El poder no es un derecho, sino una responsabilidad.
Neil Irwin
Lo que nos proponemos realizar es un estudio – pautado por 3 entregas a través de este medio – que busque dar una idea del carácter, la formación y el pensamiento del señor Lacalle, ante una instancia electoral de primera magnitud en la vida y el destino de nuestra Nación.
En esta ocasión, entonces, abordaremos – con un talante honesto y serio si bien no desprovisto de aguda mirada – el estudio y análisis de su persona, junto con aspectos centrales de esta fase política en la que se encuentra inmerso.
Tales aproximaciones, vale dejarlo bien en claro, no buscan irritar o denostar al candidato sino y por el contrario, plantear aquello que a nuestro leal saber y entender entendemos como lo que a priori puede esperarse de él y queremos compartir, pues, con nuestros lectores.
El señor Lacalle es un hombre que carece de experiencia de trabajo, laboral o empresarial, de fuste, más allá de sus años como Representante Nacional.
Luego, lo que entendemos más grave para la eventualidad del ejercicio efectivo y primero del poder de una Nación, es que es un hombre que no cuenta, a ojos vista, con la experiencia de haber armado, gestionado y dirigido estructuras humanas de envergadura, puestas a prueba en el mediano y largo plazo, donde la composición suele ser tan variopinta como dialéctica es la interacción entre sus segmentos y planos, bien como entre el mando superior con aquellas.
El armado de estructuras humanas requiere, vaya novedad, el saber navegar, y hasta bucear, entre los cruces y oposiciones de unos para con otros pudiendo lograr así una armonización que vuelva plausible, luego ejecutiva, a tales estructuras, de modo tal de poder alcanzar o aproximarse a las metas que dieron vida y sentido a aquellas estructuras.
Ahora bien, cuando hacemos referencia a la experiencia, por ejemplo, nos referimos a saber lidiar con lo imprevisto, puesto que en la vida lo que más sucede es la sorpresa. Y de cómo sepamos lidiar con ella dará cuenta de nuestra capacidad, o nuestra incapacidad, para liderar – lo que conlleva el lidiar – con procesos complejos de tomas de decisiones. Procesos estos que las más de las veces precisarán ajustes sobre la marcha, requiriendo siempre para su efectiva concreción elevadas dosis de discreción y de precisión en su ejecución.
¿Qué es la experiencia, grosso modo, sino el haber aprendido a tutearse con lo imprevisto? ¿Qué es lo que los imprevistos – bien como los errores en la apreciación de la vida más nos traen – sino caídas de las que, si las calibramos y analizamos con calma y la debida perspectiva, podremos luego levantarnos, erguirnos y proseguir la lucha cotidiana y humana con mayores visos de efectividad?
Pues bien, el señor Lacalle no la posee en la medida y alcance que el cargo al que aspira así lo requiere. Por ello, y en el hipotético caso que obtuviera tal distinción sería su primera práctica de laboratorio, sólo que la argamasa sería nada más y nada menos que nuestro país.
Una muestra elocuente de su inexperiencia en el armado y gestión de estructuras, por poner sólo un ejemplo, es el de que varios de sus asesores han salido a la opinión pública como vectores sin conducción ni centro, con mensajes no sólo sorprendentes sino y hasta en flagrante contradicción al menos con los dichos de su líder.
A caballo de su inexperiencia, y acotado – diría más: constreñido – por el plano de ruta conocido (sino, trazado), de sus progenitores y quienes a estos apoyan de las más variadas formas, nos encontramos, lamentablemente para el país, con un candidato sin la talla que la ocasión requiere, por más buena voluntad y entereza espiritual que lo signe.
La espada cívica, con los filos de la democracia republicana, de una Nación no debiera caer en manos de una persona que, aunque bien intencionada, no reúne las condiciones mínimas que el cargo requiere. Máxime cuando el Uruguay es un país en franco crecimiento y expansión, con proyectos estratégicos en curso y otros que se avizoran en el horizonte cercano.
Si esto fuera poco, debe sumarse la elección del candidato al segundo puesto.
¿Cómo decirlo? En tal oportunidad se incurrió en un clásico, y no menos trágico, error político, cual es el de resolver una durísima contienda interna, y sectorial, sin sopesar su salida externa, la fase pública de una unión forzada.
Lo que sucedió fue que el segundo no tuvo otro modo de zanjar los justos reclamos de quienes tienen los votos que a él le dan sustento: los pilares políticos del interior del país y así, muy a su pesar, se ofreció para integrar la fórmula.
Y así salieron a la palestra. Y así les irá. Porque en un momento u otro, esas contradicciones, esas refracciones, esas inquinas mal guardadas aflorarán y los condicionarán.
Tiene, ciertamente, el señor Lacalle el aliciente que la derrota que enfrentará será una experiencia de vida que él habrá de internalizar y así, progresivamente, madurar. Estamos seguros, y lo decimos con honestidad intelectual, puesto que lo sabemos persona inteligente. Y ¿quién sabe?, en futuras contiendas, su suerte sea otra.
En definitiva, el Uruguay debe tener en su próximo Presidente a un hombre avezado, con experiencia de mando y el suficiente juego de cintura. Y, además, que cuente con un equipo multidisciplinario previamente auscultado y no sujeto a improvisaciones que, las más de las veces, conducen a estruendosos fracasos.
Un país está en juego. Su suerte merece respeto, conocimiento y eficacia en la gestión.
Con publicidad y sonrisas no alcanza. Ni siquiera da para empezar.
Por: Héctor Valle
Historiador y geopolítico uruguayo.
vallehec@gmail.com
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