… y sin embargo, así seguirá abriéndose, muriendo,
hinchándose y flotando, mientras dure en la noche, su belleza infantil de ingeniería…
Alfredo Zitarrosa
“Me acuerdo que cuando tenía doce años, había un canchero de Argentinos Juniors que, cuando yo entraba a la cancha, paraba un rato de trabajar, para sentarse en la platea a verme”, le dijo Maradona a El Gráfico, en Italia, en 1987, cuando él era la imagen más vista del mundo. La frase causó tal impacto global, que ese canchero tuvo sus diez minutos de fama internacional, televisión, radio, revistas. Uno de los periodistas que llegó hasta su modesta vivienda a preguntarle, para un video, si se daba cuenta que Maradona lo veía verlo -quizá el recuerdo más reciente que Maradona tuvo de una mirada pública sobre su imagen verdaderamente propia, la de sus doce años, la de su belleza infantil de ingeniería; acaso por eso lo mencionó en El Gráfico-. “No –contestó el canchero-; nunca me di cuenta; yo lo veía a él”.
“¿Y él nunca se acordó de usted para ayudarlo?”, preguntó el periodista.
Entonces el canchero le devolvió a Maradona su última imagen pública verdaderamente propia.
“¿Si me dio plata querés decir? Noooooo… Mi vida está paga por haberlo visto”.
Uno está muriendo y naciendo siempre, pero cuando alguien nos pagó la vida por haberlo visto, es mentira que esa imagen se murió y, sin embargo, andan diciendo que murió Maradona.
Que digan lo que quieran. Fontevechia, de Perfil, publicó la muerte de Maradona en tapa de la revista Noticias, ya en 1993. Y desde entonces, con mayor o menor verosimilitud, estuvieron matándolo siempre. Yo recuerdo que durante el Mundial 2010 leí que Maradona había dicho en la conferencia de prensa «¿quién es Uruguay? ¿vino al Mundial?». Durante tres días lo leí ochenta veces en Facebook y en correos y lo escuché ochocientas en todos lados a donde fui, siempre en medio de descargas furibundas de uruguayos contra Maradona. Cuando se enteró, Diego dijo que no lo dijo y los periodistas se pusieron a buscar en todas las conferencias de prensa del mundial, más allá de la indicada, y en todas las entrevistas que dio y hasta en lo que mandó por Internet y no está. Si tengo que medir a Maradona por quiénes lo odian y cómo lo odian, por quiénes lo aman y cómo lo aman, no puedo dejar de recordar la página más esclarecedora de toda nuestra historia: el libelo de Cavia contra Artigas. No hay un tercer rioplatense al que hayan odiado tan expresamente así las oligarquías. Ninguno. Ni el Che al que Diego lleva tatuado en el hombro.
Y hasta ahí nomás llega la comparación, pero no deja de tener lo suyo y voy a recordar una, a cuenta de un par más, de las varias buenas, muy buenas apiladas de Artigas (y en cuestiones bastante más cruentas que el fútbol) que a Maradona, como gambeteador, lo dejan hecho un poroto. Digo «hasta ahí» porque el Diego tuvo buenas y malas. Don José, en mi opinión, una sola mala, que fue en cuestión amorosa.
En 1812, Francisco Javier de Viana, al servicio del gobierno de Buenos Aires, está colaborando estrechamente con Manuel de Sarratea en sus hostilidades burocráticas contra Artigas. Dentro de ese clima, Viana le escribe a Artigas: ‘El excelentísimo señor general en jefe (Sarratea) me encarga diga a V.S. que hace 25 días salió de Paysandú, conduciendo pliegos para el general (Diego de) Souza, un teniente de dragones de la Patria y 25 soldados del propio regimiento. Y como no ha regresado aquel oficial, le tiene cuidadoso por su tardanza. Espera (por tanto), que al paso que V.S. dirija sus marchas, (averigüe) por medio de sus partidas avanzadas y trato con los indios, alguna noticia que pueda tranquilizar las sospechas a que ha dado lugar la demora del expresado oficial’.
La contestación de Artigas, después de haberle indicado al Caciquillo que retuviera a ese piquete, cabe en estas pocas líneas: ‘Ya lo he hecho averiguar entre los indios, pero ellos sólo me dicen que han (matado) muchos portugueses galoneados, pero sin advertir (sin fijarse) si tienen el uniforme de nuestros dragones…’.
