Que Luis Suárez estuvo mal en morder a Chiellini durante el partido entre Uruguay e Italia no es motivo de discusión. Todos hemos comprendido que una de los delanteros más geniales del fútbol mundial cometió una falta contra el profesionalismo. Sin embargo todos también y no solamente los uruguayos hemos comprendido que una multinacional, corrupta y omnipotente, la prensa amarilla junto al coro de los complacientes, los oportunistas deportivos y otros elementos de la fauna de hienas y chacales que se mueven en el entorno de un Campeonato Mundial de Futbol, se han ensañado ferozmente con Luis Suárez convirtiéndolo en un chivo expiatorio.
Muchos han escrito y opinado con mayor conocimiento y perspicacia que nosotros. El maestro, sus compañeros y hasta el Presidente de la República lo han defendido sin falsos pudores. Todos comprendemos la necesidad de rodear a nuestro futbolista discriminado y expulsado con la mayor solidaridad. Cuando estas líneas sean publicadas ya se conocerá el resultado de otro capítulo de esta historia de abnegación, de trabajo y de dignidad en la que el maestro Tabárez y su equipo han embarcado al país. El mejor tributo y galardón que se podría haber obtenido contra el poderoso seleccionado colombiano es un triunfo aún sin contar con Suárez. Sin embargo, aunque este partido se haya perdido, seguramente estaremos ufanos de los nuestros.
De todos modos, ya sea después de un triunfo épico o de una derrota honorable, se nos reclama otro tipo de esfuerzo que se corresponda con el papel que el fútbol juega en la identidad de los uruguayos y en nuestro entramado social y cultural: el esfuerzo por desentrañar la índole de las fuerzas que se han desencadenado contra Suárez y sobre todo los presupuestos ideológicos y simbólicos que arrojaron como resultado una sanción tan brutal y desproporcionada, un verdadero linchamiento destinado a destruir y no a corregir.
En la Torá de los hebreos y en el Antiguo Testamento figura el origen del término “chivo expiatorio”, de modo que el sangriento ritual empleado para la expiación de guerras, crímenes, holocaustos y todas las maldades y pecados típicos de aquellas épocas, es conocido de vieja data (algunos miles de años) y está minuciosamente detallado en el capítulo 16 del Levítico que no en vano se denomina “El día de la expiación”: “Mas el macho cabrío sobre el cual haya caído la suerte para Azazel/1 , será presentado vivo delante de Jehová, para hacer expiación sobre él y enviarlo a Azazel, al desierto.“ (Levítico 16:10) y más adelante. “Después degollará al macho cabrío en expiación por el pecado del pueblo y llevará la sangre detrás del velo adentro, y hará de la sangre como hizo con la sangre del becerro, y la esparcirá sobre el propiciatorio y delante del propiciatorio” (Levítico 16/15).
Los sacerdotes que oficiaban el sacrificio – como el Comité Disciplinario de la FIFA ahora – hacían un manejo simbólico de la culpa (lo que el maestro Oscar Tabárez definió en una conferencia de prensa como “moralidad barata”). Ante los ojos de Jehová el sangriento sacrificio purificaba al pueblo de sus pecados, satisfacía a la divinidad castigadora y aliviaba a los pecadores dejando tranquilas las causas de los males. En todo caso, si Jehová no se conformaba siempre se podían multiplicar las víctimas propiciatorias hasta que el humo de la carne a las brasas llegara al cielo y la sangre corriera por los suelos.
De lo que se trata es de desviar, mediante el chivo expiatorio, la atención de otras máculas mayores y de obtener, de paso, algunos beneficios. En los tiempos bíblicos y no solamente en el Medio Oriente sino en Mesopotamia, en Egipto y en Grecia, la carne de los animales sacrificados, por lo general, constituía un suministro de indispensables proteínas y la materia prima de buenos asados para los sacerdotes.
En el rubro distracción, la condena a Suárez, seguramente encubre los negociados y enormes beneficios que la FIFA obtiene del Campeonato Brasil 2014, y las fenomenales coimas y la ciénaga de corrupción montada para hacer de Qatar la sede de un futuro campeonato. La FIFA tiene una estructura única, omnímoda y autorreplicante típica del capitalismo salvaje. De hecho es la mayor multinacional del orbe y una de las que maneja mayores sumas de dinero y un poder alucinante y directo sobre decenas de miles de satélites y millones de personas sin control alguno.
Tan antidemocrático y oscuro es el poder de la FIFA que goza de un fuero único en la historia de la humanidad, equiparable y aún superior al de las grandes iglesias organizadas, fundamentalmente la Iglesia Católica. Como el Sumo Pontífice, investido del dogma de la infalibilidad papal, Joseph Blatter parece ser intangible para cualquier autoridad terrenal. La FIFA no está sujeta a la justicia de nación alguna y desde luego de las Cortes Internacionales. Por si fuera poco obliga sus satélites regionales y nacionales, por ejemplo la AUF, a rechazar expresamente el sometimiento a la justicia ordinaria de cada país. La infracción de esta imposición implica una excomunión futbolística absoluta.
