Si pensamos que fueron Collor y Menem los que negociaron la creación de un bloque comercial cerrado, nos debería parecer extraño, pues era una propuesta que iba a contramano de las políticas imperantes en aquel período.
La cuestión es que, probablemente, el empresariado brasileño solo había aceptado apoyar un Mercosur que tuviese una tarifa externa común (TEC). El miedo era que nuestros vecinos hicieran una triangulación comercial y la competencia se originase en terceros mercados. Principalmente China.
El mismo temor atravesó las negociaciones externas del Mercosur. Ideológicamente, el empresariado industrial brasileño era favorable al ALCA, pero pesaba más el temor de la competencia con la industria estadounidense. Por eso, el empresariado en silencio aceptó la suspensión de esas negociaciones.
Con la Unión Europea siempre fue diferente. La agroindustria estaba a favor, pero se rehusaba a ser la moneda de cambio que los industriales pretendían entregar a los europeos. Y la industria brasileña, que consideraba que había espacio para que las exportaciones crecieran, se protegía defendiendo la negociación como Mercosur, oponiéndose a acuerdos bilaterales.
En los últimos diez años, con la variación cambiaria hacia abajo, el crecimiento de las importaciones (principalmente de repuestos y autopartes) y el traslado de empresas multinacionales brasileñas hacia afuera del país (América del Sur, África y China), pero con el foco en el mercado brasileño, ese formato dejó de ser interesante y la tarifa externa común pasó a ser incómoda para algunos segmentos de la industria brasileña. La agroindustria nunca defendió ese formato, pues siempre apuntó al mercado externo.
En este escenario, la negociación con la Unión Europea pasó a ser atractiva para el gran empresariado, aunque sin la participación de todo el bloque. Sería una negociación en dos velocidades; en un primer acuerdo se excluiría a la Argentina, que ha presentado muchas reservas.
Si eso sucede, podemos transitar el mismo camino de la Comunidad Andina (CAN), en la cual los acuerdos bilaterales de libre comercio de Perú y Colombia con los Estados Unidos y la Unión Europea rompieron las reglas anteriormente acordadas por el bloque.
Reproduciendo el discurso de la campaña electoral pasada, el actual candidato del Partido de la Social Democracia Brasileña defiende que Brasil priorice la asociación comercial con los países más desarrollados, como es el caso de la Unión Europea.
Analizando el tema, el embajador Samuel Guimarães¹ señala varios aspectos contrarios que deben tomarse en cuenta: la tarifa media para productos industriales en la Unión Europea es mucho más baja que la tarifa media aplicada en el Mercosur (respectivamente 4 % y 12 %); dejando de existir «la barrera tarifaria» disminuye mucho el interés de los europeos en invertir en Brasil. Si en el pasado las multinacionales tenían que instalarse en Brasil para vender en nuestro mercado, con un acuerdo de libre comercio eso ya no es necesario, dado que las inversiones industriales europeas pueden incluso trasladarse a regiones de menores costos y aun así mantener su hegemonía en el mercado interno del Mercosur, afectando principalmente a Brasil. Un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea significaría el fin del Mercosur y una mayor exposición de las empresas nacionales y extranjeras instaladas en Brasil. Las primeras consecuencias serían menos empleos y salarios más bajos.
El senador Aécio Neves solo está reproduciendo lo que dicen las confederaciones patronales (CNA, CNI, CNC), pues en materia de política externa su diálogo es con el empresariado y no con la sociedad.
¿Qué debemos proponer?
Debemos tener en claro que, si no se hace nada, el Mercosur no dejará de existir, pero permanecerá como una zona de libre comercio, sin articulaciones o políticas productivas, laborales y sociales comunes. Cada vez más, las multinacionales gestionarán la integración de los procesos de producción y crecerá más el comercio intra-empresas. Las grandes empresas determinarán, cada vez más, cómo se formarán las cadenas de producción y comercio, dónde, cuándo y cómo colocar o transferir la producción. Además, con la crisis mundial, Estados Unidos, Japón y Alemania necesitan recuperar mercado, y la persistencia de un bloque comercial cerrado en América del Sur no les interesa.
A eso debe agregarse el marco de desestabilización económica y política en Venezuela y Argentina, y el avance de la ofensiva conservadora en los procesos electorales en Brasil y Uruguay. El resultado es la paralización de las negociaciones.
Por lo tanto, el primer paso debería ser reivindicar un diálogo inmediato con la Presidencia de la República sobre cómo se tratará el tema en el nuevo gobierno. En la administración de Lula, el Mercosur ocupó un lugar destacado que nunca antes había disfrutado. Fue por iniciativa de Brasil que en 2004 el tema de la asimetría económica y productiva se incluyó en las negociaciones. Eso no sucedió en los últimos tres años. ¿Cómo será bajo el próximo gobierno?
Pero también es necesario reclamar la participación de las organizaciones sociales, principalmente los sindicatos y los partidos políticos. ¿Cuál ha sido su participación? Es hora de analizar lo que está sucediendo y también qué es lo que queremos del Mercosur. En Brasil, Argentina y Uruguay decimos que es hora de avanzar sobre los cambios. El Mercosur tiene que estar en esa agenda. ¿Lo está?
Por Maria Silvia Portela de Castro
Socióloga brasileña// Relaciones Internacionales (GR-RI).
Periodista de 247
La ONDA digital Nº 678 (Síganos en Twitter)
Notas
Guimarães, Samuel – A União Européia e o fim do Mercosul, Agencia Carta Maior, 24/4/2014
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