Suicidio adolescente: «generar espacios de diálogo responsable»
El Portal de la Udelar / En 2020 el número de suicidios en adolescentes de entre 15 y 19 años en Uruguay aumentó un 35%, la tasa pasó de 11.29 en 2019 a 16.6 en 2020, cada 100.000 habitantes. El Portal de la Udelar dialogó con Alfredo Parra, docente del Instituto de Psicología Clínica de la Facultad Psicología de la Universidad de la República (Udelar), Nelson Ponce, docente de práctica de la Facultad de Psicología en la sede Salto del Centro Universitario Regional Norte y Marcela Oliva, estudiante de tercer año de Psicología que realiza la práctica en Salto, para conocer más acerca de este tema tan doloroso para la sociedad.
Abrir espacios de diálogo
Oliva explicó que la práctica de Psicología que se desarrolla en Salto, comenzó en 2021 y está habilitada para estudiantes de Integral que se cursa en tercer año y de Graduación, en cuarto año de la carrera. El grupo está integrado por 15 estudiantes, 5 del ciclo Graduación y los demás del ciclo Integral. La formación apunta a trabajar en la prevención del suicidio adolescente y a darle herramientas a la población general y a las instituciones sobre cómo abordar la temática.
Los talleres están orientados a poblaciones muy variables: padres, adolescentes, población de refugios, población carcelaria, referentes de centros educativos y técnicos. También han instrumentado, para favorecer el intercambio intergeneracional, talleres mixtos en los que participan adultos y adolescentes. Oliva señaló que se abrió una invitación a grupos e instituciones de la sociedad para participar en la propuesta y esta tuvo una gran demanda apenas se inició la convocatoria. Acotó que trabajaron con adolescentes de centros educativos de Secundaria y UTU, de centros deportivos del Departamento y con la población usuaria de un refugio del Ministerio de Desarrollo Social (MIDES) en Salto. Aunque se siguen desarrollando talleres, este año la agenda se encuentra casi toda cubierta por lo que ya están fijando fecha en el 2022 para nuevas instancias. La estudiante resaltó que la experiencia fue muy positiva y enriquecedora para todos ya que permitió construir una mirada conjunta sobre el fenómeno.
Algunos mitos
Existe un mito arraigado en la sociedad que sostiene que no se debe hablar de las situaciones de suicidio que ocurren en la comunidad porque fomenta el contagio de estas conductas en la población. Ponce sostuvo que esta idea es errónea e indicó que en la práctica en Salto detectaron que la principal resistencia a abordar la temática la tienen las instituciones, especialmente de localidades pequeñas, en las que todavía existen prejuicios en torno al suicidio y se sigue considerando un tabú. En cambio visualizaron la gran necesidad que tiene la sociedad de que se creen espacios para hablar sobre la problemática. Oliva entiende que este mito tiene mucho que ver con la política de los medios de comunicación de no difundir los suicidios. Hoy en día la postura de los que estudian y trabajan en el tema desde la psicología es «generar espacios de diálogo responsable y educativo», que promueva los factores protectores y permita ver el fenómeno de otra forma, «porque no hablar de suicidio contribuye a generar más estigma y tabúes», afirmó.
Parra identifica una diferencia entre adolescentes y adultos con respecto a este mito. Relató una experiencia en una práctica con estudiantes basada en la realización de encuestas a familias con hijos en edad escolar o liceal acerca del suicidio. Cuando se les planteaba la propuesta a niños o adolescentes, la mayoría manifestaban su voluntad de participar, pero muchos de los padres o madres negaban su autorización y expresaban: «no, acá de eso no se habla».
Ponce añadió que cuando se produce un suicidio en una familia, se genera un secreto, un tabú y no se habla del tema porque a veces están involucrados sentimientos de culpa de los familiares por no haber reconocido que la persona estaba pasando un mal momento, no haber intervenido y no haber podido evitar el suicidio. Cuando en las investigaciones indagan acerca del riesgo suicida, siempre se consulta si hay algún familiar o allegado que se haya suicidado y encuentran que en muy alto porcentaje, las personas que llevan a cabo intentos de auto eliminación tienen un antecedente familiar, relató. Por eso, dentro de las falsas creencias se encuentra la que sostiene que existe un factor biológico hereditario por el cual se suicidan varias personas de una familia. «Esto no es así, lo que sucede es que cuando se produce un suicidio en el entorno, este suceso queda enquistado en la familia, no se habla, no se tramita y lo que ocurre es que se naturaliza como método, por eso apuntamos a que hay que hablar y a que es tan importante la atención psicológica a las personas que tuvieron un intento de auto eliminación como a los familiares o a los sobrevivientes de una persona que se suicidó», afirmó Ponce. Oliva añadió que cuando hay apertura al diálogo esto se procesa porque se entiende que ante situaciones críticas existen alternativas diferentes al suicidio.
