Cuentos de pueblo

Tiempo de lectura: 4 minutos

A mediados del siglo pasado, Guichón era un pueblo pequeño, en el seno de un país muy joven.

Junto a la Estación de Ferrocarril prohijaron su crecimiento las actividades ganaderas y agrícolas por la instalación de servicios para las mismas y la consecuente implantación de viviendas y comercios con gente venida de muy distintos lugares. Se afincaron funcionarios de las instaladas reparticiones del Estado y al agregarse los centros de enseñanza básica también los estancieros establecieron vivienda de alternativa para sus hijos. Cuando nací, habíase consolidado una comunidad alrededor de rutinas de producción cuyos ciclos naturales_ los de la actividad agropecuaria_ mantenían continuidad con patrones similares a la de otros pueblos del interior del País. En todo ese tiempo, coincidente en algunos años con mi niñez y adolescencia, acontecieron hechos protagonizados por conocidos vecinos. Estas “esnautas” como allí les llamamos, no pretenden representar la singularidad del pueblo. Son apenas un ínfima parte de las crónicas circulantes entre amistades y familias por muchas generaciones. Historia creada desde el futuro, por una subjetividad teñida por los afectos, retrotraída a los contextos temporales de los eventos que se relatan. Componentes de mi crónica vital, cumplo en relatarlas como un tributo a la creación colectiva.

LUIS arquitecto

El fin del mundo
En una de las interminables tardes de verano en los años sesenta, la modorra del pueblo fue alterada dramáticamente. La calle “18 de Julio” con sus ocho cuadras era todo el centro, que comenzaba junto a la Iglesia sobre la Plaza Willimans extendiéndose en pendiente hasta la vía del ferrocarril antes de la cual un alambrado de campo marcaba el corte abrupto entre el pavimento y el pasto natural en los predios de AFE.

Cuatro boliches señeros_ Purrete frente a la plaza, Martiní a medio camino, el de Heinzen y al final de la calle el Bar “Cuesta abajo” de Jorgito Chuayre_ eran parada obligada de forasteros atraídos por las ferias ganaderas, parroquianos cotidianos y algunos muchachos que mataban las horas de siesta en los juegos de naipes o billar. Lo cierto es que todos los locales, casi vacíos por la siesta, resultaron privilegiados palcos del insuceso cuando, junto a una ocasional tormenta, se ve venir una algarada de muchachos encabezados por el “pichón “Esquivel ,el “ternero” Amarillo y alguno de los hermanos Terán._ ¡ Se termina el mundo, se termina el mundo! gritaban desaforados a toda carrera.- _ Y porque corren? pregunta desde la puerta de bar Felipe Martiní, zorro viejo de la chanza, al verlos pasar_ Se viene terminado desde la Plaza, responde Pichón, riendose con la hazaña y sin dejar de correr por si pescaban otro preguntón en el trayecto hasta el alambrado.

El circo
Con su apellido el Sr. Taperola prestaba adecuado nombre a la trouppe que cada tres o cuatro años aparecía por el pueblo sin aviso previo. La -para nosotros gurises chicos- enorme carpa instalada en el predio junto a la Plaza era el símbolo de la presencia del circo informada boca a boca por la infantil clientela. Un mono y un par de desganados leones, objeto de admiración por su exotismo más que por su pérdida fiereza, constituían junto a entrenadores y payasos el elenco estable del Circo. Taperola, empresario y director artístico ambulante, completaba el espectáculo contratando artistas locales, cuyas destrezas se hacían públicas en la arena, más que inicio de una carrera artística como una muestra pública de habilidad para con los coterráneos. Por varios años un número puesto era el del “salvaje” Paredes, dueño del mote por el lugar agreste rodeado de sauces, que habitaba junto a una cañada, muy cerca del pueblo. Sus habilidades e inmejorable estado físico, potenciados por el cotidiano ejercicio en el agua y los árboles desde los cuales se lanzaba a la misma, le aseguraban el papel de equilibrista. La prueba mejor era dejarse correr por una soga desde cinco metros de altura hasta frenar, cabeza abajo, a unos treinta centímetros del piso.

En una noche de función, completa de público, la prueba le falló al “salvaje”. No pudo aferrarse a tiempo y se clavó de cabeza con un tremendo golpe, que retumbó en toda la carpa, contra el duro suelo de tierra apisonada. Cuando el público presente, mudo del susto, empezaba a hacerse cargo del drama y Taperola de la responsabilidad por la vida de un artista, el “salvaje” se levanta sacude dos veces la cabeza de la cual vuela un poco de tierra, y todavía visiblemente mareado ..¡vuelve a subir a la soga para repetir el número! cayendo nuevamente a poco del intento. En el anecdotario del pueblo, no se le recuerda como un artista consiente de que el espectáculo debe continuar pero trasciende hasta hoy su inigualada conjunción de coraje criollo y “salvajismo” al que hace justicia el apodo.

El debut
Una lluviosa y monótona tarde los amigos más cercanos, compañeros de liceo, al fin se decidieron. Con la espontaneidad e inocencia que da no saber la trascendencia de tal acto en sus vidas, emprendieron camino al prostíbulo para la iniciación. “El barquito” conocido como el de la Chela por la primera dama- colocada allí por su fundador Juan Moreira, personaje merecedor de una historia aparte- estaba sobre el límite urbano, cerca del cementerio, lejano y misterioso a la residencia y edad de los debutantes. Dada la única mujer disponible, el debut resultó solamente colectivo desde los participantes. Entre Alberto, Arturo, Aparicio, Luis, José Maria y Omar sortearon turno, sin que el susto permitiera saber si era mejor ser el primero o el último. Cumplida la prueba con felicidad, los primeros actores eran recibidos en el salón con felicitaciones varias. Pero hubo uno que, anticipando su futura profesión, trasmitió en directo la acción desde la habitación cerrada, cuya liviana puerta permitía escuchar todo lo que allí pasaba. Omar informó paso a paso el singularísimo acontecimiento logrando incluir, sobre la consumación del acto, una expresión que perdura en nuestras memorias: Me voy perfilando!

La lograda satisfacción colectiva agotó razones para permanecer en el recinto húmedo y frío del keko y caminando juntos bajo la pertinaz llovizna emprendieron el regreso al “centro” llevando a modo de trofeo_ con la excusa de utilización en la emergencia_ la rosada cortina de nylon que cubría la puerta principal del templo.

Arq. Luis Fabre

La ONDA digital Nº 701 (Síganos en Twitter y facebook)

(Síganos en TwitterFacebook)
INGRESE AQUÍ POR MÁS CONTENIDOS EN PORTADA

Las notas aquí firmadas reflejan exclusivamente la opinión de los autores.