De negros, putos, atorrantas, muertos de hambre y ahora mexicanos

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Nada hay más parecido a la verdad que una buena cronología. Desde hace siglos hasta hace veinte o diez años era de sentido común absoluto reírse de los gays, de los afros, de las personas con capacidades diferentes, de los indigentes y usar las palabras negro, puto, atorranta, mongólico, muerto de hambre, como insultos o calificativos peyorativos que redundaban para los referidos en desventajas sociales y económicas que a su vez determinaban ese tratamiento. Ahora estamos avanzando, ahora hasta las palabras están cuestionadas y los que reían siempre de los mismos e insultaban siempre a los mismos, se defienden, nostálgicos, acusando de «corrección política» a quienes los cuestionaron. Ladran, Sancho, señal que cabalgamos.

Hace treinta o cuarenta años los que ponían en cuestión esas costumbres éramos menos y teníamos menos fuerza, entonces a los que defendían la costumbre les bastaba con acusarnos de «hacer política». No necesitaban agregar la palabra «corrección» para encubrir que siguen siendo ellos los del pensamiento único hegemónico, cuando todo es y siempre fue hacer política. Ahora necesitan recurrir al ambiguo «políticamente correcto» o «incorrecto», lo que no quiere decir en sí mismo nada en absoluto. Lo que es incorrecto en un ambiente restringido de intelectuales puede ser lo más correcto en el ambiente general de una sociedad. Suele ocurrir.

La que más les molesta es la palabra «afro» porque devuelve simbólicamente un territorio, una historia, demasiadas redenciones. Dicen que ellos dicen «negro» en forma cariñosa, por ejemplo, «Negro Jefe», pero la verdad es que durante siglos fue una palabra para constatar una posición subalterna, esclava o liberta pobre y para insultar y hasta en el caso de Obdulio Varela, si en vez de Negro Jefe hubiera sigo Kaiser, habría pasado de capitán de la celeste a Presidente de la AUF o alguna empresa asociada, pero al negro jefe lo marginaron y llegaron a prohibirle la entrada al estadio. Era un cariño políticamente perverso. Tratan de ridiculizar la alternativa burlándose del académico «afrodescendiente», pero ¿por qué «descendiente»? A mí nadie me llama vascodescendiente, algunos me llaman Vasco, Blanco ninguno. Y Vasco connota directamente un cielo irredento, como Afro la gloria irreversible de la guerra de Namibia ganada al colonialismo.

Sí, ya sé. Esto último es lo que les parece verdaderamente incorrecto a los que acusan de «políticamente correcto», que la historia haya cambiado y que se pretenda expresarlo. En mi escuela les llamaba por sus nombres, porque si no era imposible distinguir a cuál o a cuáles me dirigía, ni por afros ni por negros, pero hoy saludo al afro Amilcar Cabral con su continente. ¡Y ya no puede prohibírmelo tan fácil el sentido común!

Ahora hemos seguido cabalgando también mejor que antes con el feminismo y cabalgamos al galope. Ladran más fuerte y más desesperados. Cargan de insultos machistas por cualquier cosa que ocurra a nuestra Fabiana Goyeneche. Para el pueblo que avanza la cargan de medallas.

El último episodio que usaron para consagrarla fue el del cartelito totalitario de unos que procuran condicionar nuestro derecho a luchar contra las opresiones a que sepamos cada frase de todas las películas norteamericanas. ¡Ey, cinéfilos regionales erudítos, tengo una cita para hacerles -no pueden ofenderse porque es de una película de ese ámbito y no tengo otra intención que el humor y la ironía-, seguro que ninguno la ignora; es de Elia Kazan: ¡Viva México, cabrones!!

Por J. Luis González

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