Politica exterior: entre luces y apagones

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El asesor especial de la Presidencia del Brasil para Asuntos Internacionales, Marco Aurelio García, defendió la política externa del país ante una furiosa crítica opositora que consideró que el Gobierno de la mandataria Dilma Rousseff privilegia alianzas con «la parte más atrasada de América Latina, el bolivarianismo». El senador Ricardo Ferraço, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores y Defensa del Senado, dijo que Venezuela, Bolivia y Argentina «están en camino de tornarse dictaduras» y que Brasil prefirió aliarse con esos países por «afinidad ideológica». Marco Aurelio García dijo que Ferraço reprodujo todos los lugares comunes posibles y calificó sus opiniones como un «café recalentado».

«El medio es el mensaje» dijo McLuhan.
El senador Ricardo Ferraço, presidente de la Comisión de Relaciones Exteriores y Defensa de nuestra Cámara alta, eligió las páginas amarillas de la revista VEJA para destilar su odio a la política exterior brasileña y al gobierno de la presidenta Dilma Rouseff. Más adecuación entre continente y contenido sería imposible.

MARCO A.

Pero si la pretensión era la de una artillería pesada, el resultado no pasó de fuegos artificiales. Mucho ruido, pocas nueces.

VEJA anuncia que la Comisión presidida por Ferraço es «un contrapunto al Itamaraty», institución que el senador ve «empequeñecida» y sometida a un doble comando: el del «canciller de derecho» (el ministro Luiz Alberto Figueiredo) y el del «canciller de hecho» (quien firma esta nota).

Un café recalentado durante los últimos doce años, la supuesta duplicidad en la conducción de la política exterior no es capaz de encontrar un solo grano de verdad. Esconde muchas mentiras.

Ferraço recorre distraído América Latina, ostentando su desinformación, reproduciendo todos los lugares comunes posibles y arrogándose la función de politólogo, sin tener recursos suficientes para serlo. Finalmente, revela su propósito: el de atacar al Gobierno de Dilma Rouseff y la falta de un proyecto de nación, que atribuye a la presidenta. Se queda a la espera de qué proyecto sería ese. Silencio ensordecedor.

Como un clarividente de las relaciones internacionales, Ferraço pronostica que Argentina y Venezuela, a pesar de que sus Gobiernos fueron elegidos por el voto popular, caminan hacia una dictadura. Menciona el cerco a la prensa en los dos países y oculta, por ejemplo, que en Caracas y Buenos Aires los principales órganos de prensa —El Nacional, El Universal, Clarín y La Nación, respectivamente— son desde hace años duros opositores de los gobiernos de Nicolás Maduro y de Cristina Kirchner.

El senador menciona el testimonio crítico de la diputada venezolana María Corina sobre la situación de su país. Si hubiera invitado, como hizo la Comisión de Relaciones Exteriores de la Cámara de Diputados, a los Profesores Gilberto Maringoni, Igor Fuser y al economista del Ipea Pedro Barros, podría tener una opinión más profunda y plural.

Cabría preguntarse por qué el vigilante senador no oyó, como se le propuso, al diputado venezolano Rodrigo Cabezas. Me pregunto, igualmente, por qué no tuvo curso aún la invitación que recibí para ir a la Comisión del Senado, así como la del embajador de Brasil en Caracas, Rui Pereira.

Ricardo Ferraço utiliza la información a su gusto. Desconoce la acción conjunta que los Gobiernos de Brasil y de Bolivia han desarrollado en los últimos años en el combate al narcotráfico. Prefiere insultar al presidente Evo Morales, que debe su mandato al voto popular.

Sobran desinformación e insultos en sus declaraciones: a la Presidenta, al ministro Figueiredo (canciller de derecho y no de hecho, según él) y al Itamaraty, cuando acusa a la institución de coaccionar a diplomáticos para seguir al «bolivarianismo», so pena de perder cargos y salarios. Acusación grave, que solo puede lanzar impunemente quien se esconde bajo el manto de la inmunidad parlamentaria.

Ya que el «comunismo» dejó de ser un fantasma, como en los tiempos de la Guerra Fría, Ferraço levanta como nuevo espantapájaros al «bolivarianismo», que no explica de qué se trata.

Lo que sea el bolivarianismo es evidente que se trata de un fenómeno con sabida particularidad histórica sin ninguna influencia, ni siquiera presencia, en el ambiente político ideológico brasileño.

Es curioso que el Senador mencione los importantes debates organizados por el Itamaraty para la preparación de un libro blanco sobre la política exterior brasileña —donde dio una larga exposición en la sesión de apertura— para intentar disminuir la figura respetable del ministro Figueiredo, que está realizando un importante proceso de reorganización en el Ministerio y de recalificación de nuestra presencia en el mundo.

La prueba del respeto que tuvimos ante la intervención de Ferraço y la de tantos otros está en el hecho de que la discutimos serenamente y, aun discrepando de algunos de sus conceptos, la tuvimos en cuenta como un importante aporte al debate.

Entre los nostálgicos de los fracasados proyectos de constitución de un Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), se puso de moda la celebración de la Alianza del Pacífico como contrapunto al Mercosur y a nuestras concepciones de integración continental.

No hay un «Tordesillas del Siglo XXI», que separe al Mercosur de la Alianza del Pacífico. Al contrario, los dos bloques están en proceso de acercamiento y, sin perder sus respectivas identidades, se proponen fortalecer, en un diálogo respetuoso, los grandes ejes de integración de la región: la Unasur y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC).

Finalmente, ya está pasando la hora de desmitificar supuestos ejercicios teórico-políticos, en nombre de los cuales se pretende descalificar la actual política exterior como «de Gobierno» y no «de Estado». Esa diferenciación ha sido utilizada en los últimos tiempos por aquellos que buscan aprisionar políticas públicas —en la economía, en la defensa y también en las relaciones exteriores— a cánones conservadores, forjados en el pasado, en el contexto de otra realidad nacional y mundial y de una distinta correlación de fuerzas sociales y políticas.

El interés nacional que a algunos tanto les gusta citar para justificar posiciones político-partidarias no es fruto de mentes supuestamente iluminadas. Es, antes, la expresión de la voluntad general, y esta, en una democracia, resulta de la expresión popular que las urnas recogen periódicamente.

El resto es apagón.

Por Marco Aurelio García
Asesor para Asuntos Internacionales de la Presidencia brasileña

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