El arte es una anomalía dentro del contexto de la realidad. No se parece a nada de lo que nos rodea, destaca, es evidente, se presenta como algo que rompe el entorno. Inspirado en la realidad inevitablemente se separa de ella durante la realización de la obra. La frontera del formato, la utilización de los materiales, el desarrollo del tema, hace que la pieza vaya tomando cada vez más distancia ante esa realidad que lo detonó enfatizando su presencia anómala.
Es tan perturbadora su existencia, tan ajena y provocada que el lugar que ocupa en el conocimiento humano es insustituible. Esta dimensión la han conquistado a través de los siglos los artistas que han desarrollado un lenguaje y una transformación de los materiales que pueda desembocar en este efecto, en esta alteración que marca el tiempo y el espacio, que define a la humanidad.
¿Para qué el ser humano desarrolló un lenguaje, una serie de obras que exigen otro nivel de realización, que están sujetas a reglas distintas y que, además, piden un compromiso intelectual, sensorial y emocional? Para tener otro vehículo de expresión, para decir y actuar fuera de los parámetros de la comunicación social, para ir más lejos de lo que aporta la información. Esta presencia anómala es tan potente, esta comunicación llega con tanta fuerza que el arte se convierte en un antagónico de la realidad, la distorsiona, la reinterpreta, y esta propuesta, que es individualista, se vuelve social, define una época. Es anómalo y antagonista que un paisaje se descomponga en colores, texturas y pigmentos que le dan otra atmósfera que no tiene y que eso nos conmueva más que el paisaje real. Si vemos un desnudo en vivo se reduce a la persona, y si lo vemos en una pintura es un choque, nos provoca con sus protuberancias, sus defectos, el color de la piel y el tratamiento de la pincelada. La rebeldía del abstraccionismo que desconfigura, que niega lo inmediato.
La antagonía del arte está, además, en que no tiene utilidad alguna, que pintar, hacer un grabado, un dibujo podría dejarse de hacer, es algo que demanda atención, cuidado, experiencia, innovación, conocimientos y tal vez no dé nada a cambio; pide la vida y puede desembocar en una frustración. Tiene sentido para el creador, para el artista y ese sentido se traslada al espectador, al otro. Su existencia es demandante y ajena, desconcierta y es necesaria. Alterar y domar el sonido para hacerlo música, para que sea algo completamente antagónico al ruido de la vida hace que se vuelva indispensable. Esta tiranía del arte es casi violenta, pone en crisis a los creadores, les exige que aporten a la sucesión de obras, que sumen rasgos y elementos que hagan distinta a cada pieza. Decidir crear se vuelve una opción fatal.
Este compromiso con el pensamiento humano y con el propio ser se puede evitar si se toma la senda del entreguismo de no alterar a la realidad, de tomar lo que da y someterse a su estado preconcebido, de rescatar ruidos callejeros y montar una instalación sonora, hacer una venta de cosas viejas y llamarlas instalación interactiva. Las repetitivas formas de obras de arte contemporáneo VIP (video-instalación-performance) que replican y no antagonizan, imitan y no presentan ese ente anómalo que atrapa nuestra atención y nos comunica algo.
La realidad ofrece infinitos elementos, información, imágenes, estamos saturados de contenido que se disemina en canales distintos y que nos abruma, que no permiten ni su asimilación ni su completa visión. Esta fuente es inagotable e inmediata de usar si se toma con literalidad y escasa transformación. Tomar de ahí una parte y enunciarla tal cual en obra de arte es un escapismo, una fuga de la exigencia del arte. La realidad es insuficiente para explicarse a sí misma, para comprenderla y poder ver más allá de lo visible y lo invisible necesitamos hacerlo a partir de sus anormalidades, de lo que antagoniza.
La literalidad de las obras del arte contemporáneo VIP (video-instalación-performance) es insuficiente para este proceso. Lo que presentan es elemental y sin profundidad, y no aporta a la comprensión de entorno que depredan porque el arte contemporáneo VIP tampoco lo comprende. La repetición sistemática no es entendimiento, no hay asimilación ni uso de la imaginación, es simple reacción de corto plazo, superficial, desechable. Inevitablemente se convierte en un cliché, es la pose del que hace y no piensa.
Avelina Lésper
Crítica de arte y entre sus líneas de investigación está la pintura europea y el mercado de arte.
La ONDA digital Nº 677
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