Supuestos especialistas en política se apresuran a prever la ascensión, e incluso la victoria, del partido de extrema derecha Frente Nacional en la elección presidencial de 2017, como consecuencia de un impresionante resultado en las elecciones departamentales en la primera vuelta el 22 de marzo del FN, y, a pesar de un trágico resultado en la segunda vuelta una semana después, el 29, donde no ganó un solo departamento. ¿Por qué? Por dos motivos. En la primera vuelta, el partido derechista Unión por un Movimiento Popular (UMP) se alió a partidos centristas.
En la segunda vuelta, los socialistas, inquietos con la victoria de los radicales de derecha, votaron a la llamada “derecha republicana”, como se autodetermina para tomar distancia de inclinaciones derechistas de la UMP cercanas a las del FN. El escrutinio era mayoritario, no proporcional, y esto, de hecho, perjudicó a un FN carente de alianzas. Aún así, Marine Le Pen, líder del FN, mostró que está implantada en el mapa político del país. ¿Pero tiene chances de ser presidente?
Por ahora, todo no pasa de especulaciones. Como dice François Hollande, “nada sucede como estaba previsto”. De hecho, la elección del presidente Hollande, en 2012, es la mayor prueba de su propio refrán. Además, faltan dos años para la presidencial. En estos días globalizantes, análisis extraños más profundizados son secundados por la información veloz, acrítica. Para las plataformas de los medios de comunicación, importa el lucro, cada vez más resbaladizo. Los diletantes ignoran las diferencias entre pleitos locales. No saben evaluar el impacto de elecciones locales en una contienda presidencial. Aclara el sociólogo Jean-Yves Camus: “El Frente Nacional se puede consolidar y ejercer, así, un poder mayor. Pero esto no repercute necesariamente a nivel nacional. De la misma manera, hubo bastiones comunistas que duraron largos períodos, sin que el Partido Comunista Francés llegase al poder”. En pocas palabras, lo mismo puede suceder con el Frente Nacional.
Se trata de un clásico. Los escrutinios intermedios, esto es, entre contiendas presidenciales, no pasan frecuentemente de referendos contra el gobierno en cualquier país democrático. Los presidentes y primeros ministros son castigados. Varios son reelectos. Sin embargo, estas departamentales alteraron, de forma excepcional, el tablado político francés. Evitemos inútiles especulaciones y adentrémonos en los hechos. Y, en seguida, en las conclusiones. Del vamos, el gran vencedor fue el derechista Nicolas Sarkozy. El gran perdedor, François Hollande. El FN se convirtió en la tercera fuerza política del país. Francia dejó de ser un sistema bipartidista, ahora es tripartidista.
Desilusionado con su derrota contra el socialista Hollande, en 2012, Sarkozy anunció su retiro de la vida política. Una parte significativa de los franceses, poco satisfechos con su performance, no lloró por Sarkozy. Pero el hombre lleva la política en los genes. En noviembre, retomó el liderazgo de la UMP. Un retorno, como mínimo, difícil. La UMP estaba dividida. Sarkozy se supo imponer. El plebiscito fue disputado. Sarkozy venció con el 65,4 % de los votos. Los derrotados meditan acerca de las primarias, en 2016, para la contienda presidencial. Entre los candidatos más fuertes se destacan los ex primeros ministros Alain Juppé y François Fillon. Para tomar distancia de las posiciones derechistas de Sarkozy, Juppé dijo que la victoria en las departamentales fue “colectiva”. Pero: se debió al guiño hacia el centro de la UMP.
De cualquier manera, la victoria de Sarkozy, en 2017, está lejos de ser una certeza, aunque es posible. Sus discursos son enérgicos, no tienen nada de innovador. Al vencer 67 en 101 departamentos, Sarkozy se convierte, sin embargo, en el político con mayores chances de ser el candidato presidencial de la UMP, ahora el partido más grande de la oposición. Y Sarkozy puede vencer a Hollande. Más allá de esto, la UMP está en creciendo, a pesar de las divisiones en el liderazgo. Además de haber vencido en las departamentales, el año pasado ganó en las municipales. Existe, es cierto, el contrapeso de un resultado bastante nefasto en las europeas. Y en diciembre tendrá que disputar las regionales, bajo el sistema proporcional, que favorece al FN. En este terreno, las previsiones no son nada optimistas.
