Una de cada cuatro personas puede sufrir una enfermedad mental a lo largo de su vida, según la Organización Mundial de la Salud. El estigma en torno a este tipo de problemas aísla, culpabiliza y hacer perder autoestima a quien los padece.
A Cristina le diagnosticaron depresión cuando tenía 17 años. En ese momento comprendió la dificultad que suponía superarla y no ser juzgada por su entorno. “Traté de contárselo a una amiga pero me respondió que no me quejara de problemas que no eran reales”, comenta. La falta de conocimiento y el temor a este tipo de dolencias, provocan situaciones que lejos de ayudar a quien las padece, agravan su situación.
La predisposición genética es un factor que interviene a la hora de experimentar un problema de salud mental pero no es el único; el entorno, el consumo de drogas o experiencias traumáticas, son algunos aspectos que pueden potenciar su aparición.
“No es cierto que todas las personas que tienen una enfermedad de este tipo nacen con ella. Nadie está libre de que se le diagnostique en un momento dado”, asegura Ángel, activista de la campaña Obertament, que defiende los derechos de quienes las experimentan. “Todo el mundo tiene salud mental como también tienen salud física”, añade. La diferencia entre una rotura de un brazo y un trastorno bipolar radica en el tabú que rodea al segundo. La última Encuesta de Salud de Cataluña (ESCA), en Esàña, refleja que el 16% de los catalanes asume que no viviría con alguien que padece un trastorno de este tipo y el 31% duda de si trabajaría con esa persona.
A menudo se considera a quien sufre alguna dolencia mental como a un enfermo crónico; hay quienes tienen esquizofrenia, ansiedad o psicosis pero no por ello son esquizofrénicas, ansiosas o psicóticas. La mayoría está en condiciones de trabajar y desarrollar un ritmo de vida similar al de quien no padece ninguna de ellas. La OCDE apunta en un estudio reciente a que “la mayor parte de personas” con problemas mentales desempeña una actividad laboral. Un dato que se eleva al 50% en el caso de quienes tienen “disfunciones severas”.
Montserrat es un reflejo de las capacidades que con frecuencia se olvidan y estigmatizan. Hace años comenzó a alterar la percepción de la realidad en la que vivía. A raíz de los primeros episodios le diagnosticaron un trastorno bipolar por el que estuvo ingresada en el hospital. Tras esta primera crisis continuó con el trabajo que realizaba hasta entonces, otros 23 años más. En esta etapa, destaca como fundamental el apoyo y la falta de prejuicios de sus jefes y sus compañeros para poder incorporarse de nuevo tras las recaídas que experimentaba.
Ser consciente de que alguien sufre esta dolencia no implica un cambio radical en el trato hacia esa persona. Por esa razón, las campañas de apoyo a quienes la tienen inciden en la importancia de hablar y escuchar sobre el tema. Pequeños gestos como mantener el contacto, mostrar interés, no etiquetar o juzgar y sobre todo, prestar atención a lo que esa persona tiene que decir, pueden ayudar a afrontar mejor el trastorno.
Según la OMS, “el estigma por razón de salud mental es un problema global y la lucha para erradicarlo tiene que ser una prioridad en cualquier sociedad democrática y libre”. Aspectos tan cotidianos como ir al psicólogo o al psiquiatra no deberían ser motivo de vergüenza ni tabú.
Personalidades brillantes del mundo de la cultura también han desarrollado su actividad en paralelo a una enfermedad mental. Es el caso de Virginia Woolf, Van Gogh o del escritor y guionista Cabrera Infante. También del matemático John Nash quien vaticinó cómo la ciencia ayudará a reducir el estigma sobre estos problemas. Así “ocurrió con otros males, como las úlceras de estomago que se pensaban que eran psicosomáticas y luego se descubrió que era una bacteria que se trataba con antibióticos”, comentaba en una rueda de prensa.
Plantarle cara a este rechazo pasa por entender que somos susceptibles de tenerlas o de ser padres, hijos, amigos o compañeros de personas que quizás lleguen a experimentarlas. Lo contrario es negar un problema que no desaparece con darle la espalda.
Ainhoa Muguerza Osborne
Periodista
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