vida ha estado signada por el vacío y sus heridas parecen imposibles de restañar.

Antes de su partida rumbo a Portugal, el inesperado encuentro con una antigua amiga de su hija la induce a modificar sus planes e ingresar en un profundo ejercicio de introspección.

En ese contexto, el desafío será reconstruir su turbulenta existencia biológica y afectiva, que documentará en una carta a corazón abierto que se propone enviarle a su hija Antía (Blanca Parés), de quien ha permanecido separada por un enojo no exento de reproches jamás explicitados.
En ese contexto, el director y guionista desarrolla su narración en dos planos temporales casi paralelos, destinados a reconstruir la peripecia vivencial de esta desdichada mujer.

La primera metáfora sobre la desgracia que persigue a la protagonista es el suicidio de un depresivo desconocido, quien se arroja a las vías del tren luego de intentar vanamente comunicarse con ella a bordo de un vagón que transporta pasajeros.

Luego, en ese largo periplo retrospectivo, todo parece suceder rápidamente: su fortuito relacionamiento con Xoan (Daniel Grao), su matrimonio, su maternidad, su prematura viudez y su soledad, siempre con la culpa como un estigma que la acompañará permanentemente.

Sin embargo, el mayor núcleo del conflicto es la dolorosa ruptura con su hija, una separación que se procesa a raíz de desconfianzas y secretos nunca confesados.

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Pedro Almodóvar incursiona nuevamente en un territorio temático que bien conoce y ha cultivado recurrentemente en el decurso de su extensa obra: el de los vínculos afectivos horadados por la amargura, la fatalidad y la incomunicación.

Aunque la estética cinematográfica y la utilización por momentos de colores estridentes revelan la intransferible identidad autoral del icónico director manchego, el film no colma plenamente las expectativas.

En esta oportunidad, Almodóvar apuesta a un cine bastante más moroso, frontal y de menor densidad intelectual, en el cual el drama deviene frecuentemente en anécdota liviana y hasta meramente telenovelesca.

No obstante, “Julieta” no deja para nada indiferente al espectador, en tanto reflexiona sobre temas tan cruciales y viscerales como la culpa como génesis de la infelicidad, la pérdida, el amor y el desamor.

 

Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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