La frivolidad, la hipocresía, la infidelidad, el amor, el interés meramente económico y los ritualismos sociales son las múltiples vertientes temáticas de “Café Society”, la nueva comedia satírica del iconoclasta realizador, guionista y actor neoyorquino Woody Allen.
Este es el cuadragésimo sexto largometraje del icónico director cinematográfico, quien, en medio siglo de prolífica carrera artística, ha logrado atesorar una producción que se desmarca del cine de industria por su originalidad y su casi siempre superlativo vuelo reflexivo.
En su extensa trayectoria, Woody Allen se ha mofado despiadadamente de una sociedad cuyos valores cuestiona, mediante un discurso irreverente, agudo e incisivo.
Mixturando la comedia de humor negro con el drama, Allen retrata en clave crítica la condición humana, con sus miserias, sus grandezas, sus manías, sus fobias y sus patologías colectivas.
La genialidad de su paleta artística lo ha transformado en un testigo interpelante de la realidad, que suele rescatar y en algunos casos fustigar las facetas más controversiales del ser humano.
En ese contexto, su producción artística ha conocido grandes cimas pero también largometrajes que no colman las expectativas, en tanto su público objetivo suele ser exigente y de paladar fino.
Devenido en autor de culto para más de una generación de incondicionales admiradores, a sus ochenta años de edad Woody Allen sigue prolongado en el tiempo una filmografía que nunca conoció pausas, acorde a su compulsiva necesidad de seguir creando.
En ese contexto, “Café Sociaty”, que como otros es un film que tiene mucho de auto-referencial, condensa algunos de los temas más abordados en el extenso periplo del creador.
La historia, cuyo protagonista es Bobby Dorfman (Jesse Eisenberg), se desarrolla en la década del treinta del siglo pasado, en dos de los territorios predilectos de Allen: la fábrica de sueños de Hollywood y la Manhattan de la época.
El personaje es un joven judío desocupado y bastante confundido, quien, por mandato de su madre, aterriza en Los Ángeles para requerir la ayuda de su tío Phil Stern (Steve Carell), que es un poderoso productor cinematográfico.
Por supuesto, como no tiene talento para la actuación ni otras aptitudes propias del oficio, su familiar le concede empleos de baja calificación con renumeraciones de mera subsistencia.
Sin embargo, su presencia no pasará inadvertida para la secretaria del empresario, Vonnie (Kristen Stewart), de quien se enamora perdidamente.
En este primer tramo de la película, abundan las postales de la mítica fábrica de sueños y vanidades hollywoodense, con toda su carga de banalidad y refinada frivolidad.
En ese contexto, se genera un triángulo amoroso que integra al protagonista, a la joven y al productor –que es su amante secreto-quien duda en su decisión de abandonar a su esposa luego de 25 años de matrimonio.
El conflicto se dirime con una lógica meramente mercantilista, que privilegia más el ángulo económico que los sentimientos, acorde a la doble moral de ese micromundo de utilería.
Por supuesto, el primer cliché del cual Woody Allen se mofa sin piedad es el del hombre maduro y adinerado que seduce -con el poder de su cuenta bancaria y de su status social- a su joven secretaria.
El segundo territorio en el cual transcurre esta satírica comedia es Manhattan, donde el joven –luego de agotar su experiencia en Los Ángeles -se transformará en gerente de un exclusivo cabaret cuyo propietario es un familiar mafioso, émulo de los gángsteres más recordados de la filmografía de Martin Scorsese.
Allí su vida cambiará radicalmente y de ser un ignoto personaje pasará a codearse cotidianamente con los referentes de la alta sociedad neoyorquina, en una reproducción algo distorsionada pero igualmente frívola de la fauna de la legendaria Hollywood.
Moviéndose alternadamente entre esos dos espacios cuasi míticos pero no menos reales, Woody Allen construye una nueva farsa, que rescata algunas de las señas de identidad de su obra: la desenfadada burla a las tradiciones de los judíos, la patología del poder, el intelectualismo baladí y la sordidez de algunos especimenes característicos de la gran urbe estadounidense.
Empero, en esta oportunidad el libreto no tiene la misma consistencia ni riqueza de películas anteriores, lo cual conspira contra la calidad de la propuesta.
Otro tanto sucede con un reparto actoral meramente correcto y sin grandes destaques, que no parece estar en sintonía con la estatura artística del gran creador.
Por más que los incondicionales afirmarán que “Café Society” es una nueva genialidad de Woody Allen, lo cierto es que es apenas una liviana comedia de acento irónico que seguramente no pasará a la historia.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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