Uruguay: crecimiento continúo de sus tasas de suicidios, con prevalencia en los jóvenes

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(Informe) – Las tasas históricas de suicidio en Uruguay se han presentado como un fenómeno estructural, en donde su comportamiento ha estado asociado a los cambios políticos y económicos mostrando una íntima relación con la estructura social y sus transformaciones.

La tasa de suicidios de Uruguay, si la cotejamos en el contexto internacional se ubica en un nivel medio, adquiriendo un nivel alto para el contexto latinoamericano.

Desde la recuperación democrática, Uruguay asistió a un crecimiento continuo de sus tasas de suicidios, evidenciando una prevalencia mayor en las edades más jóvenes, especialmente hombres. Los adultos mayores presentan las tasas de suicidios más estables y altas con un crecimiento leve.

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Las características más relevantes de las últimas décadas desde 1985, podrían definirse por la precariedad, la inestabilidad y la vulnerabilidad, combinándose posiblemente con la falta de expectativas, la desesperanza, la desprotección y las dificultades para imaginar futuros reales. Al considerar el período de tiempo (2002 a 2010) se pudo observar que el proceso de crecimiento de la tasa de suicidios, ni se revierte ni se detiene cuando la sociedad entra en la fase positiva de recuperación, este fenómeno identificado exige una mirada más aguda sobre los conflictos latentes de la sociedad y sobre las dimensiones de una violencia eminentemente implosiva. (…)

Se encontró una concordancia de los hallazgos con la literatura consultada referente a investigaciones nacionales e internacionales, donde se plantea que el suicidio consumado es un fenómeno característicamente masculino. Siendo los jóvenes adultos quienes presentan una mayor masculinización del fenómeno en comparación a los adultos y adultos mayores.

Cuando se analizó el método de suicidio se halló que es el “ahorcamiento, estrangulamiento o sofocación”, seguido de las armas de fuego y en tercer lugar el “salto desde lugar elevado” los tres principales métodos seleccionados por los montevideanos entre el año 2002 y 2010.

Al comparar por grupos de edad encontré que a medida que se avanza en la edad las armas van aumentando en su proporción, y el “ahorcamiento, estrangulamiento o sofocación” disminuye. También aumenta el método de “salto desde lugar elevado” duplicando su proporción comparando a jóvenes adultos con adultos mayores.

En cuanto al método “armas de fuego”, estas como ya dije aumentan su proporción a medida que aumenta la edad, en una proporción de 9 de cada 10 son armas cortas (revolver y pistola), y otra singularidad es el crecimiento dentro de las mismas de la utilización de pistolas como método.

Pensando en los aportes a las políticas de prevención del suicidio, estos datos alertan sobre la necesidad de desarrollar campañas de desarme, orientados a contrarrestar las situaciones de fácil acceso a las armas, así como la elevada tenencia de las mismas por parte de la población civil. Jesús de Miguel (1973) en España encontró que las personas presentan cierta aversión a la utilización de métodos que causen muertes aparatosas acompañadas de sangre, para el caso uruguayo, específicamente en Montevideo entre 2002 y 2010, se asistió a que son los adultos mayores los que utilizan métodos que causan muertes aparatosas, y que a medida que se pasa a un grupo más joven disminuye la proporción de este tipo de muertes.

Cuando se analiza la base de datos según la variable del estado civil, se encuentra en primer lugar la presencia de suicidas “casados o en unión de hecho”, seguido de solteros, en tercer lugar “divorciados” y por último “viudos”.  Al avanzar en el análisis por genero encontramos que los hombres solteros presentan una proporción mayor que las mujeres y que las mujeres viudas prácticamente duplican en su proporción a los hombres. Al realizar una desagregación por grupos de edad se encontró que la tasa de suicidios cometidos por solteros disminuyen su proporción a medida que aumenta la edad, mientras que los casados aumentan su proporción en forma importante pasando de los jóvenes adultos a adultos pero que luego se estabiliza esa proporción. Para el caso de los viudos, se identifica que la tasa crece en forma drástica en el grupo de adultos a adultos mayores.

