La trampa de Bachelet

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BACHELETBachelet está en una trampa sin salida: cualquier luz que ella, sus asesores o los políticos de su coalición vislumbren no es la salida del túnel, es apenas la llama de una vela que indica otra escalera que sigue bajando a las profundidades.

A esta trampa Bachelet llegó por una razón de tipo político y otra de tipo personal.

El camino político a la trampa:
Bachelet es hija, heredera, profundizadora y continuadora legítima de ese conglomerado llamado Concertación – actual Nueva Mayoría – y como tal, ha prometido, puede prometer y seguir prometiendo cambios estructurales y la abolición del sistema heredado de la dictadura, pero su coalición, esencialmente acomodaticia y “aprovechaticia” de los beneficios innegables de la permanencia y la connivencia con las estructuras fácticas del poder, se lo hace absolutamente imposible.

Dicho en simple: La Concertación llegó al poder prometiendo alegría para todos y una democracia real y plena para el país, pero al poco andar la promesa se diluyó en los vericuetos de los arreglos de pasillo con el propio Pinochet, con los políticos de derecha y, como ahora ha ido reventando en el peor escándalo de corrupción que nos sacude, con el gran poder económico nacional e internacional, que se los llevaba desde sus puestos gubernamentales a directorios en sus empresas y ya después comprándolos directamente, al nivel de recibir millones de dólares del mismísimo ex yerno de Pïnochet sin que sus escrúpulos democráticos sufrieran por ello.

Bachelet, o mejor dicho su coalición, tenía dos caminos para poder volver al poder después de la derrota a manos de Piñera el año 2010, ya que, como los analistas correctamente leyeron, el descontento social en Chile los había botado de La Moneda porque la ciudadanía sentía y siente aún que la guardia original concertacionista, más allá de dejar atrás la tortura, la represión, las desapariciones y el terror de la dictadura, no había cumplido ninguna de sus promesas, muy por el contrario, sólo habían aumentado y profundizado la desigualdad, las inequidades , la brutal concentración del poder económico a costa de la mayoría del país y la eterna entronización de los mismos políticos y sus familias en puestos de poder altamente remunerados, con leyes hechas a su antojo y medida y , como ahora se sabe, muchas veces dictadas y articuladas desde los intereses de las grandes empresas y no de los intereses acuciantes que el país necesita para su real desarrollo.

El primer camino era el más seguro desde el punto de vista de la consistencia y sapiencia política e implicaba poner a varios de los eternos jerarcas concertacionistas en puestos claves como Interior, Vocería, Educación, Trabajo, donde se iban a requerir todas las mañas, muñecas flexibles y relaciones transversales para asegurar años de navegación tranquila, pero con el grave y seguro riesgo de no poder salir elegidos, al estar estrechamente ligados esos nombres justamente al mantenimiento casi incólume del sistema político-económico imperante.

El segundo y prácticamente único camino para volver a aparecer como la gran salvadora de Chile implicaba que Bachelet apareciera como la cabeza de un conglomerado distinto, más progresista, más dispuesto a los cambios profundos y reales – la Nueva Mayoría, que es la misma Concertación más el PC – pero, al mismo tiempo, dejar claro que nadie de la vieja y desprestigiada jerarquía tendría cabida en estos tiempos de avances incalculables que ella traería en su rol de neo revolucionaria reformada.

Y ella y sus adláteres de marketing político optaron por ese camino:

La orden fue estar a la cabeza de la coalición pero independiente de ellos, lo que le permitió volver al sillón de O’Higgins después de una campaña repleta de promesas estructurales, que incluían reformas tributarias, gratuidad universal en la educación, eliminación del sistema de elección binominal por uno proporcional, una nueva Constitución, en fin, todas reformas pedidas con fuerza por la ciudadanía en las calles y, por lo tanto, impostergables para hacer de nuestro país un lugar decente para vivir.

Este camino implicaba traer sangre nueva, gente joven comprometida con los cambios propuestos y acá es donde Bachelet entra el camino personal a la trampa.

Camino personal
Bachelet se muestra llena de misterios, muchos silencios, muchas sonrisas, mucha maternalidad desparramada, mucho bono de invierno, verano, primavera y otoño, pero al mismo tiempo pocas definiciones en el contexto de un país avanzando al desarrollo, más allá de la palabrería rimbombante y vacía del marketing político.

El éxito en su primer gobierno estuvo marcado por la presencia fuerte de los macuqueros de la Concertación, los políticos de viejo cuño, mañosos a más no poder, pero conocedores de la política real, la que permite sortear obstáculos hasta en las más adversas situaciones, con un Ministro de Hacienda de corte netamente neoliberal y que daba la impresión de ser el poder efectivo detrás del trono.

Y eso daba sensación de profundidad política, de tener un grupo de “estadistas” que velaban por la marcha y el desarrollo del país.

En esta segunda vuelta, Bachelet, por razones de poder, tiene que prescindir obligatoriamente de los viejos tercios, lo que no es malo en lo absoluto, y en su reemplazo pone a gente joven, lo que tampoco es malo, muy por el contrario, pero los que ella coloca a su alrededor vienen con un grave defecto de fábrica: no tienen peso ni estatura política y , más allá de serle profundamente leales a la presidente, le son incondicionales hasta la obviedad y no hay nada más peligroso para el buen desempeño de la gobernanza que lo que en inglés se conoce como los “yes-men” qué suelen postergar sus opiniones con tal que su superior esté contento, independiente de que vean que el auto va a chocar contra la pared.

Y ahí nace la trampa perfecta para Bachelet.

Para logar el éxito en las reformas prometidas necesita de gente de mucho peso político específico, porque no nos equivoquemos: Chile está en una encrucijada política, no económica ni técnica, lo que la obligaría a apoyarse en la experiencia de los anquilosados jerarcas de la Concertación, quienes a su vez no quieren por nada del mundo reformas profundas, sino que simples retoques al modelo, lo que la llevaría al fracaso en sus metas y, si vuelve a colocar gente sin bagaje político extenso, como los que acaba de echar del gobierno, aparecen desnudas ante la ciudadanía las pocas posibilidades que tiene de hacer valer su mayoría oficialista frente al Parlamento y por ende su fracaso en las metas propuestas.

La salida probable va a ser demorar y aseptizar todas las reformas prometidas, tal como ya pasó con la tributaria y la reforma al binominal y está pasando con la educacional y la laboral, para, una vez más -en connivencia con la derecha- hacer cantar como tenor al gatopardo desembozado que tan grato le resulta a su coalición.

Por Ricardo Farrú
Director del periódico El Pilín

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