Estafa de la pseudociencia

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Quienes afirman que el examen de la letra manuscrita les permite conocer la personalidad de las personas, su carácter, sus características psicológicas, su inteligencia, sus aptitudes y su potencial laboral, son vulgares charlatanes. No existe una sola demostración científica de la validez de la grafología. Por el contrario, se ha demostrado que las predicciones basadas en el análisis de la escritura manuscrita no superan las que se pueden hacer al azar, es decir sin recurrir a las pautas e interpretaciones de los grafólogos.

La grafología no debe ser confundida con la caligrafía forense, técnica que se aplica a establecer la similitud entre dos firmas o textos manuscritos. La caligrafía, hoy en día con gran ayuda de la informática, permite descubrir falsificaciones o determinar la autoría de determinados escritos siempre que los técnicos dispongan de muestras adecuadas para comparar.

Mientras que la caligrafía es una técnica, la grafología se basa en una serie de afirmaciones o supuestos que la asemejan a las llamadas “artes adivinatorias”, como la quiromancia o la astrología, a los entretenimientos de salón, a la magia simpática y a los llamados tests proyectivos.

Fernando Britos V

Cualquiera de estos procedimientos carece de validez científica, es decir no pueden probar con evidencia seria que cumplen con lo que prometen en cuanto a “descubrir” la personalidad, el carácter, la inteligencia, las aptitudes o las potencialidades de los individuos que se someten a ellos.

¿Qué sostienen los charlatanes de la letra manuscrita? Muy sencillo, afirman que cuando escribimos existe un control consciente sobre la escritura, la forma, el tamaño, los sesgos, la presión y cualquier otra característica de las letras pero, en la medida en que el acto de escribir se automatiza y se hace habitual los aspectos profundos, inconscientes, de la personalidad escapan al control y ponen de manifiesto dichos rasgos ocultos que resultan proyectados en la escritura y pueden ser interpretados por ellos.

Se trata de la misma teoría con la que se venden los tests proyectivos que demandan hacer historias sobre figuras borrosas, manchas de tinta o formas más o menos abstractas para que los examinadores interpreten lo dicho atribuyendo rasgos y extrayendo conclusiones subjetivas, a menudo caprichosas, ambiguas o contradictorias y en todo caso carentes de respaldo objetivo (ausencia de validez y confiabilidad).

La grafología tuvo cierto predicamento desde el último tercio del siglo XIX hasta el primer tercio del siglo XX. El carácter anecdótico de las pruebas, esto es la interpretación que cada autor le da a los rasgos de la escritura, por ejemplo, hizo desde un principio que existieran tantos sistemas y escuelas como autores se dedicaron a la grafología. La lectura de sus densos tratados no solamente es inconcluyente sino que puede resultar risible.

Un caso típico de estos mamotretos es el otrora famoso “ABC de la grafología” del francés J. Crèpieux-Jamin. Este libro reúne en sus más de seiscientas páginas, cientos de autógrafos de otros tantos personajes, desde Alembert y el Papa Borgia, Alejandro VI, hasta George Washington. Pura anécdota e interpretaciones acomodadas. También es un repertorio abrumador y enrevesado de “especies grafológicas”. Solo para que se tenga una idea de este cambalache pseudocientífico citaremos las once “especies” comenzadas con “a” (en francés): escritura abreviada, acelerada, agitada, agrandada, acerada, facilitada, angulosa, arqueada, redondeada, artificial y automática.

Entre las curiosidades de las viejas bibliotecas puede encontrarse algún volumen sobre grafología del filósofo alemán Ludwig Klages (1872-1956), traducido al español hace más de medio siglo, que naturalmente no consiguió darle entidad científica a la interpretación de la escritura. Por su parte, Rudolf Pophal (1893-1966) un neurólogo alemán intentó darle un respaldo científico a la grafología a través de una búsqueda de localizaciones cerebrales. Sus teorías fueron rápidamente desmentidas por los estudios neurofisiológicos a mediados del siglo pasado.

En general, la grafología se había refugiado en las últimas décadas del siglo pasado en la selección de personal y algunos “mercaderes de certeza” la vendían como técnica idónea. Decenas de estudios reafirmaron la falta de validez de la grafología y la falta de seriedad de sus practicantes. Sin embargo, en Buenos Aires hay empresas que ofrecen estudios terciarios de grafología y dan títulos a los incautos que pagan por ellos.

Últimamente, en nuestro país, ha aparecido una empresa familiar, dedicada a selección de personal, que no solamente emplea la grafología sino que ofrece cursos y eventualmente títulos o diplomas para aplicarla en el campo de la psicología laboral.

Esta infiltración de la charlatanería en el mundo del trabajo se ve favorecida por los vacíos legales y reglamentarios que permiten la aplicación de procedimientos pseudocientíficos sin demandar que prueben su idoneidad, validez y confiabilidad, para los fines que prometen.

La charlatanería resulta perjudicial para los trabajadores, especialmente a quienes ingresan al mundo del trabajo, y naturalmente para los empleadores, empresarios y organizaciones que pagan por técnicas carentes de validez que lejos de asegurarles el concurso de los más aptos les someten al subjetivismo y la ineptitud diagnóstica de los “mercaderes de la certeza”.

Por el Lic. Fernando Britos V.

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