Otros mitos son los que sostienen que las personas que se suicidan necesariamente tienen depresión, que el suicidio ocurre únicamente por un acto impulsivo, no premeditado o que la persona que realiza un acto de autoeliminación quiere llamar la atención. Ponce resaltó que en los talleres en los que participaron adolescentes y adultos observaron que con respecto a estas ideas los adolescentes «la tienen de taquito, la manejan mucho más clara y tienen menos prejuicios», expresó. Frente a la idea de que la persona que lleva a cabo un intento de suicidio quiere llamar la atención, muchos adolescentes contraponen que quizás esa fue la única forma que encontró para pedir ayuda. «Muchas veces se dice que los adolescentes de hoy en día son mucho más frágiles, que toleran mucho menos la frustración, se los llama la generación de cristal, pero también encontramos que presentan mucha más empatía, pueden ponerse más en el lugar del otro, son más abiertos a determinados temas y los pueden hablar con más facilidad», sostuvo Ponce.
Factores de riesgo
Parra explicó que en los suicidios adolescentes se pueden identificar condiciones que actúan como factores de riesgo o factores de protección. Estos se vinculan con aspectos de diverso orden como la estructuración psíquica de los jóvenes, las condiciones familiares, educativas y socio comunitarias, entre otros. Acotó que entienden la problemática de suicidio como una continuidad entre la ideación suicida, las autolesiones, la planificación, hasta llegar a los intentos o los suicidios consumados.
En cuanto a los factores de riesgo señaló que los sentimientos de depresión y ansiedad pueden contribuir a que se dé la problemática pero para ello también deben coincidir la falta o debilidad de algunos factores de protección.
Ponce indicó que la adolescencia está marcada por el comienzo de una visión más crítica, por la salida al medio social y la búsqueda de ser visto por otros actores sociales que no son los padres, por tanto es muy importante en esta etapa la relación con el grupo de pares y con otros referentes. En la adolescencia tiene un papel muy importante el deseo de pertenecer a un grupo, el tener que hacer cosas para ser aceptado y las problemáticas que se generan en torno a cómo se va estructurando la autoestima, agregó, «la autoestima del adolescente es mucho más frágil que la de un adulto», por esto se presentan problemáticas que inciden en estos procesos como el Buylling, la discriminación, no sentirse aceptado o aceptada.
Ponce entiende que muchos de los factores de riesgo en los adolescentes son producidos en parte por los cambios físicos que les suceden, ocurre un duelo por el cuerpo infantil que comienza a transformarse. Esta etapa se caracteriza también por el descubrimiento de la sexualidad, que puede ser exitoso para algunos pero para otros algo problemático, como en el caso de los adolescentes con una sexualidad disidente, opción que entra en conflicto con lo que se espera socialmente de ellos. En la adolescencia también comienzan las exigencias en cuanto al estudio, la presión familiar que frecuentemente es externa, proviene de los padres, pero que el adolescente internaliza.
Para Oliva la fuente de riesgo de vida para el adolescente está en su necesidad constante de desafío al mundo adulto, al entorno, sumado a un sentimiento de soledad y de incomprensión por parte de los adultos. «El adolescente tiene que hacer ese trabajo de desechar toda su herencia cultural y familiar para poder identificarse a través de experiencias nuevas con actores que están fuera de la casa como el grupo de pares y sus referentes sociales», señaló. Ponce acotó que este mundo le exige muchas veces comportarse como un adulto pero lo trata como un niño; todo esto genera conflictos que muchas veces se manifiestan «por la dificultad de comunicación entre adolescentes y los adultos y la falta de educación emocional que recibimos», expresó. «En la currícula de la escuela, de la educación media y de la universitaria muchas veces se enseñan contenidos académicos y a alcanzar el éxito pero no se enseña a manejar el fracaso ni la expresión de las emociones», sostuvo. Otra de las características propias del adolescente es la omnipotencia, «el adolescente no es cabalmente consciente del riesgo vital que corre muchas veces en sus comportamientos», afirmó. En este sentido dentro de la comprensión del suicidio como fenómeno se pueden identificar las conductas parasuicidas, que son todas aquellas que pueden conducir a la muerte, sin tener en sí el fin explícito de la muerte como la picada de moto, los consumos de drogas a grandes dosis, el maltrato corporal, entre otras.
