Anoche vi en RT En Español un interesante informe sobre la caída en picada de los partidos socialistas en Europa. El informe partía de la noticia de mayor actualidad, de la bancarrota del PSF en las recientes elecciones francesas, pero añadía un análisis de la del PSOE y la del PASOK, en el Estado español y en Grecia respectivamente y la crisis de todos los otros partidos «socialdemócratas» europeos, desde los escandinavos hasta la más antigua sepultura del de Bettino Craxi en Italia. No pude menos que recordar la frase de Eduardo Víctor Haedo, «los cadáveres políticos son odres del vino nuevo». Ya el Partido Socialista Francés había prácticamente desaparecido en 1969 y Francois Mitterrand lo refundó para ser Presidente en tres períodos. El Partido Socialista Uruguayo perdió hasta su más mínima representación parlamentaria en 1962 cuando Emilio Frugoni se oponía a la unidad de la izquierda sin exclusiones. Vivian Trías y José Pedro Cardozo lo llevaron al Frente y lo resucitaron hasta hacerlo gozar de buena salud.
Lo que le pasa a la socialdemocracia europea tiene un aspecto referido al dominio de las palabras. La socialdemocracia como aspiración colectiva de multitudes sigue tan campante por el mundo, a diestra y siniestra, de Este a Oeste. Los partido comunistas no entregaron nunca el nombre original del partido de Lenin, el Partido Socialdemócrata ruso. El propio Lenin lo defendió a mansalva cuando llamaba «socialtraidores», «socialchovinistas», o «socialimperialistas», a los «socialdemócratas» que apoyaron las guerras imperialistas y permanecieron en la Segunda Internacional cuando Gramsci (que fue su Presidente), Rosa Luxemburgo y Lenin, entre otros, fundaron la Tercera. Hasta Stalin, que tenía el tic grotesco de querer imitar giros discursivos de Lenin (un poco a la manera de Rivera con Artigas), llegó a llamarla «socialfascismo».
Y así como Stalin se llevó a su deriva de fracasado universal gran parte del prestigio de la palabra «comunista», pero al menos cuatro partidos comunistas siguen gobernando cuatro de las naciones políticamente más estables y económicamente crecientes de La Tierra, casi un tercio del planeta, líderes no tan individualizados se llevaron a los «partidos socialdemócratas» fuera de todos los gobiernos de La Tierra pero la palabra «socialdemocracia» mantiene un prestigio importante, pese a las derrotas y al abandono que de la propia palabra hicieron los que llevaron a esos partidos a un inoperante «socialiberalismo» o «socialneoliberalismo» centroderechista -inoperante por ellos; porque la derecha, centro derecha, «liberalismo» y «neoliberalismo» de origen, lo operan sin resabios gramaticales socialdemócratas-, la palabra no deja de ser asediada por las formaciones que suplantan a aquellos partidos «socialistas» o «socialdemócratas», desde la izquierda (Podemos, La Francia Insumisa, Syriza, entre las más interesantes de Europa).
Tiene otro aspecto referido a la credibilidad de la izquierda en general en Europa. Cuando Jean Luc Mélenchon coincide con Marine Le Pen en el antiotanismo, el antisistema, la soberanía francesa ante Estados Unidos y Alemania, la Europa de Brest a Vladivostock, pese a la excelente campaña del líder de La Francia Insumisa, existe una idea general de que «se lo van a comer en dos panes», incluso aunque llegue al gobierno, porque viene de la izquierda europea, que, quiera o no, haya estado o no en la misma bolsa donde la ponen los operadores de derecha, está cargada de atavismos transatlánticos norteños. En cambio a Le Pen se la ve más dura, un hueso más difícil de roer, se la ve más decidida a medidas antisistema. No se manchó en apoyo a gobierno «socialista francés» alguno, de esos que terminaron incumpliendo todo lo que prometieron (y el de Hollande -y Macron, a cuya derecha no cabe nada; todo es izquierda comparado con ellos, inclusive Le Pen, en la nación que más cadáveres del colonialismo e imperialismo tiene en el ropero, después de Estados Unidos, España e Inglaterra- está muy presente en el presente de los franceses; todavía no es un recuerdo borrado por los medios). Por eso se rompió en este ciclo electoral de cinco décadas de unibipartidismo «socialista»-conservador.
Por supuesto, Macron es el candidato de los medios hegemónicos -la plutocracia-, de Wall Street, del Pentágono y de esa Unión Europea que de Europea no tiene más que el legado colonialista. Por lo tanto, Le Pen es, nos guste o no -a mí no me gusta-, la alternativa, como lo fue en la última instancia electoral de Estados Unidos, Trump. Sin embargo, la comparación es ociosa. Le Pen no podía ganar de ninguna manera. No tiene ni una sola cadena a su favor. Trump tuvo a Fox. Además Le Pen es por lo menos tan xenófoba como Macron en cuanto al ingreso de inmigrantes, pero no tiene las manos manchadas con la sangre de tres millones de muertos por la invasión a Irak y Afganistán ni por la destrucción de Libia (donde Francia actuó como cabeza operativa de la OTAN, como las tiene Macron, el mayor de los xenófobos, el otanista.
Entonces la lucha va a ser por la tercera ronda electoral, la de las legislativas, donde Mélenchon le disputa a Le Pen el liderazgo de la oposición, en una dialéctica de lo que Lenin llamó «dos tácticas de la socialdemocracia en la revolución democrática». Cuando eso pase, ahora nomás, el 11 y 18 de junio, la palabra «socialdemócrata» volverá al ruedo y esta vez, después de muchos años, como en tiempos de Olof Palme, a favor de la izquierda.
Por José Luis González Olascuaga
Periodista y escritor uruguayo
La ONDA digital Nº 751 (Síganos en Twitter y facebook)
(Síganos en Twitter y Facebook)
INGRESE AQUÍ POR MÁS CONTENIDOS EN PORTADA
Las notas aquí firmadas reflejan exclusivamente la opinión de los autores.
Otros artículos del mismo autor: