Brasil: el país mejor que la selección

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Estamos lejos de ser un Brasil deslumbrante, pero, hoy, el país está mejor que la selección.

Hay muchos que ya están afirmando que el fiasco de 2014 fue peor que el de 1950. Futbolísticamente, no se puede negar: en el 50, quedamos en segundo lugar, por un único gol. Aquí, terminamos en el cuarto, con siete goles de los alemanes, en la semifinal, más tres de los holandeses en la disputa por el tercer lugar. La reacción del país en aquel momento y ahora, considerando todo, sugiere que la derrota de 2014 no dejará, fuera de los campos de juego, ni sombra de la cicatriz uruguaya.

Dice la leyenda que en el 50, después del partido, había banquetes abandonados por las calles, devorados por las palomas y los perros callejeros. El pueblo lloraba en sus casas, como si el gol de Ghiggia hubiese sellado, no sólo el campeonato, sino nuestro destino de fracasados, condenados al eterno subdesarrollo.

ANTONIO PRATA 1

Totalmente distinto al escenario que encontré en la Savassi, barrio bohemio de Belo Horizonte, volviendo del Mineirão, el martes. Incluso después de la derrota, las calles continuaban estando llenas. Los vendedores ambulantes seguían vendiendo cerveza. Debajo de una marquesina, una pareja se besaba ávida y torpemente, como suelen besarse las parejas por primera vez. A pesar de la tristeza y de la perplejidad, la vida seguía su rumbo.

Por mucho tiempo, fuimos una farsa de país con una selección deslumbrante. Yo no caería en la exageración de decir que la ecuación se invirtió: estamos lejos de ser un país deslumbrante – socialmente, económicamente, éticamente -, pero lo que percibí en medio de la muchedumbre y me salvó de la depresión, fue que hoy, Brasil, es mejor que su selección.

Dado el peso que el fútbol tiene entre nosotros, tendemos a sobrevalorar su interpretación. Si la selección gana, el brasileño le muestra al mundo lo maravilloso que es. Si la selección tiene una actuación mediocre, es el maldito brasileño que no logra hacer nada que valga la pena.

logo brasil

El fracaso del equipo sirve para dejar en evidencia el atraso, la incompetencia, la avaricia, la estupidez y la mala fe que dirigen nuestro futbol, pero no debe extenderse al país en su conjunto. Es claro que los defectos de la dirigencia surgen de algunas vicisitudes internas, pero no se limita a ellos. Tenemos innumerables ejemplos de brasileños que se unen ante un objetivo común y llegan, con trabajo y competencia, a resultados extraordinarios.

Desde las chicas del voley al Impa, Instituto Nacional de Matemáticas Puras y Aplicadas, en Río de Janeiro. Del Grupo Corpo al Instituto Butantan. De la Osesp a la Pastoral del Niño. De Inhotim al programa gratuito de tratamiento del VIH. De la cocina de Alex Atala a los programas sociales que sacaron a 50 millones de personas de la pobreza. Sin mencionar a la Copa, que, a pesar de la selección, funcionó.

El partido todavía no está ganado. Nada de eso. Se necesita bastante revuelo en el mediocampo, pero no somos unos fracasados, condenados al eterno subdesarrollo. No se a usted, mi amigo, pero este futbol, a mí, no me representa.

Por Antonio Prata

Columnista de

Traducido para LA ONDA digital por Cristina Iriarte

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