Ya está visto, leído. Repetido con la certeza mansa del consenso: Con la globalización y su consabido aumento en los flujos de bienes y servicios, capital e información, las economías han aumentado su interdependencia. Una crisis financiera en Méjico desencadena un ajuste fiscal en Brasil. El desplome de las bolsas de aquellos tigres asiáticos sacude el tipo de cambio en Argentina. Impagos hipotecarios en California acaban provocando un aumento del desempleo en Sevilla. La interconexión de nuestras economías nos pone a todos en el mismo barco o, más precisamente, en distintas cubiertas del mismo barco.
Tan extendida está esta idea que tiene su propio séquito de metáforas. Quizás la más conocida sea aquella de que “cuando Estados Unidos estornuda, el mundo se resfría” y todas sus transposiciones habituales, incluida la criolla vinculando a Argentina y Uruguay. Una alternativa biológica pinta a las economías nacionales como células de un organismo, que viven y mueren juntas.
El lugar común de fondo y sus variantes metafóricas no merecerían más repeticiones si no fuese porque esconden una falsa enseñanza: la idea de que la globalización del comercio y el capital es también la globalización de los ciclos económicos. La variedad de trayectorias de crecimiento, crisis y recuperación seguidas por los países del mundo en estos últimos diez años dan testimonio de lo contrario. Hay, sin duda, tendencias regionales, grupos de países que comparten destinos (algo sabemos de esto los uruguayos). Pero las trayectorias seguidas por las distintas economías del mundo en términos de crecimiento o desempleo parecen pintar un paisaje muy variado, paradójicamente, en un contexto de creciente interdependencia.
Algunos académicos han investigado le hipótesis de un desacople del ciclo económico global y han encontrado que la sincronía entre los países “desarrollados” y “en desarrollo” se venía reduciendo entre 1985 y 2008 (los valientes pueden leer el artículo “Global Business Cycles: Convergence or Decoupling?” publicado en el International Economic Review en 2011). Es razonable imaginar que los hechos a partir de 2008 reforzarían esta tendencia. Éste y otros estudios sobre desacople nos señalan un problema: las narrativas de interdependencia y comunidad tan frecuentes hoy en día pierden su brillo cuando se la contrasta con lo que vemos que pasa en los países.
Como recorrer los detalles técnicos de la literatura sobre desacople sería insufrible para el lector, tomemos un ejemplo concreto, obvio pero paradigmático: la crisis económica posterior al 2008, que se ha venido a llamar “Gran Recesión”, y sus coletazos más o menos prolongados. Entre 2008 y 2009 Estados Unidos y la zona Euro experimentaron una contracción del 4% y el 7% en la producción anual. El desempleo superó el 10% en ambos casos, siguió subiendo durante el 2010 y apenas comenzó a bajar tímidamente años más tarde. A día de hoy en ambas economías las tasas de desempleo siguen siendo mayores a las del período pre-crisis y varios países del sur de Europa han experimentado una doble recesión.
Sin duda esta crisis en el centro de la economía mundial ha resultado en problemas globales, ¿verdad? Después de todo, esta fue una crisis global o al menos eso es lo que decía en el diario… Mi opinión es que eso está mucho menos claro que lo que parece. Por desgracia, para verlo hay que sumergirse un poco en las cifras del caso.
Las estadísticas publicadas por el Fondo Monetario Internacional indican que en el 2009 hubo una caída de la producción mundial del -0.4%. Esto llevó al organismo a tildar el episodio de 2009 como una recesión global, correctamente. Sin embargo, la palabra global es engañosa en este contexto. La mayoría de las regiones del mundo, incluidas las de Asia, África y Medio Oriente (que albergan, con diferencia, a la mayoría de la población mundial) siguieron creciendo. Más llamativo aun es notar que el 2010, cuando varios de los países centrales seguían en problemas, la economía mundial creció a un 5,9%, ritmo superior al de los cinco años anteriores al 2008.
Las cifras de desempleo son aún más elocuentes. Según la OIT, la tasa mundial de desempleo en 2009, cuando la crisis estaba en su fase más dramática, fue de 6.2%. En el 2005, dos años antes de que la palabra sub-prime entrara en el léxico de medio mundo, la tasa del desempleo era de… 6.2%. Si bien es cierto el desempleo aumentó entre 2008 y 2009, solo se dieron aumentos sustantivos en Europa y Estados Unidos. La crisis supuestamente global fue, también en este sentido, un fenómeno sorprendentemente localizado.
Más que una “Gran Recesión” lo sucedido, del punto de vista mundial, parece más un impasse transitorio, un hipo económico. Mientras el legado del endeudamiento y el frenazo crediticio siguió siendo un palo en la rueda de EEUU y la Unión Europea más allá del 2009, el resto del globo ya estaba en otras cosas.
Por supuesto que hubo dimensiones verdaderamente globales de la crisis. El volumen del comercio mundial se redujo abruptamente entre 2007 y 2009. Los índices bursátiles de plazas tan dispares como Bombay, Nueva York, Shanghái, Londres o San Pablo cayeron mucho y muy rápido. La cuestión es que el sacudón financiero no es, en sí mismo, particularmente importante para (casi) nadie. Al menos en mi caso, no tengo ni un céntimo invertido en bolsa. Siempre y cuando los fenómenos financieros sean estrictamente financieros el vaivén de las cotizaciones me es más indiferente que los puntos de Racing en la tabla anual.
Más allá del debate más o menos aburrido sobre si debemos o no agregar el adjetivo global a la palabra crisis en este caso, creo que el ejemplo de la “Gran Recesión” es esclarecedor. Nuestra interdependencia creciente no implica que nos movamos cada vez más en la misma dirección, ni la globalización de los objetos es la globalización del ciclo económico. A veces Estados Unidos estornuda y China se va de compras.
Economista Felipe Carozzi
Estudiante de doctorado en el Centro de Estudios Monetarios y Financieros de Madrid y profesor asistente en London School del Reino Unido.
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