CINE | “Snowden”: el poder del imperialismo global

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El descomunal poder del imperialismo global sin límites ni eventuales restricciones es el desafiante y no menos inquietante disparador temático que propone “Snowden”, el nuevo film del revulsivo e iconoclasta realizador norteamericano Oliver Stone.

A los setenta años de edad y luego de algunos fallidos títulos que pusieron en controversia su bien ganado prestigio de creador osado, polémico e incisivo, Stone vuelve a incursionar en el género de la intriga política que tan bien supo cultivar.
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No en vano el autor adquirió singular notoriedad por su memorable y ciertamente desgarradora trilogía sobre la Guerra de Vietnam, integrada por la laureada “Pelotón” (1986), “Nacido el 4 de Julio” (1989) y “Entre el cielo y la tierra” (1993).

Otros títulos no menos relevantes de su tan fermental filmografía son “Salvador” (1986), “Wall Street: el dinero nunca duerme” (1987), “JFK” (1991) y “Nixon” (1995).

Casi toda la carrera del director ha estado jalonada por la crítica a las aventuras imperialistas de su país o bien por el análisis sobre el abuso de poder y algunas disfuncionalidades domésticas de la primera potencia económica y militar del planeta.

Recuperando parte de su mejor versión como cineasta atrevido y desafiante del sistema, Oliver Stone transforma a “Snowden” en un radical testimonio de la historia contemporánea.

Este film es la biografía de Edward Snowden (Joseph Gordon-Levitt), el técnico informático y ex consultor de la CIA (Agencia Central de Inteligencia) y de la NSA (Agencia de Seguridad Nacional) quien, en 2013, denunció públicamente programas de vigilancia masiva destinados a espiar a la población mundial, aplicados durante los gobiernos de George W. Bush y Barack Obama.

La impactante revelación lo expuso a querellas criminales bajo cargos de “conspiración”, lo cual lo condenó a ser un renegado y un fugitivo e incluso a exiliarse en Rusia.

En ese contexto, la historia narra las vicisitudes del protagonista que se enroló inicialmente en el ejército de su país, donde fue dado de baja por problemas físicos, para luego proseguir su carrera de analista informático.

Por supuesto, en este tramo inicial, la película no omite el lavado de cerebro al cual son sometidos los reclutas durante su período de adiestramiento, a quienes se inculca el dogma imperialista que ha caracterizado al poder hegemónico de los Estados Unidos.

Obviamente, el ulterior ingreso a la CIA denuncia el absoluto sometimiento de los miembros de la organización a una suerte de poder paralelo que opera en las sombras.

Las permanentes sesiones de polígrafo (detector de mentiras) constituyen un elocuente testimonio del estricto control que se ejerce sobre los funcionarios de la agencia, quienes deben mantener en secreto sus actividades hasta a sus familiares.

Incluso, las pruebas para ingresar a los servicios de inteligencia son de alta exigencia, partiendo de la premisa que los futuros espías deben tener claro que la gran prioridad es prepararse para enfrentar al “terrorismo”, en una lógica perversa que prioriza la seguridad sobre el pleno ejercicio de la libertad.

Concomitantemente, la presencia de presuntos consejeros o mentores como Corbin O’Brian (Rhys Ifans), revela los entretelones de una ominosa maquinaria de conspiración al más alto nivel.

El disparador del relato es la entrevista mantenida por Snowden, en una habitación de un hotel de Hong Kong, con la documentalista Laura Poitras (Melissa Leo) y dos periodistas de “The Guardian”: Glenn Greenwald (Zachary Quinto) y Ewen MacAskill (Tom Wilkinson).

Allí, en un ambiente de absoluto reserva y con las máximas precauciones para no ser rastreados, se procesó la impactante denuncia que desnudó las inmorales actividades de ciber-espionaje de los servicios de inteligencia norteamericanos.

En estas secuencias, Stone condensa toda la tensión que caracterizó a esos encuentros furtivos que permitieron comenzar a demoler el muro de impunidad de las prácticas totalitarias aplicadas por el poder gendarme global.

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Esa sensación de claustrofobia deviene en estupor, cuando advertimos que ese dispositivo de vigilancia –que no es ficción sino realidad- viola groseramente la intimidad de todos los habitantes del planeta.

La película no omite los conflictos domésticos del protagonista derivados de su actividad encubierta, con particular énfasis en su relación con su novia Lindsay Mills (Shailene Woodley).

En efecto, las permanentes mudanzas y el ocultamiento de secretos de Estado por parte del protagonista horada dramáticamente el vínculo con su pareja hasta un punto de ruptura.

“Snowden” es una potente denuncia, que revela -sin ambages -las espurias actividades de un poder global que construyó una suerte de panóptico destinado a aherrojar nuestra libertad.
Es, asimismo, un devastador alegato político, que nos confronta a una suerte de guerra cibernética no convencional, en la cual todos somos tratados como “terroristas”.

Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario

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