Rivera: tema indígena, un choque de civilizaciones

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El miércoles 22 de abril en el Hotel Radisson Victoria Plaza, José Rilla y Julio María Sanguinetti presentaron  el libro de Luis A. Hierro López “Las raíces Coloradas. Fundamentos del Partido de don Pepe Batlle”. Lo que sigue es la exposición del ex presidente Julio M. Sanguinetti.

Estimados amigos todos, Dr. Batlle, todas las autoridades y todos los amigos. Sí, una platea bastante colorada, es verdad. Luis decía: “Un político que hace historia” y bueno, a mí también alguna vez me lo han preguntado, también. Pero tanto historiador que hace política. No hay nada más integrador que hacer política y creo que el mismo derecho lo tenemos todos, ¿verdad? Así que estamos disciplinados. En cualquier caso, este es un libro estupendo que nos reencuentra, que nos hunde en esas raíces coloradas, que son raíces fundamentales del país. Los años de ejercicio de gobierno, el protagonismo fundamental con el cual nace nuestro partido, que es la independencia de la República, porque nuestro caudillo fundacional es, fundamentalmente, un hombre de la independencia de la República. Artigas tenía otras visiones, fue un profeta de ideas, como Lavalleja. Eran hombres de campo. Pero, sin embargo, tuvieron ese institucionalismo que heredaron de Artigas. Pero fueron – sin embargo – los que tuvieron que protagonizar ese proceso del cual, sin ninguna duda, Rivera es la independencia.

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La independencia difícil, la independencia que estuvo en juego hasta 1865, sin duda, donde pudimos varias veces caer y varias veces desaparecer. Pero del artiguismo vino una cosa – el profesor acaba de decir – entre militar y popular. Esto es fundamental. Artigas, lo que nunca dejó tocar, fue el mando del ejército, porque sentía – y ese fue su gran problema con Sarratea cuando tuvo aquella negociación tan difícil y Artigas le dijo a Rivera – en lo que era experto -de robarle todos los caballos y lo liquidamos a Sarratea (cosa que efectivamente pasó) – que era fundamental. ¿Por qué nos fuimos del Sitio? ¿Por qué nos fuimos al Éxodo? No, porque habían pactado por aparte. ¿Por qué en el 13 reivindicamos lo que reivindicamos? ¿Por qué en el 16, cuando nos comunica Pueyrredón que había la independencia y Artigas dice: “Si hace un año y medio que hemos inaugurado nuestra bandera tricolor y decretado nuestra independencia relativa y absoluta”.

Yo diría que, para mí, el Partido Colorado nació en 1820. ¿Por qué? Porque ahí empieza la definición principista del Partido Colorado que es la ética y la responsabilidad. “No hago lo que me agrada, no hago lo que me gusta, no hago lo que mi conciencia y mis principios me inclinan. Hago lo que hay que hacer”. Aquello que Max Weber definió como “la ética de la convicción: “Yo sirvo a mis principios y me deslindo de las consecuencias”. La ética de la responsabilidad: “Trato de defender mis principios administrando las consecuencias”. Y esa es la esencia. Cuando Rivera, que era el único que quedaba con Artigas… En el 17 se había Bauzá enojado, se había ido Oribe enojado y luchamos tres años más. Otros estaban presos. Lavalleja y el propio Bernabé estaban presos. Y ahí vienen las dos historias: Artigas, la ética de la convicción – “Vamos a buscar aliados, vamos a pelear” – y Rivera le dice: “Usted está equivocado”. Y se pelean amargamente. Y Rivera siente lo que heredó de Artigas: mientras haya una fuerza oriental armada, hay un embrión de nacionalidad. Y esa fuerza armada es la que le permitió pactar. Y ahí nació el pacto genial del año 20 en el que hay que hacer lo que hay que hacer: “Defender a mis pobres paisanos abandonados”. No se puede ir y no se puede quedar a aguantar. Y eso es fundamental. Esa fuerza oriental armada es la base que explica todo lo posterior. Sin la cual no hubiera habido nada. Ahí nace la ética de la responsabilidad, que recorre al Partido Colorado y que lo recorre en el gobierno, asumiendo – aún – las posiciones más difíciles.

