…No se quejen cuando bases militares extranjeras surjan cercanas a nuestras fronteras

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Hienas y perros callejeros/ Alerta, pensadores progresistas: ¡los liberales están de regreso! Aprovechando el momento de vulnerabilidad política y económica de nuestro país, los defensores de una integración dependiente de Brasil en la economía internacional están lanzando una nueva ofensiva, facilitada por la amargura del ajuste fiscal, la baja de las inversiones gubernamentales y el descrédito -convenientemente estimulado- de las empresas estatales, aprovechando el escándalo de Petrobras.

En vez de atacar la raíz de esos ilícitos, que está en el financiamiento empresarial de las campañas electorales (lo que no disminuye la responsabilidad de los transgresores de la ley), los posneoliberales prefieren embestir contra los pocos instrumentos de política industrial que el Estado brasileño todavía tiene.

La estrategia es amplia y no se limita a aspectos internos de la economía. Incide directamente sobre la forma en la que Brasil se inserta en la economía mundial.

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Se han perseguido tres líneas de acción. Una, forma parte del antiguo recetario de buena parte de los comentaristas económicos: Brasil debería abandonar su preferencia por el sistema multilateral (representado por la Organización Mundial del Comercio) y dar más atención a los acuerdos bilaterales con economías desarrolladas, sea con la Unión Europea o con Estados Unidos. El refinanciamiento, no totalmente nuevo, es que, para llegar a esos acuerdos, Brasil debe buscar la «flexibilización» del Mercosur, privándolo de su característica esencial, la de ser una unión aduanera.

Sin percibir que la motivación principal de la integración es política -ya que la paz es el mayor bien a ser preservado-, los defensores de la liberalización, bajo el pretexto de aumentar nuestra autonomía en relación con nuestros vecinos, facilitando la apertura del mercado brasileño, lo que harán en verdad es empujar a los socios menores (no en importancia, sino en tamaño) a los brazos de las grandes potencias. Es de esperar que no se quejen cuando bases militares extranjeras surjan cercanas a nuestras fronteras.

El segundo pilar del trípode, que se gesta en oficinas de expertos desprovistos de visión estratégica, consiste en convertir a Brasil en miembro pleno de la OCDE, la organización que congrega principalmente a economías desarrolladas. Esta actitud contraría la posición de aproximación cautelosa seguida hasta ahora. El beneficio en el corto plazo se limitaría a un aspecto de marketing, y sería muy pequeño si se lo compara con el costo real, representado por la pérdida de laxitud de elección de nuestras políticas (industrial, ambiental, de salud, etcétera).

Finalmente -y éste es el aspecto más reciente de la ofensiva- hay quien habla de resucitar el Área de Libre Comercio de las Américas, cuyas negociaciones quedaron paralizadas entre 2003 y 2004, cuando quedó claro que Estados Unidos no abandonaría sus exigencias en patentes farmacéuticas (inclusive en lo que alcanza al método para la solución de controversias) y que poco o nada nos ofrecía en agricultura. El ALCA, tal como estaba propuesto, preveía no sólo una amplia apertura comercial en materia de bienes y servicios, de efectos dañinos para nuestro parque industrial, sino también reglas mucho más estrictas y desfavorables a nuestros intereses de las que se habían negociado en forma multilateral (por ejemplo, en el sistema GATT/OMC), inclusive por gobiernos que antecedieron al presidente Lula. Todo eso bajo la hegemonía de la mayor potencia económica del continente americano y, por ahora al menos, del mundo.

Medidas de este tipo no constituyen ajustes pasajeros. Son cambios estructurales, que, en caso de que se adopten, alterarían profundamente el camino del desarrollo que, con mayor o menor énfasis, sucesivos gobiernos eligieron transitar. Los que pugnan por esa nueva dirección para nuestra inserción en el mundo parecen ignorar que cambios de ese calibre, sin un mandato popular expresivo en las urnas serían no sólo perjudiciales económicamente sino que constituirían una violencia contra la democracia. Evidentemente nuestro Gobierno no se dejará llevar por presiones mediáticas, pero hasta algunos ardorosos defensores de un Brasil independiente y soberano pueden no ser del todo inmunes a influencias de intelectuales que se granjearon alguna respetabilidad por obras pasadas.

Por Celso Amorim
Ex canciller de Brasil

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