La UdelaR ha hecho un esfuerzo grande por la Universidad de la Educación, pero ha quedado relegada …de alguna manera, siento algún orgullo al haber participado – también – del 1er Encuentro de las Unidades de Apoyo a la Enseñanza. Algo así como ese orgullo de veteranos, de haber estado en la primera oportunidad, en el momento fundacional. Y es una alegría ver que esta lógica de encuentros periódicos para el intercambio de experiencias y para la reflexión, se asienta como parte de la construcción institucional, del pensar la formación universitaria a todos sus niveles. Rescato de todos estos encuentros, en tanto ámbito, en tanto momento en sí mismo, como este que estamos inaugurando hoy de mañana y lo que va a significar las distintas planificaciones que se han hecho para el mismo. Pero también me parece que es rescatable como metodología, en la medida que, a través de los mismos, vamos construyendo un pensamiento acerca de los distintos objetos de estudio, particularmente vinculados al tema de la enseñanza universitaria. Y quiero rescatar también, en esta oportunidad, lo bueno de la elección del tema. Me parece que el tema de la Evaluación Formativa ha estado en la práctica – de alguna manera – inherente a las actividades que nosotros desarrollamos en la Universidad de la República, pero no siempre desde el ángulo del papel que la evaluación cumple dentro de la formación y – menos aún – una reflexión específica acerca de las diferentes formas de evaluación, sus resultados y su mejora. Quiere decir que estamos construyendo a través de esto pensamiento y métodos sobre la enseñanza universitaria.
Este proceso es muy importante porque estamos inmersos – como país – en un camino de construcción de nueva institucionalidad a los niveles terciarios y universitarios. Y, en este sentido, más allá de los avatares políticos que las leyes tienen, la voluntad de la Universidad de la República – puesta en la aprobación y construcción de una Universidad de la Educación – es pública y manifiesta y ha sido reiterada en otras oportunidades muy fuertemente. Pero esto no debe ser sólo una voluntad política o un acuerdo institucional sino que, efectivamente, para potenciar el sistema público de enseñanza terciaria y universitaria, debemos hacer una colaboración, una correspondencia y una reflexión conjunta de los distintos niveles institucionales que componen el sistema, a los efectos de potenciar – como país – el tema de la formación, el tema de la enseñanza y otros aspectos. Entonces – en ese sentido – me parece muy importante que en la Universidad de la República – donde, quizás, estos temas hayan quedado más relegados, en función de los desarrollos más fuertemente disciplinarios y sobre otros objetos de estudio – que estos aspectos tengan, en los últimos años, la fortaleza que tienen y la perspectiva que tienen. Porque en la medida en que ese sistema se vaya consolidando – es en la medida que la Universidad – también en estos aspectos – puede participar de mejor forma y aportar más a la mejora del sistema. En la presentación se señala que la evaluación se ha complejizado. Y es cierto – sin meternos en honduras – que se ha complejizado porque, en buena medida, se ha democratizado, en dirección a representar más una relación singular y permanente, que una relación vertical y de “todo o nada”, como se la concebía antes, con una carga – sobre todo emocional – muy importante depositada en el momento de la evaluación. Sobre todo en aquellos tipos de evaluación en los cuales al evaluado se le certifican conocimientos para pasar a instancias superiores o concluir etapas, o cuando esa evaluación implica también la habilitación para el ejercicio de su profesión o de su oficio. Eso sobrecargaba grandemente, emocionalmente, los actos mismos de la evaluación. Y, como decía, nosotros hemos ido en dirección a un proceso de democratización, como lo es la aprobación de la Ordenanza Académica de Grado, que incorpora normativamente la evaluación en su texto.Hoy la evaluación es un proceso continuo, no hay un punto terminal. Hoy es un proceso en el que hay devoluciones, no es unidireccional. También se diversifican los instrumentos. Creo que las viejas concepciones de las evaluaciones estaban muy afincadas, también, en que las metodologías para evaluar eran – prácticamente – una o dos y hoy hay un conjunto de maneras de evaluar. Y esa diversificación está también vinculada a las diversas formaciones y modalidades de enseñanza y a espacios diversos. Quiero anotar los desarrollos que hemos tenido – y en Facultad, en particular – ámbitos de educación no formal o lo que significa la formación a través de la extensión. O – en el caso de nuestra área de conocimiento social y artística – todos los aprendizajes que nosotros podemos hacer en el funcionamiento del área, dada su heterogeneidad, con las dimensiones más artísticas que representan las instituciones que forman parte del área social y artística. Y, en ese sentido, a través de esta diversificación de modalidades de enseñanza, va de suyo también la necesidad de sistematizar diversos instrumentos, a los efectos de no perder – tampoco – la especificidad de esas modalidades a la hora de su evaluación.La evaluación se ha democratizado porque hay garantías en ese proceso, por ejemplo, la existencia de protocolos que – de alguna manera – aportan previsibilidad al mecanismo, a los procedimientos que se van a aplicar en determinados casos, porque en la evaluación hay reciprocidad. Y nosotros rescatamos mucho lo que – por ejemplo – en la Facultad de Humanidades, por todo lo que significó vencer trabas, no solamente en cuanto a metodología, sino también trabas en cuanto a mentalidad institucional y – particularmente – cierta mentalidad docente, en todo el proceso de instrumentación de la evaluación estudiantil de los docentes. Y eso – que es una experiencia muy importante, o un aspecto de esta experiencia de la evaluación, que tiene muchos – creemos que ilustra este principio de reciprocidad.Termino diciendo lo que para mí puede representar – en función de la experiencia del servicio – algunos de los problemas: • Dificultades para la concepción integral de la evaluación • La evaluación de los docentes • La autoevaluación • Sistema de evaluación de la formación universitaria Así que muchos éxitos en las jornadas. Por Alvaro Rico La ONDA digital Nº 674 | El quehacer educativo se está discutiendo equivocadamente, se pone el foco en el botín político Quiero hacer algunas reflexiones en dos planos. El primero de ellos, tiene que ver con la oportunidad de pertinencia de este tipo de instancias y este tipo de diálogo en este momento del Uruguay y de la Universidad de la República. Nosotros estamos en un proceso de transformación de la Universidad de la República y – yo diría que – mucho más acelerado de lo que suele reconocerse en el espacio del debate público en general, en donde una de las dimensiones centrales del proceso de transformación, tiene que ver con la Educación de Grado. Tiene que ver – fundamentalmente – con la ordenanza de grado, con lo que implica del punto de vista de la reestructuración de todos nuestros planes de estudio de Grado, con lo que implica del punto de vista de esfuerzo de articulación de estos planes de estudio, haciendo que – efectivamente – se transformen en mecanismos transversales, donde el tránsito estudiantil sea habitual y – por qué no – el tránsito docente. Tiene que ver también con un esfuerzo enorme que está haciendo la institución de descentralizar su oferta educativa, en el nuevo marco normativo que hace a los planes de estudio. Descentralizarlo con instrumentos novedosos, por ejemplo, lo que son los Ciclos Iniciales Optativos, que es otra innovación educativa en el plano de la enseñanza de grado que hemos incorporado sistemáticamente al Interior y, no así, a Montevideo. Quizás sea parte de la discusión que nos debemos para los próximos años, de pensar qué tipo de innovaciones debemos también incorporar en lo que es la vieja tradición universitaria de Montevideo, mucho más signada por su propia historia, que lo que estamos construyendo en el Interior. El Interior tiene muchos problemas, pero no tiene los problemas de nuestra propia historia, por decirlo de alguna manera. Creo que en este momento, en un país donde – además – el quehacer educativo se está discutiendo desde una perspectiva equivocada, desde una perspectiva en donde se pone mucho más foco en el botín político que implica señalar la educación como un espacio problemático y no en la construcción programática que presupone el quehacer educativo y que presupone la integración de los subsistemas educativos, en particular, el sistema público. Ubicar la discusión en el plano de la evaluación formativa, es – obviamente necesario, pero, además – absolutamente pertinente por el momento histórico que vive la Universidad de la República. Tenemos que evaluar lo que estamos construyendo y no tenemos que esperar para evaluar a que el despliegue de las construcciones se pueda ver en algunos años. Porque invertir en educación y construir educación, presuponen fruto de largo plazo. No vamos a obtener resultados en meses, vamos a obtener resultados en años. Lo que se puede construir, sí, son mecanismos que nos permitan ir monitoreando y evaluando lo que se va logrando y corrigiendo en esa marcha. Parte de esos mecanismos sustanciales tienen que ver con la capacidad de evaluar lo que es el conocimiento, la formación de nuestros estudiantes y, también, de nuestros docentes, en este proceso dialéctico que implica la enseñanza terciaria y cualquier proceso de enseñanza. A mí me da la impresión que en este momento, en particular, uno de los sentidos que tenemos como institución tiene que ver con esto, con generalizar las prácticas de las evaluaciones, sin que impliquen un mecanismo de señalamiento, sino un mecanismo de recoger problemáticas, ir corrigiéndolas en el proceso de enseñanza e ir, también, construyendo innovación educativa. La Universidad se planteó un objetivo – hace unos años atrás – que luego fue un objetivo del país, que es generalizar la educación terciaria. Parte de los instrumentos para alcanzar este objetivo, tienen que ver con las innovaciones en los planes de