Ahora bien, ¿cómo se sostiene un poder tan arbitrario y manchado por todo tipo de negociados, latrocinios y arbitrariedades? Nadie parece en condiciones de explicarlo completamente (y hay muchos libros de investigación sobre el tema). ¿Quién eligió a un Havelange, a un Blatter, a un Grondona, a un Figueredo, a un Leoz? Son oscuros personajes que se han encaramado en puestos de poder intocable y duradero sin que nadie sea capaz de explicarse bien cómo lo han hecho. Detrás y a los lados están todos los potentes intereses adventicios del mayor espectáculo mundial, empresas que manejan las imágenes, los productos, los jugadores y obtienen fantásticos beneficios.
¿Cuál es el objetivo fundamental de este poder omnímodo al castigar a Suárez? _ En primer lugar reafirmar su propio arbitrio. El primer mensaje para los jugadores profesionales de todo el mundo (y no solamente para los uruguayos) es “nosotros lo podemos todo”. Esto es el poder absoluto. Nosotros somos los dueños de Uds., los hacemos jugar como queremos, cuando queremos, perdonamos a unos y condenamos a otros según nos parece. El poder absoluto es precisamente extra reglamentario y el de la FIFA está por encima de cualquier código de justicia, de ética o de procedimientos. La caprichosidad y arbitrariedad del poder tratan de desalentar, de antemano, cualquier oposición o resistencia. Esto es importante para la FIFA para evitar la acción organizada de sus trabajadores, los futbolistas profesionales. Para ello cuentan con las federaciones regionales, las asociaciones nacionales y los clubes, entre otros, que actúan como agentes encuadradores de la gran patronal mundial, la FIFA.
La FIFA actúa en esto como cualquier tiranía, cualquier monarquía, que, de vez en cuando o sistemáticamente, necesita hacer una exhibición ejemplarizante de su poder ilimitado. Nadie puede creer que la dictadura que asaltó a nuestro país hace 41 años torturaba y asesinaba para obtener información o defender intereses superiores. Lo hacían sistemáticamente para aterrorizar y por este medio impedir la acción de quienes se les oponían, además de destruir a los más connotados. Ahora la FIFA no solamente impide que Suárez juegue al futbol sino que lo proscribe, lo borra, lo aisla de sus compañeros, lo expulsa de su mundo y esta medida tiránica no tiene otro sentido que aniquilarlo, destruirlo psicológicamente. Los partidarios del “principio de autoridad”, de la “mano dura”, la “tolerancia cero”, “la criminalización de los jóvenes”, “el endurecimiento de las penas”, como forma de resolver los problemas sociales, respaldan aunque lo oculten acciones como las de FIFA. Lo importante es preservar su sacrosanto poder.
En segundo lugar, el castigo que la FIFA ha impuesto a Luis Suárez, tiene como objetivo empañar la popularidad del “sistema de estrellas” que ellos mismos han contribuido a crear, delimitarlo. A Suárez lo están “poniendo en su lugar”. A él y a todos nos están diciendo “no nos importa que sea el mejor jugador y goleador de la Premier League”, “no nos importa la magnitud del hecho porque nosotros ponemos los límites y los cracks deben respetarlos porque son una mercancía, “nosotros guardamos los antecedentes y los usamos cuando queremos y como queremos: los jugadores no son dueños de su historia, nosotros lo somos”.
En tercer lugar, se trata de “poner en su lugar” a un paisito de tres millones y medio de habitantes que está demostrando que es posible medirse con los gigantes europeos y con otras naciones futboleras con diez, veinte y cuarenta veces más habitantes y recursos. Esta es una de las claves importantes porque dentro del esquema de la FIFA el mercado lo es todo. Uruguay es un mercado pequeño, muy pequeño, para el consumo de deportes, artículos, productos y servicios pero el problema es que en una forma que no pueden comprender es capaz de producir jugadores excepcionales y ahora, con un presupuesto reducido y recursos promocionales mucho menores deja tempranamente afuera a dos grandes clientes multitudinarios. Argentina o Brasil vaya y pase pero Uruguay es, para la lógica del mercado, un colado en la cornucopia de los negocios mediáticos y futbolísticos. De todas maneras la inequidad, la injusticia, es la base del neoliberalismo que reina irrestricto en las cumbres gerenciales de la FIFA.
Por fin, no todos los uruguayos entienden los fines últimos de la FIFA pero esta peripecia nos servirá para apreciar los verdaderos valores del juego limpio, ese “fair play” que el organismo castigador como algunos actores políticos vernáculos esgrimen cuando les conviene pero no practican.
Por Lic. Fernando Britos V.
[1] Es discutido si Azazel es el chivo expiatorio, propiamente dicho, o un ángel caído, un demonio, que debe ser expulsado como Suárez, apartándolo del rebaño (y vaya a saber lo que haría el demonio Azazel con el pobre chivo). Existen interpretaciones de teólogos de las tres religiones que se dedican a la exégesis (judíos, cristianos y musulmanes) en ambos sentidos.
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