Los pronósticos que anticipaban un cambio en la orientación de la política latinoamericana no se cumplieron. Los gobiernos progresistas resisten. El 2014 fue año de elecciones. Comenzaron en febrero en El Salvador con la victoria de Salvador Sánchez. Siguieron en Costa Rica con el amplio triunfo del independiente de izquierda Luis Solís. En octubre, Evo Morales ratificó su mayoría con 61,4% de los votos. En una contienda mucho más estrecha, la Presidenta Rousseff consiguió su reelección en octubre pasado. En Uruguay, el ex mandatario, Tabaré Vásquez, obtuvo este domingo (30/012/14) una nueva victoria.
Las fuerzas conservadoras tienen poco para mostrar en el plano electoral. Es cierto, fue reelecto Santos en Colombia, pero lo hizo en una confrontación en contra de la derecha encabezada por el ex Presidente Uribe. Con un programa centrado en los acuerdos de paz con las FARC, Santos obtuvo un apoyo decisivo de la izquierda en la segunda vuelta. Un año antes, en el 2013, el Presidente Correa había obtenido su reelección. Otro tanto había ocurrido en Chile con el triunfo de Michelle Bachelet. En fin, en una llegada muy estrecha, Nicolás Maduro consiguió también el 2013 suceder al ex Presidente Chávez en Venezuela.
Se podrá decir que se trata de líderes distintos, de coaliciones diferentes, de procesos en algunos casos muy particulares. Todo eso es cierto, pero lo fundamental es que continúan predominando en la región los vientos de cambio, los ímpetus reformadores, los progresistas por sobre los conservadores. De alguna forma, el fondo del aire sigue siendo rojo.
Los desafíos que enfrentan estos gobiernos son enormes. El primero dice relación con la cohesión social. Es efectivo que millones de latinoamericanos han salido de la pobreza, pero como lo ha dejado en evidencia la excelente investigación de Clarisa Hardy, se incorporan a unas nuevas capas medias marcadas por la vulnerabilidad. El carácter ascendente del tránsito no está asegurado. Las recaídas son posibles. La garantía de una efectiva integración social supone cambios mayores en la estructura productiva, la protección social y la oferta de bienes públicos.
Al mismo tiempo, estos gobiernos tienen una responsabilidad gigantesca en el mejoramiento de la calidad de la política y la profundización de la democracia. El tema es especialmente sensible. Una línea sólida de críticas reconoce sus progresos sociales, pero insiste en las insuficiencias de su gestión política e institucional. La transparencia y el perfeccionamiento de la democracia están en la agenda.
Les cabe a estos gobiernos gran responsabilidad en la integración de la región. Se sabe hace décadas que en el mundo actual no hay futuro fuera de los grandes bloques, que ninguno de nuestros países puede pretender incidir actuando individualmente. No obstante, la integración no consigue avanzar al ritmo que se requiere, abundan las desconfianzas y los alineamientos parciales. Hasta ahora ha predominado una cierta retórica.
En estos tres frentes, cohesión social, calidad de la política e integración regional se jugará la proyección histórica de los gobiernos progresistas de la región.
Por Carlos Ominami
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