estudio, tienen que ver con el marco normativo que nos impone la ordenanza, tienen que ver con la descentralización, tienen que ver con una conducta en donde la institución se preocupa mucho más por evaluar la formación de sus estudiantes y la marcha de esos procesos de formación, que por los procesos en donde funcionaba con un piloto automático. Teníamos un plan de estudio que es donde se definía, claramente, qué trayectoria tenía que seguir el estudiante para ser abogado, economista, licenciado en biología, licenciado en historia, etc., etc. Esos pilotos automáticos desaparecen porque los planes de estudio nuevos no son taxativos, desde el punto de vista de esas trayectorias, pero a cambio de esos pilotos automáticos hay que construir institucionalidad. Y esa institucionalidad tiene algunas características propias que hay que alimentarlas con insumos y con toma de decisiones y, parte, tiene que ver con la evaluación formativa. Creo que eso tiene mucho que ver también las UDAE, o sea, como van integrándose las Unidades de Apoyo a la Enseñanza en cada uno de los servicios al quehacer educativo cotidiano, desde su rol específico. No sustituyendo roles que tiene que asumir la institución – los servicios o las áreas -, pero sí desde su rol específico, como se van amoldando a un proceso educativo que es mucho más exigente del punto de vista de la discusión cotidiana de las trayectorias. Nosotros en la Facultad Ciencias Económicas y de Administración tenemos carreras funcionando – yo diría – casi quincenalmente. Posiblemente ahora pasemos a un funcionamiento menos exigente, cuando tengamos todos los planes de estudio desplegados. Estamos en pleno proceso de despliegue de los cinco planes de estudio nuevos que tenemos en el grado. Pero dista de ser una situación en donde podemos confiar en el plan de estudios, solamente, como una hoja de ruta. Esa hoja ya no es una hoja de ruta, es un concepto y – sobre ese concepto – hay que trabajar todos los días. Y, parte del trabajo que hay que hacer, es evaluar en términos formativos. Esa dimensión que creo que es clave, es absolutamente pertinente para la Universidad de hoy – y espero que para la Universidad de mañana, en un proceso de formación que tiene que continuar – y es pertinente para elevar el debate educativo del país. Salir de esa lógica de construir en clave de “crónica roja”, donde el problema es si hay un techo que está despintado, o si hay un baño que se desfondó, para entrar en clave de problematizar el quehacer educativo, asumir que Uruguay tiene un problema y eso es innegable de cualquier punto de vista de standard internacional. Pero reconocer el problema presupone ir construyendo soluciones programáticas y éstas pasan – como lo ha hecho la Universidad de la República – por reconstruir su concepción formativa de grado, por reconstruir el vínculo que hay entre la formación de grado y formación de postgrado, por reconstruir el vínculo que hay entre la formación universitaria en general y la formación permanente de toda la sociedad (no solamente los universitarios) y por reconstruir, también, los mecanismos de evaluación cotidiana en todas las dimensiones que hacen al quehacer universitario. Creo que – desde esa perspectiva – me parece muy sano que esto sea parte de la agenda constitutiva central de la Universidad de la República al día de hoy y me parece muy sano que se aporten elementos para poder avanzar en esta dirección. Tenemos que lograr hacer que la masificación no sea un problema, sino una buena noticia. El país no necesita menos egresados terciarios, necesita más egresados terciarios. La educación terciaria, si un problema tiene este país, es que hemos “perdido el tren” comparativo de otros contextos internacionales, donde hay otros países que han tenido mejor desempeño en este plano. A mi me preocupa mucho escuchar mensajes públicos, en el sentido que la reactividad y la masificación son un problema, cuando – en realidad – el país tiene una carencia de recursos humanos calificados, en el mercado laboral y para la formación en la vida. Y esa carencia es absolutamente contrastable con cualquier estadística que se haga a nivel internacional. La masificación no es un problema en sí. Es un problema en la medida que constituya una traba para que nuestros estudiantes logren avanzar en su formación. Ojalá tengamos en el país una institucionalidad de educación terciaria que permita que los jóvenes que egresan de Secundaria, logren culminar su ciclo de educación formal terciaria. Eso le va a hacer muy bien al país, a la sociedad y – por supuesto – a las personas, que es lo que en última instancia importa. Entonces, creo que el desafío no es pensar la masificación como un problema y como hago para limitar la masificación, sino construir los instrumentos que nos permitan – en ese contexto – avanzar y asegurar que la enseñanza de calidad terciaria se constituya en un elemento generalizado para las nuevas huestes de jóvenes (y no tan jóvenes) que están ingresando a la Universidad de la República. Prof. Rodrigo Arim La ONDA digital Nº 674 |
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