# ¿El mundo precisa más libre comercio? El estado de la discusión

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La creciente opinión política contra el comercio en las economías avanzadas pone sobre la mesa una cuestión crucial: ¿Es necesario frenar la globalización para preservar una economía mundial abierta? Si los gobernantes no se ocupan de ello ahora, probablemente tengan que responder por ello más tarde.

Al comienzo del nuevo milenio, cuando el mundo se consideraba “plano”, debido a su apertura económica, el comercio internacional era tema confinado a las páginas de negocios y la discusión entre los tecnócratas. Ahora, el comercio encabeza las agendas políticas en buena parte del mundo; en las economías avanzadas, es el caballito de batalla. Incluso los políticos que antes apoyaron los tratados de comercio ahora se desentienden.

Los candidatos estadounidenses coinciden solo en rechazar el TTIP. Eso se suma al Brexit y otros populismos. ¿Es un peligro grave? ¿Con un comercio mundial muy liberalizado, se precisa más apertura? ¿Los tratados comerciales favorecen a todos? Paola Subacchi, de Chatham House, examina las causas y consecuencias de la actual oleada anti-globalización, basándose en artículos de Joseph Stiglitz, Stephen Roach, Dani Rodrik y otros columnistas de Project Syndicate, servicio que reúne a plumas de primera línea, lo que equivale a una revisión del estado de la discusión entre los economistas. La ONDA digital

En Gran Bretaña, como resultado del voto del Brexit, ahora se escuchan noche a noche los debates sobre los méritos del comercio con la Unión Europea en un mercado único versus el comercio bajo las reglas de la Organización Mundial de Comercio. En los Estados Unidos, ambos candidatos presidenciales en sus campañas han expresado su oposición a los mega acuerdos comerciales; específicamente el Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP) y la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (TTIP).

Nada de esto debiera sorprender, dado lo fuerte que la opinión pública se ha quejado de estos acuerdos. Las encuestas de opinión en ambos lados del Atlántico señalan al comercio como una de las mayores fuentes de descontento actuales en las democracias desarrolladas. Un sondeo de YouGov indica que aproximadamente el 71% de los estadounidenses y el 58% de los alemanes creen que sus países debieran adoptar políticas comerciales más restrictivas para proteger sus economías de la competencia extranjera. Así que se está cerrando la ventana de oportunidad para concluir el TPP y el TTIP; de hecho, líderes como el presidente francés François Hollande es particularmente insistente en afirmar que el TTIP ya es una sigla muerta.

Los columnistas de Project Syndicate están profundamente divididos sobre el significado de este giro contrario al comercio. ¿Hay riesgo, como se ha señalado, de que Estados Unidos y Gran Bretaña podrían retrotraer el reloj a la década del 30, cuando el Congreso de los Estados Unidos aprobó la tarifa Smoot-Hawley y Gran bretaña abandonó el patrón oro y permitió que la libra esterlina se devaluara, lo que desencadenó una ola de restricciones en el comercio y los pagos internacionales? ¿O es nuevamente el turno de la inevitable reacción de la asunción de que el libre comercio favorece a todos, cosa que no ocurrió nunca ni en la teoría ni en la práctica?

¿Tiempo de clausurar?
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Pese a muchos manuscritos académicos y oficiales, Dani Rodrik, de Harvard,  que no es ningún entusiasta de los acuerdos comerciales, ve “pocas señales de que los gobiernos se estén apartando decididamente de una economía abierta.” En forma similar, su colega de Harvard Joseph Nye:, refiriéndose a la campaña presidencias estadounidense, advierte que “sería una exageración decir que la elección de 2016 destaca una tendencia aislacionista que acabará con la era de la globalización.”

Pese a ello, las señales provenientes de ambos lados del Atlántico y lo que implican para el futuro del orden económico internacional que emergió al fin de la Segunda guerra Mundial, preocupa a muchos investigadores. Otaviano Canuto, un director ejecutivo del Banco Mundial, apunta a “una falta de progreso en las recientes rondas de liberalización del comercio y la implementación de barreras proteccionistas no tarifarias.” Aunque ese “insidioso proteccionismo todavía no ha tenido impacto cuantitativo significativo sobre el comercio,” alega que “su emergencia surge como motivo relevante de preocupación en medio de crecientes sentimientos antiglobalización en las economías avanzadas.”

Una repetición de la experiencia de los años 30 era precisamente lo que querían evitar muchos expertos, gobernantes y empresarios luego de la crisis financiera global de 2008. En la primera prueba grande del G-20 -los países más desarrollados y emergentes que suman el 85% del PBI mundial-, sus líderes fueron prestamente convocados a Washington DC, en noviembre de 2008, para coordinar medidas para enfrentar la crisis. Mantener un régimen de comercio abierto y evitar medidas proteccionistas era lo que todos tenían en mente.

