La tan desgarradora como demoledora experiencia de la pérdida, la despiadadamente felicidad malograda, la soledad, el desamparo y hasta la renovada esperanza son los sugestivos ejes temáticos que propone “La luz incidente”, el tercer largometraje del realizador argentino Ariel Rotter.
Esta película, que destila un profundo desencanto, enfrenta a una mujer con toda su carga de vulnerabilidad a la experiencia de la viudez, la cual debe asumir con la valentía requerida. Desde ese punto de vista, la historia discurre naturalmente a través de los territorios del duelo, una contingencia que siempre-por su extrema dureza- resulta desoladora.
En ese contexto, esta película es una peripecia que se construye a partir de la materia prima de la propia memoria biográfica del cineasta, que adapta fragmentos de su realidad y de su pasado familiar a la ficción.
Para acentuar ese sesgo intransferiblemente intimista, el autor no dudó en utilizar incluso mobiliario de su familia, a los efectos de dotar a su propuesta de mayor autenticidad.
Esa cualidad transforma a esta personal obra en una historia minimalista pero de acento profundamente intimista, en la cual el creador – por razones obvias-volcó toda su pasión y compromiso.
No en vano el relato esta ambientado en una década del sesenta cargada de tensiones, que coincide con un período de prohibición del justicialismo, luego del golpe de Estado que derrocó a Juan Domingo Perón en 1955.
La protagonista de la narración es Luisa (exuberante Érica Rivas), una joven viuda de clase alta con dos hijos a su cargo que ha padecido la simultánea pérdida de su marido y su hermano, en un fatal accidente de tránsito.
Esa indeseable circunstancia la confronta a una coyuntura de duelo, aunque el ahora complejo cuadro familiar le impone seguir adelante por sus insoslayables responsabilidades como madre a las cuales no puede ni debe renunciar.
Aunque cuenta con el incondicional apoyo de su madre, su horizonte no deja por cierto de ser incierto y desolador. Ahora, deberá enfrentar el futuro en soledad y sin la contención afectiva que evidentemente le proporcionaba su esposo.
En esa época, hace más de medio siglo, el rol de la mujer era meramente marginal en la sociedad. Por ende, el marido era siempre el sostén de la familia y una figura insustituible.
En función de pautas culturales muy precisas y ciertamente inmutables, el destino cuasi ineludible de una viuda era volver a casarse, a los efectos asegurarse el sustento para ella y su eventual prole y recomponer su vida.
La historia, que es guionada por el propio Rotter (“Sólo por hoy” y “El otro”), acentúa esa abrumadora sensación de desasosiego de la protagonista, urgida por su progenitora a relacionarse nuevamente y conformar una nueva pareja.
Esa presión es una actitud naturalmente típica de una época en la cual la mujer sola era incluso mal vista por su entorno social, por la persistente hegemonía de un modelo patriarcal que hoy parece estar felizmente en vías de extinción.
Por supuesto, otro aspecto a contemplar en esta suerte de drama si se quiere costumbrista, es que la familia nuclear era por cierto hace cincuenta años una institución de fuerte raigambre. Aunque obviamente no está en actitud de búsqueda, el destino cruza en el camino de la mujer a Ernesto (Marcelo Subiotto), un soltero de larga data mayor que ella que ansía fundar una familia.
Sin embargo, la reticencia de la viuda a entablar una relación con un real sustento afectivo se transforma en un obstáculo cuasi insalvable para generar un romance susceptible de mutar en la ulterior concreción de un vínculo matrimonial.
En efecto, resulta evidente que la protagonista requiere un tiempo de maduración para afrontar la situación, porque el duelo aun está latente y no ha sido debidamente procesado.
Por supuesto, aunque resulte un trace singularmente doloroso, ese duelo que habitualmente todos pretendan obviar es una suerte de derecho que la mujer parece reivindicar.
El film propone un cuadro íntimo y a la vez intimista, que destaca particularmente por su ambientación y su formulación estética, que mixtura una formidable construcción visual con un lenguaje necesariamente moroso.
En ese contexto, la fotografía en blanco y negro que contiene los signos identitarios de la época, coadyuva a acentuar esa sensación de claustrofobia y sobriedad no exenta de desamparo.
Esa cualidad, que impresiona la retina del eventual espectador, es mérito del concienzudo trabajo de fotografía de un avezado creador como Guillermo Nieto, cuyos registros logran plasmar un ambiente marcado por una austeridad no exenta de belleza.
“La luz incidente” es sin dudas uno de los títulos más enjundiosos de la producción audiovisual argentina contemporánea, que logra impactar por su radical frontalidad, su realismo, su densidad psicológica y su indudable estatura reflexiva.
Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
La ONDA digital Nº 795 (Síganos en Twitter y facebook)
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