La radical dicotomía entre la frívola inmoralidad de la oligarquía empresarial y la amarga incertidumbre de la clase trabajadora con el trasfondo de un Hollywood fermental pero fuertemente impactado por la dramática crisis económica y social devenida de la Gran Depresión, es el revulsivo eje temático de “Mank”, el potente film del realizador norteamericano David Fincher, que cosechó dos premios Oscar otorgados por la Academia de Artes y Ciencias Cinematográficas.
El largometraje se puede visionar en el ámbito doméstico a través de plataformas, aunque la reapertura de las salas exhibidoras, con protocolos reducidos, avizora igualmente la posibilidad que este año pueda ser visto en pantalla grande.
En esta oportunidad, el aclamado cineasta –que pese a su irregular producción cinematográfica ha destacado por títulos referentes como “Pecados capitales” (1995), “El juego” (1997), “El club de la pelea” (1999), “El curioso caso de Benjamin Button” (2007) y “Perdida” (2014), asume un proyecto bastante más ambicioso y de mayor valor artístico.
Esta película, que contrasta con una carrera que ha privilegiado particularmente el mercado y la taquilla, es una apuesta fuerte al cine revisionista que indaga en el patio trasero de Hollywood, una industria signada por la envidia, la mezquindad, la ambición, la competencia desleal, el egoísmo y hasta la corrupción.
Naturalmente, el desiderátum en materia de degradación transcurrió entre fines de la década del cuarenta y la primera mitad de la década del cincuenta, cuando fueron perseguidas y marginadas numerosas personalidades del cine, acusadas de tener filiación comunista y de desarrollar actividades anti-norteamericanas, en el marco del denominado macartismo.
En esos tiempos, signados por el apogeo de la Guerra Fría, el senador Joseph Mc Carthy promovió una brutal caza que brujas que tomó como foco, entre otros ámbitos, al ambiente cinematográfico.
En ese contexto, fue frecuente que, particularmente directores y guionistas, denunciaran a sus colegas con tal de sobrevivir, no siempre por razones de índole ideológica. En muchos casos, la motivación era destruir al competidor, mediante el avieso procedimiento de la mera delación al denominado Comité de actividades anti-estadounidenses.
Esta organización, que funcionó durante un tiempo como una suerte de tribunal de la Inquisición, elaboraba listas negras de personas consideradas indeseables y “enemigas” del país, a quienes se perseguía, se encarcelaba o directamente se marginaba.
“Mank” está ambientada dos décadas antes de esos dolorosos episodios, en los años treinta, durante la denominada Gran Depresión, que, desde 1929, impactó al mundo capitalista con una crisis económica y social galopante, con claras implicancias de las disfuncionalidades del modelo concentrador de mercado.
En ese marco, en los Estados Unidos crecieron dramáticamente la pobreza y la indigencia, con la proliferación de personas en situación de calle y ollas populares, como observamos hoy cotidianamente en las calles de Montevideo y el Interior, en un Uruguay asolado por la pandemia y la ortodoxia ideológica.
Por entonces, el cine desempeñó una función social y hasta política tal vez más relevante que en el presente y se transformó en un pasatiempo de masas por excelencia.
En ese contexto tal peculiar comenzó a cocinarse –a fuego lento- una de las obras maestras más perdurables de la historia del cine como arte por antonomasia: “El ciudadano”, la ópera prima del maestro Orson Welles.
Esta monumental pero polémica película, que fue estrenada en 1941, es una suerte de ensayo sobre el poder inspirado en la vida y el legado del magnate de la prensa William Randfolph Hearst.
La película impactó por su removedora temática, pero también por su revolucionario lenguaje cinematográfico, incluyendo la fotografía, la música y particularmente su estructura narrativa.
Pese a que el guión de esta obra, que fue premiado con el Oscar, suele ser atribuido en exclusividad al propio Welles, fue firmado por el famoso cineasta y también por Herman J. Mankiewicz.
En todo caso, ochenta años después, pervive la controversia en torno a la verdadera autoría del galardonado guión y las extrañas implicancias y dilemas que rodean a uno de los largometrajes más geniales y controvertidos de la historia del cine.
En tal sentido, “Mank”, que tiene una larga historia, porque el guión fue escrito por el padre del propio David Fincher, quien falleció hace ya 16 años, narra la tormentosa peripecia de Mankiewicz, un escritor talentoso pero alcohólico empedernido y famoso por sus desplantes, sus actitudes erráticas y sus agrios enfrentamientos con los poderosos popes de la industria cinematográfica, incluyendo al propio Louis B. Mayer, fundador de la célebre compañía cinematográfica Metro-Goldwyn-Mayer.
El protagonista es encarnado nada menos que por el extraordinario intérprete inglés Gary Oldman, ganador del Oscar a Mejor Actor por “Las horas más oscuras” (2017), quien en esta nueva propuesta vuelve a regalarnos una actuación de altos ribetes histriónicos.
Rodado íntegramente en blanco y negro y con una estética que apunta claramente a homenajear y rendir pleitesía a la venerada “El ciudadano”, “Mank” indaga en los tormentosos entretelones de la elaboración del guión de la magistral película de Orson Welles, mediante una puesta en escena que privilegia al protagonista pero también a los suntuosos ambientes del siempre mítico Hollywood.
En ese contexto, el relato es un agudo retrato de una ominosa hoguera de vanidades e hipocresías, donde un poderoso empresario de la industria del cine no tiene ningún prurito en comunicarles a sus trabajadores una rebaja salarial con la latente amenaza del despido, a los efectos de afrontar la demoledora crisis que azota al país.
Obviamente, este señor, que no está dispuesto a renunciar a sus privilegios, se parece a muchos especímenes uruguayos que siguen viviendo en la opulencia, mientras más de 100.000 compatriotas ingresaron en apenas diez meses bajo la línea de pobreza, en una escenografía de devastación social.
El film abunda en agudos conflictos entre el desaliñado guionista, quien, a comienzos del relato, es trasladado en andas radicalmente borracho hasta una lujosa residencia que parece una bodega, el temperamental Orson Welles y los productores.
La obra también denuncia- sin ambages- la descarnada frivolidad de los magnates de la fauna empresarial hollywoodense, quienes, mientras explotan despiadadamente a sus empleados, participan en fastuosas fiestas, con inmoral proliferación de abundancia.
Al igual que en el caso de “El ciudadano” y sin querer parangonarla con ésta, la película es también un agudo e irreverente ensayo sobre el poder. En tal sentido, la metáfora del organillero y el mono, que puede parecer muy sarcástica, es un contundente testimonio de prepotente abuso y atropello.
Aunque no es naturalmente una obra maestra y es una versión demasiado libre de la historia real, “Mank” es sí un largometraje de superlativas virtudes artísticas, que indaga –con singular contundencia- en las no siempre soterradas miserias de una de las industrias más lucrativas del planeta, recurrentemente plagada de hipocresía, egoísmo y deleznables mezquindades.
A la inconmensurable interpretación protagónica de Gary Oldman se suman un plausible trabajo de cámaras, una poética fotografía de impronta nostálgica y un atinado ritmo narrativo que se intensifica en los últimos veinte minutos del relato, que resultan realmente memorables.
Por Hugo Acevedo
Periodista y crítico literario
La ONDA digital Nº 1011 (Síganos en Twitter y facebook)
(Síganos en Twitter y Facebook)
INGRESE AQUÍ POR MÁS CONTENIDOS EN PORTADA
Las notas aquí firmadas reflejan exclusivamente la opinión de los autores.
Otros artículos del mismo autor: