Tom Engelhardt es Periodista, editor y escritor estadounidense de larga trayectoria, especialista en temas internacionales, creador del blog Tom Dispatch y autor de los libros El fin de la cultura de la Victoria: la América de la Guerra Fría y la desilusión de una generación (1995), El modo de Guerra Americano: cómo las guerras de Bush se convirtieron en las de Obama (2010) y Los Estados Unidos del Miedo (2011), entre otros. (Ésta versión se ha alivianado de un par de digresiones sobre problemas del día, como la crisis de los veteranos y el canje del sargento Bergdahl.)
Los Estados Unidos han estado en guerra casi ininterrumpida desde que comenzó la Guerra de Vietnam: conflictos mayores con despliegue de tropas e intervenciones menores, ataques aéreos, campañas de asesinatos con drones, ocupaciones, raids de operaciones especiales, conflictos delegados a terceros (proxy wars) y acciones encubiertas. Eso es más de medio siglo de experiencia en guerras, estilo americano, y pese a ello, muy pocos en nuestro mundo se molestan en sacar las conclusiones obvias.
Dados los registros históricos, esas conclusiones debieran saltarnos a la vista. Sin embargo, no son las palabras que puedan ser dichas en un país entregado al enfoque de que el militar es el primer acercamiento a los problemas del mundo, una construcción continua de sus fuerzas, un énfasis en el trabajo pionero y el desarrollo y despliegue de la última tecnología de destrucción y la repetición de un ciclo entre estilos de guerra, desde invasión a gran escala y ocupaciones a contrainsurgencia, guerras delegadas a terceros y todo de nuevo.
Así que aquí hay cinco lecciones claras que pueden extraerse del último siglo de todas los tipos de guerras americanas; ninguna de éstas conclusiones son aceptables en lo que por aquí pasa como discusión y debate:
1. No importa cómo definas el estilo de guerra americano ni sus objetivos, no funciona. Nunca.
2. No importa cómo presente los problemas del mundo, no los resuelve. Jamás.
3. No importa cuan a menudo cite el uso de la fuerza militar para “estabilizar”, o “proteger” o “liberar” a países o regiones, es una fuerza desestabilizadora.
4. No importa cuan a menudo elogie el modo americano de guerra y a sus “guerreros”, las fuerzas armadas de los Estados Unidos son incapaces de ganar sus guerras.
5. No importa cuan a menudo los presidentes estadounidenses aseguren que el aparato militar estadounidense es “la mejor fuerza de combate de la historia”, la evidencia es que no lo es.
(…)
Una advertencia. Piense lo que quiera sobre la guerra y sobre el modo americano de hacerla, pero tenga presente que estamos en el interior de una enorme máquina de propaganda del militarismo; incluso si apenas advertimos el espacio que llena en nuestras vidas. En su interior, sólo ciertas opiniones, ciertos pensamientos, son aceptables o incluso posibles, en cierto sentido.
(…)
Desde hace cierto tiempo ha sido un lugar común de la opinión oficial y las encuestas que el público estadounidense está “exhausto con nuestras guerras recientes, pero se lee demasiado sobre eso. En respuesta a tal estado de ánimo, el presidente, su administración y el Pentágono han estado en un proceso de varios años “pivoteando” de guerras mayores y campañas de contrainsurgencia a guerra de drones, raids de operaciones especiales y conflictos delegados a terceros en enormes franjas del planeta (incluso no se detiene la planificación de futuras guerras de una clase muy diferente). Pero la guerra en si misma y el poder militar estadounidense permanecen alto en la agenda americana. Las fuerzas armadas y las soluciones militarizadas continúan siendo el recurso de respuesta a los problemas globales. La única pregunta es “¿cuanto?” (En lo que pasa por debate en este país, los oponentes al presidente cada tanto lo tildan a él y su administración de “débil” por no redoblar las guerras, desde Ucrania y Siria a Afganistán.)
Entretanto, la inversión en el futuro del Ejército y su capacidad de hacer la guerra a escala global, permanece notablemente por encima de cualquier otra potencia o combinación de potencias. Ningún otro país se le acerca siquiera; ni los rusos ni los chinos ni los europeos a quienes recién alienta a elevar su apuesta bélica el presidente Obama, quien recientemente prometió mil millones de dólares para aumentar su presencia militar en el Este de Europa.