Otro problema para Sarkozy son las alianzas. Como ya vimos, los centristas apoyaron a la UMP en las departamentales. ¿Será así nuevamente en las regionales? Y ¿cómo se comportarán en la presidencial? El ex presidente precisa, todavía, reconquistar a varios derechistas, ahora electores del FN. Esto, está claro, sin ofender a la “derecha republicana”. Existen otros percances. Sarkozy tiene que resolver contiendas judiciales espinosas, como supuestos financiamientos ilícitos de campañas electorales.
Con seguridad, Sarkozy tendría, está claro, el apoyo de los centristas y de los socialistas en el caso de una derrota de Hollande en la primera vuelta, por la simple razón de que en la segunda vuelta la rival sería Le Pen. De cierta forma, el escenario repetiría el de 2002. Jean-Marie Le Pen, padre de Marine y entonces líder del FN, venció al candidato socialista, Lionel Jospin, en la primera vuelta. Así, los electores de izquierda corrieron a las urnas para votar al conservador Jacques Chirac en segunda vuelta.
Por su parte, Hollande parece tener más trabajo aún por delante. En la contienda recién finalizada, el Partido Socialista mantuvo apenas 34 departamentos. En las municipales del año pasado, 150 ciudades dejaron de ser lideradas por prefectos socialistas. El panorama es altamente simbólico cuando se considera que la Corrèze y la Essone, feudos de Hollande y de Manuel Valls, el primer ministro en el cargo hace un año, forman parte de los departamentos reconquistados por la derecha. Antes de los ataques terroristas del 11 de enero en París, Hollande se había convertido en el presidente más impopular en la historia de la V República. En dicha ocasión, sin embargo, se comportó como un estadista. Sus discursos fueron dignos, siempre en un tono apropiado. La opinión pública lo apreció en aquellos momentos trágicos que dejaron 17 muertos y una población traumatizada. Pero la luna de mil duró poco. El nivel de desempleo sigue siendo galopante.
Para empeorar el panorama para los socialistas, Valls, que ya propuso sacar el nombre “socialista” de la sigla, dijo: “No voy a desviarme de mi ruta”. La ruta es, claro está, que impondrá reformas para liberalizar la economía. El ala izquierdista del PSF, que incluye al Parti de Gauche, los Verdes y el PCI, entre otros, dijo que la derrota en las regionales tiene el siguiente motivo: Hollande, al vencer en 2012, prometía luchar contra la austeridad. Hizo lo contrario. Confesó, incluso, que no era socialista. Será difícil, por lo tanto, ver una izquierda unida para confrontar al UMP de Sarkozy, en 2017. Pero, como dijo Hollande, nunca se sabe. Y, en dos años, podría surgir otro candidato de izquierda.
Por su parte, Marine Le Pen declaró, con razón, al vespertino Le Monde: “Hemos sido testigos de la mayor reconfiguración del escenario político en los últimos 40 años”. Aún así, el FN no se quedó con ningún departamento, a pesar de liderar en 43 de ellos en la primera vuelta. Como si fuera poco, apenas fueron elegidos 62 consejeros departamentales del FN. Un detalle: hay 2.054 consejeros en el país. De cualquier forma, Le Pen se convirtió en un personaje político, y más hábil que su cruel padre. Al contrario de Jean-Marie, ella es invitada para entrevistas en todas las plataformas mediáticas. Terminó con el discurso antisemita. Atrajo más electores en su lucha contra la globalización y contra la austeridad impuesta por la Unión Europea. No perdona, sin embargo, a los extranjeros, principalmente a los musulmanes, muchas veces franceses, por la escasez de empleos. No por esto Le Pen es una amenaza candente. Por ahora.
Por Gianni Carta
Director de Revista Carta Capital
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