“Yo les pido a los napolitanos que mañana (en la semifinal mundial en Nápoles Italia-Argentina) hinchen por Italia; pero que exijan que los otros 364 días del año también los consideren italianos”. Por cierto que al día siguiente los napolitanos no le hicieron caso; llenaron el estadio de banderas argentinas y del Nápoles, con la leyenda “forza, Diego” y gritaron a rabiar el gol de penal, sobrando, con el que Maradona dejó a Italia afuera de la final de su Mundial en Roma. Nunca nadie le hizo perder tanta plata a la FIFA, que ya tenía vendido Italia-Alemania sin parangón.
Después de eso a Maradona lo echaron de Italia. Fueron a buscarlo con las cámaras del Lawfare hasta una cama de un apartamento en Caballito, lo que no le han hecho ni a Cristina Kirchner y, cuatro años después, el imperialismo escenificó un tribunal orwelliano para ocultar que Diego ganó el mejor de sus mundiales, en USA.
A Maradona le aplicaron siempre el doble rasero clásico de la FIFA. Todos los que están en el juego saben que aquella orwellliana conferencia de prensa con que la FIFA escenificó la expulsión de Maradona del Mundial de Estados Unidos como si fuese la Asamblea de las Naciones Unidas anunciando la paz definitiva en el mundo, fue una terrible farsa.
No porque Maradona no se haya dopado para mejorar su rendimiento. No se sabe, no se puede asegurar, ni de él ni de ningún deportista, de ninguna persona, en ninguna circunstancia, en ninguna competencia de este mundo. Ya que es lógico pensar (pongámoslo así) que la droga está diez años por delante del antidoping (el doping paga más). Sino porque sí se sabe, y se puede asegurar, que para mejorar su rendimiento deportivo no se drogó con efedrina. Se puede demostrar que la FIFA aplicó doble rasero, cuando en otra instancia de ese mismo Mundial por “positivos” similares, a otros dos futbolistas, uno de ellos brasileño, ni siquiera los amonestó y en el Mundial 86, a un español lo suspendió por un partido. A Maradona lo suspendió por un año y medio.
Por eso soy de los que no podía escuchar el programa de Ricardo Piñeyrúa, 13 a 0, porque cuando oía en su cortina de apertura que “los que admiran a Maradona por lo que hizo adentro de la cancha y no afuera, tienen el decodificador para escuchar este programa” yo tenía que correr el dial, porque expresamente no tengo el decodificador. Y no solo ni tanto por las opciones explícitamente políticas que hizo Diego (que tampoco le salieron gratis), sino porque formó un sindicato internacional de futbolistas, denunció a Havelange por tráfico de armas, pleiteó contra la superexplotación económica de los jugadores por la televisión que los hacía jugar al mediodía con cuarenta grados y ganó. Y fue el único famoso que cuando cayó preso por drogas junto a dos desconocidos, declaró que la había cortado él y a la postre, ha salido constantemente en los medios de comunicación contando el perjuicio que le causaron las drogas.
Si sigue habiendo derecho a soñar con un mundo donde ni siquiera en el fútbol las cosas valgan más que los seres humanos que las producen, se lo debemos también, en parte, a Maradona. Pero no es por eso que lo considero el mejor futbolista que vi. Para mí, los mejores técnicos de los mundiales filmados son Rinus Mitchels y Carlos Salvador Bilardo y no coincido, en casi nada, con ninguno de ambos afuera de la cancha.
Se dice que Pelé fue más completo que Maradona. Pero si por eso, Zidane fue más completo que Pelé. No solo fue ambidiestro, hábil, técnico, cabeceador, pasador, elegante, excelente lector del partido, sino que además marcó con una técnica de marca casi tan depurada como la de Thuran o Makelele o Cannavaro. Pero yo creo que Maradona fue mejor que Zidane porque Maradona es un genio. Y si el fútbol es, como lo definió Dante Panzeri, “la dinámica de lo imprevisto”, el mejor futbolista que quedó filmado es el Pelusa. Consta.