En tal contexto, afirmar el descomunal fracaso del aparato bélico estadounidense durante las últimas décadas sin cuestionar el apoyo al Pentágono y el complejo militar e industrial, sería tomado como la mayor puñalada por la espalda que registra la historia. Ésto fue intentado luego de la Guerra de Viet Nam, la que engendró en casa un amplio movimiento contrario. Era al menos concebible que se culpara de la derrota a ese movimiento, a una prensa “liberal” y a políticos cobardes. Pero incluso entonces, la versión de la puñalada por la espalda nunca pegó del todo, y en todas las guerras siguientes, el apoyo a los militares dentro y fuera de la clase política ha sido tan alta, la obligatoria necesidad de “apoyar a los soldados” tan grande -a izquierda, derecha y centro-, que tal explicación del fracaso hubiera sido ridícula.
La única opción que quedaba era ignorar lo que debía haber sido obvio para todos. El resultado ha sido un record de fracasos que apabulla la imaginación y un notable silencio sobre el tema. Así que analicemos esos puntos de a uno.
1. El modo americano de guerra no funciona
Pregúntese usted: ¿Hay menos o más terroristas en nuestro mundo casi 13 años después de los ataques del 11 de setiembre? ¿Los grupos como al-Qaeda son más o menos comunes? ¿Están menos o más organizados? ¿Tienen menos o más integrantes? Las respuesta a esas cuestiones son obvias: más, más, más y más. De hecho, según un nuevo informe de RAND, sólo entre 2010 y 2013 los grupos yihadistas crecieron 58%, sus guerreros se duplicaron y sus ataques casi triplicaron.
El 12 de setiembre de 2001, al-Qaeda era una organización relativamente pequeña con unos pocos campamentos en lo que podía calificarse como el país más atrasado y feudal del planeta, y un número muy pequeño de adherentes desparramados en otros lugares. Hoy, bandas del tipo al-Qaeda y grupos yihadistas controlan partes importantes de Siria, Irak, Pakistán e incluso Yemen, y florecen y proliferan también en partes de África.
O, puebe con preguntas como éstas: ¿Es Irak un pacífico estado aliado con y sometido a la égida estadounidense, con “bases de mantenimiento” Unidos en su territorio repletas de tropas de los Estados? ¿O es un país desgarrado, acosado y arruinado cuyo gobierno es cercano a Irán y algunos de sus zonas dominadas por sunitas están bajo control de un grupo que es más extremista que al-Qaeda? ¿Es Afganistán un país pacífico, floreciente, liberado y bajo la égida estadounidense o están los estadounidenses todavía, casi 13 años después, luchando allí contra los talibanes, un movimiento minoritario imposible de derrotar que alguna vez destruyó y luego, porque no pudo parar la “guerra contra el terror”, ayudó a revivir? ¿Está Washington apoyando ahora a un gobierno central débil y corrupto en un país que una vez más está plantando cultivos record de opio?
Pero vamos a no demorarnos en éste punto. ¿Quién, excepto algunos neoconservadores que todavía machacan con las glorias del “surgimiento” de Irak, podría alegar alguna victoria militar en éste país en este siglo, en algún lugar, incluso una victoria de alguna especie limitada .
2. Las guerras de estilo americano no resuelven problemas
Puede afirmarse que en esos años ni una sola campaña militar estadounidense o acción militarizada ordenada por Washington resolvió ni un sólo problema en ningún lado. De hecho, es posible que prácticamente todo movimiento militar realizado por Washington sólo aumentó la carga de problemas de éste planeta.
Para defender esta posición no tiene que ir a lo obvio, como por ejemplo la manera en que las operaciones especiales y campañas de drones en Yemen de hecho han al-quaedizado algunas de las zonas rurales de ese país. Tome en cambio un raro “éxito” de Washington: el asesinato de Osama bin Laden en un raid de fuerzas especiales en Abbottabad, Pakistán. (Y no tome en consideración la manera en que, incluso ese hecho, fue sobre militarizado. Un Bin Laden desarmado fue abatido en su guarida pakistaní seguramente, como es posible presumir, porque los jerarcas de Washington temían a lo que en otro tiempo hubiera sido el modo americano: llevarlo a juicio por sus crímenes ante una corte civil.) Ahora sabemos que como parte de la cazería de Bin Laden la CIA lanzó una falsa campaña de vacunación contra la hepatitis B. A pesar de que se demostró que el plan no tenía utilidad, una vez que se supo puso a los yihadistas locales tan nerviosos con los equipos de salud, que comenzaron matar a equipos de vacunadores anti poliomelitis, una práctica que se extendió a las zonas de Nigeria controladas por Boko Haram. De esta manera, según Leslie Roberts, experto en salud pública de la Universidad de Columbia, “la desconfianza sembrada por la campaña de cobertura en Pakistán podría llegar a posponer la erradicación de la poliomelitis otros veinte años, llevando a 100 mil casos nuevos que de otra manera no habrían ocurrido.” Desde entonces, la CIA ha prometido no hacerlo de nuevo, pero demasiado tarde. Y, de cualquier manera, ¿quién a esta altura puede creer a la agencia? Ésta, por decir poco, fue una consecuencia no prevista de la búsqueda de Bin Laden, pero las consecuencias desastrosas por todos lados, invariablemente inesperadas, han sido la marca en el orillo de las campañas estadounidenses de todo tipo.