Pandemia: «terreno fértil para factores de riesgo»
Parra opinó que «la situación del suicidio alarma en la actualidad porque se colocó sobre el tapete pero Uruguay hace años que viene casi liderando las cifras en el mundo en este tema». En el 2020 este problema que ya venía siendo importante «eclosionó, rompió los ojos», expresó.
Ponce señaló que en el departamento de Salto se registran valores fluctuantes en el número de suicidios adolescentes, con años en los que se dan picos y otros en los que el número de casos desciende. Por las observaciones que realizaron en la práctica concluyeron que la pandemia fue «terreno fértil» para las situaciones de suicidio adolescente lo que explica el nuevo pico de casos que se registró en el departamento en 2020. Añadió que en el contexto de pandemia los adolescentes tuvieron que estar encerrados en su casa conviviendo con sus familiares, las clases se desarrollaron en modalidad virtual, con lo que la socialización con sus pares y referentes se redujo muchísimo. Parra entiende que otro aspecto de la pandemia que contribuyó a este agravamiento fueron las dificultades en el acceso a la asistencia en salud mental, que en Uruguay es una problemática previa pero se agudizó en este contexto. En la práctica, se puede constatar que cuando el psiquiatra no atiende el día pautado, el adolescente tiene que esperar treinta días más para la consulta. «También sucede que la mutualista le cubre 12 sesiones con el especialista, que no alcanzan para que el adolescente salga de su problemática de salud mental y la familia no tiene los medios de continuar el tratamiento en forma privada», añadió. Asimismo numerosas mutualistas o servicios de salud durante muchos meses cerraron el acceso a psiquiatra o brindaron la consulta por teléfono.
Ponce sostuvo que además la pandemia precipitó muchos cuadros de ansiedad y de depresión. También se complejizaron determinadas situaciones, en los casos de los adolescentes que tenían una familia problemática, disfuncional, quedaron atrapados en estos núcleos familiares. Los conflictos que tenían se hicieron más graves, antes podían recurrir a otras instituciones donde si bien no resolvían el problema, encontraban un espacio donde eran escuchados, contenidos, se distraían y practicaban alguna actividad. Pero los lugares de pertenencia de los adolescentes fueron todos afectados, «perdieron las clases presenciales que pasaron a la virtualidad, se cerraron los espacios de reunión, ya sea bailes u otros espacios donde ellos sociabilizaban, se interrumpieron los deportes, entonces llegó un momento que muchos sintieron que ya no sabían cuál era su identidad», afirmó. Además «el transcurrir la institución implica el contacto físico, el cara a cara, que no se puede sustituir con la virtualidad», apuntó.
Oliva señaló que hoy en día hay adolescentes que están haciendo segundo año de ciclo básico, empezaron en marzo de 2020 y conocieron a sus compañeros de secundaria en agosto de 2021. Por ello entiende que hoy se dan numerosas situaciones dentro de la institución educativa que son propias de los procesos que los adolescentes transcurren en marzo al inicio de clases. «En realidad no están cansados, están experimentando lo que debieron haber vivido en marzo de 2020», opinó. «Esto recién empieza y en la medida de que los adolescentes puedan canalizar todo esto de una manera productiva y acompañada tendrán una mejor porvenir», añadió. Considera que «hablar de post pandemia hoy es todavía un poco apresurado».
Factores de protección
Parra sostuvo que los factores de protección fundamentales para el adolescente son los vínculos de apego continentes, familias con comunicación adecuada y proyectos de vida. Para Oliva los factores protectores tienen mucho que ver también con fomentar entornos saludables, por eso entiende que es muy importante trabajar con las redes de contención del adolescente, el núcleo familiar, el referente, allegado, vínculo primario más cercano o institución referente si está institucionalizado. Apuntó que muchas veces es en la familia donde se encuentra el centro del problema y en esos casos «poder encontrar en el adolescente otros vínculos que sean saludables y puedan aportar a la situación es fundamental», afirmó.