No vamos a seguir hasta hoy, con la transición y todo lo demás. Siempre se hizo aquello que debía hacerse para lograr un bien mayor. Esa es la ética de la responsabilidad. Para el presidente Jorge Batlle, hubiera sido mucho más fácil declarar el “default”, como muchos le proponían en el 2002, mucho más fácil. Ya lo había hecho México. Pero un país como el nuestro no lo podía hacer. Uruguay es económicamente pequeño, militarmente débil y es respetable, o no será respetado. Eso es la ética de la responsabilidad. Hay que hacer lo que hay que hacer. O sea, aguantar, a costa de los mayores sacrificios Y eso nace en el 20 y recorre toda nuestra historia. La recorre también el liberalismo humanista, sin ninguna duda. Desde Rivera con la libertad de prensa y con su magnanimidad. Esa es otra historia que también recorre la historia del Partido Colorado.

El Partido Colorado fue gobierno y, normalmente, vencedor. O sea, la historia de la magnanimidad es esa. “Ni vencidos ni vencedores”, repetimos todos desde el año 51. Y todos sabemos que no es verdad. Había un vencido y había un vencedor. El vencido era Oribe y el vencido era Rosas y, sin embargo, ahí empiezan 10 años, yo diría, de los más difíciles del Partido Colorado en su historia. ¡De los más difíciles! Pereira, Giró, Berro y éramos, como Partido, los vencedores. A partir de ahí viene la historia de las amnistías que nos llevaron, siempre, a buscar la paz después de la guerra. Hubo guerras, sí, hubo paz siempre después, hubo amnistía, perdones, la búsqueda constante de las reconciliaciones. Eso recorre nuestra historia y es parte de nuestra visión del humanismo. Esa es nuestra visión del liberalismo: libertad para nosotros y libertad para nuestros adversarios, también.

No faltan los que dicen: “Bueno, pero del Partido Colorado salieron dictadores”. Sí. Pero somos un partido político, no somos una escuela de filosofía o de doctrina. Entonces sí, ha habido desvíos. Y también del Partido Colorado salieron las mayores oposiciones a esas dictaduras (aplausos). Y del Partido Colorado también salieron, luego, las búsquedas de las reconciliaciones necesarias para que el país siguiera adelante (aplausos). Y esa es nuestra historia, con traiciones, combates. Por supuesto, por supuesto. Batlle apostrofa a José Pedro Varela. El origen colorado siempre reconoció y dijo… Lo apostrofó porque estaba colaborando con la dictadura. Y bueno, esos fueron esos debates éticos que se han dado. Pero lo dieron ambos. La verdad, no hubiera habido José Batlle sin José Pedro Varela. Como tampoco hubiera habido Batlle sin Julio Herrera y Obes, al cual apoyó cuando llegó a la presidencia y al cual combatió después de la presidencia. Pero no hubiera habido Batlle sin Julio Herrera y Obes.

Yo diría que eso es la continuidad dialéctica de un Partido en constante efervescencia, que fue construyendo el país. Naturalmente, con la dialéctica frente al Partido Nacional. Es así, de acuerdo. Y a otras fuerzas y en todo un contexto regional que costó tanto afirmar nuestra independencia. La independencia parece algo que está librado simplemente a la historia, ¿no? Cuando tenemos aún conflictos por los ríos, cuando tenemos aún conflictos por las fronteras, cuando tenemos aún conflictos con fábricas que se instalan, cuando tenemos – a veces – que enfrentar la arrogancia, bueno, cada uno se refugia en lo que quiere refugiarse. Yo me refugio en Rivera en Guayabos, enfrentando a Echagüe cuando vendía con la fuerza rosista. O me refugio en Cagancha, o me refugio en Guayabos, al revés, cuando viene con los alvearistas y Dorrego, que hoy está reivindicado pero era un hombre de Buenos Aires. Es decir, siempre procuramos eso. El proyecto artiguista, Rivera lo tuvo. Pero nunca aceptó – como decían las Instrucciones del año XIII – la capitalidad de Buenos Aires. Esa ciudad admirable, fascinante, que nunca creemos, pero que nunca aceptamos como rectora en un terreno político. La historia de los brasileños también existe, pero es otra cosa y es otro debate, porque nunca fue eso. Por supuesto, por eso es que siempre nos dijeron “abrasilerados”, pero nunca nos doblegamos frente a los porteños, cosa que desgraciadamente a otros les ocurrió. Y esto recorre la libertad, el humanismo, la ética y la responsabilidad.