De manera similar, el régimen de vigilancia de la NSA, otra forma de intervención global de Washington, ha hecho poco o nada para proteger a los estadounidenses de ataques terroristas, según opinan los expertos. Sin embargo, ha hecho mucho para dañar los intereses de las corporaciones estadounidenses de alta tecnología y para incrementar la sospecha y la ira contra las políticas de Washington, incluso entre los aliados. Y, digamos de paso, hay que felicitar uno de los últimos movimientos militares de la administración de Obama, el envío de militares y drones a Nigeria y sus países vecinos para rescatar a las niñas secuestradas por el grupo extremista Boko Haram. El rescate ha sido un éxito memorable… Ups, no ocurrió (y todavía no sabemos cual será el efecto no deseado).
3. El estilo de guerra americano es una fuerza desestabilizadora
Basta que mire los efectos de las guerras estadounidenses en el siglo veintiuno. Es claro, por ejemplo, que la invasión norteamericana a Irak en 2003 desató una brutal guerra civil suní-chiita por toda la región (así como la primavera árabe, uno puede alegar). Un resultado de esa invasión y la subsecuente ocupación, así como de las guerras y guerras civiles que sucedieron: la muerte de cientos de miles de irakíes, sirios y libaneses, a la vez que grandes zonas de Siria y algunas partes de Irak han caído en manos de apoyos armados de al-Qaeda o, en un caso significativo, de un grupo que no encontró que esa organización fuera suficientemente extremista. Una buena parte de las fuentes de petróleo del planeta está siendo desestabilizada.
Entretanto, la guerra estadounidense en Afganistán y la campaña de asesinatos mediante drones de la CIA en las zonas tribales fronterizas de Pakistán han desestabilizado a ese país, que ahora tiene su virulento movimiento talibán.
La intervención de 2011 en Libia inicialmente pareció un triunfo, como antes habían parecido las invasiones de Irak y Afganistán. El autócrata libio Muammar Gaddafi fue depuesto y los rebeldes tomaron el poder. Sin embargo, como en Afganistán e Irak, Libia es ahora un caso perdido, desgarrada por milicias enfrentadas y generales ambiciosos, básicamente ingobernable y una herida abierta para la región. Armas de los repletos arsenales de Gaddafi llegaron a manos de rebeldes islamitas y extremistas yihadistas desde la península del Sinaí a Mali, del Norte de África al Norte de Nigeria, donde Boko Haram ha arraigado. Como ha hecho Nick Turse es incluso posible trazar el rastro, desde la creciente presencia militar estadounidense en África hasta la desestabilización de partes de ese continente.
4. Las fuerzas militares estadounidenses no pueden ganar guerras
Esto es tan obvio (aunque pocas veces se dice) que no hace falta explicarlo. las fuerzas armadas estadounidenses no han ganado ningún enfrentamiento serio desde la Segunda Guerra Mundial. El resultado de las guerras de Corea, Vietnam, Afganistán e Irak van desde un impasse a una derrota o a un desastre. Con excepción de un par de campañas esencialmente contra nadie (en Granada y Panamá), nada, incluyendo la “Guerra Global contra el Terror”, podría calificar como un éxito en sus propios términos ni en el de nadie más. Esto fue así, hablando estratégicamente, a pesar del hecho de que, en todas esas guerras, los Estados Unidos controlaron el espacio aéreo, los mares (cuando fueron relevantes) y casi todo campo de batalla donde se pudiera encontrar al enemigo. Su poder de fuego fue aplastante y su posibilidad de perder en combates a pequeña escala casi nula.
Sería una locura imaginar que este registro representa la norma histórica. No. Sería más acertado afirmar que el tipo de guerras imperiales de pacificación que Estados Unidos peleó en tiempos recientes, frecuentemente contra minorías insurgentes (o grupos terroristas), a menudo pobremente armados y con mínimo entrenamiento, son simplemente no ganables. Parecen generar su propia resistencia. Su brutalidad y aún sus “victorias” actúan simplemente como llamadores de reclutamiento para el enemigo.
