Aquellos que se dedican a la historia, la literatura, el arte, la filosofía y la sociología, se sienten presionados a justificar su existencia en la sociedad de mercado actual. La competitividad del mundo de las ciencias y la economía se ha traspasado a las humanidades, hecho que ha contribuido a la crisis de las mismas. Lo que nos hace humanos no son sólo las necesidades más prácticas de la vida.
“No sé si lo sabéis, pero las humanidades están en crisis. No puedo recordar la última vez que abrí The New York Times y no encontré a alguien preocupándose por ‘el necesario valor de la educación en humanidades en un mundo cada vez más impulsado por la tecnología’ o algo parecido”, afirma Benjamin Winterhalter en un reciente artículo publicado en The Atlantic en el que reflexiona sobre la mencionada crisis en el mundo de las letras. El autor del artículo insiste en que la reflexión en torno a dicha crisis es tan frecuente que incluso se ha convertido en un tópico en el mundo del periodismo norteamericano el quejarse de las quejas de la crisis en las letras. ¿Qué es lo que sucede, entonces, realmente?
El débil apoyo del gobierno a las humanidades
Como señala Winterhalter, el presidente Obama ha hecho declaraciones públicas en las que habla de la importancia del apoyo financiero para lo que los anglófonos (especialmente los americanos) llaman STEM, un acrónimo de science, technology, engineering y mathematics; es decir: las disciplinas científico-técnicas.
Winterhalter opina que “la narrativa estándar paternalista” que explica normalmente por qué debemos apoyar las disciplinas científicas opera del siguiente modo: en un futuro, como la ciencia y la tecnología siguen creciendo y aumentando su importancia cultural, habrá muchísimos puestos de trabajo en el campo de las STEM y, en consecuencia, muy pocos en las disciplinas de humanidades.
La reflexión implica, por lo pronto, un hecho que asusta y que también en España se está implantando de manera veloz: la concepción de que los estudios deben servir para algo, ser útiles de manera práctica, deben capacitar. Winterhalter opina, además, que la competitividad existente en el mundo de las ciencias y la economía se ha traspasado a las humanidades, hecho que ha contribuido a la crisis de las mismas.
En el caso de España es cierto que el intento de aplicar planes similares a las ciencias y a las letras ha desembocado en un caos difícil de solventar. El plan Bolonia, que comenzó a aplicarse en España gradualmente hacia 2010, establecía una serie de horas teóricas y otra de horas prácticas, división que responde a una necesidad de las disciplinas científicas y no tanto de las humanidades. Es evidente que un estudiante de medicina necesita acudir a los hospitales y que un químico ha de bajar al laboratorio. No obstante, en el caso de la filología, la filosofía o la historia del arte, si bien práctica y teoría pueden separarse nítidamente, también pueden solaparse y a menudo ambas actividades se hacen sentados en el mismo pupitre.
“Cuanto más escucho este autoritario consejo de abuelo, más necesito otro trago”, escribe Winterhalter con humor.
“¿Todo lo importante puede ser cuantificado?”
Así prosigue con su reflexión el periodista, afirmando que se les ha inculcado a los jóvenes una ansiedad y un miedo, frutos de la imposición de un pensamiento práctico que responde al mercado laboral (“¿Vas a pagar tus facturas con música?”).
La investigación realizada por el gobierno, además, sostiene que aquellos alumnos que se dediquen a algún campo del STEM tendrán un mejor puesto de trabajo, indiscutiblemente, que aquellos que estudien letras. En consecuencia, los presupuestos en educación dan prioridad a las carreras científicas, según apunta Winterhalter. Así, se entra en un círculo vicioso en el que aquellos que se dedican a la historia, la literatura, el arte o la filosofía se sienten presionados a justificar su existencia en la sociedad de mercado actual frente a las mismas personas que han ahuyentado a los alumnos de sus aulas.
El periodista se lamenta, y considera que resulta “dolorosamente corto de miras el decidir el valor del arte, la literatura o la historia exclusivamente en relación a las necesidades de la economía actual”.
Parece que recalcar la importancia de las letras es reconocer una derrota, pero parece también que la sociedad olvida que no todas las necesidades del hombre son de nivel práctico. Valga como ejemplo un célebre episodio del libro Se questo e un uomo, de Primo Levi. Éste fue un italiano que estudió químicas y que fue retenido en Auschwitz, uno de los famosos campos de concentración que los nazis repartieron por Europa. En ese libro (y en muchos otros) cuenta con distancia y raciocinio lo traumático de su experiencia, y reconoce que jamás habría escrito de no haberla vivido: pasó, a la fuerza, de ser químico a ser un testigo que sintió la necesidad histórica de contar lo que pasó. Pues bien, en un pasaje bien conocido del citado libro, Primo Levi, que no tiene ropa, ni pelo, ni nombre, ni comida, ni lenguaje y se halla en condiciones infrahumanas en el campo de concentración, consigue entablar conversación con un francés mientras se dirigen a buscar un puchero de comida.
De un modo u otro al hilo de la discusión, Levi recuerda algunos versos de la Divina Comedia, de Dante (libro de lectura obligatoria en los colegios italianos). La memoria le falla, no obstante, y no consigue recitar un pasaje entero. Afirma sin dudar, preso de la emoción, que habría dado la ración nocturna de comida por acordarse del verso siguiente. Es un ejemplo muy citado para probar que lo que nos hace humanos no son sólo las necesidades más prácticas de la vida, y que incluso en condiciones animales fue la literatura la que, a un hombre de ciencias, le hizo recordar la sensibilidad que tuvo el hombre que fue cuando era libre.
¿Las letras contra la economía?
Merece la pena reflexionar, además, sobre la brecha que se abre a raíz de esta crisis entre la economía y las letras. Pongamos que no estamos hablando de hacernos millonarios, pongamos que no estamos hablando de terminar en Walt Street. ¿No sería lo más normal que uno pudiera vivir holgadamente habiendo estudiado Historia del Arte, Filología, Música o Teatro?
El problema a este respecto se agrava en España, donde las infraestructuras para el estudio y el fomento del arte y la cultura son mínimas, a pesar de lo que dicta el artículo 44.1 de la Constitución española: “Los poderes públicos promoverán y tutelarán el acceso a la cultura, a la que todos tienen derecho”. Se une a ello el problema de que, en la mayoría de los casos, nuestra sociedad carece del hábito y no entiende la necesidad de que hay ciertas cosas (películas, conciertos, libros…) por las que, efectivamente, hay que pagar. Pero ese sería el tema de otro artículo.
Por Marta Jiménez Serrano
Periodista del diario el Confidencial es
Fuente del dibujo de Portada “Filosofía News”
La ONDA digital Nº 677
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