Frente a los acontecimientos de los últimos meses, se han producido situaciones que que resulta muy difícil de pronosticar en su definición. Antes de que se iniciara la invasión a Ucrania, decidida por el presidente ruso Vladimir Putin, se producía un incremento de las tensiones internacionales, provocada según Mónica Bruckman (doctora en Ciencias Políticas de la Universidad Estatal de Río de Janeiro), por una etapa de “Transición Hegemónica” entre una hegemonía global en declive y una potencia en situación de poder ascendente.
Estados Unidos y sus aliados por un lado y China, habiendo suscrito un Acuerdo Estratégico con Rusia, y sus aliados por otro se disputaban los espacios diversos del poder global. Los Estados Unidos venían de un largo período (casi 20 años de su “guerra global contra el terrorismo”), desgastado y finalmente retirándose humillado de Afganistán, junto a una poco relevante y también desgastada OTAN, debilitada al extremo durante la administración del expresidente Donald Trump. Al inicio del mandato del presidente Joe Biden, la nueva administración se propuso restablecer la Alianza Atlántica. Biden y su secretario de Estado Antony Blinken plantearon a la Unión Europea su preocupación por la magnitud de la relación con China y con Rusia. En particular cuestionaron el Acuerdo de Promoción y Protección Recíproca de Inversiones con China y la construcción del gasoducto del Mar Báltico que conducía el gas ruso a puerto alemán y abastecería una gran parte del consumo gasífero de Europa.
La respuesta de la Unión Europea, dada a través de la entonces canciller alemana Ángela Merkel y el mandatario francés Emmanuel Macron fue contundente: China era para Europa un “competidor sistémico pero un socio estratégico” y el gasoducto era una iniciativa privada entre consorcios europeos y la empresa rusa Gasprom. Era evidente que Europa tenía su propia agenda y que al decir de Macron, la alianza debía reconstruirse pero sobre nuevas bases. Lo sucedido con el AUKUS (acuerdo militar y de inteligencia estratégica entre Australia, Reino Unido y Estados Unidos) complicó aún más las cosas. El mismo se hizo a espaldas de la Unión Europea y dejando de lado un acuerdo casi pactado entre Francia y Australia de suministro de submarinos atómicos, lo que provocó airadas y duras reacciones de los líderes de la Unión Europea hacia Estados Unidos y el Reino Unido.
En esas condiciones se producen los sucesos que culminan con un fracasado intento de Macron y el electo nuevo canciller alemán Olaf Scholz por evitar la guerra entre Rusia y Ucrania. Ambos, con el apoyo de la Organización para la Cooperación de Seguridad Europea, proponen acordar mejoras a los acuerdos de Minsk. Dichos acuerdos pusieron fin parcial a los enfrentamientos en el 2014 y 2015, con el agregado de adoptar por parte de Ucrania el “Acta de Helsinki de 1975” que había resuelto Finlandia para definir su neutralidad en la guerra fría entre occidente y la entonces Unión Soviética. El mismo propuesto bajo el “Formato de Normandía” (la reunión de los cuatro, Rusia, Ucrania, Alemania y Francia) se acordó realizarlo con Putin y con Zelensky. Poco tiempo después, Putin realiza su conocido discurso en el que “defenestra” a los bolcheviques, a Lenin, Stalin y Kruschev y anuncia la invasión a Ucrania. Esto dejó a Olaf Scholz y a Macron en una muy desairada posición y a la agenda propia europea que intentó impedir la guerra prácticamente perimida.
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Estados Unidos, que apostó a que Putin invadiera Ucrania, con una estrategia combinada con los medios masivos de comunicación occidentales, los que con excepciones que confirman la regla , fueron “soldados de esa causa”, lograron un triple objetivo: que Rusia comenzara la guerra violando el derecho internacional y la Carta de la ONU, que Europa perdiera toda autonomía y aplicara a rajatabla todas las movidas impuestas por la administración Biden y la más relevante, que Estados Unidos recuperara el liderazgo occidental a plenitud.
China, sin poder dejar solo a su principal aliado, trató y sigue haciéndolo, de encontrar una salida diplomática para evitar la Guerra primero y para detenerla después. Ha reivindicado permanentemente la búsqueda de la paz y la aplicación del derecho internacional. Mientras, ayuda comercial y financieramente a Rusia frente a las sanciones de occidente.
Hasta ahora Rusia ha salido muy perjudicada. Su situación militar es comprometida. Si culminase la toma del Este y del Sur del territorio ucraniano le quedaría una frontera enorme para defender de un ejército mucho más y mejor armado del que enfrentó cuando inició la invasión. La entrada de Finlandia y Suecia a la OTAN culminaría con un fortalecimiento que nadie imaginaba hace pocos meses. Las objeciones de Turquía a dicho ingreso están condicionadas a exigencias que serían muy probablemente satisfechas en su mayoría por occidente. El desenlace militar es impredecible. Pero todo parece indicar que Rusia no podrá mantener por mucho tiempo el esfuerzo bélico porque sus costos son prácticamente imposibles de sostener. Su economía padece las sanciones que podrían incrementarse.
Escalar el conflicto sería un suicidio. Y si cumpliese su amenaza del uso de armas estratégicas pondría a la humanidad en peligro de un posible holocausto nuclear. La superioridad militar de Estados Unidos es abrumadora. China incrementa en forma sustancial, año tras año su presupuesto, pero según sus propios cálculos le faltan lustros para ponerse en el primer nivel del poderío militar mundial. Europa está incrementando de manera importante su presupuesto militar. La carrera armamentista está en su mejor momento. Hoy las armas nucleares son cada vez más destructivas y son muchos más países los que disponen de ellas.
El mundo enfrenta una crisis económica global, las posibilidades de una crisis alimentaria en las poblaciones más vulnerables se acerca a tornarse una realidad. Esta guerra no tiene ideología, solo ambición de poder. No hay modelos económicos y sociales enfrentados. Hay diferencias políticas y culturales entre occidente y oriente que son notorias. La ONU está en su punto más débil desde su creación.
La historia de nuestro país señala que salvo periodos “negros” de la misma, apostó a la gobernanza democrática mundial, a la paz y al derecho internacional y al no alineamiento. Hoy eso significaría apostar a un esfuerzo por el multilateralismo activo, un no alineamiento afirmativo y a promoverlo con los progresistas del mundo a nivel internacional. Para tener una voz debemos integrarnos continentalmente. Hay una esperanza con Lula si gana en octubre para contar con una voz latinoamericana que se escuche. Si no es así estamos condenados a la irrelevancia en un mundo convulsionado y dentro del cual no sabemos lo que va a suceder en los próximos meses.
Por Carlos Pita
Fue embajador de la República en Chile, España y Estados Unidos
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