Un aporte significativo a las políticas públicas, aportando a su eficiencia y eficacia es la recomendación de tener en consideración los “avisos previos de autoeliminación” y los “intentos de autoeliminación”. En la actualidad en el imaginario colectivo estas situaciones se consideran como mitos, en donde “el que avisa no se mata” y “el que lo intento una vez no lo volverá a intentar”. Ambas situaciones en la literatura nacional e internacional son identificadas como fuertes predictores de conductas suicidas futuras, en concordancia con esto, se identificó que 2 de cada 10 montevideanos entre 2002 y 2010 comunicó sus intenciones y tuvo intentos anteriores de autoeliminación. Estas cifras son importantes como predictores de futuros suicidios y sirven para desmitificarlos mitos mencionados anteriormente.

En cuanto a la identificación de la presencia de dimensiones de la Precariedad Vital en los casos de suicidio investigados, se puede destacar que son los hombres pertenecientes a los estratos socioeconómicos “muy bajos” y “bajos” las principales víctimas ante la precariedad económica objetiva tanto como subjetiva. Estos hombres estarían interpelados bajo los mandatos o moralidades del “consumo” y la “provisión”.

De esta forma, la dimensión socioeconómica expresa una asociación bastante clara con los hombres, en donde la relación se da que a mejor situación socioeconómica menor la tasa de suicidios. Tal como planteamos la situación tanto objetiva como subjetiva de deprivación genera un agravio hacia los hombres, especialmente jóvenes montevideanos. Es la carencia económica tanto objetiva como subjetiva como muestra la pertenencia a los estratos económicos menos favorecidos de montevideanos masculinos que cometieron suicidio, que permiten aventurar la hipótesis de que aunque los indicadores socioeconómicos mejoren, la precariedad vital y sus procesos de deprivación y vulnerabilidad social atravesada por estos sujetos tienen un carácter duradero, no fáciles de revertir en el corto plazo.

Retomando la idea de privación relativa nos resulta que serían estos jóvenes de sectores pobres o muy pobres (los perdedores del sistema) que presionados por la moralidad de la provisión o del consumo al compararse con otros sectores de la sociedad sufrirían su mayor frustración al no cumplir con estos imperativos. Nos hemos transformado en psicoculturalmente pobres a pesar del cambio sustantivo de estos últimos tiempos (Bayce, 2005).

De esta forma la ausencia o falta de reconocimiento en sus diversas modalidades, o el mal reconocimiento se constituyo como una de las principales causas de los daños a la subjetividad de los suicidas. La falta de reconocimiento –o un falso reconocimiento –en donde estas personas no encontraron a quien poder realizar sus apelaciones, o a quien las escuchara, lesionan el entendimiento positivo de las personas, el cual al decir de Honneth (1997) siempre obedece a una construcción intersubjetiva.

El capitalismo en las sociedades contemporáneas necesita para su desarrollo de la flexibilidad y su corolario subjetivo de adaptación permanente; la división actual del trabajo introduce la precariedad como norma necesaria para el desarrollo del capital, debiendo el individuo vivir una constante adaptación generadora de angustia existencial.

En donde “la precariedad es una norma social paradójica, puesto que a primera vista parece introducir el desorden antes que el orden. No obstante, organiza el desorden necesario para el desarrollo de las sociedades dedicadas al comercio” (Le Blanc, 2007.p51). La sociedad excluye, expulsa, para incluir debido a que esta transmutación es la condición del orden social desigual, lo que implica el carácter ilusorio de la inclusión.

Lo cual nos permite afirmar la existencia de un crecimiento constante de la tasa de suicidios en hombres principalmente jóvenes adultos y adultos en donde las condicionantes económicas objetivas y subjetivas estarían asociadas a tal conducta.

La segunda dimensión de la Precariedad Vital considerada en mi investigación fue la residencial –corporal a través de las variables proxy de “consumo problemático de drogas”, la presencia de “alcoholismo”, “enfermedades”, “depresión” y “problemas psiquiátricos”.

El “consumo problemático de drogas” asociado al suicido se constituye en un fenómeno casi exclusivo de los jóvenes adultos, y en donde principalmente se da con el consumo de PBC, en donde 2 de cada 10 jóvenes adultos presentan un consumo problemático de drogas. Una amplia mayoría de estos jóvenes adultos consumidores problemáticos de drogas pertenecía a los estratos socioeconómicos “muy bajos” y “bajos” de Montevideo en el período de tiempo analizado por la presente tesis.