Los blancos evocan – con justicia – su gesta de Paysandú. Nosotros, antes, evocábamos todo el tiempo la defensa, que era el momento heroico. La nueva “Troya” surgía de ahí. De un lado la tiranía y la barbarie y, del otro lado, la libertad y la civilización, como decía Manuel Herrera y Obes y como decían todos, en definitiva. ¡Ha sido una gran gesta, una enorme gesta! A la que yo diría que no sólo le han faltado historiadores, sino que le han faltado novelistas. Porque la defensa de Montevideo es algo espectacular. Cuando uno mira lo que era esta ciudad encerrada, ¿no? Esteban Echeverría escribiendo “El Matadero”, o escribiendo el “Dogma del Socialismo”, Mitre haciéndose artillero y tratando de conocer a Garibaldi, porque Garibaldi ya era un personaje de leyenda y que, también, es parte de esa misma tradición. De esa tradición de libertad, de esa tradición de República, de esa lucha fundamental del siglo XIX. Garibaldi es el “Che” Guevara del liberalismo, con la ventaja que él tuvo una idea acertada, grandiosa y generosa y el “Che” Guevara, no. Pero es el hombre que combatió, siempre, en todas las causas de la libertad y en todos los lugares del mundo. Algunos le han dicho “mercenario”, pero nunca estuvo del otro lado, siempre del lado de la República. Y – fíjense ustedes – no aceptó ir a los Estados Unidos de Norteamérica con Lincoln, porque no había terminado con la esclavitud.

Entonces, Garibaldi ¡si nos inspirará! ¡Si nos seguirá inspirando! Bueno, ese heroísmo, esa italianidad operística, que transformó en victorias derrotas militares. Y esa es una ética. Es una ética que está perdida y desdibujada y que acá se rescata – a su vez – a través de lo que era, por ejemplo, la preocupación por la educación, en una Montevideo sitiada, refundando la Universidad de la República, creando escuelas para los hijos de los refugiados, fundando el Instituto Histórico y Geográfico – nada menos – para investigar nuestro pasado. Eso recorre nuestra historia. También la recorren – como se ha insinuado -, sí, nuestra pasión internacionalista. El Partido Colorado es patriótico, no es nacionalista. Patriotismo es amor, es amor a la patria, nacionalismo ya es ideología: “me considero mejor que el de enfrente”. No. El Partido Colorado siempre buscó, en el mundo, lo mejor que se podía encontrar. Nuestros gauchos – y llamo “nuestros gauchos” a nuestros dos grandes caudillos – Rivera y Flores -, fueron internacionalistas. Se rodearon, además, de gente de talento. Miraron hacia fuera, porque querían absorber las fuentes del liberalismo y del progreso. ¿Se buscó el capital extranjero? Si, se le buscó, se le desarrolló y también, luego, se le reguló y se le paró – cuando había que pararlo – con Batlle y Ordóñez, cuando construye todo lo que es el patrimonio. ¡Y eso es muy importante! Batlle trajo químicos, hizo el Banco de la República, esa joya arquitectónica. Sí, fue a buscar en todos lados. Y siempre fue así. El Partido Colorado siempre miró hacia fuera, nunca se encerró adentro de las fronteras para empequeñecerse, simplemente, en una lucha solitaria. Y era lógico, además, porque estábamos dentro de dos países grandes. Entonces, como dijo Rivera: “Somos como en la cuna de Hércules, rodeada por víboras”.

