Ante un nuevo aniversario del nacimiento de Alfredo Zitarrosa (10-03-1936), una pincelada de su acendrada solidaridad con otros pueblos. El Chile de Pinochet, allá por el año 84 del siglo pasado, entre otras truculencias, negó el ingreso a la patria de Allende, de renombrados artistas. Connotados por su arte y la defensa de los derechos humanos.
Cesar Isella, Mercedes Sosa, J. Manuel Serrat, entre otros, no lograron transponer los umbrales del Aeropuerto Internacional de Santiago. El aparato de seguridad y represión del tirano les prohibió pisar la tierra mapuche. Corría setiembre y atardecía en Malvín. Comenzaba el ensayo de Alfredo y su cuarteto.
Las guitarras calentaban su gorjeo. Un perro grande y manso observaba aburrido, mientras una gata vieja y barcina dormitaba cómoda sobre un estuche abandonado.
El mate reinaba en el centro de la gran mesa, mientras los ceniceros acusaban homicidios reiterados de cigarrillos diversos. Algunos montículos verde pálidos denunciaban los sucesivos ensilles del amargo.
Sonó el teléfono y Alfredo atendió. Con gestos enérgicos el Flaco pidió silencio para mantener una breve charla. Inmediatamente abordó a sus músicos.
-Señores, nos ofrecen unas actuaciones en Chile. Demás está decir que no será únicamente un acto artístico…., los demócratas y sobretodo la izquierda más perseguida son los organizadores.
El Toto Mendez, uno de los guitarristas, rememoró, más de una década después, el silencio espeso del momento. Las imágenes de Serrat, Mercedes, de Isella, revoloteaban en el ambiente. Todos se miraron, los unos a los otros. Dudaban, confusos.
Contundente, Zitarrosa portó su cuota de realismo.
-Lo peor será que nos devuelvan en el primer avión. Vamos o no vamos?.
-Y si, vamos,-dice el Toto que fueron diciendo uno a uno.
La sorpresa del grupo contrastaba con la naturalidad con que Alfredo había asumido la propuesta. Luego confesaría que semanas antes, gentes del Partido Comunista del Uruguay y de Chile le había planteado esa posibilidad. El objetivo sería reunir, en torno al canto de un grande, a una multitud entre las cuales figurarían los más importantes dirigentes opositores.
El llamado telefónico confirmaba la realización del espectáculo. El apronte fue breve y nervioso. En menos de una semana embarcaron. En el avión, los murmullos y los saludos recibidos dejaban presentir que los augurios de Buena Suerte recibidos, serían necesarios.
La clásica pasada de la azafata, ofreciendo un refrigerio, fue recibida con satisfacción por el quinteto viajero. Hasta uno de los guitarritas, famoso por su aversión a las bebidas espirituosas, aceptó complacido el convite alcohólico, de otra guitarra viajera, famosa tanto por su arte como por su amarretismo. Los hábitos conjugados con los nervios, dejaron exhausto el pequeño bar del avión.
“Algo crispados, a pesar de los sucesivos refrigerios, cruzamos la cordillera y comenzó el descenso. Dolor en los oídos y guiñadas cómplices, pautaron esos escasos minutos”, rememora más tarde Carlos Morales otra guitarra del cuarteto.
El capitán de la nave, al final del tradicional y monótono saludo anunciando el arribo, agregó un “les deseo buena suerte”, totalmente fuera de libreto.
Alfredo, parado y rezongado por la azafata, musitó casi en un rezo:
-La vamos a precisar.
El ingreso a los cristales de la sala de desembarque fue tenso. Los espejos repetían unas figuras enfundadas en negro con instrumentos vestidos al tono. Desentonaban con la algarabía de los colores de los otros pasajeros, y sobre todo, con el verde, de los muchos gendarmes apostados en la Terminal aérea.
Se armó la cola para los trámites aduaneros. Alfredo encabezó la expedición musical compatriota.
-¿Uruguayo?,- preguntó cantarín, un uniformado de gordura subida, al recibir el documento plastificado.
-Efectivamente, así lo dice mi cédula de identidad,- acotó, sobrio y ronco, el cantor mayor.
El gendarme guatón miró a sus espaldas, consultando con los ojos a un oficial revestido de chafalonías y cabello prusiano.
-Señor, haga el favor de pasar a esa oficina,-acompañando sus palabras, con un gesto indicador de una pequeña puerta. En su mano,”bastante sucia” dijo Alfredo, enarbolaba el documento del cantor.
-En la pequeña sala, solo un escritorio, y detrás, sentado, casi desparramdo, un ser de civil, cabellos recortadísimos y aspecto desagradable, me contempló entrar, desafiante…,y yo adopté un tono de bonanza, de bienestar interior”, relataría más tarde, el cantor retenido.
-Comenzaron a transcurrir los minutos, las medias horas, las horas, y los nervios nos apretujaban,-testimonió Toto Mendez, pintando la situación propia y del resto del grupo, varados en la jaula de cristal.
En la sala de recepción, gendarmes y mas gendarmes, y muy, pero muy poca gente permaneció aguardando viajeros. Indudablemente, por los gestos nerviosos, y también por la hora,-ya no arribaban mas vuelos-, los músicos uruguayos eran el objetivo de ese otro comité de recepción.
Finalmente, reapareció Alfredo, intercambiaron unas pocas palabras el de la cara desagradable y el gendarme guatón. Revisaron burocráticamente los documentos de la delegación, autorizando el pasaje por aquel umbral que durante una eternidad, pareció infranqueable. El cantor estrechó manos con los saludos de rigor,”bienvenidos”,”al fin”, “gracias”.
Ya alojados en un hotel del centro de Santiago de Chile, e instalados en el pequeño snack-bar, el hombre pequeño de voz grande, en un tono casi confesional, desapasionado y hasta algo distante, relató su vivencia en aquellas eternas tres o cuatro horas.
-El milico ese me recorrió por toda mi infancia, el Santa Lucía y mi tío de Flores. la escuela, la radio, los viajes y las giras. De repente, en aquel fárrago interminable de cuestiones, me inquirió sobre mi equipo de fútbol y mi filiación política. Sencillo y seco, le respondí: de Peñarol y el Frente Amplio. Sorprendido, dio un respingo, mínimo pero notorio. Quizás pensó que negaría mi condición de hombre de izquierda, no sé…y como al pasar, me advirtió que no se podía hablar mal del general. Hicimos silencio. Nos miramos, tomé aliento y ante mis palabras, se sobresaltó. Yo solo dije: a lo sumo, señor gendarme, solamente hablaré bien de vuestro presidente Salvador Allende.
Pero ojo, como no soy bobo, se lo dije despacito. Cuenta el Toto, que Alfredo esbozó una sonrisa amplia,-cosa rara en él-, como de tarea cumplida. Y continuó:
-El oficialito de cabellos prusianos salió de la habitación. Demoró un larguísimo rato. Al volver, me transmitió que el ingreso y las actuaciones en Chile, se permitían sólo por razones humanitarias. Ante su sentencia, me incorporé, y ya pronto para abrir la puerta, le dije: me parece muy, pero muy bien. Soy un cantor popular, y eso de humanitario cuadra perfecto, porque le canto desde siempre, al hombre, a la vida, a los pueblos, en una palabra, a la Humanidad.
Por el Profesor Daniel Mañana
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