Dos modelos –y sólo dos- son las opciones que enfrenta el Uruguay en los próximos años: Una sociedad cada vez más dividida, fracturada y enfrentada –que es el camino que estamos peligrosamente recorriendo hoy-, o una sociedad inclusiva, tolerante, solidaria, que tienda a la cohesión, respetuosa de las individualidades.
No es ninguna sorpresa que, apenas finalizadas las elecciones internas y diseñado el menú político que deberá elegir la ciudadanía en octubre de este año, los discursos de los candidatos y otros dirigentes hayan marcado claramente estrategias que se inscriben en una de las dos opciones.
El Dr. Vázquez y otros voceros del Frente Amplio se apresuraron a calificar a sus rivales y a catalogarlos arbitrariamente dentro de categorías políticas de muy discutible vigencia en el mundo de hoy, pero con claras connotaciones negativas en el imaginario colectivo.
Los rivales del oficialismo son “la derecha”, “los conservadores”, en contraposición con “la Izquierda”, “los progresistas”, que vendrían a ser los dirigentes y partidarios del Frente Amplio.
En realidad más que rivales se les considera enemigos: “enemigos de clase” diría algún marxista trasnochado con los figurines atrasados. Y como en la guerra todo vale, al enemigo se le descalifica hasta por el apellido o por el barrio en que nació.
Esa apelación a los peores perfiles psicológicos, a los sentimientos más bajos, que son el odio, el desprecio, la envidia, etc., esa utilización política de las miserias humanas, son propias de todos los fascismos y populismos que con distintos nombres han asolado a la humanidad y la siguen asolando.
Es una manera fácil de hacer política. No hay nada más movilizador que el odio.
Quien trafica políticamente con el odio, no está haciendo nada revolucionario. No inventa ni propone nada nuevo. Es el viejo procedimiento usado por Hitler, Mussolini, Lenin, Stalin, Mao, Fidel, Pinochet, y más recientemente Chávez, -ahora su hijo putativo Maduro-, Evo, Kirchner –ahora su viuda- quienes con mayor o menor intensidad, con más o menos violencia, con apariencia más o menos democrática, se han inspirado en el mismo modelo: buenos contra malos. Y en cada época y lugar, han adoptado distintos nombres para llamar a unos y a otros.
Aquí y ahora. lo más cómodo para no tener que explicar mucho: izquierdistas contra derechistas, progresistas contra conservadores. Esa -y ninguna otra- es la estrategia actual del Frente Amplio.
La verdad es que la sociedad uruguaya, independientemente de cuál sea la estrategia política del Frente Amplio, está seriamente fracturada.
La mitad de los niños uruguayos está naciendo en asentamientos precarios, con necesidades básicas insatisfechas, en el seno de familias disfuncionales, con madres adolescentes, con escasas posibilidades de acceder a una formación intelectual, moral y profesional que les permita aspirar a una vida mejor.
El mayor y más rápido deterioro de la convivencia social –que probablemente haya tenido un punto de inflexión en la crisis de 2002- ha coincidido con los dos últimos años de gobierno, por múltiples razones, no siempre directamente atribuibles al gobernante Frente Amplio. Pero lo cierto es que los gobiernos de Tabaré Vázquez y José Mujica, poco han podido, querido, o sabido hacer, para revertir esa tendencia.
Las políticas sociales, siempre encaminadas a la búsqueda de réditos electorales, sólo han conseguido dilapidar recursos y generar ciudadanos dependientes del Estado, sin hábitos de trabajo y sin sentido de la responsabilidad.
La caída en picada de la calidad de la educación pública, ha contribuido a ahondar la brecha, lo mismo que el deterioro de la seguridad, la salud pública y la higiene ambiental.
La decadente educación de los ciudadanos del país hace posible que el gobierno se maneje a discreción con consignas como “lo político por encima de lo jurídico” o la “disciplina partidaria” por encima de la Constitución, sin provocar una oleada de indignación popular y sin recibir la sanción social merecida.
Sólo en el marco de una sociedad adormecida, desconcertada o indiferente –la escasa concurrencia las recientes elecciones internas es reveladora en ese sentido- explica la pasividad con que la población uruguaya asiste a escandalosa exhibición de los más obscenos detalles del novelón del Pluna gate, los inexplicables déficits de un organismo monopólico que vende la nafta más cara del mundo como Ancap, las pérdidas de los casinos, el perdón de deudas a empresarios amigos, las leyes con nombre y apellido –Aratirí- el desprecio por el medio ambiente y la deficiente gestión en todas las áreas de la administración pública, caracterizada por la falta de transparencia y el ocultamiento cuando no, lisa y llanamente, la mentira.
La permisividad ciudadana frente a la desastrosa administración y al mal uso de recursos colectivos, también se explica por la bonanza que el mundo nos ha regalado en la última década y que ha permitido que hogares humildes tengan su plasma, su celular inteligente, y los más afortunados hayan accedido al cero quilómetro. Es ese consumismo desenfrenado que el presidente Mujica condena en los foros internacionales, el que le permite funcionar a los gobiernos frenteamplistas, sin tener que enfrentar una rebelión del contribuyente.
Hay otro Uruguay posible, que llevará varios lustros encaminar, pero que el tan lento como inevitable despertar de la ciudadanía exigirá más temprano que tarde. Un Uruguay de gente libre y culta, exigente y responsable, honesta y trabajadora, como lo fueron nuestros padres y abuelos inmigrantes. Un Uruguay que defienda fanáticamente su condición de liberal y republicano.
Una vez que termine el clima artificial que los medios de comunicación crean en torno al gran circo del fútbol mundial y se acerquen las elecciones nacionales de octubre, comenzará a separarse la paja del trigo.
Para entonces, es de esperar que vaya creciendo la porción de la sociedad que no quiere “más de lo mismo”, sino, por el contrario, un cambio radical en la forma de encarar las tareas de gobierno. La gente que pide respeto, decoro, honestidad, eficiencia, seguridad, legalidad. La gente dispuesta a votar por un cambio real, profundo. El próximo gobierno deberá pagar la fiesta y bailar con la más fea.
Esa es la responsabilidad que el Partido Nacional ha sabido asumir a lo largo de toda la historia del Uruguay independiente. Esta vez no será distinto.
Por Aníbal Steffen
Periodista del semanario La Democracia
La ONDA digital Nº 677
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