Y, de algún modo, nunca se resignaron. La intervención de Rosas, porque la relación con Oribe era muy peculiar… A Rivera lo destierran cuando quiso arreglarse con Oribe y, quizás, tenía razón el gobierno. Pero con Oribe se arreglaba, con Rosas, nunca. Y como dijo Andrés Lamas en aquel famoso tratado de 1851: “La diferencia es que este pacto con Brasil es por algún tiempo. La derrota con Rosas puede ser para siempre”. Bueno, eso está en la esencia. Está en la esencia el buscar al mundo y no encerrarnos. En buscar grandeza, en mirar hacia arriba. Creo que eso nos sigue inspirando, nos sigue dando lecciones. Lo cual se hace, a su vez, desde el Estado, que es nuestro patrimonio y – de algún modo – es nuestra Iglesia, en la cual todos nos refugiamos y en la cual todos convivimos: la integridad del Estado. Y es lo que, a veces, no se nos ha entendido de afuera. Creo que, a veces, no se ha advertido que la división del Estado, la trasmutación del Estado, es lo que sentimos con mayor rebeldía, lo que estamos siempre dispuestos a defender. Porque estamos identificados con su construcción, con el Estado más liberal, con el Estado más integracionista, con el Estado más industrialista, más agropecuario y con el Estado mirando siempre, también, hacia fuera. Y ahí había cabido todo y de ahí salió, también, la República laica, que en estos días se ha venido discutiendo un poco. Una república laica que nos ha permitido convivir a todos, que ha permitido – desde el origen, mismo – tuviéramos todas las orientaciones. Nuestro liberalismo fue abierto, fue tolerante. Rivera era católico, Flores era católico, los Batlle ninguno fue católico, pero tampoco ninguno fue masón, esas cosas que se debaten a veces, ¿no? O que me atribuyen a mí, aunque no tenga nada contra la masonería. Hemos convivido las corrientes filosóficas que se inspiraron siempre en el humanismo liberal. Y esa es la República laica. Ni para imponerle nada a nadie, ni para privarle nada a nadie de su convicción, ni de su práctica, ni de su filosofía, ni de su creencia, o de creencias, sino el mecanismo ampliamente regulador y tolerante que es la base del esquema del sistema democrático.

Estos son los principios que van recorriendo etapa por etapa a lo largo de este texto en el cual hablan los protagonistas, como dice Luis. Él ha ido ordenando cada etapa a través de las citas, a través de las declaraciones, a través de los documentos de cada uno, sin caer en una visión panfletaria. Porque escribe desde el amor, desde la convicción y desde la conciencia de que nosotros pertenecemos a eso, que somos parte de eso, son nuestras creencias. Cuando uno mira a la distancia, dice: “Bueno, sí, hubiéramos hecho eso”. Yo me hice colorado por la historia. En mi casa había las dos tradiciones, los Sanguinetti eran todos colorados desde siempre. Los Saravia, desde mi familia materna, eran todos blancos. Los tíos hermanos de mi mamá, me llevaban a los actos blancos. Mis tías me llevaban a los actos colorados. Mi viejo me enseñaba Historia Universal, me hacía leer “Grecia y Roma”, cosa que le agradezco muchísimo, porque creo que es la mejor escuela para todo. Y yo me hice colorado en la medida que me fui encontrando, justamente, con esta historia. Me gustó mucho más que la otra historia. Me gustaba la historia de los que construyeron, de los que asumieron responsabilidades, de los que enfrentaron los momentos más difíciles, de los que salvaron los principios en los cruces de los caminos. Los que, cuando se desviaron, buscaron el modo de recuperarlo, asumiendo muchas veces la incomprensión, sí. Por eso es que tenemos que seguir batallando. Porque seguimos – justamente la historia colorada – bajo el asedio de lo que fueron sus adversarios antiguos y sus adversarios modernos. Seguimos discutiendo. En la Argentina hay un instituto oficial de revisionismo histórico. Eso es lo contrario a nosotros. Se llama “Manuel Dorrego”. Sí, era una figura muy importante – sin ninguna duda – y muy respetado, al cual – su trágico final – lo ha nimbado, naturalmente, de un teorismo que no cabe discutirlo. Ese mismo hombre de Buenos Aires fue el que vino acá a sepultar al artiguismo. Por eso, esta no es una batalla terminada para nosotros, los colorados, desgraciadamente. Y no lo es, tampoco, en la medida en que tenemos que seguir pensando en país, desde ese Estado liberal, desde ese Estado humanista, con esa conciencia de la ética y la responsabilidad, con ese sentido de la integridad del Estado, en ese principio de solidaridad social que recorre, también, la historia de nuestro Partido desde siempre. La batalla de Rivera fue por los poseedores de los campos, no por los propietarios que estaban en Buenos Aires o en España, ¿no? Y desde ahí hasta hoy, siempre ha sido esa batalla y siempre hemos tenido que vivir las contradicciones mayores y enfrentar muchas veces la injusticia, como la que en los últimos años ha ocurrido con Rivera por el tema indígena, que fue un choque inevitable de civilizaciones que duró 300 años y que se reduce a un pequeño episodio de confrontación.