Ponce acotó que otro factor fundamental es trabajar la comunicación en la vida cotidiana con todos los actores involucrados, en especial con los adolescentes desde un lugar empático y comprensivo de su ciclo vital y con todas las personas que tienen adolescentes a cargo. «Muchas veces sucede que cuando un adolescente se encuentra mal y piensa en suicidarse, le cuesta mucho poder entablar esta comunicación con el padre y la madre, conversarlo con ellos y que no piensen que fue su culpa y que fallaron en su rol, lo que impide la escucha», planteó Ponce.
Temas pendientes
Parra entiende que un tema complejo en Uruguay es la construcción de números trasparentes, claros y accesibles no solo en torno al suicidio sino también vinculados a otras temáticas relevantes. Considera que la cuestión no radica en la información que puedan dar los números por sí solos sino en «poder determinar objetivamente cuáles son los problemas para luego pensar e intervenir en ellos desde diferentes disciplinas o perspectivas teóricas», apuntó.
Ponce por su parte señaló que una información que sería importante que la Universidad visualizara es cuántas deserciones se produjeron entre los estudiantes de ingreso, cómo fue este número en relación al registrado en años anteriores y si el contexto de la virtualidad excluyó o no de la educación superior. Entiende que el fenómeno del suicidio y el contexto adverso de la pandemia que aumentó el riesgo de que se produzca también a nivel de los estudiantes universitarios. Resaltó que el egreso de Educación Media y la adaptación a la vida universitaria es un período complejo que implica un cambio muy grande.
Parra sostuvo que también es necesario apuntar a que haya programas de atención de la problemática en los prestadores de salud, con parámetros de atención consensuados que demuestren su eficacia. También se requiere mejorar el acceso a la salud mental que «va mucho más allá de medicación sí o medicación no, pasa porque los adolescentes tengan acceso al psiquiatra, que puedan hablar con alguien formado en clínica que comprenda las problemáticas», afirmó.
Oliva considera que la sociedad debe exigir al Estado una respuesta, mayor cantidad de políticas y recursos para atender la problemática. No obstante «también tenemos que construir colectivamente una mirada diferente del tema porque si tenemos el mejor sistema de salud, pero no contamos con personal capacitado y no tenemos como comunidad una visión diferente del fenómeno, es difícil que podamos erradicar algunos problemas asociados a la temática», expresó. Entiende que algunos de estos problemas son la estigmatización de los adolescentes que comenten intento de autoeliminación y la violencia profesional, que se ven mucho en localidades del interior del país.
Ponce entiende que existen muchas diferencias a nivel cultural y social en cómo se da el fenómeno del suicidio adolescente en Montevideo y en un departamento del interior del país como Salto. Sostiene que en ciudades del interior «es más común que los adolescentes que tienen un consumo problemático, una sexualidad disidente o forman parte de una clase socio económica sumergida, sean estigmatizados por la sociedad». A esto se suma que son menos los lugares en los que los adolescentes pueden tener actividades recreativas, grupos de pertenencia y a veces no se conocen los recursos u ofertas de actividades para los adolescentes que están funcionando en las distintas instituciones. En los lugares del interior más profundo este contexto se agrava aún más y en ellos «no existe un proyecto vital, las personas terminan la escuela y el liceo y no existe una fuente laboral», puntualizó.
Oliva acotó que cuando la problemática ya está instalada en un adolescente que tiene factores de riesgo o tuvo intentos de autoeliminación, los recursos en el interior «siempre son limitados y en las localidades del interior profundo prácticamente inexistentes». Asimismo el seguimiento de un adolescente que egresa de una internación por un intento de auto eliminación es muy difícil en las localidades del interior porque no hay psicólogos, psiquiatras ni equipos multidisciplinarios. En casos en que la localidad cuenta con psicólogo, como generalmente es el único, el acceso a un turno demora alrededor de tres meses y el profesional atiende a todos los integrantes de la familia, por tanto es muy complejo. «Si bien hablamos de fomentar la malla social que pueda sostener lo que el Estado no puede sostener, también es extremadamente necesario que se incrementen los lugares que prevengan y atiendan la salud mental», sostuvo.
«Cuando es el día del suicidio o de la salud mental todos hablamos de lo importante que es pero cuando llega el momento de hacer políticas públicas y poner dinero para contratar psicólogos, siempre este queda en un trabajo voluntario», expresó Ponce. «No se visualiza la relevancia y la importancia social que tiene el psicólogo, que siempre es una carrera sumergida y mal paga y en estas problemáticas se ve la emergencia social que existe, es algo por lo que tenemos que seguir luchando», concluyó.
Fuente: Portal de la UdelaR
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