Esta era una agenda geopolítica tanto como lo era económica, si no más. En efecto, como nos recuerda Barry Eichengreen, sería incorrecto “invocar la cantinela de que la ley Smoot-Hawley causó la Gran Depresión, porque no lo hizo.” Sin embargo, al erosionar la confianza y eliminar incentivos para cooperar, las guerras de monedas y de comercio “alentaron tensiones geopolíticas” en los años 30. En particular, señala Eichengreen, “los dirigentes de los Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y Canadá se tomaban unos a otros por el cuello cuando debieran haber estado trabajando juntos para avanzar en otros objetivos”, en particular, movilizar “una coalición decidida a contener la amenaza nazi.”

Volviendo a 2016, “ha cambiado más que el discurso retórico,”  afirma Bjørn Lomborg, director del Copenhagen Consensus Center. Según su punto de vista, lo que Canuto caracteriza como un cierto corrimiento hacia restricciones al comercio global es en realidad una tendencia galopante. Lamenta que “el uso de políticas proteccionistas” había “subido 50% en 2015, triplicando el número de medidas de liberalización del comercio,” y que los integrantes del G20 sean responsables del 81% de esas nuevas restricciones.

El premio Nóbel Joseph Stiglitz, de la Universidad de Columbia, se pregunta “¿cómo puede ser despreciado algo que nuestros líderes políticos -y muchos economistas- dicen que puede beneficiar a todos?” Una razón, como observa Jeffrey Frankel de Harvard, es que hacer crecer la torta “una propuesta fundamental en Economía”, es necesario para mantener el consenso sobre el comercio. Como la torta ya no está creciendo lo suficiente para los ganadores, incluso en principio, para compensar a los perdedores y de esta manera beneficiar a todos, los perdedores se han sentido crecientemente desposeídos.”

Stephen Roach de la Universidad de Yale, formula un razonamiento similar. Cita cifras del FMI que muestra que “el crecimiento anual del comercio mundial ha promediado 3% anual entre 2009 y 2016, la mitad del 6% que creció anualmente entre 1980 y 2008,” debido tanto a la recesión post 2008 como a una lenta y débil recuperación. “Con el comercio deslizándose hacia una avance decididamente inferior,” dice, “la resistencia política a la globalización sólo se ha intensificado.”

Dudas comerciales
Pero eso no implica que un crecimiento vacilante del comercio mundial sea el principal problema a abordar, como creen muchos, incluyendo al FMI. Por el contrario, Daniel Gros director del Center for European Policy Studies, plantea que “una fe ciega en la globalización” es la principal causa de la reacción contra la ella, porque “lleva a muchos a exagerar” los beneficios, “lo que crea expectativas imposibles de cumplir por la liberalización del comercio.”

Gros acusa a los gobernantes de negarse a distinguir entre comercio impulsado por la liberalización y comercio impulsado por las materias primas. “A principios de los 90,” afirma, “cuando las tarifas y otras berreras comerciales ya habían alcanzado niveles muy bajos, los tradicionales beneficios de la liberalización comercial estaban prácticamente agotados.” Pero las “dos largas décadas de boom en los precios de los commodities” que siguieron, “permitieron que los principales exportadores de materias primas importaran más,” lo que hizo subir el valor total del tráfico mundial.

Fue un resultado que “la mayor parte de los economistas y políticos,” prosigue Gros, entusiastamente atribuyeron… a las políticas liberalizadoras del comercio,” reforzando así “la noción de que la “hiperglobalización’ era la llave para que todos obtuvieran grandes ganancias.” El punto crucial es que “el crecimiento alimentado por altos precios de materias primas, a diferencia del producido por el desmantelamiento de barreras comerciales, causó una caída en los niveles de vida de los países avanzados importadores de materias primas, porque redujo el poder de compra de los trabajadores.” Como resultado, “cuando los trabajadores de los países desarrollados se vieron exprimidos, concluyeron en que el problema era la globalización.”

Gros no está solo en la duda de que una mayor liberalización pueda hacer demasiado para revivir el comercio mundial y el crecimiento económico. Jomo Kwame Sundaram y Vladimir Popov de la FAO y la Academia Rusa de Ciencias respectivamente, exponen un argumento similar. “Con el actual comercio mundial significativamente liberado -y con sueldos ya congelados o en caída- los alegatos de que nuevos [acuerdos de libre comercio] van a hacer subir los salarios, como mucho son dudosos,” dicen. En forma similar, Eichengreen sostiene que “así como las tarifas proteccionistas no son un problema macroeconómico en condiciones deflacionarias de trampa de liquidez, un comercio más abierto, la familiar panacea de los economistas, no será una solución.”

