Las modas New Age ofrecen una cornucopia inagotable de ofertas para quienes buscan curas milagrosas, vida sencilla en armonía con la naturaleza, amor y ecología, retiro espiritual, comuniones ancestrales, relacione astrales, experiencias extraterrestres, místicas y paranormales.
Estas experiencias requieren de sus participantes una dosis sustancial de credulidad, mucho dinero o la disposición para entregar bienes materiales o espirituales y aún el propio cuerpo a ese tipo de empresa.
Internet se ha vuelto una extraordinaria vitrina para estas ofertas y para el desarrollo de presuntos saberes. De este modo, junto al ecoturismo, la sanación, las medicinas alternativas, la autoayuda y todo tipo de ritos iniciáticos fluye un torrente de charlatanería y pseudociencia muy prolífica en la generación de una jerga con la que los vendedores pretenden diferenciarse de la competencia y atraer clientes.
Los charlatanes suelen adoptar títulos que no poseen: todos son profesores y egresados de universidades desconocidas o, más frecuentemente, de universidades donde a ellos no los han visto nunca. Han escrito libros por docenas y exhiben una impresionante trayectoria de presentaciones internacionales.
A veces son especialistas transdisciplinarios y otras veces efectivamente tienen una actividad académica reconocida. Entre los casos más resonantes de los últimos años se recuerda a dos psicólogos, Daniel Goleman y su “inteligencia emocional” y Martin Seligman y su psicología positiva.
Las obras de Goleman y de Seligman han sido inmediatamente incorporadas a la literatura de autoayuda y a otro campo directamente relacionado que es el de las “modas gerenciales” y la llamada literatura organizacional, grandes consumidoras de charlatanería.
A una de estas ofertas es que queremos referirnos hoy: la acción de los “facilitadores/as” y los “procesos de consenso” que se promueven a través de un cierto Instituto Internacional para la Facilitación y el Cambio (IIFC). Este instituto no tiene existencia real sino virtual y está vinculado con otros similares que operan desde los Estados Unidos para ofrecer servicios de entrenamiento y “facilitación grupal”.
En Uruguay, las operadoras son dos señoras, de formación y experiencia variada pero inconsistente con su actividad que correspondería profesionalmente a la psicología y más concretamente a los psicólogos especializados en dinámica de grupos.
La gran maestra y fundadora de la organización es Beatrice Briggs una estadounidense “entrenada originalmente por Caroline Estes de la granja Alpha en Deadwood, Oregon”. Hace 15 años, la Sra. Briggs vivía en Huehuecóyotl, una ecoaldea ubicada cerca de Tepoztlán en México donde las decisiones se toman por consenso.
Esta ecoaldea, que es una especie de colonia de vacaciones para hippies gringos, existe aún pero la Sra. Briggs no aparece en sus registros y según parece se ha trasladado a una sede urbana más apta para la dirección de sus negocios.
El folleto “Introducción al proceso de consenso” es el texto, malamente traducido al español, que rige de los servicios que vende a buen precio el IIFC.
Unas dos o tres sesiones de trabajo grupal, que se llevan a cabo en una semana, demandan el pago de 2.000 dólares. En Uruguay parecen haber vendido sus servicios al MIDES, al MIEM, al INIA y ahora ensayan una penetración en la Facultad de Agronomía de la UdelaR.
El argumento de venta parece tentador. Aseguran que el proceso de consenso es un método de la toma de decisiones basado en valores como la cooperación, la confianza, la honestidad, la creatividad, la igualdad y el respeto.
A la hora de concretar tan plausibles propósitos la Sra. Briggs no ha sido muy original. Lo suyo es un método de manejo de grupos que pretende reemplazar “el liderazgo tradicional” por “el poder y la responsabilidad compartidos por todos los participantes del grupo”.
El concepto democrático de mayorías y votaciones se suprime mediante “el consenso” y así, promete, “un grupo puede transformarse en una verdadera comunidad y una fuerza para la transformación social”.
El consenso procura la resolución pacífica de los conflictos pero al analizar el método es posible ver que esa promesa grandilocuente y seguramente muy bien intencionada no puede alcanzarse con las recetas estereotipadas que propone para resolver lo que vagamente denomina “la patología social”.
Al referirse a las fuentes originales de sus concepciones, la Sra. Briggs se remite a dos principales bases espirituales y tribales: “algunas tribus indígenas de las Américas” (que por lo que dice después han de ser tribus de América del Norte de las que se toma una versión trivial de sus costumbres: sentarse en círculo para discutir, la voz de los ancianos y el contacto con la naturaleza) y la Sociedad de los Amigos, los cuáqueros (creencia en la igualdad, rechazo de las jerarquías).
El manual es un recetario de “normas de conducta” que deben regir el funcionamiento del grupo. El “facilitador” es naturalmente quien propone, hace aceptar las normas y controla su cumplimiento. También se establecen las funciones que se requieren
El “facilitador es el guardián de proceso de consenso”, “es un dirigente-servidor” que ayuda al grupo a tomar decisiones, guía la discusión. Prepara el lugar de la reunión y trae el equipo necesario. Todo definido con obsesiva precisión, desde el papelógrafo hasta los grosores y colores de los marcadores que hay que utilizar; azul, café, verde y los márgenes laterales y entre renglones, las flores, las velas (sin aromas), los fósforos, las tijeras, los manteles y el “bastón de la palabra” o “talking stick” y hasta los instrumentos musicales y cancioneros. El “facilitador” debe solicitar voluntarios para las demás funciones. Mantiene la concentración del grupo, etc. etc.