Los mundiales están filmados íntegros desde 1958 hasta hoy. De antes solo pude ver algunas secuencias del 54 y la película del mundial del 50 que exhiben en el Museo del Fútbol, que alcanza a recopilar unos treinta minutos de filmación. A mí también me juraron por todos los dioses que el mejor futbolista de cualquier época fue Scarone (don Osvaldo Heber Lorenzo me lo aseguró de un modo tan categórico, que no me animé a pedirle que lo argumentara). Pero yo tampoco vi jugar a Scarone y sobre si fue mejor el fútbol de antes o el de ahora, opino lo mismo que Obdulio Jacinto Varela. “Era mucho mejor el fútbol de antes”, dijo Obdulio. “¿Por qué?”, le preguntaron. “Porque yo era más joven”, contestó.
El que me dijeron Óscar Omar Míguez y Julio Pérez que fue el mejor jugador del equipo de Obdulio, Juan Alberto Schiaffino, me explicó que cuando él llegó a Italia, en 1954, el técnico del Milan medía lo que corría cada jugador por partido, que esas mediciones se siguieron haciendo y daban que, promedialmente, que un jugador de 1994 corría cinco veces más que el de 1954. Hoy debe correr, por lo menos, seis veces más (por su mejor preparación física, pero sobre todo porque se lo requieren las actuales tácticas). Es decir que las canchas son seis veces más chicas. Es decir que el jugador tiene seis veces menos espacio y menos para ejercer y lucir sus habilidades. Esas jugadas de bordadora que le vemos a Maradona en sus mundiales no tienen comparación entre las que están filmadas. Lo más parecido son los sucesivos regates de Garrincha, siempre en su punta. Pero Maradona las hizo en espacios mucho más reducidos. Si la distancia entre lo que le veo a Maradona y a Zidane y a Messi y a Cavani y a Griesman en los videos no fuera tanta, diría que esos cuatro lo superaron.
El formalismo truculento que queda es que Pelé ganó más mundiales. Pero mal.
En el 70 Uruguay bajó a Guadalajara cuando le tocaba a Brasil, por calendario prefijado, subir al Azteca. El Brasil de Pelé nos “robó” ese mundial en la FIFA. En el 90 lo robaron a Maradona. Ya en la Liga italiana, donde Diego, como no hay nada comparable, sacó con diez más, tres veces campeón (y campeón de Europa), a un cuadro chico del Sur, que nunca más figuró. A Diego aquel año, lo estaban matando a patadas en Italia para sacarlo del Mundial. Entonces se escapó del campeonato italiano y se escondió en Corrientes hasta que empezara el Campeonato Mundial. Igual lo machacaron y tuvo que jugar casi todo el torneo con el pie izquierdo más grande que el zapato, porque no había con qué deshincharlo. Calzó un número más y desatado y aun así fue el decisivo para llegar a la final, con el apile y el pase de gol contra Brasil y la definición contra Italia (sobrando, como que era de Buenos Aires, esa cueva de napolitanos y los napolitanos deliraban y Garibaldi se revolvía en su tumba), comiéndole el hígado a Havelange y a la televisión italiana (Pelé jugaba en el cuadro de Havelange; ganar con el caballo del comisario es fácil; el tema es cuando te echan hasta al kinesiólogo como a Argentina en aquel Mundial y Codesal tiene que inventar un penal, porque si no, deshecho, con diez suplentes y Maradona rengo, Argentina lo ganaba por penales).
Y llegó el Gran Mundial de Maradona, el de la efedrina. El jugador decisivo fue Romario, el crack brasileño que se animó a decirle a la BBC que Maradona fue mejor que Pelé. Y el propio Romario sabe que alcanza con mirar los dos partidos que jugó Diego y hacer la proyección lógica para comprender que estábamos ante el mejor mundial del Pelusa. Pero el show de ese mundial, lo que le hizo ganar la televisión norteamericana (negocio supremo del mismo, en un país donde el fútbol ni fu ni fa), fue precisamente la sustancia hallada en la orina de Diego. Schumacher, el golero de una selección alemana campeona del mundo, declaró que a todo el equipo lo “pinchaban” (no salía en el control). Lo mismo declaró Julio Jiménez de todos los clubes con que jugó la Libertadores. Tampoco salía el esteroide anabolizante que se daba Ben Johnson, según confesó, desde diez años antes que el antidoping lo detectara en Seúl. Y le habían hecho controles en Estados Unidos y en todo el mundo. Al contrario: Si alguien resistió “que me sigan tratando como a las máquinas de Fórmula Uno que son los futbolistas en Europa” se llama Diego Armando Maradona. No le cortaron las piernas porque no lo alcanzaron –Maradona vivió siempre en otro cielo y en otro infierno–. Pero si le hubieran impedido a Hemingway seguir escribiendo después del desarrollo de París era una fiesta, todos hubiésemos sabido, con leer los primeros capítulos, que nos habían robado el final de su mejor novela.