Lomborg, por su parte, cree que la liberalización comercial todavía tiene mucho que ofrecer a los países más pobres. “Revivir las negociaciones de la moribunda Ronda de Doha,” dice, hará al mundo más rico en “en 2030 en 11 billones de dólares (US$ 11.000.000.000.000) y 7 de esos 11 irán a los países en desarrollo.” Esto haría disminuir la cantidad de personas pobres por la astronómica cifra de 145 millones en 15 años.”

Pero Sundaram and Popov oponen un correctivo que modera el rosado escenario de Lomborg. Alertan que las cláusulas no comerciales contenidas en esos acuerdos como el TPP van a “fortalecer frente a los gobiernos a los buscadores de rentas, titulares de derechos de propiedad y corporaciones multinacionales. Todo ello presionará a la baja sobre las economías emergentes en lugar de ayudarlas a crecer.”

¿Teoría deshilachada o práctica equivocada?
Roach, quien se cuenta entre “quienes defienden el libre comercio y la globalización,” cuestiona sin embargo a sus colegas economistas por no desarrollar una base intelectual adecuada para las políticas que promueven. “Lo mejor que los economistas podemos ofrecer,” admite, “es el esquema de David Ricardo de principios del siglo XIX: si un país produce simplemente en correspondencia con sus ventajas comparativas (en términos de recursos, dotes y capacidades de sus trabajadores), ganará con el crecimiento del tráfico interfronterizo.” Eso no alcanza, insiste Roach.

Los argumentos de Ricardo, expresados en términos de las ventajas comparativas de Inglaterra y Portugal en vestimenta y vino respectivamente, es difícil que resulten relevantes para el mundo actual hiperconectado y basado en el conocimiento. El premio Nóbel Paul Samuelson, que abrió el camino a traducir los fundamentos de Ricardo a la economía actual, llegó a una conclusión similar al final de su vida, cuando señaló cómo un país disruptivo, imitador de tecnología de bajos salarios, como China, puede dar vuelta como una media a la teoría de las ventajas comparativas.

Stiglitz, crítico desde hace tiempo de la prevaleciente agenda globalizadota, es aún más incisivo en su crítica del incondicional apoyo al libre comercio de los integrantes de su profesión. El problema para él no es tanto la teoría como la promesa de sus proponentes de que el libre comercio va a beneficiar a todos. De hecho, argumenta Stiglitz, la teoría conduce a lo contrario. “Bajo la asunción de mercados perfectos (que subyace en la mayoría de los análisis neoliberales), el libre comercio iguala los salarios de los trabajadores poco calificados de todo el mundo,” recuerda. “Comerciar bienes es un sustituto del movimiento de la gente.” Como resultado, “importar bienes de China -bienes para cuya producción se requieren muchos trabajadores no calificados- reduce la demanda de trabajadores no calificados en Europa y los Estados Unidos.

O baja los salarios de estos trabajadores no calificados. “Finalmente”, explica Stiglitz, “sería como si los trabajadores chinos hubieran migrado a los estados Unidos y Europa hasta que la diferencia de salarios se haya eliminado totalmente.” No es de sorprender, explica, que “los neoliberales nunca han publicitado esta consecuencia de la liberalización del comercio.” En su lugar, “aseguran -mienten, podemos decir- que todos resultarán beneficiados.”

Desde la posición de algunos impulsores del libre comercio, sin embargo, la globalización está en problemas no a causa de la teoría neoliberal, sino por las prácticas antiliberales. Harold James, de la Universidad de princeton, sugiere  que las “decisiones judiciales y cuasijudiciales que imponen abultadas penalidades financieras a corporaciones extranjeras” podrían ser vistas como un equivalente a las guerras de comercio de los años 30, con Europa y los Estados Unidos nuevamente como los antagonistas principales. Pone un ejemplo demostrativo: “Luego que la Unión Europea anunció que iba a requerir a Apple que pagara 13 mil millones de euros (US$ 14,6 miles de millones) por impuestos atrasados, que decía que habían sido ilegalmente rebajados por el gobierno irlandés, los Estados Unidos muotó al Deutsche Bank, una empresa alemana, por US$ 14 mil millones para cubrir reclamos relacionados con su negocio de seguros cubiertos por hipotecas anteriores al crash de 2008.”