5. El aparato militar estadounidense no es “la mejor fuerza de combate que el mundo ha conocido jamás”
Ni “la mayor fuerza de liberación humana que el mundo ha conocido jamás”, o ninguna de las exageradas descripciones que los presidentes estadounidenses ahora están obligados a pronunciar con frecuencia. Si quiere la razón por la que no lo es, vuelva arriba a los puntos uno a cuatro. Unas fuerzas armadas cuyo modo de guerra no funciona, no resuelve problemas, desestabiliza todo lo que toca y nunca gana, simplemente no puede ser la mejor de la historia; no importa cuánto poder de fuego pueda exhibir. Si realmente precisa más pruebas de esto, piense en la crisis y los escándalos en torno al Departamento de Asuntos de los Veteranos. Son el fruto visible de las fuerzas armadas en el espejo de la frustración, desesperación y derrota, no uno triunfante enarbolando alto su bandera de una historia victorias.
En cuanto a la paz, ni un vintén
¿Hay algún registro comparable? Más de medio siglo de guerra al estilo americano por la mayor potencia y la milicia con mayor poder de destrucción en el planeta suma algo peor que nada. Si cualquier otra institución en la vida estadounidense tuviera un resultado comparable sería evitada como una plaga. En realidad, el Departamento de Veteranos ha tenido un registro mayor de éxitos en tratar aquellos quebrados por nuestras guerras que las fuerzas armadas en ganarlas. Y, sin embargo, su titular fue obligado a renunciar recientemente en medio de un escándalo y ataques de la prensa.
Como en Irak, Washington tiene una manera de mandar a los Marines, desatar a los demonios, irse y luego preguntarse cómo diablos todo se puso tan mal, como si no tuviera ninguna responsabilidad por lo ocurrido. Y no piense que nadie nos lo advirtió nunca. ¿Por ejemplo, quién recuerda al titular de la Liga Árabe, Amr Moussa diciendo en 2004 que los Estados Unidos habían abierto las “puertas del infierno” con su invasión y ocupación de Irak? ¿Quién recuerda el amplio movimiento antibélico en los Estados Unidos y por todo el mundo, que intentó impedir el inicio de esa invasión, los cientos de miles de personas que tomaron las calles para advertir sobre los peligros antes que fuera demasiado tarde? De hecho, haber estado en ese movimiento antibélico ocasionó que más o menos nunca más uno pudiera publicar una columna en los principales diarios para analizar el desastre que había predicho. A los únicos que se les pidió opinión fue a aquellos que la llevaron a cabo, hicieron sonar los tambores o a lo sumo expresaron las dudas más mínimas.
Pero no piensen que la guerra nunca resolvió problemas o logró objetivos para imperios u otros regímenes, o que los países no han hallado victoria en las armas con frecuencia. La historia está llena de ejemplos de ello. Así que, ¿no habrá cambiado algo en el planeta Tierra, en forma que aún debemos comprender? ¿Qué, si algo en la naturaleza de la guerra imperial ahora impide la victoria, el logro de objetivos, la “solución” de problemas en nuestro mundo actual? Dados los resultados de los Estados Unidos, es una idea que al menos merece consideración.
¿Y, en cuanto a la paz? Nadie le preguntará sobre eso. Si sugiere invertir, digamos, US$ 50 mil millones en planificación para la paz -ni hablar de los US$ 500 mil millones que van al Pentágono cada año para su presupuesto básico-, casi todo el mundo se le reirá en la cara. (Y recuerde que esa cifra no incluye la mayor parte del presupuesto para la crecientemente militarizada comunidad de inteligencia de los Estados Unidos, o los costos extra para Afganistán, o el presupuesto del crecientemente militarizado Departamento de Seguridad Nacional, ni otros costos ocultos en otros lados, incluyendo, por ejemplo, el del arsenal nuclear estadounidense que está enterrado en el presupuesto del Departamento de Energía.)
¿Que las posibles soluciones para los problemas globales, estrategias con posibilidad de éxito, pueden surgir de otro lado que las fuerzas armadas de los Estados Unidos o de otras partes de la Seguridad Nacional del Estado, basado en 50 años de fracaso imperial, 50 años de problemas no resueltos y guerras no ganadas y objetivos no alcanzados, de creciente inestabilidad y destrucción de vidas (estadounidenses y extranjeras), extinguidas o quebradas? Nunca jamás.
No le de la espalda a la guerra. No es el modo americano.
Tom Engelhardt
Traducción de Jaime Secco
Vía: other-news.info
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