Aquellos que estén dispuestos a seguir siendo de izquierda y defender el gobierno federal deberían pensar mejor su forma de comprender las críticas formuladas a la Copa del Mundo. El intento de descalificar toda crítica a partir de la clásica frase «usted le está haciendo el juego a la derecha», debería ser motivo de vergüenza. Dicho argumento estratégico sólo aparece cuando ya no es posible utilizar razones realmente programáticas.
Muchas de las críticas mostraron claramente como estos grandes eventos deportivos son un regalo envenenado por potenciar un modelo de desarrollo excluyente. Remociones brutales de poblaciones, estadios construidos en condiciones deplorables de trabajo, ciudades atravesadas por megaproyectos hechos a partir de la lógica de la rentabilidad máxima de la especulación inmobiliaria, relaciones incestuosas entre recursos públicos e intereses de pequeños grupos de grandes empresarios, incompetencia gerencial llevada a cabo expresamente para ayudar a las empresas contratistas a lucrar más: esta fue la misma historia que quedó de manifiesto en Sudáfrica, en Brasil y, seguramente, se repetirá en Rusia.
En los dos primeros casos, se cuenta como viejos grupos de izquierda, tales como el partido CNA (Congreso Nacional Africano) sudafricano y el PT brasileño, naturalizaron el hecho de transformarse en socios privilegiados de la hiper-rentabilización del capital por medio del deporte. Hiper-rentabilización comandada por una entidad agusanada hasta la médula por acusaciones pesadas de corrupción.
Como si fuera poco, es triste que ya no resulte extraño que una política que pretenda ser de izquierda abrace sin complejos la dinámica anestesiante de la sociedad del espectáculo.
Parece el síntoma más cabal de bancarrota ideológica usar megaeventos como dispositivo de movilización nacional. Intentar reeditar la lucha de clases por medio de la defensa de la Copa del Mundo, es una situación patética que algunos defensores del gobierno deberían ahorrarnos. En poco tiempo más, tendremos a quienes se decían de izquierda gritando: «Brasil, ámelo o déjelo».
Mientras tanto, tenemos personas que son arrestadas como delincuentes por participar en protestas y funcionarios públicos que son dimitidos por utilizar la visibilidad de la Copa con la finalidad de organizar huelgas, cuya función era exponer sus pésimas condiciones de trabajo. Sería bueno, en primer lugar, atenderlos a ellos en este momento.
Ellos no buscaban «arruinar la fiesta» de la población, sino recordar que hay muchos que no fueron invitados a participar en ella.
La izquierda muere cuando negocia su fuerza crítica por algunas entradas de futbol.
Por Vladimir Safatle
Columnista de Folha de San Pablo
Profesor de Filosofía eb la Universidad de San Pablo
Traducido para LA ONDA digital por Cristina Iriarte
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