Como reconoce james, esas penalizaciones pueden ser vistas como “una respuesta efectiva en un mundo donde las corporaciones multinacionales se han vuelto extremadamente habilidosas en reducir sus obligaciones impositivas convencionales.” Pero él no está convencido. “A diferencia de los impuestos normales,” argumenta, “las multas contra empresas no son predecibles ni impuestas uniformemente y deben ser regateadas y fijadas individualmente en cada caso.” Esto no es exactamente una situación que favorezca un ambiente equilibrado. Por el contrario, “estas discusiones con frecuencia están politizadas e incluyen fuertes intervenciones de los gobiernos.”

Esto refleja la tremenda presión sobre los gobiernos nacionales para que muestren que la implementación de reglas internacionales de comercio no perjudica a las empresas nacionales en relación a las extranjeras. Analicemos la política industrial. Tanto la Organización Mundial de Comercio como la Comisión Europea castigan todo proyecto que tenga olor a ayuda estatal, como el nuevo Airbus A350, que de acuerdo a una resolución reciente de la OMG se benefició de efectos “directos e indirectos” de apoyos gubernamentales a largo plazo.

Un ejemplo más reciente es el nuevo régimen de bail-in (conversión de los depósitos de bancos en problemas en acciones) para los bancos de la Unión Europea, que menos de seis meses luego del referéndum del Brexit, podría hacer a Italia el nuevo foco político europeo. Además de tener uno de los sectores bancarios más vulnerables de la UE, Italia también tiene uno de los mayores tasas de propiedad de bancos, acciones y bonos por individuos y familias. La prohibición de usar fondos públicos para el salvataje de bancos, que entró en vigor a principios de este año, hace por lo tanto muy difícil para el gobierno italiano el resolver la crisis bancaria del país sin poner en riesgo su ya débil estabilidad política.

¿Proteccionismo responsable?
Dada la creciente conciencia de los límites de la liberalización del comercio, ¿qué tan probable es la amenaza de un creciente proteccionismo? Mas importante, ¿cuán peligrosa es la amenaza?

Para responder ambas preguntas Rodrik sugiere que uno no debiera mirar a los años 30, sino a los 80. Entonces, nos recuerda, “el Cuco era Japón y no China, acechando -y tomando- los mercados globales.” Con los Estados Unidos “erigiendo barreras e imponiendo ‘restricciones voluntarias’ (VERs) a los automóviles y el acero japonés,” era extendido el temor al “creciente ‘nuevo’ proteccionismo.” Y sin embargo, la década siguiente estuvo caracterizada por la mayor ola de globalización que el mundo ha conocido.

¿Qué pasó?
“En retrospectiva, el ‘nuevo proteccionismo’ de los 80,” explica rodrik, “era más un caso de mantenimiento del régimen que de su disrupción.” Por cierto, las ‘salvaguardias’ de importación y los VERs del momento eran ad hoc,” dice, “pero eran respuestas necesarias a los desafíos y ajustes distributivos planteados por la emergencia de nuevas relaciones comerciales.”

Entonces, ¿hacia dónde vamos a partir de aquí? Stiglitz propone medidas de bienestar al estilo escandinavo como parte de un contrato social que mantenga una economía y una sociedad abiertas. Frankel y Roach proponen políticas específicas, como el seguro universal de salud en los Estados Unidos, los créditos impositivos a los ingresos bajos y mayor asistencia por ajustes de comercio para ayudar a la conservación de los puestos de los trabajadores. Pero, dada la persistencia de la depresión de la demanda global y los bajos precios de las materias primas, estas medidas difícilmente puedan restaurar el vigor previo del comercio y la globalización.

Al final, Rodrik probablemente tenga razón sobre la necesidad de un “mejor balance entre la autonomía nacional y la globalización.” Tal como lo expone, la reacción actual contra la globalización es un mensaje a los gobernantes de que deben “ubicar los requisitos de una democracia liberal antes que los del comercio internacional y las inversiones.” La ortodoxia del libre comercio no es la única alternativa al populismo, y “no se le debiera reclamar a los partidos de centro derecha y de centro izquierda que salven la hiperglobalización a cualquier costo.” El tema es preservar una economía global relativamente abierta, no adherir piadosamente a algún modelo ideal que incluso los más acérrimos defensores del libre comercio admiten que no existe.


Por Paola Subacchi
Directora de investigación de Economía Internacinal en Chatham House y profesora de Economía en la Universidad de Bolonia. Su próximo libro, El dinero del pueblo: Cómo China está creando una moneda internacional, será publicado en noviembre por Columbia University Press.

Título original: Free Trade in Chains, publicado el 22 de octubre de 2016.

Traducción de Jaime Secco. Siempre que se encontraron, se dirigen los enlaces a la versión castellana de los artículos citados.

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