La Sra. Briggs demuestra un marcado interés por rodearse de guardianes y de este modo, el “facilitador” debe contar con un “guardián del tiempo” (que usa cronómetro y da campanadas para hacer respetar los límites); el “guardián de las memorias” (apunta los nombres de los asistentes, lleva actas de la reunión bajo la supervisión del “facilitador” que debe asegurarse que anota todo con precisión); el “planeador de la agenda” (controla los puntos a ser discutidos y es quien prepara la orden del día); los “patrocinadores” (presentan los puntos de la agenda al grupo); los “escribanos” (anotan las contribuciones de los participantes en hojas grandes lo que permite que el “facilitador” se concentre en dirigir la discusión).
El combo del “facilitador” no termina ahí. También debe contar con los “sensores de vibras” que vigilan el clima emocional del grupo (pueden interrumpir en cualquier momento para hace observaciones “emocionales” y para recomendar las formas de “cambiar la energía”, por ejemplo “respiren profundo tres veces”). Necesita “guardianes de la paz” que son los patovicas de Briggs (invitan “a los participantes revoltosos a que los acompañen fuera del lugar de la reunión y de ser posible, ayudarles a tranquilizarse para después poder reintegrarse al grupo”; otros integrantes del combo son los “guardianes de la entrada” que deben permanecer cerca de esta o en la periferia del círculo).
Como si lo anterior fuera poco, esta dinámica hipervigilada y reglamentada necesita un “equipo de instalación y limpieza” (son los encargados de acondicionar el lugar de reunión y de dejarlo como estaba al terminar) y “representantes de todas las especies” (estos son los encargados de “aportar la perspectiva no-humana al grupo”; se comunican con el “facilitador”, en este caso con lenguaje humano, pero al comunicarse con el grupo utilizan exclusivamente lenguaje no humano; a veces usan máscara o antifaz).
Es indudable que con los gruñidos, bufidos, maullidos o el parpar, barritar y cloquear de los “representantes no-humanos” la reunión ha de resultar entretenida. Sin embargo, buena parte del manual está dedicada a establecer como se debe funcionar, todo en forma digna de un trastorno obsesivo-compulsivo.
Después la Sra. Briggs establece los “niveles de experiencia” de los “facilitadores”. El nivel de principiante es caracterizado como “el policía de tránsito objetivo”. El nivel intermedio es “el facilitador capacitado” y finalmente, en la cúspide, el nivel de experto, es decir “el chamán imparcial” que “inspira a los demás al ser modelo de compromiso, responsabilidad y respeto por todos”.
Este chamán “enaltece el sentido de importancia de la misión del grupo y usa mitos (la propia historia del grupo), símbolos (los objetos totémicos del grupo) y rituales (apertura/cierre de las reuniones, las comidas) para generar curación, lograr metas y crear comunidad”.
Un buen manual no deja cabos sueltos, de modo que la gran chamán indica a sus discípulos que es conveniente empezar con grupos pequeños que trabajen en un mismo proyecto “al que tu mismo pertenezcas (…) después puedes comenzar a ofrecer tu trabajo a grupos más grandes”.
“Estas primeras experiencias son parte de tu aprendizaje y por lo general es trabajo voluntario, un servicio no remunerado. Cuando se corra la voz de que eres un facilitador efectivo, otros grupos con los que no tienes una conexión personal te pedirán ayuda. Entonces se te puede y se te debe pagar como facilitador profesional”.
El resto del manual es de un detallismo machacón que indica hasta las más mínimas actitudes, vestimenta, que se debe decir y que no se debe decir, consignas de todo tipo y algunos apuntes como los juegos que “los buenos facilitadores invitan a jugar al grupo para aligerar el ambiente” (sic).
Veamos cuales son los recomendados por doña Beatrice: “El Gran Viento sopla” (todos sentados en silla en círculo menos quien hace de Gran Viento, parado en el medio, cuando grita la consigna, por ejemplo, “el Gran Viento sopla sobre cualquiera que traiga calcetines negros” quienes quepan en esa categoría deberán levantarse y cambiar de lugar; en la confusión el viento se aviva y consigue sentarse, el que queda sin silla pasa a ser el Gran Viento. ¿apasionante, no?).
“El hacedor de lluvia”: todos se sientan en círculo con los ojos cerrados. Cualquiera que conozca el juego comienza a producir un sonido con el cuerpo, como frotar las manos entre si. Cuando la persona a la derecha del primero deduce lo que está haciendo comienza a hacer el mismo sonido. Cuando el sonido viaja alrededor de todo el círculo, cambia. “Haz este ejercicio mientras haya interés en él – recomienda doña Beatrice – después vuelve a frotarte las manos y deja que el sonido se vaya desvaneciendo”. Es bueno permanecer sentados disfrutando del silencio parecido a la magia que se da después de una tormenta y enseguida, por las dudas, sugiere varios sonidos corporales admisibles para terminar señalando que el criterio es no cantar y no usar palabras.
Otros juegos espectaculares que recomienda la Sra. Briggs son “¿Me amas querida?” y “Voleibol de globos” pero a esta altura es mejor que el lector se los imagine.
El licenciado Fernando Britos V.
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