Vanguardia | En la antigüedad, la mayoría de los pueblos tenían sus formas muy particulares de contar el tiempo. Evidentemente cuando un pueblo se vuelve hegemónico (el que tiene el poder y lo ejerce), impone sus formas de vida. Es así como aparece en las zonas conquistadas por Julio César el llamado calendario juliano en el año 45 antes de Cristo. Era la forma como se contaba el tiempo en Europa y en las tierras conquistadas.
Sin embargo, es hasta el año de 1582 después de innumerables estudios realizados mucho tiempo atrás, que los científicos de la época se dan cuenta de que existe un desfasamiento de diez días teniendo como base el equinoccio de primavera y las fases de la luna. De esta forma aparece el calendario gregoriano, que nos rige hasta el momento y que por eso se le llamó así, en honor a su promotor el Papa Gregorio 13. Hay que aclarar que hubo resistencia en muchos países que siguieron utilizando el calendario juliano; no obstante, en este momento ya se usa el gregoriano por ser más preciso.
Por tanto, Jesús, el hijo de José y María, a quien celebramos en estas fechas, nació diez años después de la fecha conocida. Recordemos que las fiestas cristianas tienen sus orígenes en fiestas agrícolas hebreas, en este caso la fiesta de la Navidad-natividad-nacimiento, tiene sus orígenes en la celebración romana del Sol Invicto que se celebraba en el solsticio de invierno, entre el 22 y el 25 de diciembre (el mes décimo). En ese sentido la Biblia no determina ninguna fecha.
Es el emperador Constantino quien fijo la fecha por el 25 de diciembre para contrarrestar el culto al Sol. Una buena parte de las culturas antiguas adoraban al sol, en cualquiera de sus advocaciones, se trataba de dejar en claro que Cristo es el verdadero Sol Invictus, o como lo afirma Simeón en su cántico “Luz para alumbrar a las naciones”.
De hecho, recordemos que la conversión de Constantino se da de frente al Sol en una visión donde ve una cruz y escucha una voz que dice “con este signo vencerás”. A partir de este momento se remplaza el culto al sol por la celebración cristiana de la Navidad aunque, por supuesto, no como las tenemos en este momento.
La Navidad en los primeros tiempos de la era cristiana se celebraba el 6 de enero, el día de la teofanía o epifanía (manifestación de Dios) de Jesús a los pueblos representados por la alegoría de los reyes magos (qué como decía el enorme Toño Usabiaga, ni eran reyes, ni eran magos, ni eran tres). A la fecha las iglesias ortodoxas siguen celebrando la Navidad en este día. Es Francisco de Asís quien en Greccio, Italia, en 1223 nos hereda la Navidad que hasta el momento celebramos.
Una navidad-nacimiento romántica, una navidad-nacimiento que nos conviene a todos. El Papa Francisco quiere rememorar e invitar a la piedad y a la fe con su nacimiento. La interpretación posterior y particularmente la lectura que se hizo y a la fecha perdura es una visión acomodaticia del acontecimiento que partió la historia, no por nada se sigue dividiendo en antes y después de Cristo.
La trascendencia del nacimiento ha librado la prueba del tiempo y aunque no existe una fecha histórica determinada es real que existe un personaje y un mensaje. En ese sentido, creo que debiéramos celebrar la fiesta del nacimiento del mensaje de Cristo, ahora comento porqué.
Celebrar el nacimiento de Jesús en un establo en Belén con sus padres José y María, rodeado de animales domésticos; fuera de lo desagradable del lugar, no implica mayor problema. Hasta nos resulta piadoso, artístico y, por supuesto, en los tiempos del libre mercado, un magro negocio. De ahí que la Navidad se convirtió en la fiesta más lucrativa del calendario gregoriano.
Feliz Navidad en estos tiempos tiene muy poco que ver con el deseo de que el nacimiento de Cristo nos traiga felicidad. Creo, como lo decía José María Mardones hace algún tiempo, que el festejado no es festejado. Es uno de los pocos cumpleaños donde el cumpleañero no es tomado en cuenta. Se festeja o celebra lo que se ignora, porque para celebrar a Jesús se requiere conocerlo.
Luego, se entiende que la sociedad en general, particularmente la mexicana, celebre con tanta devoción la Navidad, porque también festejan con harta devoción cualquier otra fecha. En mucho de los casos no se conoce lo que se celebra y en el entendido agustiniano de que “nadie ama lo que no conoce” se complica la celebración.
Celebrar la Navidad supone un profundo conocimiento de Jesús. Y a Jesús se le conoce a través de su mensaje. No hay otra forma de conocerlo. El riesgo de la Navidad, se da en quedarnos en la parafernalia y no pasar de ahí como ordinariamente ocurre. Otra vez, la forma y el fondo. La forma, la parafernalia (los grandes nacimientos, el pino, los regalos, los abrazos, los buenos deseos y hasta Santa Claus); el fondo, el mensaje (la solidaridad, la fraternidad, la paz, la alegría, la verdad).
Se conoce a Jesús a partir de su misión, lo demás es lo de menos..Por tanto, con el nacimiento de Cristo celebramos el compromiso con el Reino y sus valores. El que celebra la Navidad le apuesta a la reivindicación de los débiles, dirían algunos de las causas perdidas, porque Jesús va por las causas perdidas ¿O Jesús nació simplemente para que al tiempo nosotros pusiéramos nuestros pesebres?
El nacimiento, los regalos, el pavo, los tamales, el vino, la cerveza, los romeritos, el bacalao, la carne asada o lo que cada quien implemente en la celebración, será tanto como celebrar la fiesta del Sol, porque eso no implicara mayor compromiso.
Celebrar el nacimiento de Cristo implica asumir el mensaje de Cristo donde el de enfrente tiene el papel más sobresaliente. Quien celebra esta fecha, celebra la manera como Dios se hace visible en la historia en principio a través de Jesús de Nazareth y en un segundo momento a través de su mensaje de la necesidad de vivir en una sociedad incluyente donde los pobres, los débiles, los leprosos, las prostitutas, los extranjeros, los enfermos, los hambrientos, los que no tienen un lugar en la sociedad son los destinatarios de su mensaje. Se trata de volver visibles a los invisibles de su tiempo e incluirlos en la fiesta del Reino, o bien se trata a través de su mensaje de sentar las bases de una sociedad equitativa y justa.
Nadie posee los derechos reservados de la Navidad, por eso cualquiera la puede celebrar. Lo cierto es que para darle sentido es importante descubrir a quienes podemos legitimar en estos momentos de la historia donde la desigualdad, la pobreza, las injusticias, particularmente en nuestro País están a la orden del día.
Celebrar al mensajero no es difícil, lo hacemos y los hacemos muy bien. Pero creo que igual de importante es la celebración del mensaje, que en este caso nos debe de llevar a comprometernos en la lucha por la justicia, la solidaridad y la paz, programa de vida obligado para quienes queremos desear a los demás una Feliz Navidad.
Por Felipe de Jesús Balderas
Fuente: vanguardia.com.mx
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