En 1702, 1750 ya había batallas. La batalla más grande la dieron los jesuitas con los Charrúas. Matanza verdadera fue la del gobernador de Buenos Aires. Los Charrúas fue un tema, pero Rivera incorporó a los indígenas. El ejército nacional era un ejército indígena, era un ejército guaraní, los guaraníes de Rivera, los de Bella Unión, que impregnan nuestra etnia y están ahí. Entonces, tuvo que hacer lo que le había ordenado Lavalleja cuando era gobernador. Cuando Lavalleja era gobernador provisorio – nuestro presidente – le da la orden más terminante y le manda decir que “haga un escarmiento con estos salvajes”, cosa que Rivera nunca sintió como tal. Porque una y otra vez trató de llevarlos a la paz, ¡una y otra vez! Pero bueno, ese enfrentamiento ideológico de un marxismo en retirada que, cuando en 1989 cayó el Muro de Berlín, se refugió en el indefinismo del año 92, tratando de explicar que lo peor que nos había pasado era que llegara Colón acá y que no habría nada mejor que el habernos mantenido en el mundo indígena, del cual no somos hijos. Pero bueno, es una tradición ideológica que cubrió toda nuestra América Latina y que tanto daño ha hecho para entendernos, o para entender nuestros problemas y para no eludir las responsabilidades, sino por el contrario, construir esto. Bueno, sí. Rivera sigue bajo asedio, Flores sigue bajo asedio. Batlle es tan fuerte, que nadie quiere enfrentarse (salvo el Dr. De Posadas…) y todo el mundo quiere ser batllista, como todo el mundo, en el mundo, quiere ser demócrata, porque la democracia tiene segundos apellidos de todo tipo, ¿no? Ahora todo el mundo es batllista. El propio Luis Batlle – yo hace poco publiqué un texto en ocasión de los 50 años – también sigue bajo asedio, en historias espectacularmente anacrónicas, que miran las cosas desde ángulos contemporáneos y cuestionan en función de razonamientos que en la época no podían hacerse, porque las condiciones de la realidad eran distintas, era imposible.

Y eso, yo diría, que no es, simplemente, “pasado congelado”. Quizás esos enfrentamientos, quizás esas batallas, son las que nos tienen que – en profundidad – hacer reflexionar a todos nosotros, salir a buscar nuestras raíces, tratar de mantenerlas vivas para que – a su vez – se mantenga el árbol enhiesto y siga dando frutos. Para que sigamos luchando, batallando, no ya en el terreno de las armas, sino en el de las ideas, como lo hemos hecho siempre. Batallando y conciliando, buscando siempre la construcción, aquello que es nuestra esencia, que es nuestra alma.

Termino con unas palabras de Octavio Paz: “La inteligencia al fin encarna. Se reconcilian las dos mitades enemigas y la conciencia espejo se licua, vuelve a ser fuente, manantial de fábulas, hombre, árbol de imágenes, palabras que son flores, que son frutos, que son actos”. Muchas gracias.

Transcripción realizada a partir del audio del acto.

Exposición del Dr. Julio María Sanguinetti

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