En comparación con Pelé, un par de definiciones bellas dentro del área, nada más. El mejor jugador de los mundiales 58 y 62 fue Garrincha. Que en el segundo Pelé no haya podido jugar no incidió en el resultado. Sí incidió que en el 58 no jugaran los mejores futbolistas de aquel año, Sívori, Angelillo, Schiaffino y Abaddie. En el 66 nos robaron a todos, es verdad, a Brasil también. Pero yo dirimo por las competencias entre nosotros. Uruguay fue campeón sudamericano de ese bienio y Peñarol de América (y del Mundo) de ese año. A Pelé en el Centenario lo borramos como siempre. Ese año Santos no llegó a definir la Copa. Dicen que el mejor equipo era el River Plate de Ermindo Onega, pero el mejor fue el Peñarol de Rocha porque le ganó bien la final. El año anterior, el 65, sí llegó Santos a definir en semifinal con Peñarol y el partido decisivo fue en el monumental de Núñez. Ganó Peñarol y la tapa de El Gráfico fue con Pelé de espaldas y Sasía de frente: “Fuimos a ver un a 10 y terminamos viendo a otro”. En el 70, en mi opinión, en la de Rivelino y en la de Maradona, el mejor jugador brasileño era Rivelino y el decisivo fue Jair. En cambio cuando Maradona ganó, ninguno de sus compañeros puso en duda que el equipo era Diego y diez más. A menos que tomemos en serio la genial broma que le hizo el Negro Enríquez cuando fue a festejar con Maradona el gol a los ingleses con la mano (el segundo; el primero fue con el puño), “¡qué pase que te di, Pelu!”.
Se la había dado en la mitad de la cancha y de toque corto.
Sinceramente, esa de “Pelé o Maradona” ya es una polémica vieja. Como aquella que muchos planteaban en los años cuarenta, “¿Gardel o Magaldi?”. Dentro de sesenta años, a lo sumo se seguirá discutiendo si Maradona nació en Toulousse o en Tacuarembó.
Así que no me vengan con que se murió. Cientos de miles de personas están en la calle en plena pandemia. No lloran, no bajan la cabeza, no se persignan. Cantan «y ya lo ven, y ya lo ven, el que no salta, es un inglés». «Olé, olé, olé, Diego, Diego». Llenan las plazas, las inmediaciones del Obelisco porteño, rodean las casas de Diego, la de Fiorito, la de la Paternal y la de Devoto. Gritan para que despierte. Rezan para que se recupere. Nadie lo llora. Encienden velas frente a los sanatorios donde alguna vez se recuperó. Rodean la morguera que lo lleva a la casa fúnebre. Demoran su llegada. No sea cosa que en realidad lo empiecen a velar y entonces Diego se les muera, se nos muera, y tengamos, después de doce horas, que ponernos todos a llorar.
Vamo’ arriba. Este es un juego de equipo.
El menos dotado del equipo campeón en México 86 se llama José Luis Brown, el “Tata”. Hace dos años contó en entrevista con Víctor Hugo Morales, que, saliendo a la cancha para jugar la final, se detuvo a subirse las tobilleras y al pasar, Maradona le tocó un hombro y le dijo, “vamo arriba, Tata, que si vos jugás bien yo juego bien”.
No le dijo “si vos jugás bien yo la descoso”. Le dijo la verdad. Porque si Brown o cualquiera no jugaba bien, no ganaba el equipo y si el equipo no hubiese ganado, Maradona no hubiese jugado bien por mucho que la descosía. ¿Sorprende que Fidel, el peor del mundo, el que sacó del bolsillo alto de una guayabera que llevaba puesta, su mano vacía para mostrarla diciendo “éste es todo mi patrimonio”, haya confiado tanto en Maradona, al punto de regalarle su chaqueta de Comandante en Jefe?
Vamo’arriba, que si nosotros jugamos bien, el Diego juega bien… o sea: le ganamos a todo.
Por José Luis González Olascuaga
Periodista y escritor uruguayo
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