La ausencia de reconocimiento social hacia estos jóvenes, los lleva a que en el “pegue” del PBC sea donde procuren un refugio provisorio, una fuga de la realidad, del contexto estigmatizarte de su mundo de vida y la precariedad diaria. Mientras que las condiciones de vida reproducen, radicalizándola, la desigualdad social. Lo cual se corrobora con los planteos de Rossal y Fraiman (2009): “Del consumo experimental de la pasta base al consumo adictivo habría una gradación que implicaría a la desafiliación:educativa, laboral y hasta familiar”(p.127).

Cobra significación la frecuente presencia en los relatos de los familiares y amigos de los suicidas, de la problemática del “alcoholismo” asociada a los suicidas. Más allá de los propios límites de la fuente de estos datos, ya que la opinión de amigos y familiares no puede ser considerada como un diagnóstico clínico de alcoholismo, entendemos que la misma cobra validez, en tanto alerta sobre la retroalimentación de la problemática del alcoholismo y la conducta suicida.

Este tipo de conducta conjuntamente con el consumo problemático de drogas son adoptadas en una proporción mayor en hombres que en mujeres, en donde el género juega en forma importante en cuanto a que los hombres son los que presentan mayormente conductas de abuso tanto de alcohol como de drogas.

Estos datos invitan a reflexionar en la necesidad de un cambio cultural en donde se puedan construir identidades alternativas a la hegemónica forma de ser joven y hombre. Haciendo foco en el perfil de los suicidas de Montevideo para este período de tiempo, donde en 2 de cada 10 suicidas aparecieron en los relatos referencias a situaciones de depresión y problemas psiquiátricos, se podría pensar en la asociación de estas situaciones con el suicidio, en donde el sufrimiento es producido por el aislamiento social, la pérdida de capacidades y propiedades sociales, la desesperanza y la incertidumbre. La continuidad de injusticias sociales, de falta de reconocimiento y de redistribución, junto a la pérdida de las capacidades para poder desarrollar una adaptación activa a la realidad (Pichon–Riviére, 2007), producen una pérdida de su valoración subjetiva.

Por último, a través de los datos surgidos de la presente investigación, resulta que es en los adultos mayores en donde la condición de “vivir solo” se presenta en su mayor proporción.

En donde como nos plantea Le Blanc (2007) si una de las dimensiones de la vida se encuentra dañada o debilitada no se hace posible un vida digna de ser vivida. Así, los vínculos familiares y de amistad de estos adultos mayores se ven debilitados, cuando no inexistentes y emerge la soledad en ellos. Esto sumado a la presencia de enfermedades que disminuyen la calidad de vida en forma considerable lleva a un contingente de adultos mayores a optar por esta decisión de quitarse la vida.

Es imprescindible pensar en que variables podemos incidir para que las vidas sean dignas de ser vividas, ya que el suicidio es el emergente de una sociedad con una integración social deficiente. Donde surge la necesidad de reconocimiento en sus diversas áreas pero a la vez reconocimiento con redistribución, que haga posible un nosotros, en donde las apelaciones puedan ser escuchadas, en donde los individuos sean dotados de propiedades que se reflejen en funcionamientos, para que las acciones dejen de ser precarias y en donde esas voces puedan recuperar una narrativa propia que deje de presentarnos una identidad negativa.

El avance desarrollado en esta tesis permite dejar planteadas algunas preguntas y líneas de investigación en donde poder profundizar sobre el fenómeno del suicidio en Uruguay, teniendo en cuenta que esta tesis solo exploró el 40% de los suicidios consumados de Uruguay en el periodo 2002 a 2010 (aquellos consumados en Montevideo), aún resta por conocerse las características que adquiere este fenómeno en el resto del país. Así como ampliar la consulta a otras fuentes, como son las cartas suicidas que la Policía Científica posee, reconstruir mediante entrevistas a familiares y amigos las posibles motivaciones de las decisiones, acercarnos a los archivos judiciales históricos y poder comprender el porque de las altas tasas en el Uruguay.

Si bien la presente tesis hace foco a las diferentes formas que adquiere el morir en estos sujetos, la misma se asocia indisolublemente a la pregunta de: ¿En qué consiste un buen vivir que haga que la vida merezca ser vivida? ¿Qué significa para nosotros como sociedad el buen morir? Estos y otros cuestionamientos resultan de impostergable reflexión para poder llevar una vida digna de ser vivida. (Fragmento del documento)

Informe, autor: Víctor Hugo González
Maestría en la Facultad de Psicología Social

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