Los aberrantes atropellos perpetrados contra los derechos humanos de las mujeres durante la Segunda Guerra Mundial constituyen el controvertido eje temático de “Las inocentes”, el removedor drama de la realizadora franco-luxemburguesa Anne Fontaine.
Esta película corrobora la sensibilidad de la reconocida creadora gala, autora de recordados títulos como “La chica de Mónaco”, “Mi peor pesadilla”, “Coco antes de Chanel”, “Madres perfectas” y “La ilusión de estar contigo”, entre otros.
En esta oportunidad, la cineasta asume la responsabilidad de retratar algunas de las más deleznables miserias humanas derivadas de Segunda Guerra Mundial: las violaciones masivas cometidas por los ejércitos de ocupación.
La obra nos confronta a uno de los rostros más grotescos del conflicto bélico, en tanto las sistemáticas prácticas de abuso sexual contra las mujeres no respetaron ni siquiera a las religiosas.
Incluso, estos incalificables estupros eran una suerte de botín de guerra para los soldados.
Ello pone en tela de juicio los procedimientos de las fuerzas militares que concretaron la liberación de Europa de la opresión nazi, que, en algunos casos, protagonizaron abominaciones tan repudiables como las de sus enemigos.
Inspirándose en el diario íntimo de una médica francesa que trabajó para la Cruz Roja en las postrimerías de la conflagración,
Anne Fontaine denuncia los crímenes perpetrados por el ejército ruso contra un grupo de monjas de un convento polaco.
La historia, que está ambientada en diciembre de 1945, recupera la memoria de incalificables violaciones a los derechos humanos, en un drama que impacta por su profundo realismo.
Si bien se trata de una película sobria que jamás cede a la tentación de lo escabroso pese a la dureza del planteo argumental, igualmente remueve por sus indudables connotaciones morales.
En ese contexto, la protagonista es Mathilde Beaulieu (Lou de Laâge), una joven médica que accede a concurrir a un convento y asistir a siete monjas embarazadas, quienes fueron violadas por soldados rusos.
La delicada situación –que debe permanecer en absoluta reserva- es administrada por la madre superiora Jadwiga Olezka (Agata Kulesza) y su asistente Maria (Agata Buzek).
Por supuesto, estas mujeres han sido rechazadas por sus respectivas familias, por lo cual no tienen otro sitio donde vivir y asumir su inminente maternidad.
Obviamente, todas conservan además el estremecedor recuerdo de la pesadilla padecida, que –además de la violencia y el escarnio- supone un atropello a sus respectivos votos de castidad.
El relato, de acento desgarrador, trasunta la honda tensión dramática de una situación sin dudas compleja, que confronta a la comunidad católica a un auténtico dilema.
En esas circunstancias, las monjas se protegen a sí mismas entonando cánticos y plegarias que tienen mucho de lamento, por la falta de respuestas a tanta angustia.
La vida monástica es siempre una mixtura entre la duda y la esperanza.
En voz baja, la contundente reflexión de una de las integrantes de la congregación es que la vida monástica es siempre una mixtura entre la duda y la esperanza.
Empero, esa actitud tímidamente disidente colisiona radicalmente con la postura de la madre superiora, quien no duda en imponer su talante autoritario ni en perder su propia humanidad con tal de mantener la cohesión espiritual del colectivo.
No obstante, el mayor peso de este cuadro dramático recae sobre la médica, quien desafía a sus propias jerarquías para hacerse cargo de las infortunadas monjas y hasta se expone a eventuales represalias por su flagrante desobediencia.
Es tan intensa su vocación y su sentido de la solidaridad, que osa transitar el territorio ocupado incluso en horas de la noche, arriesgándose a ser atacada y hasta violada por soldados que gozan de absoluta impunidad para perpetrar abusos.
Si bien la guerra ha terminado, la violencia sigue instalada en esos espacios arrasados, donde abundan la pobreza, la miseria, la degradación y una auténtica legión de niños huérfanos de quienes nadie quiere hacerse cargo.
Por supuesto, la más enconada lucha por la supervivencia es la que dirimen esas siete monjas embarazadas, prisioneras de la amarga tensión entre la fe y la maternidad.
Anne Fontaine imprime a su película una atmósfera agobiante, mediante la construcción de una escenografía que privilegia las imágenes de un lúgubre y ruinoso convento enclavado en un paisaje no menos desolado de la campiña polaca. Allí, esas almas en pena enfundadas en austeros atuendos oscuros guardan celosamente un secreto que, si fuera revelado, las expondría al escarnio, el desprecio y la marginación.
En ese contexto, subyace el padecimiento pero también la infundada culpa, inculcada por una religión que condena y no perdona eventuales desviaciones del dogma.
“Las inocentes” es un crudo retrato humano, que denuncia algunas de las más invisibilizadas atrocidades perpetradas por los protagonistas de la peor conflagración bélica contemporánea.
El film –que destaca por la frontalidad de su planteo- fustiga también el fundamentalismo de la religión, que suele transformar a los propios fieles en inquisidores y en fiscales de las conductas ajenas en nombre de un dios que no siempre es redentor.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
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